3.7.11

El cuento del domingo


José de la Colina

La Tumba India

Al margen de Fritz Lang


—De modo que para eso acudiste a la cita, para decirme que por fin te casas con él.
—Sí. Lo siento.
—No lo sientas. En realidad, no hay nada que sentir, nada que lamentar. Todo está bien. ¿Y cuándo te casas?
—A comienzos de julio.
—Perfectamente. Que sean muy felices. Creo que harás una magnífica ama de casa.
—Por Dios, no son de tu estilo esos sarcasmos.
—Si crees que a esto se le puede llamar un sarcasmo, estás muy equivocada. Puro y simple rencor, puras y simples ganas de mandarte a la chingada, ¿qué te parece?
—Que no lo tomas con mucha elegancia que digamos.
—¿Y qué me dices de la elegancia con que vienes aquí, después de llevar yo una hora esperándote, y me dices así, tranquilamente, que es la última vez que nos vemos? ¿Qué me dices de eso?
—Pensé que no te tomaría de sorpresa. Ya habíamos hablado de ello. En realidad, desde que iniciamos nuestra relación estaba claro que seríamos libres y que no habría ningún sentimentalismo entre nosotros. Tú estuviste de acuerdo.
—Sí, es verdad, no me toma de sorpresa. Y confieso que estuve de acuerdo. Pero creí que habías olvidado ya el pacto. Creí que sería tan hombre, que serías tan mujer y que habría tanto amor entre nosotros, que el pacto quedaría olvidado.
—Sabes que te quiero. No soy una ramera. Imposible haber tenido una relación así contigo y no quererte. Pero...
—Pero no me amas, eso es todo.
—No sé si te amo. Sé que te quiero. Y que agradezco profundamente haberte conocido.
—No es nada, el agradecido soy yo.
—Por Dios, no hables así.
—¿Y cómo no he de estar agradecido? Imagínate, haber podido acostarme contigo, haber tenido el honor de que tú te permitieras gozar conmigo. Mucho más de lo que podía soñar, ¿no es cierto?
—Hablas como un perfecto cínico.
—Hablo como un perfecto cínico. Exacto. Como un perfecto cínico. ¿Y tú? ¿Y tú, querida? ¿No hablas como una perfecta cínica? ¿No es cinismo eso de "no mezclaremos el amor en nuestras relaciones"? ¿No es cinismo acostarse con un hombre y no amarlo?
—Estás haciendo todo esto muy desagradable.
—¿Cómo dices? ¿Muy desagradable? O sea: que no lo tomo con elegancia, ¿verdad?
—Oh, por favor, querido. Tú sabías que no iba a durar, que eso no dura, que lo mejor es vivir ese maravilloso instante y no intentar desesperadamente alargarlo toda una vida.
—Sigue, sigue hablando.
—¿Crees que no voy a recordarte? Claro que voy a recordarte. Y a desearte. Pero ¿no es mejor quedar con el recuerdo que llegar a cansarse uno de otro, llegar a conocerse tanto que ya no hay misterio ni nada?
—Hablas muy bien, amor mío, sigue, sigue hablando, me encanta oírte.
—Oh, ya sé, ya sé que tienes razón y que merezco tus reproches y tus injurias, merezco que me mates, pero... trata de comprender... trata de...
—Habla, ¿por qué callas?
—No sé, yo quería tanto que nos separáramos como amigos.
—¡Ja!
—Si al menos no me guardaras rencor, si no me odiaras.
—¿Rencor? ¿Odio? ¿De qué hablas? Todo eso son tonterías, amor mío. Ven. Vamos. Vamos al departamento y olvidemos estas tonterías. Te amo y te deseo. Y luego me dirás si aún quieres casarte con ese animal. Ven, vamos al departamento. Vamos.
—No querido, sabes que no iré. No terminemos mal esto.
—Sí, sé que no irás. No irás. Porque esta vez sería por amor, y no hay que mezclar en esto eso que llaman amor, ¿verdad? Pero no puedo prometerte que no voy a guardarte rencor, que no voy a odiarte. Porque quiero odiarte. Eso será lo que me quede de ti. Tu odiado nombre, tu odiado rostro, tus odiados labios. Y vete mucho al demonio, puta.

