11.5.14

El cuento del domingo



Ray Bradbury
El peatón
 
Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios, nada le gustaba más al señor Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las avenidas iluminadas por la Luna, en las cuatro direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente no importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si estuviese solo. Y una vez que se decidía, caminaba otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de cigarro.

A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían cerrado una ventana.

El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza, escuchaba, miraba, y seguía caminando, sin que sus pisadas resonaran en la acera. Durante un tiempo había pensado ponerse unos botines para pasear de noche, pues entonces los perros, en intermitentes jaurías, acompañarían su paseo con ladridos al oír el ruido de los tacos, y se encenderían luces y aparecerían caras, y toda una calle se sobresaltaría ante el paso de la solitaria figura, él mismo, en las primeras horas de una noche de noviembre. 


En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el oeste, hacia el mar oculto. Había una agradable escarcha cristalina en el aire, que le lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como un árbol de Navidad. Podía sentir la luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve invisible. El señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos blandos en las hojas otoñales, y silbaba quedamente una fría canción entre dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el esqueleto de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.

-Hola, los de adentro -les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras-. ¿Qué hay esta noche en el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por dónde corren los cowboys? ¿No viene ya la caballería de los Estados Unidos por aquella loma?

La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles.

-¿Qué pasa ahora? -les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera-. Las ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Un comediante que se cae del escenario?

¿Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna? El señor Mead titubeó, y siguió su camino. No se oía nada más. Trastabilló en un saliente de la acera. El cemento desaparecía ya bajo las hierbas y las flores. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él.

Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la ciudad. Durante el día se sucedían allí tronadoras oleadas de autos, con un gran susurro de insectos. Los coches escarabajos corrían hacia lejanas metas tratando de pasarse unos a otros, exhalando un incienso débil. Pero ahora estas carreteras eran como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna.

Leonard Mead dobló por una calle lateral hacia su casa. Estaba a una manzana de su destino cuando un coche solitario apareció de pronto en una esquina y lanzó sobre él un brillante cono de luz blanca. Leonard Mead se quedó paralizado, casi como una polilla nocturna, atontado por la luz.

Una voz metálica llamó:

-Quieto. ¡Quédese ahí! ¡No se mueva!

Mead se detuvo.

-¡Arriba las manos!

-Pero... -dijo Mead.

-¡Arriba las manos, o dispararemos!

La policía, por supuesto, pero qué cosa rara e increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes sólo había un coche de policía. ¿No era así? Un año antes, en 2052, el año de la elección, las fuerzas policiales habían sido reducidas de tres coches a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había necesidad de policía, salvo este coche solitario que iba y venía por las calles desiertas.

-¿Su nombre? -dijo el coche de policía con un susurro metálico.

Mead, con la luz del reflector en sus ojos, no podía ver a los hombres.

-Leonard Mead -dijo.

-¡Más alto!

-¡Leonard Mead!

-¿Ocupación o profesión?

-Imagino que ustedes me llamarían un escritor.

-Sin profesión -dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.

La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una aguja.

-Sí, puede ser así -dijo.

No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.

-Sin profesión -dijo la voz de fonógrafo, siseando-. ¿Qué estaba haciendo afuera?

-Caminando -dijo Leonard Mead.

-¡Caminando!

-Sólo caminando -dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.

-¿Caminando, sólo caminando, caminando?

-Sí, señor.

-¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?

-Caminando para tomar aire. Caminando para ver.

-¡Su dirección!

-Calle Saint James, once, sur.

-¿Hay aire en su casa, tiene usted acondicionador de aire, señor Mead?

-Sí.

-¿Y tiene usted televisor?

-No.

-¿No?

Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.

-¿Es usted casado, señor Mead?

-No.

-No es casado -dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.

La luna estaba alta y brillaba entre las estrellas, y las casas eran grises y silenciosas.

-Nadie me quiere -dijo Leonard Mead con una sonrisa.

-¡No hable si no le preguntan!

Leonard Mead esperó en la noche fría.

-¿Sólo caminando, señor Mead?

-Sí.

-Pero no ha dicho para qué.

-Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.

-¿Ha hecho esto a menudo?

-Todas las noches durante años.

El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio que zumbaba débilmente.

-Bueno, señor Mead -dijo el coche.

-¿Eso es todo? -preguntó Mead cortésmente.

-Sí -dijo la voz-. Acérquese. -Se oyó un suspiro, un chasquido. La portezuela trasera del coche se abrió de par en par-. Entre.

-Un minuto. ¡No he hecho nada!

-Entre.

-¡Protesto!

-Señor Mead...

Mead entró como un hombre que de pronto se sintiera borracho. Cuando pasó junto a la ventanilla delantera del coche, miró adentro. Tal como esperaba, no había nadie en el asiento delantero, nadie en el coche.

-Entre.

Mead se apoyó en la portezuela y miró el asiento trasero, que era un pequeño calabozo, una cárcel en miniatura con barrotes. Olía a antiséptico; olía a demasiado limpio y duro y metálico. No había allí nada blando.

