El autor colombiano recoge el premio Alfaguara por El mundo de afuera
El novelista colombiano Jorge Franco. / Santi Brgos./elpais.com
Jorge Franco
(Medellín, 1962) descubrió que sería escritor mientras estudiaba cine
en Londres. La ciudad le desasosegó al tiempo que le aclaraba las ideas.
Para una naturaleza discreta como la de Franco, la dirección de
películas acarreaba algunas derivas indeseadas: “Vi tal frenesí, tal
estrés… El hecho de que casi tendría que ejercer como líder para llevar
los egos de esos artistas hacia la idea del director se me hizo
complicado”. Un amor se iba, pero otro entraba. La escritura en soledad:
la literatura a palo seco. “Es más cercana a mi personalidad. Soy
sedentario, me gusta el silencio para trabajar y el cine es lo opuesto a
todo esto”.
En apenas dos años Franco se convirtió en alguien en la literatura colombiana. Y cuando publicó Rosario Tijeras
se internacionalizó con aquella historia de una sicaria a través de la
que retrataba un Medellín descompuesto por la violencia. El mundo de afuera —la novela por la que ayer recibió el Premio Alfaguara
de manos de Ignacio Santillana, presidente de Santillana— discurre
durante las vísperas del desmoronamiento de Medellín. Hay en ella
presagios de lo que va a ocurrir —los adolescentes amantes de las motos
que serán los matones del narco— y nostalgias anacrónicas (uno de los
personajes ordena reproducir el palacio francés de La Rochefoucauld en
la ciudad que se irguió en un valle andino). El cuento de hadas
desemboca en una espiral de Tarantino. “Hace ocho años fui padre y este
tiempo he estado inmerso en la literatura infantil, en los cuentos para
niños, en historias de princesas y castillos y he creado esa asociación
para conectar con la infancia”, explica el escritor, con la voz
debilitada por uno de esos vuelos transatlánticos donde el frío y el
calor atacan indistintamente. “La novela tiene una inspiración real. Fui
vecino de ese castillo, que pertenecía a un hombre que vivía allí con
su familia. Tenía pajes, una limusina y se vestía a la moda de una época
pasada. En 1971 fue secuestrado por una banda y eso me generó una
desazón muy fuerte porque sentí que era un anuncio del final de la
Medellín paradisiaca y que éramos vulnerables a la violencia”.
Medellín es un personaje recurrente en la literatura de Franco. Aunque el escritor reside desde hace dos décadas en Bogotá, sus libros siempre vuelven al lugar de la infancia.
“He intentado escribir con otros escenarios, pero me siento incómodo.
Bogotá es una ciudad que lleva años en medio de un caos urbano y social
que me arrincona en mi estudio para no salir. Medellín es la ciudad de
la infancia, y también está la marca que dejó la violencia. Se ha creado
una relación muy fuerte, de amor-odio casi. Lo he intentado en un par
de historias pero al final vuelvo a ella. Y he llegado a un punto en que
no voy a pelearme más con eso. Es más que un lugar. Si yo saco a los
personajes de ese lugar se comportarían de otro modo, es como el caldero
donde surgen todos los sentimientos”.
Ayer, al recoger el galardón, recordó sus deudas con la literatura de
Onetti y de Lewis Carroll, aunque “la única madriguera que me condujo
hacia esta historia fue la mirada de mi hija”.
El premio anterior que recibió Franco fue un elogio de García
Márquez: “Es uno de los autores colombianos a los que me gustaría
pasarle la antorcha”. Y como es sensato hizo dos cosas: “Gozármela y
olvidarla”.
La publicación de los diarios que el gran escritor argentino viene componiendo desde hace décadas y cuyo primer volumen llega a las librerías la próxima semana es uno de los acontecimientos literarios del año. En este diálogo exclusivo, el autor de Crónica de un iniciado habla de su vida, de sus pasiones literarias y de su relación con Sábato y Marechal
Abelardo Castillo, autor argentino de Crónica de un iniciado./adncultura.com
En estos días, Abelardo Castillo publica el primer volumen de sus Diarios
(Alfaguara), que va de 1954 a 1991. ¿Qué lector argentino puede quedar
indiferente ante esa noticia? Castillo es uno de los escritores
nacionales más importantes, que abordó todos los géneros: poesía,
ensayo, cuento, novela y ahora los diarios. Se trata de un testigo de
excepción. Él subraya la distinción entre los diarios y las memorias. En
el diario, uno escribe lo que pasa en el momento, aunque lo haga
después de un lapso relativamente breve, y lo hace para sí mismo, sin
pensar demasiado en la publicación. Se trata de anotaciones en las que, a
menudo, falta la continuidad del relato. A diferencia de las memorias,
los diarios no están escritos en lo alto de una cima desde donde se
contempla el pasado. En ellos, lo que se anota está visto desde la
llanura de la actualidad. Hay grandes omisiones. También las hay en las
memorias, pero éstas son deliberadas y responden a un plan literario y
vital.
Castillo nació en 1935. Pertenece a una generación en la
que el compromiso político y el literario estaban muy unidos. Como todo
joven de inclinaciones progresistas, leyó a Marx, a Engels, a Lenin. Fue
y es socialista, nunca fue comunista, nunca fue peronista, siempre
mantuvo una actitud independiente desde el punto de vista político.
Fundó tres revistas que reunieron a varios de los escritores más
notables de las generaciones posteriores a la caída del peronismo en
1955 y que debieron soportar las dictaduras militares: El grillo de papel, El escarabajo de oro, y El ornitorrinco (bajo
el Proceso) Sin embargo, Castillo siempre separó el valor literario de
un texto de ficción o de poesía del contenido ideológico. El compromiso
de un escritor de ficción o de un poeta se revela en sus actos, no se
despliega en su obra, según él. Esa actitud lo enfrentó a David Viñas en
una célebre polémica que Castillo reproduce en una de las secciones del
diario. La ideología, las reivindicaciones, la justicia no hacen para
él la bondad de un libro. Los autores argentinos que admira son Borges,
Bioy Casares, Leopoldo Marechal (al que lo une un gran afecto), pero
también Manuel Mujica Lainez, a quien considera uno de los grandes
escritores nacionales injustamente relegados. La relación conflictiva
que tuvo con Ernesto Sabato aparece en los Diarios casi como un folletín por entregas. Quizás a nadie le dedica tanto espacio.
Tan
interesado en la literatura como en la filosofía y la justicia social,
Castillo se formó bajo la influencia de Jean-Paul Sartre (sobre todo) y
de Albert Camus. La obra literaria del autor de Crónica de un iniciado
responde a los intereses variados y a la vida, por momentos turbulenta,
del escritor. Desde muy chico, leía con voracidad. Su pasión de lector
es equivalente en intensidad a su pasión de ajedrecista. En los Diarios,
las reflexiones sobre Hesse, Platón, Aristóteles y Nietzsche alternan
con la preocupación por los torneos de ajedrez. Tampoco hay que olvidar
que practicaba boxeo, que tuvo grandes amores, salpimentados con
numerosas aventuras, y que alcanzó un reconocimiento considerable cuando
aún no había cumplido los treinta años. Desde muy temprano, estuvo
nimbado por un halo de líder literario; un papel que se consolidó cuando
se puso al frente de las revistas ya mencionadas. El éxito
extraordinario que obtuvo en teatro con Israfel hizo de él un autor popular y le dio cierta fugaz holgura económica.
Las entradas de los primeros años de los Diarios,
cuando vivía en San Pedro, son casi una novela de iniciación, la del
precoz escritor de provincias que termina por irse a Buenos Aires en
busca de un mundo más amplio y más libre. Esas primeras anotaciones
fueron realizadas en una serie de cuadernos manuscritos. En 1992,
Castillo empezó a llevar el diario en la computadora.
La principal
preocupación de los Diarios es la literatura y la filosofía. Abundan
los balances que hace Castillo de su propia obra, las entradas sobre las
mujeres que amó y sobre sus amigos. Apenas si dedica algunos pasajes a
su servicio militar que, sin embargo, lo marcó. En cuanto a la política,
de un modo deliberado, asoma poco en estas páginas, aunque hay una
larga entrada consagrada al Cordobazo y otras que se ocupan del Proceso y
de la guerra de Las Malvinas. La política y la violencia se cuelan
sobre todo en los silencios y en los sobreentendidos: como ocurrió
siempre en la literatura argentina.