Hubo un pequeño silencio entre ellos, y luego ella se levantó y se fue, y él se quedó oyendo el jazz estúpido y diciendo puta por lo bajo, hasta que la palabra perdió todo sentido.

Había una vez un maharajá en Eschnapur que amaba con locura a una bailarina del templo y tenía un amigo llegado de lejanas tierras, pero la bailarina y el extranjero se amaban y huyeron, y el corazón del maharajá albergó tanto odio como había albergado amor, y entonces persiguió a los amantes por selvas y desiertos, los acosó de sed, los hizo adentrarse en el reino de las víboras venenosas, de los tigres sanguinarios, de las mortíferas arañas, y en el fondo de su dolorido corazón el maharajá juró matarlos, porque ellos lo habían traicionado dos veces, en su amor y en su amistad, y por ello mandó llamar al constructor y le dijo que debía erigir en el más bello lugar de Eschnapur una tumba grande y fastuosa para la mujer que él había amado...

Vio su propio rostro en las losetas negras de la pared, un rostro oscurecido y borroso, irreal como una imagen cinematográfica mal proyectada, y luego el rostro de ella, tan oscurecido, borroso e irreal, y se dijo todo esto es una historia de fantasmas, una historia de amor y separación entre fantasmas, y miró un momento en torno y distinguió las otras mesas, los rostros de hombres y mujeres suavemente iluminados por las lámparas, hablando en murmullo, oyendo distraídos la dulzona caricatura de jazz que el pianista extraía del piano, y después miró el rostro de ella, no el irreal reflejo en las losetas negras, sino el pálido y bello rostro real de ojos verdes, frente alta y abombada y cabello peinado en corto, cuyos mechones castaños rodeaban la frente y los ojos, y el fino vello sobre los labios humedecidos por el minyulep. Voy a darle una bofetada, pensó.