-Si tuviera una esposa que le sirviera de coartada... -dijo la voz de hierro-. Pero...

-¿Hacia dónde me llevan?

El coche titubeó, dejó oir un débil y chirriante zumbido, como si en alguna parte algo estuviese informando, dejando caer tarjetas perforadas bajo ojos eléctricos.

-Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.

Mead entró. La puerta se cerró con un golpe blando. El coche policía rodó por las avenidas nocturnas, lanzando adelante sus débiles luces.

Pasaron ante una casa en una calle un momento después. Una casa más en una ciudad de casas oscuras. Pero en todas las ventanas de esta casa había una resplandeciente claridad amarilla, rectangular y cálida en la fría oscuridad.

-Mi casa -dijo Leonard Mead.

Nadie le respondió.

El coche corrió por los cauces secos de las calles, alejándose, dejando atrás las calles desiertas con las aceras desiertas, sin escucharse ningún otro sonido, ni hubo ningún otro movimiento en todo el resto de la helada noche de noviembre. 


Ray Douglas Bradbury; Waukenaun, Illinois, 1920 2012. Novelista y cuentista estadounidense conocido principalmente por sus libros de ciencia ficción. Alcanzó la fama con la recopilación de sus mejores relatos en el volumen Crónicas marcianas (1950), que obtuvieron un gran éxito y le abrieron las puertas de prestigiosas revistas. Se trata de narraciones que podrían calificarse de poéticas más que de científicas, en las que lleva a cabo una crítica de la sociedad y la cultura actual, amenazadas por un futuro tecnocratizado. En 1953 publicó su primera novela, Fahrenheit 451, que obtuvo también un éxito importante y fue llevada al cine por François Truffaut. En ella puso de manifiesto el poder de los medios de comunicación y el excesivo conformismo que domina la sociedad.

Ray Bradbury
Ray Bradbury se graduó en la escuela secundaria en 1938, y se ganó la vida como vendedor de periódicos hasta 1942. Comenzó a escribir desde niño, pero publicó su primera historia en 1938, en una revista de aficionados. Adquirió la certeza de lo que sería su estilo cuando compuso The Lake. En 1943 dejó el trabajo de vendedor de periódicos y se dedicó a escribir a tiempo completo, publicando en diversos medios numerosos relatos breves, hasta que en 1950, con la aparición de Crónicas marcianas, comenzó su ascendente fama literaria. En sus páginas, que relatan los intentos de los terrestres por colonizar el planeta Marte, se reflejan las angustias y ansiedades que existían en la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, ante el peligro de una guerra nuclear.
Considerados un clásico de la ciencia ficción, este conjunto de relatos interdependientes recoge no sólo las vicisitudes de la colonización del planeta Marte sino también la caída de su civilización, abarcando un período comprendido entre 1999 y 2026. Los marcianos poseen notables poderes telepáticos, lo que causa graves contratiempos a las tres primeras expediciones. La cuarta aporta al planeta la varicela, que contagia a los indígenas y acaba con su resistencia.
A continuación, se desarrolla la obra colonizadora, que aporta al planeta los aspectos más negativos de la cultura occidental. Sólo un mexicano, que conserva las esencias de su cultura indígena, consigue establecer una auténtica comunicación con un marciano que, a su vez, es depositario de las tradiciones desplazadas por la hegemonía de los colonizadores. Éstos han degradado a tal punto la civilización autóctona, que en uno de los relatos un marciano utiliza sus poderes telepáticos para divertir a los nuevos amos adoptando las personalidades que le solicitan. También los negros estadounidenses establecen asentamientos para huir de la discriminación. Finalmente, el planeta casi se despuebla porque una amenaza bélica en la Tierra induce a los colonos a regresar. Los pocos que permanecen en Marte se convierten en los "nuevos" marcianos.
En 1951 publicó uno de sus libros mayores, El hombre ilustrado, compuesto por varios relatos de naturaleza fantástica, y dos años más tarde otro de los más representativos, Fahrenheit 451Fahrenheit 451 narra la historia de una ciudad del futuro dominada por los medios audiovisuales, en la que se acosa el individualismo, están prohibidos los libros, y los bomberos, brazos ejecutores de un Estado totalitario, son los encargados de quemarlos. Al margen de la sociedad, un grupo de hombres recluidos en los bosques decide memorizar textos enteros de filosofía y literatura para preservar la cultura. (título que alude a la temperatura en que libros empiezan a arder).