-Conservaste los cuadernos de tus diarios durante muchos años. ¿Los escribiste pensando en publicarlos en algún momento?
-Nunca
pensé en publicarlos hasta hace cuatro o cinco años. Un día, me puse a
leerlos y se me ocurrió que les podían servir a chicos y a gente que
escriben. Hablé con Julia Saltzman, de Alfaguara, se llevó los cuadernos
para leerlos y, una vez que lo hizo, me dijo que los quería publicar de
inmediato. Van a ser dos volúmenes. Llegaremos hasta 2006. Tuve que
hacer la transcripción de los primeros cuadernos, manuscritos, a la
computadora. Hay muchas cosas que están en el diario, pero que sólo yo
sé a qué se refieren. Están escritas en una especie de código. Me
acuerdo muy bien de qué designo en ese código e incluso podría detectar
páginas enteras que he escrito en absoluto estado de ebriedad. Sin
embargo, mi borrachera no se nota. También pude detectar mi malicia en
todas esas entradas, porque casi no hablo del alcohol. Y yo era muy
alcohólico. No hace mucho, estaba hablando con Sylvia (Iparraguirre), mi
mujer, y ella me dijo: "Encontré una descripción muy linda de una
ardilla en tus cuadernos". Y no era una ardilla, era una chica, a la que
yo no podía nombrar. La convertí en una ardilla. Una metamorfosis.
Anotaba cierto tipo de cosas y las mezclaba en el diario con ficciones y
con poemas. A los poemas, los eliminé. Por supuesto, algún día voy a
publicarlos. Ese libro de poemas se llamará La fiesta secreta, porque la
poesía fue para mí mi fiesta secreta. Empecé a escribir los Diarios en
San Pedro. No tenía 18 años. Esas entradas, las cartas que escribí a mis
novias, sobre todo a Bettina, mi primera compañera, son mi taller de
escritor.
-A Bettina, no la mencionás con nombre y apellido. ¿Por qué?
-Porque
está viva, es madre de hijos. Ignoro si los hijos saben que ella fue un
gran amor en mi vida. Además, nadie sabe lo que siente el otro. Yo
describo nuestra relación como si fuéramos la parejita ideal. Y no sé si
fue así. He vivido desde la adolescencia en un mundo personal
imaginario. Para mí, lo que llamamos realidad no es lo que sucede, sino
muchas veces la interpretación posterior de lo que ha sucedido. A veces,
he comparado estos Diarios con otros. Por ejemplo, traté de leer el
diario de Thomas Mann, pero no terminé esa lectura porque me pareció que
no me iba a gustar y yo tengo una gran veneración por el Thomas Mann de
La montaña mágica, del Doktor Faustus, de las Confesiones del estafador
Felix Krull. Esa última novela es un ejemplo de lo que debe ser un
escritor. Es una de las primeras que escribe, pero la última que
publica, después de haber compuesto nada menos que Doktor Faustus, una
de las obras fundamentales del siglo XX. Termina su producción con Felix
Krull, esa especie de ópera bufa, divertidísima, con una alegría y una
juventud increíbles. En los Diarios, hay una frase dirigida a Ernesto
Sabato, pero en la que no lo menciono. Digo que existe una frivolidad de
la pasión que es el énfasis. Sabato era enfático. Para mí, el escritor
es alguien que se toma la literatura en serio, pero que no se toma a sí
mismo en serio.
-Algo que llama la atención es que desde el
principio de los Diarios, te observás, te estudiás y te retratás
escribiendo el diario, preguntándote la legitimidad de escribirlo,
cuestionándote si la sinceridad es posible en ese género. Parece la
actitud de un creyente católico que va a confesarse y teme que se le
olvide el último pecado que acaba de cometer. ¿No hay allí un resto de
tu pasado religioso?
-Es muy probable. A los doce, a los trece
y hasta los catorce años, estuve a un paso de entrar en el seminario.
Es el momento en que sitúo la pérdida de la fe. Yo había estudiado con
los salesianos y después iba a entrar en el seminario, pero me di cuenta
de que ése no era mi mundo. Mi relación con el cristianismo es muy
fuerte. Hoy, incluso, pienso que se puede ser cristiano sin creer en
Dios, siendo agnóstico. Lo esencial del cristianismo no es Dios, sino el
otro.
-La relación con Sabato es uno de los temas más
frecuentes en tu libro. Al principio, en la juventud, sentías por él y
por su obra una gran admiración.
El Sabato que descubrí cuando
yo tenía catorce años, cuando él publicó Uno y el universo, escribía
muy bien. Para mí, era un modelo de escritura. Descubrí la literatura
argentina con Uno y el universo, de Sabato (mucho antes de conocerlo) y
con El jardín de senderos que se bifurcan de Borges. Más tarde leí a
Cortázar. Los tres me hicieron comprender que era posible la literatura
nacional. El tipo de prosa de Uno y el universo, que va unida en mí a la
lectura de Bertrand Russell, esa prosa nítida, es la misma que yo
admiraba en el Poe de Marginalia, no en el de los cuentos. Yo era muy
bueno en matemáticas, cuando era chico. Pensaba estudiar física y
filosofía. Siempre me gustó todo lo que fuera conciso y preciso. Uno y
el universo influyó en mí porque Sabato estaba todavía muy cerca del
físico. Cuando leí El túnel, en una de las primeras ediciones, los
personajes Juan Pablo Castel y María Iribarne se trataban de tú. Ésa fue
la primera pregunta que le hice a Sabato cuando lo conocí. ¿Por qué
había utilizado el tuteo en El túnel, Arlt y el mismo Borges usaban el
vos. Ernesto dudó un segundo y me dijo: "La clase alta." Y yo pensé que
no estaba en lo cierto. La clase alta usaba el vos. Mucho después
Ernesto hizo una corrección de El túnel y cambió el tuteo por el voseo.
Pero no reflexionó nunca sobre los problemas del lenguaje. Lo que lo
perjudicaba a Ernesto eran los adjetivos, los "abismos", la "lejanía".
Tenía un sentido del humor notable. Una vez que lo visitamos con Sylvia,
nos reímos tanto que ella le dijo a Ernesto: "Nunca me reí tanto como
hoy". Y él le contestó: "Sí, pero la procesión va por dentro."
-No podía abandonar el personaje dramático que se había forjado.
-La
parte de "torturado" no se la toleraba. La inteligencia crítica y
paródica de Ernesto era formidable. Y eso era lo que no quería usar.
Prefería aparecer ante el mundo como el dueño universal del dolor. El
éxito de Sobre héroes y tumbas le hizo mucho mal. Mientras dudó sobre sí
mismo fue un hombre excepcional. Además, al año de publicar Sobre
héroes. aparece Rayuela, y eso lo destruyó. Dejé de ser amigo de verdad
de Ernesto en la década de 1960. Después nuestra amistad siguió
formalmente. En una ocasión, me encontré con Mujica Lainez en la Feria
del Libro y nos pusimos a caminar por esos largos pasillos y, de pronto,
vimos una gran foto de Sabato, Manucho dijo: "Ése sufre, sufre., pero
nos va a enterrar a todos". Y fue cierto, al menos respecto de Mujica
Lainez. Por eso, cuando Ernesto llegó a los 90, yo me acordé de lo que
había dicho Manucho y dejé de fumar.
-Casi no hablás de política en tu libro, ni de la dictadura de los años 70.
-No
quería que el miedo entrara en mi diario. En esa época, yo publicaba El
ornitorrinco, una revista que entrañaba riesgos. Mi pensamiento
político estaba allí, no necesitaba volcarlo en mi diario. Siempre tuve
muy clara la frase de Sartre que me mantuvo con salud mental durante la
dictadura: "Nunca fuimos más libres que bajo la ocupación alemana". Así
empieza Sartre "La república del silencio". Hoy podemos salir al balcón y
decir lo que se nos ocurra y, en el fondo, a nadie le importa nada. La
libertad se pone a prueba en acto. Cuando uno no puede hacer ciertas
cosas, cuando ir a visitar a un preso es peligroso, cuando sacar una
revista literaria también lo es, entonces comprendés qué es la libertad.
Tampoco quería contaminar El ornitorrinco conmigo. Por algo, la revista
tenía ese nombre; porque como el ornitorrinco estaba hecha de parches;
la hacíamos hombres y mujeres con formaciones y pensamientos distintos.
Lo que nos unía era la reacción contra la dictadura.