—De modo que para eso acudiste a la cita, como venías antes, como viniste la segunda vez que nos vimos: traías el traje sastre y el cabello rociado de pequeñas gotas titilantes, y frías las manos, y tomaste un minyulep que yo te sugerí, y hablamos de tonterías hasta que de pronto me dijiste que querías conocer mi departamento y que así añorarías tus días de estudiante, para decirme que por fin te casas con él, con el idiota ese que no tardará en ser el mejor médico de la ciudad, porque, como él nos decía, "el consultorio hace al médico", y su papi va a ponerle el mejor consultorio de la ciudad.
—Sí —dijo ella—. Lo siento.
Lo siente, la maldita puta. No lo sientas. En realidad, ¿en cuál realidad, en la de esos rostros fantasmales y borrosos que gesticulan en esas losetas oscuras, recordando que fueron nosotros?, no hay nada que sentir, nada que lamentar, salvo lo ya perdido: las tardes caminadas por el Paseo de la Reforma, el ocaso desde el alto edificio de la Latinoamericana y la ciudad vasta y minúscula a nuestros pies, y los juegos en el lecho, y el sabor de tu vientre en mi lengua, y las citas en el pequeño café estilo suizo donde comías aquellos pasteles cuyo hojaldre deliciosamente crujía en tus dientes, y la insistencia del piano y el contrabajo y los tambores en los discos de Brubeck, y tu manera de acariciarme la espalda casi rasguñándomela cuando llegabas al placer. Todo está bien. ¿Y cuándo te casas? ¿Cuándo te tiendes bocarriba y le abres los muslos, puta?
—A comienzos de julio —dijo ella.
Perfectamente, perfectamente perfectamente perfectamente. Que sean muy felices. Creo que harás una magnífica ama de casa, una especie de barredora eléctrica o lavadora automática dotada de sexo, lista y eficiente para barrer, lavar y fornicar en cuanto el amo oprima el botón, aunque por supuesto, como eres una señora, o vas a serlo, delegarás en un simple ser humano las dos primeras funciones para limitarte a la tercera, que es muy de señora, y de puta, y de perra.
—Por Dios, no son de tu estilo esos sarcasmos —dijo ella.
—Si crees que a esto se le puede llamar un sarcasmo, estás muy equivocada. Puro y simple rencor, puras y simples ganas de mandarte a la chingada, pero decirte ven conmigo, ven, vamos al departamento, pondré el disco de Brubeck que te gusta y lo oiremos mientras te desnudo dulcemente, y besaré tus pechos y seré más impetuoso y tierno y salvaje y delicado que nunca en el acto de amor, ¿qué te parece?
—Que no lo tomas con mucha elegancia que digamos —dijo ella.
¿Y qué me dices de la elegancia con que me has envenenado, víbora, viborita fatal moviendo el culo como un cascabel? ¿Y qué me dices de la elegancia con que vienes aquí, después de llevar yo una hora esperándote, y me dices, así, tranquilamente, que es la última vez que nos vemos? ¿Qué me dices de eso? Dime, arrastrada, perra vendida al mejor postor.
—Pensé que no te tomaría de sorpresa —dijo ella—. Ya habíamos hablado de ello. En realidad, desde que iniciamos nuestra relación estaba claro que seríamos libres y que no habría ningún sentimentalismo entre nosotros. Tú estuviste de acuerdo.
—Sí, es verdad, no me toma de sorpresa. Fue esa segunda vez que nos vimos, y tú estabas vistiéndote, estirando cuidadosamente la media sobre una pierna y sacando la lengua entre los labios, con esa repentina indiferencia hacia todo que no sea presente que hay en la mujer poco después de haberse entregado, como si con ello recuperase un tiempo propio y nada más que suyo, y me dijiste: "esto tiene que ser así siempre, una relación entre dos que se gustan y se entienden sexualmente, no hay que mezclar en esto eso que llaman amor". Y confieso que estuve de acuerdo, que te dije, viéndote desde la cama donde yacía, "Perfectamente", y sin saber por qué eché a reír y tú también reíste, y de repente te echaste sobre mí y empezaste a hacerme cosquillas y caricias luego, de modo que tuvimos que empezar de nuevo, a pesar de que yo estaba un poco cansado, pero creí que habías olvidado ya el pacto. Creí que sería tan hombre, que serías tan mujer y que habría tanto amor en nosotros, que el pacto quedaría olvidado.
—Sabes que te quiero —dijo ella, mirándolo con una tierna sonrisa, como a un niño—. No soy una ramera. Imposible haber tenido una relación así contigo y no quererte. Pero...
—Pero no me amas, eso es todo. ¿Y cómo te atreves a decirlo, cómo te atreves, cómo te atreves si nos hemos acostado juntos, si conozco cada curva, cada rincón y cada lunar de tu cuerpo, si conozco tu piel, tu calor, tu sabor, tu aroma, si he visto la frialdad fundirse en tus ojos verdes, si te he oído pedir más, gimiendo de placer, si conoces mi cuerpo y lo has besado sin pudores, si conoces el sabor de mi lengua, si me has dicho durante el acto que la gloria sería morir así, cómo te atreves, di, cómo te atreves a decir que todo ese placer será entregado al olvido, que todo ese placer fue sin amor?
—No sé si te amo —dijo ella—. Sé que te quiero. Y que agradezco profundamente haberte conocido.
Ten cuidado con eso que dices, maldita puta víbora venenosa, ten cuidado con eso que dices, porque ardo en deseos de abofetearte. No es nada, el agradecido soy yo.
—Por Dios —dijo ella—, no hables así.