Fotogramas de Fahrenheit 451, de François Truffaut
Esta fábula moralizante ha sido considerada como una gran obra antiutópica y acaso premonitoria, y fue llevada al cine por François Truffaut. En el relato de Bradbury se exponen de forma minuciosa las razones de la prohibición de los libros en boca del jefe de bomberos, Guy Montag. Frente a sus argumentos se expone el punto de vista de un profesor que aconseja a Montag y que pone de relieve las características positivas de la lectura. De este modo, se desarrolla una reflexión que se enriquece con referencias a los clásicos.
Bradbury advierte de los peligros y las amenazas que incumben a una sociedad enteramente automatizada, olvidada de los valores tradicionales de la cultura, y próxima al exterminio atómico. Consigue climas sardónicamente alucinantes en cuentos como There will come soft rains (1950), donde una casa robotizada prosigue realizando los movimientos programados, en un mundo carente ya de vida, hasta su postrer quema liberadora, o en The Veldt (1950), donde otra casa automatizada, casi dotada de vida propia, masacra, con la complicidad de los niños, a los padres de éstos.
Pero Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y la literatura de corte fantástico, sino que escribió también libros realistas e incluso incursionó en el relato policial. Su prosa se caracteriza por la universalidad, como si no le importara tanto perfeccionar un género como escribir acerca de la condición humana y su temática, a través de un estilo poético.

En su niñez Ray se trasladó, por cuestiones laborales de su padre, a vivir en varias ocasiones a Tucson, en Arizona. Finalmente, en 1934, la familia Bradbury se trasladó a California, residiendo en la ciudad de Los Ángeles.

Después de terminar el instituto en 1938, en donde solía realizar actuaciones teatrales, Bradbury abandonó los estudios para convertirse en autodidacta y dedicar su tiempo a la lectura y a escribir, publicando sus primeros relatos cortos, como `Hollerbocher`s Dilemma`, texto publicado en la revista `Imagination`. Al mismo tiempo que comenzaba su carrera como escritor vendía periódicos en la ciudad angelina.

Algunas de las publicaciones en las que vio publicados sus relatos fueron `Futuria Fantasia` (su propia revista), `Spaceways`, `Super Sciencie Stories`, en donde por primera vez le pagaron por un relato llamado `Pendulum`, aparecido en 1941, `Weird Tales`, o `Best American Short Stories`, en donde en 1945 apareció `The Big Black and White Game`.

En esta época solía emplear variados seudónimos, como Ron Reynolds, Guy Amory, Anthony Corvais, Omega, Briand Eldred, Edward Banks, e incluso empleando el nombre de su padre, Leonard Spaulding. Más tarde también emplearía Douglas Spaulding.

En 1946 Bradbury conoció a Maggie McClure, quien trabajaba en una librería. Un año después Ray y Maggie contrajeron matrimonio, el cual duraría hasta el 2003, año en el cual falleció Maggie.

La colección de relatos `Carnaval negro` (1947) sacó a Bradbury del anonimato literario. Posteriormente triunfaría con `Crónicas marcianas` (1950), fabulación sobre la colonización del planeta rojo, `El hombre ilustrado` (1951), `Las doradas manzanas del sol` (1953) o `Fahrenheit 451` (1953), el título más popular de su bibliografía, ambientado en una sociedad que prohíbe los libros.

Con estos títulos Ray Bradbury logró ser reconocido por sus novelas de ciencia-ficción y fantasía, estableciendo miradas bastante sombrías y críticas sobre el devenir de la sociedad humana, a las que no le faltan trazos líricos en una exposición que suele fustigar la desproporción tecnológica, las desigualdades y el totalitarismo.

Por sus trabajos recibió diferentes premios como el O. Henry Memorial o el galardón Benjamin Franklin.

Su prolífica producción literaria, generalmente libros de relatos, incluye otros títulos como `El país de octubre` (1955), `El vino del estío` (1957), `El día que llovió para siempre` (1959), `Twice 22` (1959), `Una medicina para la melancolía` (1959), `R is for Rocket` (1960), `La feria de las tinieblas` (1962), `Las maquinarias de la alegría` (1964), `The Vintage Bradbury` (1965), `S is for Space` (1966) `Dos veces veintidós` (1966), `Leviatán 99` (1966), `Canto al cuerpo eléctrico` (1969), `Fantasmas de lo nuevo` (1959), `Sueño de fiebre y otras fantasías` (1970), `El árbol de las brujas` (1972), `EL maravilloso traje de color vainilla` (1972), `Columna de fuego y otras obras` (1973), `Mucho después de medianoche` (1976), `El último Circus y la electrocución` (1980), `Memoria de un crimen` (1984), `La muerte es un asunto solitario` (1985), `Cementerio para lunáticos` (1990), `Más rápido que el ojo` (1992), `Ahmed y las máquinas del olvido: Una fábula` (1998), `De la ceniza volverás` (2001), `Matemos a Constance` (2002), `Algo más en el equipaje` (2002), libro por el cual ganó el Premio Bram Stoker o `The Cat`s Pajamas: New Stories` (2004).

También ha escrito obras teatrales, ensayos, volúmenes de poesía y guiones cinematográficos, entre ellos la adaptación del `Moby Dick (1956) de Herman Melville realizada por John Huston.
 
Semblanza biográfica: donadordealmas.com,biografiasyvidas.com.Texto:El cuento del día.Foto:archivo.

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