-Ya
que hablaste de humor, hay dos o tres escenas en los Diarios, muy
graciosas. Tienen que ver con Egle Martin y su esposo Eduardo Palacios
Costa de Bruyn, Lalo. Formaban una de las parejas más hermosas de Buenos
Aires en la década de 1960.
-Egle fue tal vez una de las
mujeres más lindas de la Argentina. La primera vez que la vi, fue en un
cóctel literario al que habían invitado a Lalo. Él se retrasó; ella
llegó antes. El centro de la reunión era María Rosa Oliver, sentada en
su silla de ruedas. También estaban Pepe Bianco y Sabato. Las otras
señoras miraron a Egle casi escandalizadas. ¿Qué hacía esa mujer allí?
Los hombres la miraron, pero no se escandalizaron tanto. Egle se quedó
sola, por un momento. De pronto, se puso a hablar conmigo porque era el
único al que podía aferrarse, era el más joven, pero una mujer me vino a
buscar, como si me rescatara quién sabe de qué peligro. A la media
hora, no sé cómo ocurrió, todos los hombres presentes, incluidos los
homosexuales, estaban alrededor de Egle, tendida en un diván, que
explicaba cómo se prende un fósforo contra el viento. La segunda vez que
vi a Egle, yo tomaba mucho en esa época y me acerqué a ella llevando
una botella de whisky colgando de un dedo. Ella me dijo: "Parecés Samuel
Bennet, el personaje de Dylan Thomas en Con distinta piel". Ésas eran
sus referencias. Al poco tiempo, nos hicimos muy amigos con ella y Lalo,
su esposo. Lalo se jactaba más de tener un libro autografiado por
Richard Wright, el escritor negro, que de sus innumerables hectáreas, de
su amistad con el Shah de Persia, de haber sido campeón de natación o
de haber tenido relaciones muy estrechas con Ava Gardner. La primera
hija de Lalo y Egle fue Alejandra. Ellos le pusieron ese nombre por el
personaje de Sobre héroes y tumbas. El padrino de Alejandra fue Ernesto
Sabato. Ernesto le prometió a Alejandra, cuando era chica, que la iba a
llevar alguna vez al Zoológico. Nunca la llevó, pero cuando Alejandra
cumplió ocho años, le regaló una foto de él, de Sabato, en la tumba de
Lavalle (!!!). Cuando quiero acordarme bien de Sabato, me acuerdo de Uno
y el universo, de ciertos pasajes de Sobre héroes y tumbas, el "Informe
sobre ciegos", y del hecho de que integró la Conadep.
-En 1956 decías que querías escribir una novela desmesurada. Supongo que era Crónica de un iniciado.
-De
todo eso me di cuenta mucho después. Pasando en limpio los Diarios,
encontré una entrada muy temprana donde decía que quería hacer una
novela que pudiera leerse como si fuera un mazo de naipes, no importaba
el orden en que se leyeran los capítulos, y eso lo dije mucho antes de
Rayuela. Buscaba escribir una novela que me tomara toda la vida. Crónica
de un iniciado me llevó treinta años, no de escritura, pero sí de
trabajo y maduración. Esa novela la tenía escrita en los años 70, cuando
la conocí a Sylvia, pero se publicó en 1991. En el medio, escribí El
que tiene sed, mi novela catártica sobre el alcoholismo. Mis modelos
eran La casa de Mujica Lainez, Borges, Sabato y la literatura europea.
Toda la vida leí poetas. Si tengo que pensar en un libro modélico,
citaría Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rilke. No sé de dónde
me vino la idea de escribir un diario. Porque el Diario de Kafka lo leí
después de empezar a escribir el mío. Los cuadernos y las poesías de
André Walter, de André Gide, tuvieron una influencia enorme en mí.
-Sin embargo, no citás mucho a Gide.
-Al
principio, lo cito bastante. Hay muchas cosas importantes que no
menciono, me lo hizo notar Sylvia. Por ejemplo, mi encuentro con Nicolás
Guillén, que vivía en Buenos Aires, fue decisivo. Yo tenía 22 años, le
conté entero El otro Judas; él me dijo: "Ésa es una gran obra teatral". Y
entonces la escribí. Cuando eso ocurrió, no lo registré en el diario,
lo escribí posteriormente. Necesito un tiempo para saber si los hechos
fueron reales o no, esenciales o no, y a veces, me olvido.
-En
tus diarios, aparecen los grandes nombres de la literatura y de la
música, otra de tus pasiones: Thomas Mann, Beethoven, Platón, Sartre,
Camus, Brahms y Mahler. Los dos últimos con cierta reticencia. No hay
compositores franceses, salvo Saint-Saëns. Hay pocos creadores menores.
-Y
sin embargo, me encanta la música francesa, Albert Roussel (El festín
de la araña), Debussy. Hay cosas que me gustan y, como dije, no
menciono. No sé si cito a Marcel Schwob. Es uno de mis escritores
preferidos. El libro de Monelle me parece más interesante que Los
alimentos terrestres de Gide. Me paso leyendo los Diarios de Gide y no
lo cito. Siempre me impresionó su sinceridad como religioso, como
esposo, como homosexual. Otro autor que me fascina, pero a ése lo cito
mucho, es Tolstoi.
-Le dedicás un capítulo a Borges, otro a
Cortázar, pero uno de los escritores por quien demostrás más cariño y
admiración en tus diarios es Leopoldo Marechal. A pesar de eso, no le
consagrás un capítulo especial. ¿Por qué?
-En el volumen
siguiente de los Diarios, hay un capítulo sobre Marechal. Fue uno de los
hombres que más quise, a pesar de que pensábamos de un modo muy
distinto. Marechal era peronista, yo no lo era. Al principio, Marechal
era católico, después dejó de serlo. Marechal me decía: "Vos sos un ateo
que cree que es ateo. En el fondo, creés". Yo le respondía: "Con ese
criterio, yo podría decir que usted es un ateo que no lo sabe, que cree
que cree". Él era un ser de una bondad extraordinaria. Le interesaban
los otros. Además, dejaba hablar a Elbia, su mujer. Cuando ella hablaba,
él se callaba. Todo eso en un escritor es rarísimo.
La polémica
Sartre-Camus marcó tu generación y, de algún modo, sigue vigente hoy.
Para Sartre, era inevitable ensuciarse las manos para cambiar el mundo.
Camus, en cambio, creía que el fin no justificaba los medios, defendía
la honestidad y la pureza.
-Yo estaba del lado de Sartre, pero
emocionalmente me encontraba del lado de Camus. El modo de encarar la
realidad de Sartre era no hacerle nunca el juego a la derecha; esa
posición era la que a mí me servía de medida; pero la honestidad de
Camus, que era como la de Gide, me resultaba muy valiosa. La ética y la
moral son dos cosas distintas. La ética es una especie de norma que
compromete a la especie. La moral tiene que ver con el individuo. Creo
que uno, a los seis o siete años, ya sabe distinguir el bien del mal, y
de algún modo es consciente de lo que se oculta hasta a sí mismo. Cuando
mis padres se separaron, me lo ocultaron, me dijeron que mi madre iba a
volver, yo sabía lo que estaba pasando, sabía lo que me estaban
ocultando, y me decía:¿cuándo me van a sacar este peso de encima?
¿Cuándo podré dejar de fingir? ¿Por qué me hacen responsable de algo de
lo que no soy responsable?
-¿Después de la separación viste a tu madre?
-Sólo
en dos oportunidades. La hermana de mi madre, con la que prácticamente
me crié de chico, ofició de madre. Cuando era muy chico, los sábados y
los domingos yo iba a casa de ella y eran días de fiesta. Después, a
partir de los siete años, cuando mi madre ya se había ido, viví con mi
tía hasta que ella se murió. Para mí, lo ideal hubiera sido que mi padre
y mi tía se casaran.
-¿Cómo fueron los encuentros con tu madre?
-En
una oportunidad, ella quiso verme. Yo lo consulté con papá. Me dijo que
la viera. La vi, hablamos. Pero no sucedió nada especial. Después,
mucho más tarde, volvimos a encontrarnos. Pero esa relación nunca fue
buena. En cierto sentido, yo no tuve madre. Durante mucho tiempo, me
quedé con la impresión de que ella me había abandonado. En esa época, no
era muy común que eso ocurriera. En mi barrio yo era "ése al que se le
fue la madre". El problema no era conmigo, el problema era entre ella y
papá. Las razones por las que se separaron las ignoro. Lo que yo sabía
era que ese matrimonio andaba mal, aun cuando era increíble lo bien que
se llevaban, sobre todo ante mí. Papá se iba y le daba un beso en la
frente, nunca se peleaban.
-¿Fuiste al velatorio o al sepelio de tu madre?
-No.
Tampoco fui al sepelio de mi padre ni al de Marechal. Que los muertos
entierren a los muertos. En general, no voy a esos lugares. Prefiero
imaginarme viva a la gente.
Diarios 1954-1991
Abelardo Castillo - Alfaguara
Este
primer volumen de los diarios del novelista y cuentista argentino, que
toma el período que va de 1954 a 1991, tiene un centro insoslayable, la
literatura, y otra de sus pasiones: la filosofía. También figuran sus
amores y amistades, la fascinación que experimenta por el ajedrez y la
música y, de manera más velada, los vaivenes políticos de cada etapa del
país
Juan Carlos Onetti. A 20 años de la muerte del autor de El astillero, su viuda recupera en esta entrevista la vida y la leyenda de un gran renovador de la literatura
Arriba las manos. Onetti, en su departamento madrileño, en una de las
bromas que gastaba a sus visitantes con revólveres de juguete. /Dorothea
Muhr.
Montevideo, 1961. “La foto la sacó Sábat, a las 3 de la mañana, en
nuestro departamento, luego de una fiesta. Estábamos todos borrachos”,
cuenta Dolly.
La vida horizontal. La cama era el lugar favorito de Onetti: allí leía,
escribía y recibía gente. Arriba a la derecha, una foto de 1975, en el
Hotel Cuzco, su primera residencia en Madrid.
Onetti y su mujer en el piso madrileño. En la cama, su lugar en el mundo./ gentileza del Centro Editores, Madrid./revista Ñ.
–¿Lo extraña, Dolly?
–Ay, qué pregunta… La mujer
baja la cabeza, mira la mesa que tiene ante ella y me contesta, tres
veces, demorando el silencio entre cada palabra, como si una no
alcanzara para medir la ausencia: –Sí. Sí. Sí.
–¿Qué extraña?
–Nada. Todo. Eso es muy mío. Vamos a la literatura, venga.
Conversamos
desde hace una hora ya, en el salón de una casona casi centenaria de
Olivos, donde vive hoy su hermana Inés; su hogar de infancia, una
guarida de jardín selvático, en la que hay dos pianos y catorce gatos
que se enrulan sin aviso entre las piernas del que llega. Allí vuelve
Dorotea Muhr (Buenos Aires, 1925), cuarta y última esposa de Juan
Carlos Onetti, a pasar largas temporadas desde Madrid, la ciudad donde
el matrimonio vivió entre 1975 y el 30 de mayo de 1994, día de la muerte
del autor de El astillero , hace exactamente dos décadas. El
aniversario auspicia el Año Onetti y actividades que culminarán el 10 de
septiembre en la Casa de América de Madrid con la exposición
Reencuentro con Onetti, que incluirá el montaje de su habitación –cama y
pastillas DRF, que tanto le gustaban, incluidas– con muebles,
fotografías y objetos personales auténticos, que integran la colección
del Museo del Escritor de esa ciudad.
Cuesta creer que Dolly (cuya semblanza incluyó Onetti en La vida breve
) tiene 88 años cuando cuenta que se mueve en colectivo por la ciudad,
que lamenta no haber escuchado al Nobel J. M. Coetzee en la Feria del
Libro o que ya no toca el violín (se jubiló en la Orquesta Sinfónica de
Madrid), porque ahora se dedica al piano y a “estudiar composición”.
Disiente con quienes piensan que el rol de mujer de escritor es ingrato:
“Entiendo las penurias que causa la página en blanco y organizar el entourage
para que el otro escriba. Pero él y yo nos complementábamos. Tuvimos
la suerte de vivir dos vocaciones distintas: él, la literatura y yo la
música. Siempre decía que un matrimonio en el que los dos trabajan en lo
mismo es más complicado, porque no hay descanso. Yo tenía mi orquesta y
mi vida. No me pasó eso. Para mí el no era un escritor, era Juan.”
Pero Onetti fue un Juan de leyenda. Un hombre que además de haber ganado
el premio Cervantes en 1980 por una de las obras más originales y
renovadoras escritas en español, y de haber fundado una ciudad
inolvidable y mítica como Santa María –mapa cansino, portuario y
desolado, con personajes marginales, tallados en una muy rioplatense
épica de la derrota–, se reconocía incapaz de escribir sin alcohol,
infiel y perezoso hasta la exasperación. Pasó la última década de su
vida sin salir de la cama (“enfermo imaginario”, diagnosticaba el
escritor español José Manuel Caballero Bonald), convertido casi en
personaje de un cuento que él mismo podría haber escrito, entre
ramalazos de depresión, galones de humo de cigarrillo, novelas
policiales que leía por kilo y ríos de whisky. Tras sufrir tres meses de
encierro en su Montevideo natal, por haber presidido el jurado que
premió un cuento considerado pornográfico por la dictadura de entonces,
en 1975 Onetti se exilió en Madrid. Recuerdan quienes lo visitaron allí
los últimos años, que leídas las novelas policiales y bebido el alcohol
(“todos los clásicos de la colección del Séptimo Círculo, pero sobre
todo Simenon, que le encantaba”, precisa Dolly), embutía libros y
botellas bajo la cama. De ese hombre-claroscuro habla, locuaz y
encantadora, la mujer que estuvo a su lado hasta el final.
–¿Es cierto que hasta los años 50, cuando Ud. entra en su vida, Onetti quemaba sus originales?
–No sé si los quemaba, pero los destruía.
–¿Intuía usted la valía de Onetti como escritor?
–No,
nunca pensé que llegaría a ser tan importante. Nos casamos en 1955 y ya
no nos separamos. Los guardaba porque eran de él y descartarlos me daba
pena. Yo pasaba a máquina sus páginas escritas a mano y él las tiraba a
la canasta. No hagas eso, le decía. Y dejó de hacerlo. Ya no quedan
inéditos de Onetti, todo se publicó en 2009 por el centenario de su
nacimiento y los originales que se conservan están en Montevideo, en la
Biblioteca Nacional.
–Hasta allí peregrinó Vargas
Llosa al escribir “El viaje a la ficción”. En ese ensayo afirma que,
hasta Onetti, había una distancia radical entre lo que se contaba y cómo
se lo contaba, y que él hizo en nuestra lengua lo que Proust, Joyce o
Faulkner en las suyas. Habla, incluso, de “La vida breve”, de 1950, como
“la primera novela moderna de América Latina”. ¿Era consciente Onetti
de eso? ¿Se lo propuso?
– No sé si era consciente de que hacía
un cambio, supongo que sí; era muy inteligente, sabía mucho de
literatura. Lo que se dice en relación con la literatura uruguaya es que
él la sacó del campo y la trajo a la ciudad, a la angustia y el ritmo
urbanos. Era innovador en esa época. Si se lo propuso… Juan escribía por
placer, porque le daba felicidad; casi siempre de noche y sólo cuando
tenía ganas. Sin metas. Cuando ganó el Cervantes y le preguntaron qué
significaba el premio contestó: “Diez millones de pesetas”. Lo
criticaron mucho. “No preciso que me den premios por lo que escribo; yo
sé cómo escribo”, decía. Pero el dinero le salvó la vida. El tuvo una
experiencia que pocos conocen: pasó hambre, cuando vivía en Argentina
con su segunda mujer, en los años 30. Lo recordó en un libro contando
que ella se quedaba en la cama por debilidad y que robaban pan cuando
los invitaban a comer para tener un desayuno al día siguiente. Desde
entonces se obsesionó por tener la heladera llena y cuidar el futuro.
–Mencionaba Ud. a María Julia, la segunda mujer de Onetti.
–Sí, era la hermana de la primera.
–No es muy frecuente eso, ¿no?
–Eran
todos primos hermanos. Cinco chicas; cuando la mamá lo veía venir a
Juan, dicen que temblaba. Yo creo que las conoció a todas… Las mujeres
fueron cruciales en la vida y en la literatura de Onetti, nacido en
Montevideo en 1909. La generación literaria del 45, a la que perteneció
junto con Mario Benedetti, Angel Rama, la poeta Idea Vilariño y el
crítico Emir Rodríguez Monegal, entre otros, asociaba literatura y sexo
con cierta idea de intensidad. El ambiente prostibulario se cuela en los
relatos de Onetti desde su primer libro, El pozo ( 1939) novela
breve que confesaba haber escrito angustiado por no poder calmar otro
vicio, su deseo de fumar. De ese texto inaugural es también la línea que
Onetti traza entre la inocencia y la amargura que la maternidad y la
edad imprimen, a su juicio, en las mujeres. También, su obsesión por la
incomunicación, la purificación y el fracaso, y el tono escéptico,
angustioso, que lo convirtió en existencialista incluso antes de que
Sartre reclamara ese nombre para su filosofía. “Para él, recuerda Dolly,
una vez que una mujer tenía un hijo, cambiaba algo. Hablaba incluso de
cierto pecado contra la juventud. Y es verdad. Yo nunca tuve hijos.
Cuando lo conocí, Juan ya tenía dos: Jorge y María Isabel, ‘Litty’.
Quise tener un hijo con él, pero no pude; no vino y hasta cierto punto
es mejor porque hubiera sido muy complicado. Juan era muy…”
–¿Posesivo?
–Posesivo
en relación con el tiempo. Me decía “qué estás haciendo por ahí y por
qué no estás conmigo, leyendo conmigo”. Cuando vivíamos en Montevideo,
yo venía cada agosto a ver a mi madre y le compraba a Juan libros de
segunda mano en las librerías de avenida Corrientes. Una vez quedó una
chica cuidándolo y él le dijo “no hagas nada, no limpies nada, vení”. La
entusiasmó tanto con la literatura que terminó escribiendo un libro,
¡una biografía! Eso sí, la casa era un desastre.
–Onetti se casó tres veces antes de conocerla y, luego, vivieron juntos 39 años. ¿Cuál fue el secreto?
–Supongo
que envejeció, eso debe haber ayudado. Y además, teníamos una relación
muy fuerte. ¿Te acordás de Chaplin con Oona? Después de haber pasado por
un millón de mujeres se quedó con ella. Tiene que ver, en parte, con el
sosiego de la edad, creo. El era perezoso y yo tenía mucho entusiasmo.
Nos complementábamos bien.
–Está siendo humilde; era un hombre difícil.
–Si
lo conocías bien, no. Quizás tuvo mala fama por no haber cumplido con
las exigencias de la sociedad. Recuerdo que una vez lo invitaron al sur
de España a un festival de cine. Lo hizo por mí, porque me encantaban.
Llegamos y él se metió en cama con sus novelas policíacas y yo vi todas
las películas. El era capaz de hacer esas cosas. Era muy tímido. Siempre
lo fue, con decirte que una vez vio a Horacio Quiroga cruzar una calle.
A él le gustaba mucho la literatura de Quiroga y sabía que era él, pero
no se le acercó.
Onetti fue un tímido atrincherado. Huraño,
casi. Ese talante marcó su relación con el afuera. “La cita de hoy me
estropéo la noche de ayer, porque sabía que venía a esto y no sabía qué
iba a pasar, cómo me iba a comportar yo”, se disculpaba en 1977 ante el
periodista español Joaquín Soler Serrano en una entrevista de la
antológica serie A Fondo, de TVE. Disponible en la web, allí está todo
Onetti contado por él mismo: los silencios urdiendo literatura, el humo
del cigarrillo convertido en paisaje, el fraseo tanguero, su paso por el
periodismo, las anécdotas que cuajaron en cuentos inquietantes como El infierno tan temido
, el origen de Santa María, esa ciudad que inventó con retazos de
Buenos Aires y Montevideo, y la prehistoria de sus personajes que entran
y salen de novelas y relatos, reapareciendo en diversos libros para
contar un mundo sórdido de fracasos y derrotas. También, sus diferencias
y cercanías con los autores del boom latinoamericano, que lo admiraron
incondicionalmente y su método creativo, caótico, artesanal, tracción a
alcohol y a sangre.
En la alucinante Construcción de la noche
, biografía de María Esther Gilio y Carlos María Domínguez (Planeta
1993, reeditada por Lumen, recientemente), Gilio cuenta que la única
forma de vencer la objeción de Onetti a concederle entrevistas era con
frases cada vez más osadas: “Seguirás dándome de comer”, “Soy una de las
mujeres a las que mantenés”. Esa investigación, riquísima en datos,
documenta cómo sistemáticamente a partir de fines de los años 50, Onetti
llega de la calle y se mete en la cama, eligiéndola como búnker, “un
mundo en horizontal por derecho a la pereza”. Un día, estando de visita
su amigo Julio Adín (en la ficción, Julio Stein, el amigo de Brausen,
protagonista de La vida breve ), Onetti se levanta para ir al
baño y Dolly, quizá con ilusión de revertir el cuadro, le pide a Adín
que le ocupe el sitio. Al volver, como si nada, Onetti se acuesta a su
lado. No había vuelta atrás.
Maestro de dibujantes, el artista
Hermenegildo “Menchi” Sábat trabajaba ya en el diario Acción de
Montevideo, cuando en 1955 Onetti vuelve de Buenos Aires al periodismo
de su ciudad. Se hicieron amigos. “Le habían prometido ser agregado
cultural en la embajada uruguaya en París”, cuenta Sábat a Ñ. No
cumplieron, pero tiempo después lo nombraron director de bibliotecas
municipales, un puesto que le permitió tranquilidad para seguir
escribiendo. “Más que un alcohólico, Onetti era un alcohólatra; en
portugués se usa esa palabra y es más apropiada”, distingue Menchi, que
elige entre sus recuerdos uno de los años 80. Para entonces, Onetti ya
había ganado el Cervantes, vivía en Madrid, en un departamento sobre
Avenida América y “sacarlo de la cama costaba un Perú”. “Estaba
orgulloso de sus excentricidades; hasta el rey Juan Carlos lo invitaba
almorzar y él le decía que no”. A las 5 de la tarde, Onetti recibió a
Sábat sin salir de la cama y comenzó a tomar vino tinto de pequeñas
botellas que Dolly reponía. “Recién a las 10 bajamos a cenar a un
restaurante cercano. En otra mesa había una pareja conversando. Onetti
empezó a imaginar el diálogo: qué decía él, qué contestaba ella y yo
creo que debe haberle errado sólo por una o dos palabras. Esa noche, ahí
nomás, delante de mí, escribió un cuento.” Volvemos a Dolly:
-No
hemos hablado de otra mujer importante en la vida de Onetti: la poeta
Idea Vilariño, con quien mantuvo una intensa relación pasional y
literaria.
–Ah llegaste a eso… Bueno, había una relación muy
fuerte antes de que yo entrara en su vida. Ella era una poetisa
maravillosa, que escribió poemas absolutamente increíbles. “No te voy a
ver morir…”, impresionante. Ella lo adoraba. Yo pienso que Juan como
escritor necesitaba tener todo tipo de relación que tuviera ganas de
tener y que le surtiera la imaginación. A mí me critican. Me preguntan
por qué. Y bueno, porque si lo hubiera encerrado, no hubiera funcionado.
Yo la veía mucho en Uruguay. Fue una relación muy distinta a la mía.
Ella era una mujer muy politizada, de izquierda, muy fuerte. Juan,
también. Cuando se peleaban era por política.
Dolly no me dirá más sobre Idea Vilariño esta tarde. Preferirá temas más amables: el rapport
de Onetti con los niños, su fascinación por Picasso (“cuando todavía no
era famoso y se lo podía comprar, se jugó el dinero de una
indemnización que reservaba para un cuadro a las patas de un caballo,
porque le habían pasado una fija; perdió, por supuesto”), su preferencia
por los últimos cuartetos de Beethoven. Sabe que de los incontables
romances de Onetti, el de Idea fue pura pólvora. Ella murió en 2009,
dejando una obra poética valorada por su calidad y elocuencia a nivel
internacional. El poema que Dolly recuerda se llama “Ya no”, era el
preferido de Onetti e integra Poemas de amor , un libro de 1957 que Vilariño le dedicó (quitó la dedicatoria en posteriores ediciones, cosa que enfureció al autor de Juntacadáveres ). Los versos hablan por sí solos: “ Ya
no será,/ ya no viviremos juntos, no criaré a tu hijo/ no coseré tu
ropa, no te tendré de noche/ no te besaré al irme, nunca sabrás quién
fui/ por qué me amaron otros.(…) No me abrazarás nunca como esa noche,
nunca./ No volveré a tocarte. No te veré morir ”. Onetti, a su vez, le dedicó Los adioses (1954), uno de los libros que más quería. Vilariño recordó su vínculo en una entrevista inédita, publicada tras su muerte por Ñ,
el 27 de junio de 2009: “Era todo muy complejo. Estábamos en uno de
esos buenos momentos cuando él me dijo que se iba a Buenos Aires. ‘¿Por
qué?’, dije yo, ‘¿por qué te vas?’ ‘Porque tengo que casarme’, dijo él.
(…) Habló de Dolly, de cómo era Dolly. No sé. Tal vez yo dije: ‘La
semana que viene me voy a Las Toscas’. El, claro, algo dijo. Lo curioso
es que no fue algo que le costara decir. Para él era algo banal. Tenía
que casarse la semana siguiente y nada más. (…) Eramos unos monstruos.
Yo también.” Hacia agosto de 1961, se separaron. Volvieron a verse en
varias ocasiones, en Montevideo y en Madrid. De uno de esos reencuentros
hay fotos tomadas por Dolly.
–Onetti forjó una leyenda. Se dice que asustaba a los periodistas con revólveres de juguete. ¿Eso es cierto?
–Sí, es cierto… Hacía esa broma. Tenía fascinación por las armas y por el far west
. En el ensayo iconográfico de Raúl Manrique Girón y Claudio Pérez
Miguez, publicado por Del Centro Editores, que incluye muchas fotos
mías, hay imágenes de esos momentos y algunas en las que incluso Juan
está disfrazado de cowboy . Evadía las entrevistas todo lo que
podía, pero si se entusiasmaba, se ponía muy personal. Cuando en medio
de un encuentro yo entraba con café o con un vaso de vino, veía al
entrevistador mostrándole a Juan fotos de sus hijos. ¿Pero quién
entrevista a quién?, me preguntaba. Onetti era un curioso implacable.
Conseguía, especialmente con las mujeres, que le contaran todo. A veces,
cuando yo entraba al cuarto, me hacía una seña con la mano para que
aguardara porque estaba llegando a algo importante.
–¿Una investigación literaria?
–No,
humana. Esa curiosidad es propia a todo escritor. Cuando uno toma una
obra y siente que los personajes están bien armados se relaciona con
eso, ¿no?
–¿Cuál era el personaje que Onetti más quería?
–Larsen era su favorito, sin duda. El “juntacadáveres”, que protagoniza ese libro, El astillero y está también en Dejemos hablar al viento,
donde se quema Santa María. El apodo lo escuchó en un bar: se lo daban
a un hombre que estaba tan destruido que sólo le hacían caso las
prostitutas viejas.
Otra escena que engorda el
anecdotario, tomada de un diálogo antológico entre María Ester Gilio y
Dolly: es 1966 y la horizontalidad que Onetti prefiere a cualquier otra
posición deja huellas en su cuerpo. Lee y escribe en la cama, fumando
con la mano izquierda y siempre apoyado del lado derecho; tiene el codo a
la miseria: “¿Nunca le pusiste eso que se les pone a los bebés?”,
pregunta Gilio. “¿Hipoglós?, sí claro que le puse”, contesta Dolly. El
intercambio termina cuando el vozarrón de Onetti las interrumpe desde el
dormitorio: “¿Quieren parar con mi codo? ¿Les parece un tema
interesante?” La vejez y la decadencia lo preocupaban. En Retratos y autorretratos
, de Sara Facio y Alicia D’Amico (1973), que reúne imágenes y textos de
21 autores latinoamericanos, Onetti asegura: “Hace muchos años que
aprendí el arte de afeitarme al tacto, para evitar la opinión del
espejo, para acudir al trabajo sin el peso de otra depresión. (…)
Mientras yo permanezco adolescente, calmo, interesado en lo que importa,
bondadoso y humilde por indiferencia y por la asombrosa seguridad de
que no hay respuestas, ella, mi cara, ha envejecido, se ha puesto amarga
y tal vez esté contando o invente historias que no son mías sino de
ella.”
–¿Hablaban de lo que él escribía?
–No, pero me daba sus libros para que los leyera con oído musical.
–¿Cómo es eso?
–Le
interesaba el ritmo de lo escrito, que no hubiera palabras repetidas.
Me volví muy buena detectándolas. Juan tiene un estilo inconfundible,
algo esencial, como la voz para el que canta: el timbre personal. El
cuidaba mucho que no se le mezclara el idioma. Prefería las traducciones
argentinas y, por fortuna, el español de la península nunca entró en su
estilo.
–¿Qué extraña de Onetti?
–Eso ya me lo preguntaste.
–Pero no me contestó.
–Yo
soy como el ave fénix, renazco. Ahora vuelvo a Madrid, voy a todo lo
que me invitan... Es Europa y me salvo del invierno. El también
cambiaba. En la intimidad se mezcla todo y tenía un gran sentido del
humor. Mucha ironía. Cambió un poco desde que salió del Uruguay. Tomó
muy mal lo de la cárcel. Vendimos una casita que teníamos en Lagomar y
logré que pasara los tres meses de reclusión en un psiquiátrico. Cuando
salió no quiso volver a Montevideo, pero extrañaba todo; es fuerte el
paisito ese. Se aisló. Con lo que le gustaba la pintura, nunca fue al
Museo del Prado. Mucha gente decía que su habitación era el Uruguay.
Venían los amigos uruguayos –Benedetti vivía a cinco cuadras y nos
veíamos mucho– y él decía “Dolly, poné a Gardel” y lo escuchábamos por
horas, porque era fanático de su música.
–Hablaba
del humor y la ironía de Onetti. La dedicatoria de “La cara de la
desgracia”, de 1960, ¿puede entenderse en ese sentido?
–Sí, a
mi madre no le gustó nada. “Para Dorotea Muhr, ignorado perro de la
dicha”. Mucha gente no lo entendió, es difícil. Juan era muy amante de
los animales. De niño, dormía con su gato. A su perra, Biche, la
adoraba. Juan decía que un animal puede dar enorme dicha. Quizá tenga
que ver con eso: la dicha de algo que está ahí siempre y que siempre es
fiel, ¿no? Algo así. El me preguntó antes de poner esa dedicatoria si
estaba de acuerdo y yo dije que sí. Me gustaba; es original.
Memoria. Una vasta muestra registra experiencias radicales entre los 70 y los 90, cuando en toda Latinoamérica vivimos entre el terror y la fiesta
Miguel Angel Rojas. Serie Mogador, 1978-1980, fotografía 70 x 100 cm. Archivo Miguel Angel Rojas Ortiz, Bogotá, Colombia.
Periférico de Objetos. El Hombre de arena, Buenos Aires 1992. Fotografía, Magdalena Viggiani.
Gianni Mestichelli. De la serie Mimos, 1980, Buenos Aires.
Yeguas del Apocalipsis. “La conquista de América”, Santiago de Chile, 1989. Foto, Paz Errázuriz.
Breno Quaretti. “Jóvenes haciendo siluetas en el Obelisco el último día
de la dictadura argentina”, 1983. Archivo Hasenberg-Quaretti, Buenos
Aires./revista Ñ
Tras subir los tres pisos por escalera del antiguo Hotel de
Inmigrantes que aloja al Centro de Arte Contemporáneo del Muntref, la
muestra Perder la forma humana le depara al visitante otro
desafío. Tanto por la forma como en el contenido de lo que allí se
exhibe. Un conjunto de naturaleza diversa lo enfrenta a experiencias
desconocidas que tuvieron lugar en ésta y otras geografías en un tiempo
afortunadamente distante. Experiencias que nacieron de urgencias
políticas entre los 70 y los 90, que tuvieron un vigor incomparable pero
también una presencia fugaz. De allí que apenas sobrevivieran en la
memoria de quienes las gestaron y en algunos archivos imprevistos.
Bucear en ellos fue la tarea que emprendió la Red de Conceptualismos del
Sur, el grupo de investigación que coordinan, entre otros, las
argentinas Ana Longoni y Mabel Tapia, la chilena Fernanda Carvajal, el
peruano Miguel López y la brasileña Fernanda Nogueira y eligió asumir el
formato que despliega esta muestra.
Es desde allí que se
establece una serie de sintonías que van desde la intención de ganar la
calle para reclamar aquí y allá por los desaparecidos y por las
libertades democráticas, hasta enfrentar toda forma de autoritarismo,
incluidos los derechos de las minorías cercenados aun en aquellas
organizaciones políticas que se reclamaban libertarias. Todas sus
manifestaciones coincidieron en apelar a estrategias estético-simbólicas
destinadas a ganar presencia urbana. Es el caso de El Siluetazo, la
acción colectiva que acompañó la Tercera Marcha de la Resistencia e
inundó el centro cívico de nuestra ciudad con siluetas vacías un mes
antes de las elecciones de 1983. O la convocatoria NO +, del colectivo
chileno CADA, que en el décimo aniversario del golpe de Pinochet invitó a
los participantes a completar la consigna con su propio reclamo. Así de
participativo pero de tono crítico y paródico había sido la gráfica del
Gas-Tar y el colectivo CA-PA-TA-CO, que integraron Fernando Bedoya y
Emei, dos artistas que venían de la experiencia peruana y acompañaron
desde fines de los 70 las acciones de las Madres de Plaza de Mayo.
La
recuperación de la alegría que produjo el retorno a la democracia, los
cruces con el rock y la estética contracultural del punk y la
multiplicidad de expresiones que se entreveraron en el under teatral,
musical y artístico es otro de los núcleos que aborda la muestra en su
relación de geografías múltiples. Así también, el insoslayable
protagonismo que alcanzó el cuerpo en todos estos planos. Pero
fundamentalmente como afirmación libertaria, algo que hizo de la
estética “marica” una de las expresiones más vigorosas y potentes de los
80.
Resulta curioso sin embargo que se haya elegido por título Perder la forma humana
–fragmento de una reflexión del Indio Solari sobre la contracultura de
aquellos años– justamente para abarcar experiencias que se encargaron de
rescatar y restaurar la forma humana luego de años de haber sido vejada
y ocultada.
Organizada en un principio por el Museo Centro Reina
Sofía, en cuyas salas se exhibió a fines de 2012 y principios de 2013,
la muestra pasó por el museo Mali de Lima antes de llegar a Buenos
Aires. Perú encarna uno de los capítulos más tempranos de esta
articulación con el Grupo Paréntesis de 1979 y luego con el Taller NN y
su carpeta negra de desaparecidos por la que terminó vinculado a Sendero
Luminoso. Todos coincidieron en el uso de la gráfica para sus acciones.
Hacer pie en Latinoamérica era esencial a los contenidos de esta
muestra cuya premisa central son estas formas de resistencia que
emergieron en el Cono Sur. Se diría que como contracara vital y
espontánea de la macabra coordinación entre dictaduras militares que
organizó el plan Cóndor entre 1975 y 1992. Así, aunque presentada con
foco en los años 80, el conjunto de los materiales y referencias que la
exhibición reúne desborda esa década. Podría tomarse como denominador
común el espíritu transgresor que terminó por distinguir a los 80 pero
que en realidad se filtró en el horizonte ni bien asomaron las primeras
fisuras en los gobiernos militares hacia fines de los 70 y continuó más
allá de ellas en las rebeldías que surgieron con los reclamos no
satisfechos en los retornos democráticos. Esto se nota, por caso, en la
serie de performances Bienvenidos al Circo, que impulsó Ral Veroni y
consistió en desfigurar los afiches políticos de la elección de 1989 con
intervenciones paródicas, una estrategia muy 80.
La exhibición
tiene la gran virtud de delinear una cartografía de coincidencias, hasta
ahora desmembradas, dentro del área inicial que investigó
Conceptualismos del Sur, e incorporar experiencias de un gran interés de
México y Colombia. Pero, acaso demasiado concentrada en la lógica del
archivo, priva al espectador de recrear la vitalidad que caracterizó a
aquellos años en sus expresiones sensibles, que fueron muchas. Buena
parte de lo que refiere queda confinado a las vitrinas o limitado a
marcos menores en registros fotográficos. De los distintos núcleos que
articulan la exhibición, es en el apartado Anarkia donde esto resulta
más elocuente. Otra cosa promete la primera sala, que abre con imágenes
de El Siluetazo, La Cueca de las Yeguas del Apocalipsis y la recreación
del hombre de Arena del Periférico de los Objetos. Una potencia que
recién retoma la voz de Néstor Perlongher leyendo su poema “Cadáveres”
en el tramo final.
Veinticuatro candidaturas de catorce nacionalidades optan al Premio
Príncipe de Asturias de las Letras, que se fallará el próximo miércoles
en Oviedo, informó la Fundación que concede los galardones
El director de la Real
Academia Española, Jose Manuel Blecua, jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras./lainformacion.com
Las candidaturas proceden de Argentina, Cuba, Chile, China, Egipto, Estados Unidos, Grecia, Irlanda, Italia, Japón, Mozambique, Reino Unido, Uruguay y España.
El
jurado, que comenzará las deliberaciones el martes, estará compuesto,
entre otros, por el periodista Juan Cruz, el director de la Real
Academia Española, Jose Manuel Blecua, la catedrática de Literatura Española Rosa Navarro, el doctor en Filología Fernando Rodríguez Lafuente o el doctor en Letras Fernando Sánchez Dragó.
El de las Letras es el quinto de los ocho galardones internacionales que convoca anualmente la Fundación Príncipe de Asturias, y que este año alcanzan su XXXIV edición.
Los Premios
Príncipe de Asturias están destinados, según los Estatutos de la
Fundación, a galardonar "la labor científica, técnica, cultural, social y
humanitaria realizada por personas, instituciones, grupos de personas o
de instituciones en el ámbito internacional".
Conforme a estos
principios, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras se concederá a
aquellos "cuya labor de creación literaria represente una contribución
relevante a la literatura universal".
En los últimos años han sido distinguidos con este galardón el escritor andaluz Antonio Muñoz Molina (2013), el novelista estadounidense Philip Roth (2012); el poeta y cantante canadiense Leonard Cohen
(2011); el escritor libanés Amin Maalouf (2010); el narrador, ensayista
y poeta albanés Ismaíl Kadaré (2009), y la escritora canadiense
Margaret Atwood (2008).
El Premio está dotado con una escultura de Joan Miró -símbolo representativo del galardón-, la cantidad en metálico de 50.000 euros, un diploma y una insignia.
En
esta XXXIV edición de los galardones se han fallado ya los premios de
Artes (Frank Gehry), Ciencias Sociales (Joseph Pérez), Comunicación y
Humanidades (Quino), e Investigación Científica y Técnica (Avelino
Corma, Mark E. Davis y Galen D. Stucky).
El Ayuntamiento de Madrid dará el nombre del premio Nobel de
Literatura Gabriel García Márquez, fallecido el pasado 17 de abril, a
una de sus bibliotecas municipales y un homenaje en la Feria del Libro que se inicia hoy
Gabriel García Márquez, autor colombiano de Cien años de soledad, sera homenajeado durante la Feria del Libro de Madrid./lainformacion.com
El Pleno del Ayuntamiento ha
acordado hoy por unanimidad dar el nombre del premio Nobel de Literatura
Gabriel García Márquez, fallecido el pasado 17 de abril, a una vía,
espacio urbano o edificio de titularidad municipal de la ciudad.
En una intervención previa a la votación, el delegado madrileño de Las Artes, Deportes y Turismo, Pedro Corral,
ha anunciado que el espacio elegido finalmente es la biblioteca
municipal de Orcasur, en el distrito de Usera, al sur de la ciudad, que
actualmente está en obras para multiplicar por cinco su superficie y
será reabierta a final de año.
Corral ha recordado que Madrid, "capital cultural de una comunidad de 500 millones de hispanohablantes y puente entre Europa y América", quiere "perpetuar" así su "gratitud" a García Márquez por su obra y por "su admiración hacia Madrid".
La
concejala socialista Ana García D'Atri, que se ha referido a García
Márquez como "el mejor escritor en español del siglo XX" y un
"constructor de mundos mágicos", ha opinado que el premio Nobel "merece
un lugar en Madrid igual que lo tiene en el corazón de los madrileños.
Lo contrario -ha apuntado- seria condenar a Madrid a cien años de
soledad".
Por Izquierda Unida,
Milagros Hernández ha intervenido para destacar que su obra es hoy
"vida, alegría y gozo" y valorar su "marcado compromiso con la
revolución cubana", a la que "nunca retiró su apoyo" y "nunca escatimó
apoyos a Fidel Castro".
