Por: Ezequiel Martínez¿Es posible contar la vida de una persona cuando el relato de quienes la conocieron es diferente, pero siempre real? De esto trata la nueva novela de Alberto Manguel, Todos los hombres son mentirosos. En esta entrevista, el escritor argentino habla de esa imposibilidad de contar una historia, y también dice: "Tengo que enjuagarme la boca de Borges antes de sentarme a escribir".
Alguien definió alguna vez a Alberto Manguel como un "hombre-libro". Es que además de escritor, este argentino residente en Francia ha transitado casi todos los oficios afines: ensayista, editor, traductor, y por sobre todas las cosas, lector. Su biblioteca con más de 30 mil volúmenes en Le Presbytère, su refugio medieval en Poitiers, es casi una leyenda.
Si algo le faltaba era convertirse él mismo en un personaje de ficción. Lo ha hecho en su nueva novela, Todos los hombres son mentirosos, que acaba de distribuirse en la Argentina. Aunque Alberto Manguel (el personaje de ficción), es dibujado como "un imbécil, un auténtico inútil" por Alberto Manguel (el autor), él jura que se ha divertido con ese juego verdades falsas.
Porque de eso trata Todos los hombres..., de un rompecabezas que atraviesa la certeza de que no hay certezas, de que toda vida es un conjunto de historias parciales, de verdades fragmentadas, de recuerdos decantados. De la imposibilidad de contar una biografía que no sea la fotocopia difusa de una vida.
En la novela de Manguel, es el personaje de un periodista francés llamado Jean-Luc Terradillos, el que intenta desatar el nudo alrededor de la existencia de Alejandro Bebilacqua, un enigmático escritor argentino exiliado en la España franquista y cuyo aparente suicidio, treinta años atrás, lo cubre aún de más misterios.
A través de una estudiada ingeniería narrativa, la novela reconstruye la vida de Bebilacqua en cinco capítulos narrados por cinco personajes diferentes: un escritor argentino que dice haber sido su confidente (el propio Manguel), su amante española, un cubano compañero de celda durante la dictadura argentina, un delator que habla desde el más allá, y el mismo periodista que intenta unir en una misma madeja la suma de estos testimonios deshilachados.
Con esa columna vertebral que pone en evidencia la fragilidad arbitraria de los recuerdos y la memoria, la obra es también un policial, un ensayo histórico sobre el exilio y los años 70, un manifiesto irónico acerca de la literatura como un asunto de próceres prefabricados. De esa complejidad narrativa habló Manguel en una entrevista telefónica atravesada por los silencios de la campiña francesa.
Usted ha comentado que esta novela le llevó casi 15 años de trabajo, la primera que escribe originalmente su idioma natal, el castellano. ¿Esa fue la principal razón de la demora?
Por un lado, sí, y también por la complejidad de la novela. Porque me resultó evidente que si quería trabajar justamente sobre esa idea de que no podemos conocer una sola versión de la verdad, o una versión de la realidad que no sea mentira, había que seguir por lo menos una buena cantidad de estas variantes. La segunda razón es que yo empecé –como empieza un escritor no muy experimentado–, equivocándome sobre la forma de contarla. En un primer momento creí que iba a poder contar una historia en inglés y sobre un inmigrante latinoamericano en Canadá. Pero no resultaba porque la realidad canadiense es demasiado "normal", entre comillas... digamos que las conclusiones a las acciones civiles son previsibles, lo cual para un argentino o para un español, sobre todo para un español de aquel momento, hubiese sido inconcebible. La noción de que un ciudadano hace algo de acuerdo a las reglas o a la ley, y la cosa sigue su camino, es de una ingenuidad que ni siquiera el más tonto de los argentinos se lo hubiese creído. Entonces fue cuando comencé a escribir un poco en castellano, hasta que me di cuenta que podía utilizar esa riqueza del castellano: al mismo tiempo que contaba distintas versiones de una realidad, podía contarlas también en castellanos distintos.
O sea que el idioma fue como una bisagra; encontró que el tono que la novela necesitaba era en castellano.
Creo profundamente, desde casi siempre, que el idioma dicta no sólo cómo contamos algo, sino también lo que contamos. Hay historias que pueden contarse en un idioma y no en otro; se pueden después traducir, pero no es lo mismo. Así que para esta historia por suerte encontré los castellanos para contarla.
Pero el eje de la historia siempre estuvo puesto en la imposibilidad de contar una vida.
No sólo una vida, sino contar el más mínimo de los hechos. A usted le habrá pasado que está recordando un momento de su infancia o de su adolescencia con otra persona que tuvo también un rol en esa escena, y usted la cuenta de una manera y la otra persona dice, "pero no, así no pasaron las cosas, fueron de otra manera", y los elementos son los mismos, pero la historia o la impresión de esa historia es totalmente distinta. Para usted pudo haber sido un momento feliz y para la otra persona por ahí fue el peor momento de su vida, y así sucesivamente. Yo trabajé durante un tiempo muy corto como periodista, y era extraordinario entrevistar a gente que contaba un mismo evento de formas no sólo distintas, sino además completamente contradictorias, sin creer que estaban mintiendo. Nadie estaba inventando nada, sucede que simplemente habían vivido esa realidad de manera tan diferente que un solo testigo es incapaz de reunirlas todas.
En la novela hay mucho de ese juego, de esos desvíos de la memoria. Queda la sensación de que ni siquiera los recuerdos o la memoria sean algo certero, las verdades se mezclan en un rompecabezas.
