Nicolas-Edme Rétif de la Bretonne (1734-1806) resulta un escritor bastante atípico dentro de la literatura francesa. Hijo de un terrateniente de Yonne, primero intentó ser sacerdote, y más tarde fue confidente de la policía, además de impresor.
A los treinta y dos años publicó su primer libro: La familia virtuosa, pero se debió de cansar pronto de la virtud ya que sus siguientes obras parecen inclinarse más bien hacia el vicio: El pornógrafo y La campesina pervertida, entre otras.
Fue enemigo de Sade, y lo quiso emular y hasta superarlo con su novela Anti-Justine, por oposición a la Justine de Sade. No lo superó, pero logró escribir una historia tan escabrosa como la del marqués, y de una amplia amoralidad.
Tras su muerte, fue bastante olvidado y han sido sus obras sobre la Revolución Francesa las que más han contribuido a su relativamente reciente resurrección: El palacio real, por ejemplo, y sobre todo Las noches revolucionarias, intenso relato de la época más crítica de Francia y que conforma tan sólo una parte de su vastísima crónica Las noches de París.
Como Maupassant, Rétif de la Bretonne fue un pájaro nocturno (lo llamaban el búho de París) y buena parte de su obra tiene por escenario la noche, que suele estar llena de revelaciones, como están llenas de revelaciones Las noches revolucionarias.
Uno de los aspectos más atractivos de esta obra, y que más modernidad le puede conferir al autor, reside en el intento de narrar la instantaneidad, lo que convierte su crónica en una sucesión, a veces vertiginosa, de emociones encadenadas, que permiten sentir el flujo mismo de la vida, con todas sus glorias, miserias y abominaciones. El lector advierte que Rétif de la Bretonne casi no tiene tiempo de asimilar y ordenar lo que está viviendo, circunstancia que convierte su relato, además de en una crónica histórica fluida y alucinante, en un laberinto de proclamas, consejos, aspiraciones y deseos, y donde Rétif mezcla su vida colectiva con la personal. La crónica propiamente social va a conformar dentro del texto el río principal, en el que confluyen muchos afluentes, tantos como los personajes y las calles que se van deslizando por el libro. El hecho de que Rétif utilice todo el rato el presente de indicativo le da todavía más inmediatez a su crónica, y hasta más veracidad periodística.
La lectura de Las noches revolucionarias nos puede hacer pensar que había en Rétif de la Bretonne "algo de precursor", como en el Andrés Hurtado de Baroja, y es que en sus mejores momentos (esos en los que evita las proclamas y los entusiasmos excesivos) parece estar inventando el periodismo moderno, y algunos fragmentos de Las noches son de una agilidad periodística más que notable.
Rétif no omite ninguno de los horrores del periodo revolucionario, y a lo largo de su relato va desplegando un mundo de abusos continuos, violaciones salvajes, ejecuciones dementes, prostitución infantil, villanos descerebrados, burgueses sin cabeza, y aristócratas con la cabeza en otra parte.
A pesar de que Sade y Rétif fueron enemigos más bien mortales, conviene leerlos a la vez, o al menos tener en cuenta a Sade cuando estamos leyendo a Rétif, pues en realidad son escritores que se complementan (justamente porque se oponen) y que debido a ello pueden iluminarse el uno al otro.
Sade elaboró una gigantomaquia del sexo y la perversión fundamentada en la violencia ejercida sobre el otro, base cardinal de su sistema, pero toda esa escatología sexual, aparentemente imaginaria, halló cabida y lugar en las noches de la Revolución, y sobre todo en las del periodo del terror. Si Sade supo imaginar a su manera el universo abismal en el que se iba apoyar la nueva ciudadanía, en Las noches revolucionarias de Rétif de la Bretonne vemos ese fondo abismal concretándose en el cuerpo social e iluminando, desde los hechos mismos de la realidad pura y dura, toda la escatología de Sade y su peculiar Apocalipsis sangriento y sexual, anclado en lo que el mismo Sade llamó "el entusiasmo de los castigos". Ese entusiasmo de los castigos que experimentan por igual los personajes de Sade y los personajes de Las noches revolucionarias. Del sadismo formal, teatral y repetitivo de Sade, al sadismo sustancial, trágico y reiterativo de Las noches no hay tanta distancia, y el uno se refleja en el otro de la misma manera que parte de la obra de Rétif se reflejó claramente en la de Sade, le gustase o no a nuestro autor.
