Por Yolanda Reyes
Mientras Colombia sigue absorta en los impresentables escándalos filiales y palaciegos de su Presidente, el mundo gira a la velocidad de Internet y discute problemas derivados de las nuevas tecnologías, que le cambiaron la faz. En parte, por desinformación y, en parte, porque nuestra capacidad de asombro está copada por las interceptaciones del DAS, pocos han reaccionado frente al artículo de Semana titulado '¿El buen ladrón?', acerca de los libros que fueron escaneados ilegalmente para incluir en Google Books.
Si leí con estupefacción el artículo, mi sorpresa fue mayor al descubrir que dos de mis libros flotaban sin permiso en Google, junto a millones de obras. Hagan de cuenta que un ladrón 'toma' algunas pertenencias de su casa y que, para colmo de males, se enteran muchos domingos después, al leer una revista. Pero lo que me pareció realmente cínico fue encontrar en mis libros escaneados la leyenda de "material protegido por derechos de autor". No hay que ser experto en la materia para saber que una de las premisas del derecho de autor es la potestad de "autor-izar" la publicación de un escrito. Que sea en Google, en la Biblioteca Europeana, en un sello editorial o en un anuario escolar, no altera el principio básico.
Para enfrentar la nueva pandemia abusiva que aqueja a esta nunca mejor llamada "aldea global", miles de autores del planeta están reaccionando frente a Google y toman conciencia de que la inminente masificación de aparatos como Kindle, el mp3 del mundo editorial, permitirá almacenar miles de libros, quién sabe en qué condiciones. La imposibilidad para restringir el acceso a los archivos digitales en esta red, abierta por naturaleza, suscita un nuevo dilema: ¿estar ahí al precio que sea, o defender principios que parecen obsoletos en la Era Digital? Si el Derecho de Autor surgió para afrontar los desafíos derivados de la invención de la imprenta y de su consiguiente facilidad para copiar lo que antes hacían los monjes a mano en ejemplares únicos, Internet no solo plantea nuevos retos a una legislación diseñada para la Era Gutenberg, sino que crea un nuevo orden económico, en el que los autores no podemos imaginar qué nos espera.
La amenaza que afrontó la música es ahora una realidad para la escritura y también afecta a la prensa, como lo señaló John Carlin en El momento crucial, un artículo publicado en el diario español El País, el 10 de mayo pasado. Según Carlin, el promedio diario de ejemplares vendidos en Estados Unidos bajó de 62 a 49 millones desde hace 15 años, gracias a Internet, y en el mismo lapso, los lectores de periodismo digital ascendieron de 0 a 75 millones. Las elocuentes cifras norteamericanas de 100 diarios que se dejaron de imprimir y el ejemplo de The Washington Post, que prejubiló a 250 periodistas entre el 2005 y el 2008, por no citar nuestros casos locales, parecen premonitorios. Algunos expertos españoles consideran que si el 2008 fue un año terrible, lo peor está por llegar, y una frase de Carlin resume la paradoja: "Nunca ha habido una mejor época para hacer periodismo escrito y nunca ha habido una peor para ganarse la vida haciéndolo".
Indudablemente, el cambio de paradigma abrirá un abanico de posibilidades culturales a precios accesibles. Con el ahorro de bosques y metros cuadrados de salas de redacción, bodegas y rotativas, por no mencionar costos de distribución y nómina, quizás salga ganando el lector, aunque cabe preguntarse si se le secará el cerebro de tanto que habrá por leer. Sin embargo, la gran pregunta es el lugar del autor frente al monopolio de Google: ¿volverá a ser tan insignificante y anónimo como lo fue antes de Gutenberg, cuando Dios dictaba y los monjes se limitaban a poner la mano de obra? Habrá que dar la pelea, pero, como dirían las abuelas, el hombre propone y Google dispone. Y ya que estamos citando frases de dominio público, conviene recordar que "en el comienzo fue el verbo". Alguien tendrá que conjugar el viejo verbo contar con el sustantivo historias. Sin esa materia prima, el negocio no funciona.
eltiempo.com
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