—¿Y cómo no he de estar agradecido? Imagínate, haber podido acostarme contigo, un futuro medicucho como yo, alguien que probablemente seguirá el camino del fracaso, a menos de que me saque la lotería o consiga una viuda millonaria, cosas para las cuales no tengo suerte o estoy dotado, un joven que tiene lo más que se puede tener y que no tiene nada, porque esa riqueza que es juventud se pierde día con día, y por tanto habría que gozarla día con día, alegre, frenéticamente, para sólo dejarle a la muerte un cuerpo enteramente gastado, vacío, sin una gota de vida por vivir, pero el placer es sólo un instante, poco más que un abrir y cerrar de ojos, que un fuerte latido, y el amor está solitario, aullando en el vacío, mientras las mujeres de la tierra, las bellas, espléndidas, terribles mujeres de la tierra, pasan a nuestro lado, se quedan unas noches con nosotros y luego parten para convertirse en recuerdo, para olvidarnos, para hacerse eternamente ajenas, haber tenido el honor de que tú te permitieras gozar y bien gozaste conmigo. Mucho más de lo que podía soñar, ¿no es cierto?
—Hablas como un perfecto cínico —dijo ella.
—Hablo como un perfecto cínico. Exacto. Como un perfecto cínico. ¿Y tú? ¿Y tú, querida? ¿No hablas como una perfecta cínica, como una perfecta puta cínica? ¿No es cinismo eso de "no mezclaremos el amor en nuestras relaciones"? ¿No es cinismo acostarse con un hombre y no amarlo? ¿No es cinismo acostarse con un hombre, abrirle las piernas, dejarlo penetrar en tu cuerpo y no ponerlo como un sello sobre el corazón, como una marca sobre tu brazo?
—Estás haciendo todo esto muy desagradable —dijo ella.
—¿Cómo dices? Sí, muy desagradable. O sea: que no lo tomo con elegancia, ¿verdad?
—Oh, por favor, querido —dijo ella—. Tú sabías que no iba a durar, que eso no dura, que lo mejor es vivir ese maravilloso instante y no intentar desesperadamente alargarlo toda una vida.
Sigue, sigue hablando, pero cállate, maldita puta de muslos abiertos, cállate y mira que muero de sed junto a la fuente, mira que muero de sed y la serpiente del olvido anida en mi corazón, se retuerce, muerde y devora muerde y devora mi corazón.
—¿Crees que no voy a recordarte? —dijo ella—. Claro que voy a recordarte. Y a desearte. Pero ¿no es mejor quedar con el recuerdo que llegar a cansarse uno de otro, llegar a conocerse tanto que ya no hay misterio ni nada?
—Hablas muy bien, amor mío, sigue, sigue hablando y di todo eso del recuerdo, dilo, como si yo no supiera que la mente recuerda pero la carne olvida, di que vas a preferir un cuerpo recordado, un cuerpo oscurecido y borroso, cada vez más humo, cada vez más nada en tus manos, a mi cuerpo real, tangible, carnal, hecho para que lo toquen tus dedos, tus labios, tu lengua, anda, di, dile a mi pobre cuerpo desesperado, a mi loco sexo disparado hacia ti, que ya nunca tendrá tu cuerpo y tu sexo, diles que van a buscar inútilmente, que van a buscar con el grito feroz del que muere porque lo ha mordido la serpiente que anidaba en su corazón, que mis dedos van a rozar sólo el recuerdo de tu cuerpo, sólo el recuerdo, que es el primer tiempo del olvido, nada más que un fantasma oscurecido y borroso, cada vez más humo, cada vez más nada, sigue hablando, miente que la carne recuerda lo que la mente no olvida, sigue hablando, me encanta oírte.
—Oh —dijo ella—, ya sé, ya sé que tienes razón y que merezco tus reproches y tus injurias, merezco que me mates, pero... trata de comprender... trata de...
Tú lo has dicho, mereces que te mate, y eso es lo que voy a hacer, amor mío, putita mía, viborita venenosa, eso es lo que voy a hacer, lo que hago, lo que estoy haciendo: matarte, matarte lentamente, con estas manos, estas manos, las mismas del amor, míralas curvar poco a poco los dedos y avanzar hacia tu garganta, crispadas como garras, siéntelas acariciar primero y desgarrar después, siente el loco saltar y tamborilear de esa vena tuya, mira brotar la sangre, asume tu muerte, amor, esta dulce cruel muerte que te doy con toda mi dulzura toda mi crueldad. Habla, ¿por qué callas?
—No sé —dijo ella—, yo quería tanto que nos separáramos como amigos.
¡Ja! O quizá sea mejor, amada putita mía, matarte con el puñal, desnudarte y meter el puñal en tu sexo clavándolo bien hondo y luego dar un tirón hacia arriba desgarrándote abriéndote en canal de modo que se vean al aire tus vísceras palpitantes y tus venas y tus huesos y quede apaciguada la serpiente que muerde mi corazón, que muerde y devora mi corazón.
—Si al menos no me guardaras rencor, si no me odiaras —dijo ella.
—¿Rencor? ¿Odio? Hay tres cosas en mi corazón: todas las cobras amarillas de Birmania, todos los hongos mortíferos de Bengala, todas la flores venenosas del Nepal. ¿De qué hablas? Todo esto son tonterías, amor mío. Ven. Vamos. Vamos al departamento y olvidemos estas tonterías. Te amo y te deseo. Y luego me dirás si aún quieres casarte con ese animal.
—No, querido —dijo ella—, sabes que no iré. No terminemos mal esto.
—Sí, sé que no irás. No irás, no irás no irás no irás. Porque esta vez sería por amor, y no hay que mezclar en esto eso que llaman amor, ¿verdad? Te pierdo, la carne te pierde y te olvida, empiezas a no ser más que recuerdo, y giro en la oscuridad para abrazarte y mis dedos se hunden en humo, en nada, en recuerdo, mientras la carne olvida, inexorablemente olvida. Pero no puedo prometerte que no voy a guardarte rencor, que no voy a odiarte. Porque quiero odiarte. Eso será lo que me quede de ti, el odio que te recordará viva, de carne y no de humo. Tu odiado nombre, tu odiado rostro, tus odiados labios. Las muchas aguas no podrán apagar el rencor, ni lo ahogarán los ríos. Y vete mucho al demonio, puta, pero quédate, pero vete, pero quédate.

Y cuando ella se fue, después del silencio que hubo entre ellos, silencio que inútilmente trató de llenar la música del piano, él se quedó llamándola puta por lo bajo, sintiendo que la palabra iba perdiendo todo sentido.

Y entonces el constructor dijo: "Señor, siento que la mujer que amáis haya muerto", pero el maharajá preguntó: "¿Quién dice que ha muerto? ¿Quién dice que la amo?", y el constructor se turbó y dijo: "Señor, creí que la tumba sería un monumento a un gran amor", y entonces le contestó el maharajá: "No te equivocas: la tumba la construye ahora mi odio. Pero cuando pasen muchos años, tantos años que esta historia será olvidada, y mi nombre, y el de ella, la tumba quedará sólo como un monumento que un hombre mandó construir en memoria de un gran amor".


José de la Colina (Santander, España, 29 de marzo de 1934), Octavio Paz escribió: "Un autor singular: su prosa es una de las mejores de México"; Alejandro Rossi: "la suya es una prosa libre y a la vez de un oído perfecto, carente de jergas muertas, con mucha serpentina y muy rica en miradas laterales"; David Huerta: "Escritor impecable, luminoso, enérgico".


Al concluir la guerra civil española, la familia de José de la Colina inicia un largo exilio por Francia, Bélgica, Santo Domingo, Cuba y, finalmente, México, donde reside desde 1940.

El ensayista y narrador José de la Colina ha desarrollado su pasión literaria con el barrio, la radio, el cine y el periodismo como puntos nodales. Debido a su edad, ha sido asociado a la generación del Medio Siglo: Juan García Ponce, Juan Vicente Melo o Inés Arredondo. Nació en Santander, España, el 29 de marzo de 1934; hijo de un impresor, militante anarcosindicalista y capitán de la infantería republicana. Junto con sus hermanos y madre, José fue exiliado a Francia y Bélgica mientras su padre combatía en el frente. Tras ser vencida la República española, la familia viajó a República Dominicana, Cuba y finalmente a México, donde radica desde 1940.