Sorprende que en estos tiempos de ideologías muertas y escasos entusiasmos colectivos volvamos a acercarnos a la obra de Rétif de la Bretonne, y a la vez es comprensible. Su estilo directo y caótico es de algún modo moderno, y los abismos que conoció en París también.
Fue enemigo de Sade, y lo quiso emular y hasta superarlo con su novela Anti-Justine, por oposición a la Justine de Sade. No lo superó, pero logró escribir una historia tan escabrosa como la del marqués, y de una amplia amoralidad.
Tras su muerte, fue bastante olvidado y han sido sus obras sobre la Revolución Francesa las que más han contribuido a su relativamente reciente resurrección: El palacio real, por ejemplo, y sobre todo Las noches revolucionarias, intenso relato de la época más crítica de Francia y que conforma tan sólo una parte de su vastísima crónica Las noches de París.
Como Maupassant, Rétif de la Bretonne fue un pájaro nocturno (lo llamaban el búho de París) y buena parte de su obra tiene por escenario la noche, que suele estar llena de revelaciones, como están llenas de revelaciones Las noches revolucionarias.
Uno de los aspectos más atractivos de esta obra, y que más modernidad le puede conferir al autor, reside en el intento de narrar la instantaneidad, lo que convierte su crónica en una sucesión, a veces vertiginosa, de emociones encadenadas, que permiten sentir el flujo mismo de la vida, con todas sus glorias, miserias y abominaciones. El lector advierte que Rétif de la Bretonne casi no tiene tiempo de asimilar y ordenar lo que está viviendo, circunstancia que convierte su relato, además de en una crónica histórica fluida y alucinante, en un laberinto de proclamas, consejos, aspiraciones y deseos, y donde Rétif mezcla su vida colectiva con la personal. La crónica propiamente social va a conformar dentro del texto el río principal, en el que confluyen muchos afluentes, tantos como los personajes y las calles que se van deslizando por el libro. El hecho de que Rétif utilice todo el rato el presente de indicativo le da todavía más inmediatez a su crónica, y hasta más veracidad periodística.
La lectura de Las noches revolucionarias nos puede hacer pensar que había en Rétif de la Bretonne "algo de precursor", como en el Andrés Hurtado de Baroja, y es que en sus mejores momentos (esos en los que evita las proclamas y los entusiasmos excesivos) parece estar inventando el periodismo moderno, y algunos fragmentos de Las noches son de una agilidad periodística más que notable.
Rétif no omite ninguno de los horrores del periodo revolucionario, y a lo largo de su relato va desplegando un mundo de abusos continuos, violaciones salvajes, ejecuciones dementes, prostitución infantil, villanos descerebrados, burgueses sin cabeza, y aristócratas con la cabeza en otra parte.
A pesar de que Sade y Rétif fueron enemigos más bien mortales, conviene leerlos a la vez, o al menos tener en cuenta a Sade cuando estamos leyendo a Rétif, pues en realidad son escritores que se complementan (justamente porque se oponen) y que debido a ello pueden iluminarse el uno al otro.
Sade elaboró una gigantomaquia del sexo y la perversión fundamentada en la violencia ejercida sobre el otro, base cardinal de su sistema, pero toda esa escatología sexual, aparentemente imaginaria, halló cabida y lugar en las noches de la Revolución, y sobre todo en las del periodo del terror. Si Sade supo imaginar a su manera el universo abismal en el que se iba apoyar la nueva ciudadanía, en Las noches revolucionarias de Rétif de la Bretonne vemos ese fondo abismal concretándose en el cuerpo social e iluminando, desde los hechos mismos de la realidad pura y dura, toda la escatología de Sade y su peculiar Apocalipsis sangriento y sexual, anclado en lo que el mismo Sade llamó "el entusiasmo de los castigos". Ese entusiasmo de los castigos que experimentan por igual los personajes de Sade y los personajes de Las noches revolucionarias. Del sadismo formal, teatral y repetitivo de Sade, al sadismo sustancial, trágico y reiterativo de Las noches no hay tanta distancia, y el uno se refleja en el otro de la misma manera que parte de la obra de Rétif se reflejó claramente en la de Sade, le gustase o no a nuestro autor.
Sorprende que en estos tiempos de ideologías muertas y escasos entusiasmos colectivos volvamos a acercarnos a la obra de Rétif de la Bretonne, y a la vez es comprensible. Su estilo directo y caótico es de algún modo moderno, y los abismos que conoció en París también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario