18.7.11

El autor ante el futuro

Mientras el juez estudia si hay un lado ilegal en la SGAE, algunos miembros tildan el legal de "anticuado". ¿Ha evolucionado lo suficiente el copyright digital como para actualizarlo?
Ilustración inspirada en los carteles del programa espacial de la URSS- foto:Jorge Lawerta.fuente:elpais.com


El objetivo de la SGAE es claro: "una entidad de gestión colectiva dedicada a la defensa y gestión de los derechos de propiedad intelectual", define su web. Puede que sus excesos hayan causado sobre tal propósito un efecto afín al de la Inquisición sobre la Iglesia católica (las redes sociales dan buena cuenta de ello), pero hay que recordar que el resquemor precede a tan particular gestión.

Viene de hace más de una década, de cuando los ordenadores permitieron crear copias perfectas, e Internet, distribuirlas. De cuando el "yo antes copiaba mis casetes para mis amigos y no pasaba nada" servía de jurisprudencia casera ante la nueva posibilidad de piratear. Ahí fue cuando el organismo empezó a cerrar la mano, y la cultura cibernética, a exigir que los derechos de autor se adaptaran a los nuevos tiempos.

Ahora que la judicatura cuestiona la legalidad de ciertos aspectos de su gestión, ahora que la SGAE cambia de dirección, cabe preguntarse: ¿Hemos aprendido lo suficiente sobre copyright en la era digital para aprovechar esta oportunidad?

La industria editorial debería encarnar este aprendizaje: acaba de entrar en el mercado digital tras años de observar el debate. "Pero están igual de desconcertados", alerta Simon Stokes, un abogado inglés especializado en copyright digital y publicaciones. "Localizamos a quienes se descargan libros y pedimos por favor que destruyan el fichero, que es algo más amable que la industria musical. Pero criminalizar al internauta que descarga es esencial".

En su día se predijo que la alternativa a la persecución de usuarios serían los contenidos accesibles que invalidarían el pirateo. Hoy, con plataformas como Spotify, ¿se les da la razón? José Carlos Tous, el creador de la española filmin.es -una web de cine online cuyos 1.700 abonados pagan 10 euros por las 1.100 películas de su catálogo-, aún ve lejano el día en que todas las industrias puedan plantarle cara a los piratas. "Hasta que la televisión no esté conectada a Internet, mi modelo no puede desarrollarse si mi producto se ofrece gratis en otras webs. En otros países funciona porque el pirateo es menor".

Las propuestas más radicales han venido de fuera del mundo de los negocios. "Mira Brasil", explica Daniel Granados, que desde el International Music Observatory analiza la gestión musical de diversos países. "Su Ministerio de Cultura está dirigido por un músico, Gilberto Gil, y antes que alinearse con la industria investigó la periferia. Creó un circuito de conciertos que da un flujo económico importante y él pagó a los artistas para que el acceso a su música fuera libre".

¿Un modelo a seguir? "En ningún caso se debería incentivar la creación artística desde lo público. Eso lleva al mecenazgo", advierte el abogado especializado Carlos Sánchez Almeida. Y apunta a una solución que muchos de los citados ratifican: "En la era digital es imposible evitar la realización de copias privadas. Lo más razonable sería un sistema de remuneración compensatoria para el artista. El dinero se puede extraer sin repercusión al consumidor: de los beneficios del mercado de banda ancha. Las compañías telefónicas son las grandes beneficiadas del incremento de tráfico generado por estas copias".

Existen innumerables puertas de cara al futuro. Aquí hemos querido apuntar algunas que toman fuerza.

Seis realidades alternativas

Ante el dilema de un porvenir incierto, han surgido opciones muy diversas para distribuir por Internet contenidos protegidos. A la izquierda, propuestas ideológicas que se postulan como disyuntiva al copyright, y a la derecha, negocios en la red que construyen al margen de la piratería.

Copyleft. Una aplicación específica de las leyes de copyright que permite a los autores ceder los derechos que les plazcan para que el público acceda o manipule libremente sus obras. Tras cobrar notoriedad gracias al potencial viral de la era digital, ha devenido en una carrera entre idealistas y abogados. Los primeros esperan que se registren tantas obras con copyleft que el copyright clásico deje de tener sentido. Los segundos, que se registren tantas obras con copyleft que se cree jurisprudencia de una vez.