En nuestro país, De la Colina estudió la primaria en el Colegio Madrid. De esa época, el narrador recuerda: "Esos años de formación me han hecho, por encima de tantas afinidades, distinto a los escritores de mi generación, que han nacido en un lugar, han arraigado y se han formado y han respirado en él con absoluta naturalidad(...) Esta ambivalencia, esta ambigüedad de mi situación, fuente de una irreductible inquietud, que no lamento porque creo que a final de cuentas me ha enriquecido, hace de mi visión del mundo, y por tanto de mi literatura, algo un poco aparte, que se resiente del sentimiento de la inseguridad, la fragilidad, la fugacidad de todo…"

Después de cursar un año en prevocacional en el Instituto Politécnico Nacional y ante la exigencia de su padre: "Estudias o trabajas", José eligió esto último. Fue una etapa en la que el autor se formó entre un trabajo y otro, y el vagabundeo por la ciudad: "sorbiendo como un vampiro la vida sublimada que me ofrecían las salas de cine, dudando entre una vocación y otra, pues he querido ser, entre otras cosas, pintor, actor —Buñuel me hizo unas pruebas fílmicas para Los olvidados, de las que no salí bien porque no daba suficiente tipo de mexicano— y hasta guerrillero en alguna parte del mundo".

A los 13 años inició su trabajo en la radio, como guionista para un programa de la XEQ llamado La legión de los madrugadores. A los 18 años comenzó a vivir de la literatura, cuando se inmiscuyó en el periodismo, sobre todo la crítica de cine. "Durante mucho tiempo la gente me consideró crítico de cine. Nunca lo fui, si acaso escritor sobre el cine, porque no lo sometía a gran análisis. Hablaba de una película como en un ensayo, un poco divagando. De eso viví y me acabé de profesionalizar en la escritura", asegura el narrador.

En 1955 publicó su primer libro, Cuentos para vencer a la muerte, en la colección Los Presentes, que dirigía el escritor Juan José Arreola. El material incluía cuentos previamente publicados en diarios y revistas. José de la Colina reconoce en este momento su "entrada en fuego", su salto hacia una literatura de manera más regular. El autor encuentra en este material un "libro cero", un texto fallido, reflejo de una "visión adolescente del mundo que me duró demasiado". Y a la vez, dice el autor, con él, "quería combatir lo cotidiano con la afirmación de algo maravilloso que intentaba ver en la vida".

El exilio se mostró, desde entonces, como importante en su creación literaria. "Todos somos exiliados: comenzamos expulsados del vientre materno, luego somos expulsados de la infancia, de la juventud, etcétera. Yo he sido sucesivamente exiliado de España, de Francia, de Bélgica, de Santo Domingo, de Cuba, de México (aunque luego retorné); exiliado de varios periódicos (ahora soy exiliado de la revista Vuelta), y me faltan unos cuantos exilios más, hasta el definitivo."

Desde ese momento se vienen varios rompimientos en su vida. "Fueron los años de las inevitables disidencias con la familia, de marcharse de la casa, volver a ella, volver a marcharse, de estar inconforme con todo o de maravillarse con demasiadas cosas, de una lectura ávida de toda clase de libros, y fue, desde luego, la etapa en que descubrí a muchos de mis autores: Stendhal, Baroja, Conrad, Faulkner, Thomas Wolfe. Inicié conocimiento o amistad con algunos escritores y artistas, comencé a escribir sobre libros y cine en algunas revistas importantes, a frecuentar tertulias de café, a pasar noches en vela caminando por las calles, discutiendo fervorosamente con Eugenio Olmedo, Arturo Souton, Juan Espinasa, Inocencio Burgos, Isidro Covisa, Guillermo Rousset, Antonio Montaña y otros."

La Universidad Veracruzana publicó en 1959 Ven, caballo gris, que incluía los cuentos "El tercero", "La balada del joven enfermo", "Nocturno del viajero" y "Los Malabé", que a decir de José de la Colina fue un momento importante, pues lo hicieron sentir la cercanía al "secreto de un arte narrativo".

