Por: Luís Chitarroni
Philip Roth no es alguno de los escritores que creemos que es. Tampoco es todos, como lo demuestra el nerviosismo, menos estilístico que atávico, de sus primeras personas. Consideramos una característica de las cuerdas vocales de los personajes de Roth vibrar, por lejos que estén de casa, con la sinagoga en la garganta, pasando del sombrío y ceñudo sionismo nocturno inicial a una especie de mediterránea insolación diaspórica. Desde que salió El lamento de Portnoy con ese título (ahora ha sido rebautizada El mal), Roth y sus protagonistas simbolizaron al judío neurótico norteamericano, con un repertorio de variantes físicas que van de Eliot Gould a Woody Allen.
Fisonómicamente más cerca del primero que del último, Kitaj lo dibujó a Roth como nadie, más de una vez. Ahora que sus contemporáneos se toman el trabajo de retirarse, empieza a distinguirse también la forma del fondo, algo así como la figura en la alfombra del cuento de James. Roth rota, va rotando como un dial, y la forma oscura que emerge del fondo tiene mucho de éste (de Roth, del fondo): es un espeso brebaje que convida los aspectos dolorosos y amargos con una mueca estoica implícita. Para averiguar la naturaleza misma del aullido sin arder en el medio, Roth nos ofrece una prueba. Sí, en su prolongada campaña de difusión de espinas y antídotos, ha encontrado dos ejercicios modales: la de hacerlo con acuciante resignación a las creencias de sus mayores ("el íntimo cuchillo en la garganta"); la de hacerlo con la angustiosa confusión atea de que así no se define una exclusión.
Igual que antes, como siempre, Roth pregona en Indignación, su último libro, esa ira bíblica, de la que parece ser un juramentado, con preciosa y accidentada singularidad. Hace años, en una subasta de libros de escritores a la que accedí, compré uno solo. Reunía dos condiciones que Roth sabría justificar: era el más barato y le había pertenecido a él (la firma ágil y pálida deslizándose en una de las preliminares). Se trata de una antología de Hugh Kingsmill titulada Invectiva y abuso (según Kingsmill, invectiva es cuando hablamos de los otros y abuso cuando los otros hablan de nos). Ese trofeo modesto es un ejemplo de la materia aleatoria con la que trabaja Roth, de su ira por los fetiches adyacentes de la cultura. Me ayuda a saber lo poco que podemos averiguar de los mejores sopesando sus bienes materiales.
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