Creative Commons. "Cualquiera puede tomar imágenes y sonidos de Internet y usarlos para decir cosas de forma diferente. Es el alfabeto de la nueva generación". Así define su fundador, Lawrence Lessig, esta rama de copyleft. Diez años después de nacer le pasa igual: ni ha caído en desuso ni ha llegado al mainstream. Con 20 millones de obras en catálogo, en junio ha dado su mayor paso: YouTube permite elegir a quien suba vídeos qué licencia prefiere y ha abierto un canal Creative Commons con más de 10.000 vídeos.

QuestionCopyright.org. Mitad laboratorio de ideas, mitad organización sin ánimo de lucro, esta web apunta al donativo privado y voluntario como forma de remuneración. Su mayor logro es el premiadísimo largo de animación Sita sings the blues (2008): con una única autora, Nina Paley, adornado con música libre de derechos. Se ha proyectado en cines por cifras irrisorias, se vende en DVD y se puede ver gratis en Internet. Paley anima a quien le compre DVD a que los tuesten, "porque no es pirateo, es distribución".

Spotify. Diez millones de europeos lo tienen instalado (cuatro en España) para escuchar en streaming sus 13 millones de canciones. La asignatura pendiente son las cifras: su creador, David Ek, esperaba que empezara a reportarle beneficios a finales del año pasado. Pero lo más que reconoce Lutz Emmerich, director de Spotify en España, es un "seguimos en crecimiento". En 2010 le reportó 45 millones de euros artísticos a la industria. "Para pipas, vamos", se lamenta Gerardo Cartón, de la discográfica PIAS.

Netflix. En 2008, Disney y Warner cedieron su catálogo a esta empresa, que hasta entonces alquilaba DVD por correo, para que los emitiera por la Red a cambio de 17,5 millones de euros al año. Salieron perdiendo. Hoy, Netflix tiene 23,6 millones de usuarios y es la marca para ver cine por Internet. Con más de 100.000 películas accesibles desde más de 100 dispositivos (la mayoría, en tele) a cambio de 5,60 euros mensuales, ridiculiza la idea de la descarga ilegal. En España está previsto para enero, con 7.000 títulos.

Hulu. En EE UU, desde 2009, el hábito de ver series en el ordenador es legal y rentable gracias a este YouTube de la tele. Ofrece todas las series y programas de las principales cadenas inmediatamente después de su estreno y su visionado es gratuito. Sus ingresos vienen de la publicidad y del casi un millón de suscriptores que pagan 5,60 euros al mes para acceder desde dispositivos móviles. Los distribuidores la culpan de mermar las ventas de DVD y de acostumbrar al público a pausas publicitarias demasiado breves.

La teoría del cambio

Para Dean Baker, codirector del Centro de Investigación Política y Económica de Washington, el copyright es un trámite arcáico a reformar.

Critica usted que, mientras todos los mercados luchan por zafarse de la regulación, el de la propiedad intelectual la busca.

Me parece una contradicción. El copyright es hoy necesario. ¿Pero es la mejor opción? Creo que no. Es muy caro mantener una ley de hace años cuando todo ha cambiado. Obliga a desarrollar estructuras legales y tecnológicas a su alrededor, parches artificiales que la mantengan con vida. La lógica económica dicta que debe renovarse.

¿Hacia dónde?

Hay muchas alternativas. Propongo dar el dinero que pagamos ahora en copyright en la declaración de la renta. Con él se puede pagar a todo el que pueda demostrar que es artista. Por trabajar, no por su trabajo. Con el artista remunerado, las obras pueden distribuirse sin protección.

¿Es práctico un cambio tan radical?

Es pragmático. Me gusta el mercado, y defiendo su lógica: en lugar de que unos pocos ganen mucho dinero con su arte, muchos ganarían un poco. Las grandes empresas (Disney, Sony...) perderían, pero eso es problema de los políticos. Total, el artista solo recibe un porcentaje ínfimo del producto que vendía. El resto es para la industria.

¿Y toda la gente que trabaja en la industria?