Tres años después, en 1962, vio la luz su siguiente libro: La lucha con la pantera; también publicado por la Universidad Veracruzana. El autor reconoce en éste la "obsesión de aprehender los poderes de la palabra, de manejar el lenguaje, su sonoridad, su arquitectura, su ritmo, de modo de hacer del cuento una forma unitaria, erigida siempre sobre una vivencia en la que podían estar implícitos pasado, presente y futuro, creando su propia estructura y su propia forma por la fuerza misma de su ritmo narrativo."

En este libro es más evidente su acercamiento al cine así como uno de sus motivos principales: el combate por el amor. "Para vencer el miedo y la atracción (a las mujeres) existía un sustituto maravilloso y temible a la vez, porque me apartaba aún más de las luchas reales: el cine. Me parece que ese conjunto de mitologías y obsesiones está presente en La lucha con la pantera, que no es otra cosa que un enfrentamiento beligerante del mundo y, por supuesto, la lucha por el amor".

A este periodo siguió un intermedio enorme en la edición de nuevos materiales, lo que ocurrió hasta 1971 con Los viejos. Fue el tiempo de la práctica del periodismo cultural de José de la Colina. Luego, en 1984, fue publicado el libro La tumba india.

Ha sido miembro del consejo de redacción de las revistas Nuevo Cine, Plural, Revista Mexicana de Literatura y Vuelta. En abril de 1982, Eduardo Lizalde y José de la Colina iniciaron la aventura de El Semanario Cultural en Novedades, y en junio del año siguiente, Lizalde inició otro proyecto y la publicación quedó en manos de De la Colina. Así comenzó un largo período, 20 años, al mando de ese espacio. Por su labor en ese suplemento le fue concedido el Premio Nacional de Periodismo Cultural 1984.

Fruto de su pasión por el cine, en 1984 De la Colina publica junto con Tomás Pérez Turrent el libro Luis Buñuel, prohibido asomarse al exterior. Se trata de una extensa –50 horas– entrevista realizada al cineasta español durante 1974. En él, se exponen desde testimonios del cineasta español hasta comentarios individuales acerca de cada una de sus películas. Otros libros donde se muestra este personal acercamiento de José de la Colina a la cinematografía son El cine italiano (1962), Miradas al cine (1972), y El cine del "Indio" Fernández (1984).

Viajes narrados apareció en 1992. De alguna manera, en este libro "los viajes no son convencionales: a veces se trata del viaje de la mirada por la cajetilla de Faros o por un dibujo de Picasso, o hablar del viaje de Cervantes, o trasladarse a través de la televisión a Chile en el momento del golpe militar. Pero siempre siento que lo que une es el tema del viaje y que el mismo [acto de] escribir es una especie de ir y venir: uno parte desde unas palabras y concluye en otras", manifiesta De la Colina.

En los siguientes años, al parejo de su labor en el periodismo, publicó Tren de historias (1998), Álbum de Lilith (2000) y Muertes ejemplares (2004). En estos textos son comunes el ánimo peregrino con que explora la narración de historias complejas, la minificción, el aforismo, la evocación personal, la recopilación de habla o las escenas costumbristas. Priva una profunda sabiduría vital, una gran pericia literaria y un constante diálogo con los escritores del pasado.

En esa etapa, José de la Colina obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2002 con su libro Libertades imaginarias. Un libro nacido, a decir del autor, como uno que "desdeñando ponerse el uniforme de un tratado, una preceptiva, un texto crítico o un discurso académico, fuese como una charla de amigos y hablara de aquellos asuntos y aspectos literarios marginales o poco serios o generalmente considerados menores o de juego".

El 28 de marzo de 2004 se realizó la mesa redonda "José de la Colina. A sus 70 años", donde el ensayista, narrador y periodista fue homenajeado por su trayectoria cultural. Estuvo acompañado por Huberto Batis, Adolfo Castañón y Eduardo Lizalde. En ese año, De la Colina celebraba sus cinco décadas en el mundo de la literatura, y fue publicada su antología Traer a cuento. Narrativa (1959-2003).