Absolutamente, eso corresponde exactamente a lo que yo pienso es la realidad y es el recuerdo. Las pruebas para mí son infinitas. A la vez nos convencemos, hay una especie de convención en que vamos a creer que lo que sucedió fue esto, nos ponemos de acuerdo, pero nadie lo cree del todo.
Cinco voces son las que reconstruyen la vida de Alejandro Bevilacqua, pero a la vez el lector va armando a un personaje distinto al de los testimonios. ¿Esa fue su intención?
Sin duda, y espero en realidad ocurra así. Si no fuese así, la novela habría fallado, porque es cada lector individualmente quien reúne de una cierta manera el testimonio de esos personajes para crear su versión de lo que ocurrió y de quién fue ese protagonista. De todas maneras, yo creo que eso es lo que hacemos siempre cuando leemos una novela. La impresión que tienen un lector y otro acerca de quién es Madame Bovary, va a variar de lector en lector y de generación en generación. Lo que no quiero es que se piense que soy un filósofo del relativismo absoluto, porque no lo soy. Esa idea de que todo es relativo, de que nada puede saberse, me parece una tontería, no es así. Me parece mucho más complejo: las cosas sí pueden saberse pero con un cierto número de facetas. No es que la realidad sea relativa; afortunadamente o desgraciadamente la realidad es muy concreta, pero nuestra experiencia de la realidad necesariamente es parcial.
No sólo la historia de Bevilacqua, sino también las de los testigos van mutando de acuerdo a quién la cuenta. Ud. mismo es un personaje, aunque no se deja muy bien parado...
(Se ríe) Tenia que ser así. Uno no se va a presentar como un Sandokán. Yo quería que fuese un personaje que transita una especie de tardía adolescencia, donde uno siente que para los otros uno es torpe, es tonto.... Además me divertía mucho el hecho de que yo podía ser pedante en contar la historia, y que inmediatamente después el personaje de Andrea dijese "Alberto Manguel es un imbécil".
El título de la novela que está dentro de la novela, "Elogio de la mentira", también juega con el tema de lo que es o no verdad. No se termina de saber si se trata de una obra maestra o de un invento del marketing.
Claro, tenía que haber alguna duda. Esa es una cosa que Kipling hace mucho: para darle realidad a lago, la duda. Si yo le digo en un cuento, "es la mujer más hermosa del mundo", usted no se lo cree necesariamente. Pero si le digo que es la mujer más hermosa del mundo para diez de los personajes, porque hay un onceavo personaje al que le parece que la mujer no vale nada, es mucho más real, más verosímil.
El contexto histórico habla de un momento histórico de la Argentina y de España bastante complicado, con todo lo que significaba además el exilio.
La dictadura militar en la Argentina y la España de Franco son dos de las realidades políticas que no podemos evitar. Creo que el idioma nunca es inocente de la realidad política, y escribir en castellano y no tomar en cuenta estas dos cosas me parece imposible. Esa fue una de las razones de abordar el tema.
Teniendo en cuenta este tema de las verdades fragmentadas, ¿se puede encontrar una verdad histórica en una novela que no esté contemplada en un ensayo histórico tradicional?
Creo que esa es la experiencia que tenemos todos, ¿no? En la realidad argentina ningún libro de historia nos explica tanto o lleva tanta carga documental como Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, por ejemplo, o ninguna novela histórica nos habla tanto de la tiranía como el cuento de Guillermo Martínez, Infierno Grande, y así hay muchos ejemplos. Para cada momento histórico se puede tomar una novela o una ficción que va a revelar algo más profundo y más amplio que la mera documentación de un libro de historia, que es útil, que es necesario, por supuesto, pero que no nos hace sentir la realidad como lo puede hacer una ficción. Más que complementarla, la profundiza, le da mayor realidad psíquica. Yo entiendo más lo que fue la Argentina de Perón a través de esas novelas que a través de sesudos libros de historia.
Su obra incluye varios títulos sobre el acto y la pasión de leer. ¿Cómo influye o incide todo lo leído al momento de escribir?
Pesa de dos maneras: pesa de forma positiva, porque uno se adiestra leyendo. No creo que nadie pueda enseñar a escribir, pero uno puede aprender a escribir leyendo. Y pesa de manera negativa porque yo por ejemplo tengo que enjuagarme la boca de Borges antes de sentarme a escribir.* Hay ciertos escritores que tienen como un enorme peso y un tono casi contagioso que hay que tratar de olvidar o relegarlo al inconsciente; entonces cuando escribo yo tengo que leer algo más o menos neutro para tener un tono que sea más o menos mío, porque si uno lee a Borges y se pone a escribir, le sale un Borges muy malo.
Así escribe
Yo conozco los capítulos que siguieron a su muerte (iba a decir "desaparición" pero esa palabra, amigo Terradillos, nos está prohibida). Él, por supuesto, no. Quiero decir que su historia, esa que tejió y destejió tantas veces, es ahora mía. Soy yo quien decide su suerte, soy yo quien daré sentido a su itinerario. Ésa es la misión del sobreviviente: contar, recrear, inventar, por qué no, la historia ajena. Tome cualquier cantidad de hechos en la vida de un hombre, distribúyalos a su gusto y placer, y allí tiene usted un cierto personaje, de una verosimilitud incontestable. Distribúyalos de una manera una pizca diferente, y ¡caramba! El personaje ha cambiado, es otro, pero igualmente verdadero. (Fragmento de "Todos los hombres son mentirosos", RBA, 2009, pág. 20)
Manguel Básico
Buenos Aires, 1948. Escritor
*Mis subrayados
fuente:revistaenie.clarin.com
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