La industria es hoy un lastre. Ya no hace falta para que el arte llegue a manos del público. Esa gente tendría que irse a otra área en la que a lo mejor ganen menos dinero, pero serían más útiles para el mercado. Se quejarían, pero esto ha pasado siempre en la historia.

Por una ley práctica

Ian Hargreaves, editor de un estudio sobre derechos de autor encargado por David Cameron, cree que el cambio debe hacerlo por ley

¿Es posible una cultura a favor de los derechos de autor en Internet?

Claro. Mira Financial Times: se hizo de pago y ahora tiene unos suscriptores fieles que le están dando muy buen negocio. En cuanto la ley reconozca las circunstancias digitales, otros tantos podrán decir lo mismo.

¿La clave está en las leyes?

No hay desarrollo posible sin amparo legal. Hay un conflicto entre quienes defienden la legislación y quienes creen que estos principios de hace tres siglos están bloqueando el progreso. Hasta que se resuelva, la economía europea, que depende del mercado de las ideas casi tanto como del de la ingeniería avanzada, está en grave peligro.

¿Qué cambios propone usted?

Una ley que cree una base de datos de contenidos protegidos. Sería de acceso público y unificaría, aceleraría y abarataría la compraventa de derechos. Con lo cual, la legalidad de ciertas copias digitales se zanjaría sin pleitos. Y legalizaría el uso de contenido protegido con fines satíricos. La sátira cimenta muchas sociedades europeas y los pastiches son una institución en las generaciones más jóvenes.

¿Qué trámites habría que pasar?

Los países europeos no pueden cambiar estas leyes por sí solos. La propiedad intelectual la gestiona la Unión Europea y ella debe sacarlos adelante.

¿Se tardaría mucho?

Hay voluntad de cambio. Si se canaliza bien, en menos de un año estaríamos abriendo a un mundo al que ahora estamos cerrados.

España y el abismo autoral

Los responsables de las discográficas españolas reflexionan sobre adónde se dirige nuestra propiedad intelectual.

"Es muy triste que los derechos de autor hayan perdido fuelle porque la SGAE haya cometido excesos. Es absolutamente lo único que tenemos los artistas. No tenemos más". Las palabras son de Mark Kitcatt, presidente la Unión Fonográfica Independiente y director de la discográfica PopStock! Pero podían venir de cualquiera de la industria independiente española. Se pintan víctimas involuntarias, frustrados náufragos en ese desconocido páramo entre el legítimo derecho a la propiedad intelectual y la SGAE. "Esa sociedad ha criminalizado a nuestro público, ha recaudado de donde no debería y ha presionado al Gobierno para que no escuche al público que nos da de comer. Nadie dice que no haya que ser el malo de la película, pero así es muy difícil exigir un derecho", se lamenta Daniel Granados, director del sello discográfico por Internet Producciones Doradas.

Por eso, su prioridad máxima es reformar la entidad gestora. "Hace falta un cambio generacional, para empezar", advierte por correo electrónico Marcos Collantes, director de Mushroom Pillow. "Y más claridad: en los repartos, en el sistema de votación, en las campañas de comunicación, y en los mismos gestores: hay que dejar de personalizar en una figura toda la gestión. Los tópicos sobre Alejandro Sanz, Víctor Manuel y demás no abren un debate constructivo con el público". Lamentan también el vivir en un mercado tan difícil como el español. Como dice Kitcatt, "este pueblo también odia a los políticos. Cuesta ser una institución aquí".

El debate de cómo existir en la era digital -que fue lo que propició los excesos de la SGAE en primer lugar- es algo para otro día. El copyleft es, para ellos, una iniciativa interesante, hasta necesaria, pero marginal. No se plantean un mundo sin una entidad que haga del arte algo rentable ("existen en toda Europa y son todas idénticas", afirma Kitcatt) y algunos hasta apuntan a las empresas de telecomunicación como principal interés en que se cuestione el copyright. "Un artista tiene que ganar dinero", defiende Gerardo Cartón, director de PIAS. "Y si es mucho, mejor. Francamente, prefiero ver cómo un artista se hace millonario a ver cómo se lo hace un futbolista o un banquero".

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