Las posibilidades para el libro en internet son muchísimas y muy positivas.foto.fuente:elespectador.comPara evitar que la industria editorial sufra las mismas penurias que ya han padecido la industria musical y cinematográfica es necesario crear unas reglas claras de juego sobre el valor de la cultura
Desde hace pocos años el libro ha venido sufriendo una metamorfosis de dimensiones insospechadas. Lo que en principio fue escritura sobre piedra, luego sobre papiros, más adelante, tal y como la conocemos ahora, sobre papel, ha dado un giro radical y rápido para ponerse a la par de los avances tecnológicos. El libro, como lo leemos hoy, desaparecerá en los próximos años, y las editoriales, conscientes de este fenómeno, han comenzado a ejecutar acciones para que la literatura no quede rezagada en la era digital. Vamos un poco más atrás que la música y el cine, pero también hemos aprendido de la difícil experiencia que ellos han padecido en este proceso y por esa razón quisiéramos tomar las medidas preventivas para evitar sufrir los abusos por los que ellos han pasado en esta evolución a los medios digitales. Abusos que tienen que ver con el uso ilegal de su trabajo a través de la piratería física y digital.
El libro, y la literatura como patrimonio, también han padecido en lo físico los rigores de las mafias de la piratería con todos los efectos negativos que esto implica para la economía, para la industria, para el empleo, y por supuesto, para los mismos autores. Hoy en día los contratos con los autores no se firman, lamentablemente, basados en la calidad literaria del autor sino en sus ventas. Y claro, la piratería del libro afecta más a quienes venden más, pero en el paso que se está dando actualmente hacia el libro electrónico, la posibilidad que cualquier autor, así venda mucho o venda poco, pueda ofrecer su obra en el mercado digital, es muy alta, tan alta como es la posibilidad de que su obra se lea, de una manera ilegal, tal y como les sucede a los que más venden. Y, pongo este ejemplo porque así sucede actualmente con el libro físico, al momento de firmar los contratos para las ediciones digitales, los editores o quienes vayan a comandar esas nuevas plataformas, tendrán sólo en cuenta las descargas legales, las ventas que ellos puedan asentar en sus libros, lo cual afectará negativamente al creador, al autor de la obra literaria, poniendo en riesgo la publicación y la difusión de sus futuras creaciones.
Las posibilidades para el libro en internet son muchísimas y muy positivas. Se superarán las fronteras que el medio editorial hoy no alcanza a cubrir. La lectura aumentará y los precios bajarán. Hace muy poco, el diseñador de una de las tabletas electrónicas más novedosas, informó que en 2010, sólo a través de su tableta, hubo más de cien millones de descargas de libros legales, a precios muy por debajo de los libros físicos.
Hoy en día, cualquier persona puede llevar en un mismo aparato, su agenda, su música, sus juegos favoritos, su álbum de fotos y también puede llevar sus libros. Pero debemos cortar de una vez por todas con la idea cómoda y demagógica de que todo los que cargamos en esos aparatos electrónicos tiene que ser gratis. Gratis, ¿por qué? ¿Por qué tengo que ofrecer gratuitamente mis libros si cada uno me ha tomado años de trabajo, de investigación, de esfuerzo, de alegrías y de tristezas? ¿Por qué gratis si lo que siempre he soñado es poder dedicar todo mi tiempo a la escritura y si mis libros no me dieran para hacerlo, entonces tendría que buscar otra ocupación que no me permitiría tener el tiempo libre para escribirlos?, ¿Por qué quien vende seguros, carros, alimentos, servicios públicos no los da gratis? ¿Por qué no es gratis el agua a la que tenemos derecho y necesitamos todos los seres humanos? Porque sabemos que detrás de todo producto y de todo servicio hay un esfuerzo que se valora a través de un pago. Sigo sin entender, entonces, por qué la cultura tiene que ser la excepción.
Si hay algo que tiene que comprender el usuario de internet que ama la música, que ama el cine o la literatura es que toda obra creativa o artística tiene un dueño legítimo que la ha construido con sudor, dolor y pasión, y no puede obligarse a ese creador a regalar su obra, simplemente porque lo han vencido las mañas y la astucia de quienes ejercen el manejo del espacio digital. Es una obligación moral de los proveedores de los servicios de internet y de los usuarios respetar esa propiedad intelectual y legítima del artista.
No se debe desaprovechar la oportunidad que ofrece internet para que nuestro arte, el arte y la creación colombiana, lleguen con mayor rapidez y eficacia a todos los rincones del mundo; no existe hoy en día una mejor manera de divulgación, pero hay que crear un orden, unas reglas de juego para que el arte y la cultura sigan teniendo un valor, y ese valor es el tiempo, la dedicación, el esfuerzo, la creatividad y la vida que cada artista le dedica a su obra, y, dentro de un mundo legal, ese valor tiene que convertirse en un estímulo para que siga habiendo más arte, más cultura y creación, para que nuestro país, más allá de los avances económicos, más allá de superar los problemas que nos han agobiado por décadas, preserve su alma, que no es otra cosa que su arte y su cultura.
¿De qué se trata la Ley Lleras?
La Ley Lleras es una iniciativa impulsada por el Gobierno como parte de los compromisos que Colombia debe honrar de cara a la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
En palabras sencillas, el proyecto pretende darle herramientas a los autores para poder quitar de la red material que presuntamente esté infringiendo el derecho de autor.
Así que el autor que considere que cierto material viola sus derechos presenta una queja ante la empresa prestadora del servicio de internet (ISP, por sus siglas en inglés) en donde está alojado el contenido y es ésta la que decide si lo da de baja o no.
Éste es uno de los puntos que ha despertado más suspicacias, pues los críticos del proyecto aseguran que debería ser un juez de la República el encargado de decidir qué se ajusta a la normatividad sobre derecho de autor y no una empresa constituida para prestar un servicio de telecomunicaciones.
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