El año siguiente, uno de los más prolíficos para su obra, publicó ZigZag, en editorial Aldus, un texto híbrido que lo mismo incluye relatos, memorias, artículos, ensayos y exploraciones a la literatura, el cine, la música, aparecidos en publicaciones periódicas; además, fueron editados los libros Las medias fantasmas de Leda R (Ediciones del Ermitaño) y Personerío (UV). Al finalizar el año 2005, José de la Colina recibió un reconocimiento a su labor periodística con el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, en la Feria del Libro de Guadalajara.

Portarrelatos (Ficticia/UNAM) fue publicado en 2007. Se trata de un experimento de historias y estilos; un conjunto de textos largos y minificciones de una sola línea. La tensión dramática de los personajes y los diversos escenarios crean una atmósfera que en general es de nostalgia y deseos contenidos donde las premisas de la obra se vacían dentro de las historias.

Sobre José de la Colina

Octavio Paz:

"La figura de este solitario es ejemplar por más de un motivo: como director y animador de revistas y suplementos culturales, como crítico y cronista de la literatura y del cine, como narrador y cuentista, como traductor. Dije solitario pero me apresuro a añadir: cordial. Podría haber dicho también, sin jugar con las oposiciones, apasionado e irónico, estricto y generoso, colérico y tierno. Una conciencia insobornable, un amigo abierto y leal, un escritor singular: su prosa es una de las mejores de México. Más que un solitario, un libertario: más que un libertario, un espíritu libre".

Adolfo Castañón:

"El placer del cuento bien contado, del ensayo bien resuelto y de la traducción bien fraguada y cristalizada serían las agujas de la brújula que lo guía por el laberinto de la prosa. Hombre de gusto y hombre bueno, José de la Colina se ha deslizado por el plano oblicuo de las letras mexicanas sin hacer mucho ruido, como quien no quiere la cosa innovándolo todo con modo pero sin ruido ni bombo ni platillo. Ha sido también un polemista honrado y valiente que, en su momento, ha sabido exorcizar algunos demonios ideológicos incrustados en este o aquel cuerpo editorial. Pero ha sido, además de un escritor admirable y un lector pertinaz e inquisitivo, curioso y curiosísimo, un hombre valiente que no ha tenido miedo de andar a pie por las calles de la literatura y portarse como un decente peatón en medio de las mentiras bilingües, los pretextos partidarios y las conciencias satisfechas."


A los 21 años de edad, De la Colina publica su primer libro, Cuentos para vencer a la muerte, y a partir de entonces se empieza abrir camino en el mundo de la literatura como narrador, editor y crítico.

Más tarde se convierte en miembro de los consejos de redacción de Revista Mexicana de Literatura, Plural y Vuelta, en subdirector del suplemento cultural Sábado, en la época de oro del periódico unomásuno, y director del "Semanario Cultural", del periódico Novedades. A través del tiempo, asimismo, ha colaborado en Ideas de México, Revista de la Universidad de México, La Palabra y el Hombre, Nuevo Cine, Política, México en la Cultura, La Cultura en México, El Nacional, Letras Libres, Milenio Diario, La Gaceta (Cuba), Cine Cubano y Casa de las Américas (Cuba), Le Chanteau du verre (Bélgica), Contrechamp y Positif (Francia).

En 1994 ingresa al Sistema Nacional de Creadores Artísticos y su narrativa breve se compone por La tumba india (cuentos, colección Lecturas mexicanas, SEP, 1984), Tren de historias (relatos, Editorial Aldus, México, 1998), Álbum de Lilith (cuentos, Editorial Daga, México, 2000), Traer a cuento / Narrativa (1959-2003) (colección Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica. 2004) y Muertes ejemplares (cuentos, ediciones Colibrí, México, 2005). Ficticia Editorial le está por publicar su libro de cuentos Portarrelatos.

Tambien ha publicado libros de ensayo (Libertades imaginarias, Editorial Aldus, México, 2001. Premio Mazatlán de Literatura, 2002, p.e.), crítica cinematográfica y una novela, Aunque es de noche (1992).

foto:internet.semblanza biográfica:omnibiografia.com.ensayo:arts-history.mx/banco/index.php?id_nota

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