21.5.14

Las paradojas del lenguaje

Filosofía. En su primer ensayo traducido al español, Werner Hamacher propone repensar a autores de inicios del siglo XX: Benjamin, Kafka y Celan
Werner Hamacher, profesor aleman, autor de Lingua amissa./revista Ñ


No es novedad que la tradición argentina de traducciones y aportes desde la filosofía ha sido y es un lugar de vanguardia. Celebrando justamente esta tradición, ha salido a la luz por primera vez en castellano una compilación con los trabajos más importantes de Werner Hamacher. Desconocido filósofo en nuestras latitudes, y un diamante oculto incluso para el grueso del Viejo Continente, este profesor de literatura de la Universidad de Frankfurt viene a movernos el avispero de la filosofía moderna, especialmente en sus lecturas de Walter Benjamin, Franz Kafka y Paul Celan.
Heredero filosófico de Jacques Derrida y Jean-Luc Nancy, Hamacher nos consagra en su Lingua amissa a repensar a autores claves y heréticos de principios del siglo XX y las problemáticas adyacentes a nuestro tiempo: la filosofía del lenguaje, el mesianismo, el derecho, la economía y la justicia. En este sentido, Hamacher desarrolla una innovadora filosofía que busca, con éxito, deconstruir la tradición antropológico-teológica del Occidente moderno abriéndonos las puertas sobre el destino del lenguaje y el devenir epocal del presente.
El eje de su pensamiento es el lenguaje, sus recovecos y vacíos, sus promesas y potencia. En el lenguaje se juega tanto el derrumbamiento de la Modernidad como su salvación. Hamacher presenta sus textos como diferentes estudios sobre las implicancias del paradójico movimiento del lenguaje. Y como la propia paradoja lo determina, es imposible sistematizar estos estudios como una teoría general, ya que el lenguaje, como escribe el filósofo, nunca es un movimiento de síntesis sin ser a la vez un movimiento que abre diferencias irregulables. Por ello, es la filología el cimiento de su palacio filosófico. Y si se ha convertido en uno de los especialistas de mayor renombre en Marx, Benjamin, Kafka, Celan y del propio Derrida, se debe a su trabajo de meta-deconstrucción del lenguaje y de una época, de las tradiciones filosóficas que se perciben entre sombras, en donde por momentos la luz deja vislumbrar las figuras y por momentos nos deja al borde del abismo de la terrible y deliciosa atracción e incertidumbre. Allí Hamacher encuentra la palabra: en la libertad y complejidad del lenguaje, en los bosquejos móviles, como él mismo llama, de “una teoría suelta, dada de manos, liberada de sus propios conceptos y justamente por eso acaso tanto más elocuente, tanto más filosófica”. Cada uno de los ensayos del libro nos sumerge en un laberinto de vínculos ensombrecidos porque son presencias –o espectros– que están ahí, que hemos creído identificar y a los que Hamacher les da nombre. La historia se sostiene en el lenguaje y en el derrumbamiento. No es casualidad que sea Kafka quien lleva el hilo de las lecturas benjaminianas: allí la literatura de este derrumbamiento sale del castillo de su encierro para desbordarse en la tierra, con la multiplicidad de rostros que identifican el mundo moderno. El Estado y la burocracia fantasmal, aprisionadora, donde se levanta la promesa de un mesías que se ha retrasado. La lectura mesiánica en tono kafkiano-benjaminiana sobre el uso de la felicidad y la historia como ámbito de una política de lo profano; pero también, la historia del derecho y la ley como la historia de la violencia del Estado, en donde el análisis del autor se vuelve cada vez más preciosista, llegando a la deconstrucción de un poema de Celan, una excusa para pensar la herencia de Auschwitz y la irremplazabilidad de lo que no ha de regresar. Pero el pensamiento de Hamacher quiere más, busca transformar nuestra comodidad intelectual: piensa el presente y el tiempo por venir, ya que como él mismo se pregunta, “¿qué sería el futuro si no pudiera ser algo distinto al futuro?”

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