La
edil de UPyD Patricia García ha dicho que Madrid rinde así un "justo
homenaje" a "un grande entre los grandes", al que ha dicho que
personalmente le debe "el inmenso placer de la lectura".
La Feria del Libro regresa con un homenaje a García Márquez y recuperando 'El Micro'
La 73 edición de la Feria del Libro regresa al Paseo de Coches del
parque del Retiro del 30 de mayo al 15 de junio con un homenaje a
Gabriel García Márquez con una lectura continuada de 'Cien años de
soledad', un homenaje a Quino, premio Príncipe de Asturias de
Comunicación y Humanidades, al cumplirse el 50 aniversario de 'Mafalda',
encuentros en torno al centenario de la Primera Guerra Mundial y con la
recuperación de 'El Micro'.
Situado frente a la iglesia de San Pascual, en el Paseo de Recoletos, recogió en 1933 las palabras del presidente del Gobierno, Manuel Azaña.
Ahora hasta 16 novelistas, poetas, libreros y periodistas contarán con
un minuto desde el 31 de mayo y a las 12 horas para escuchar sus
palabras, por medio de la megafonía del Paseo de Coches.
El
homenaje a García Márquez tendrá lugar el domingo 8 de junio en la
caseta 0. Organizado por Penguin Random House, en la lectura
participarán personalidades del mundo cultural y todo aquel lector que
se quiera sumar. También se habilitará un libro de condolencias, que
después se hará llegar a la familia del escritor.
El espacio
dedicado a la inmortal Mafalda se centrará en 'Los viernes de Quino',
que tendrán lugar en la caseta 0, desde donde distintos dibujantes
trasladarán a los asistentes al universo de esta inconformista inmortal.
Y también habrá hueco para los 20 aniversario. Es el caso de 'Tranvía a
la Malvarrosa', libro en torno al cual conversarán Manuel Vicent, José
Luis García Sánchez, Manuel Gutiérrez Aragón y Ángel S. Hanguindet, y de
'Manolito Gafotas'.
La reflexión llegarán, entre otros, de la mano de la literatura
social de Javier Díez Moro, autor de 'La asesina que gritó justicia'.
Estará acompañado por Rosa María Calaf, Lolo Rico y representantes de
PAH-Madrid. Quien tampoco faltará a su cita en el Retiro será la novela
negra. A destacar la mesa redonda sobre el 'boom' de los escritores
nórdicos.
La feria será el evento también elegido para presentar
el libro 'La Real Academia Española. Vida e historia', del académico y
director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, dedicado al tricentenario de la RAE.
El programa incluye dos lecturas de poesía: 'Palabras que son flores que son frutos que son actos', que reunirá a autores mexicanos y españoles en torno a la figura de Octavio Paz, y 'Dos universos poéticos a los 30 años de su muerte', dedicado a Vicente Aleixandre
y Jorge Guillén. Además, el primer día de la feria es el elegido para
entregar el XVII Premio Alfagura de Novela, que este año ha recaído en Jorge Franco por 'El mundo de afuera'.
Menos casetas, más expositores
En
esta edición habrá 364 casetas, "algunas menos que el año pasado",
según el director, Teodoro Sacristán, aunque con más expositores, hasta
508, entre los que se encuentran 20 organismos oficiales, 10
distribuidores, 60 libreros especializados, otros tantos generales, 218
editores de Madrid y 134 de fuera de la ciudad.
Por segundo año
consecutivo, las bibliotecas municipales colaborarán mano a mano con la
Feria del Libro. Así, la Eugenio Trías, en la Casa de Fieras del Retiro,
acogerá debates, mesas redondas, y presentación de novedades. En Casa
de Vacas, también en el Retiro, el Ayuntamiento ha programado tres
lecturas dramatizadas. Una se dedicará a Antonio Machado, la segunda al
ambiente de los cafetines madrileños del siglo XIX y la última a Luis Alberto de Cuenca.
Todo
ello sin olvidar las tradicionales propuestas para los más pequeños,
con talleres y cuentacuentos. Otra opción es el concurso de fotoletras,
que propone a los niños dar con letras inesperadas en el parque, como la
'J' en el perfil de una farola o la 'O' en las nubes.
La Feria está patrocinada por el Ayuntamiento, la Comunidad, la Real Casa de Correos y Banco Sabadell.
El presupuesto es similar al del año pasado, algo más de un millón de
euros, y se presenta este año bajo el lema 'Deletrear el mundo'. El
cartel de esta edición es obra del sevillano Santiago Miranda, premio
Nacional de Diseño en 1989. Plasma el momento en el que un lector
despliega un mapa para orientarse en el viaje de los libros.
La petición fue, principalmente, para los profesionales de la comunicación, cuidado y responsabilidad al escribir en internet para evitar que eso empobrezca el idioma
El Diccionario oficial de la RAE, para escribir bien como quieren los académicos de la lengua./elespectador.com
La directora del Departamento de "Español al día" de la Real Academia
Española (RAE), Helena Hernández, reclamó, especialmente a los
profesionales de la comunicación, "cuidado y responsabilidad" al
escribir en internet para evitar que eso empobrezca el idioma.
Hernández
ha participado en la última mesa redonda del IX Seminario Internacional
de Lengua y Periodismo que se ha celebrado en San Millán de la Cogolla
(norte de España) con el lema "El español del futuro en el periodismo de hoy"
Detalló que su departamento, que recibe las consultas sobre el español en la RAE, ha alcanzado los 600.000 seguidores en Twitter, lo que demuestra que "hay interés por escribir bien".
Hernández
afirmó que "la planificación y adecuación a la norma es igual en
soportes digitales y tradicionales", pero "otra cosa son los actos más o
menos privados", sobre todo en redes sociales, que "están gobernados
por la inmediatez, por la limitación de tamaño o por vínculos
emocionales".
Repasó algunas características de la escritura en
redes sociales, como prescindir de la h muda y del punto en las
abreviaturas; que la q haya pasado a ser siempre k; reducir palabras a sus consonantes; usar solo las mayúsculas como símbolo emocional y eliminar algunos acentos.
En
general, dijo, "se elimina todo lo que se considera superfluo", como
ocurre con el punto y coma, "del que hasta nos han llegado bulos que
dicen que la RAE lo ha eliminado".
Otras cuestiones que mencionó
son el abuso de puntos suspensivos, dar nuevos significados a elementos
auxiliares, como la arroba para incluir a los dos sexos; y "emplear
coloquialismos y neologismos por doquier".
Todos esos usos, admitió, "pueden producir cambios en estándar lingüístico" y "algunos, aunque se usen casi a título individual, ponen en riesgo la unidad ortográfica del español".
Por
eso, señaló que "hay que tener cuidado porque nos podemos acostumbrar a
determinadas formas de escritura en contextos sin importancia, pero que
acaben contaminando otro tipo de escritos, sobre todo para gente no
formada".
Para ella, "muchas personas no tienen problema para
adecuarse a registros diferentes", pero "las consecuencias pueden ser
malas para los nativos digitales y para su dominio de discursos
complejos".
"Tenemos la responsabilidad de formar a individuos
capaces de pasar de un registro a otro porque las nuevas generaciones,
que son nativos digitales, tienen ese riesgo", concluyó Hernández, quien
pidió que no se haga "dejación del patrimonio lingüístico del español"
al utilizar las nuevas tecnologías.
El jefe de Medios Interactivos
de CNN en español, Juan Andrés Muñoz, justificó que "no se escribe ya
como antes", que hoy se escribe "desde cualquier lugar y situación
mientras se come, desde el coche o el sofá" y "eso moldea el lenguaje".
"La
rapidez es una obsesión, también porque se sabe que se puede corregir y
se sacrifica la precisión por sacar la noticia antes; y creemos que no
tenemos por qué escribir perfectamente, ya lo arreglaremos luego",
explicó.
Pero consideró que no hay que ver esa situación de forma
crítica, sino que es una evolución más del lenguaje y, "hoy, el lugar de
paso de un sitio a otro no es una calzada romana o un camino, sino
internet".
La catedrática de Lingüística de la Universidad de
Extremadura, Carmen Galán, aseguró que hace décadas, cuando empezaban a
enviarse mensajes cortos de texto en los teléfonos, "ya se podía
comprobar que había signos preocupantes del uso del idioma por los
jóvenes" y "ahora, con las redes sociales, es alarmante".
"Hemos
pasado de la generación del pulgar a una generación que vive en internet
y allí gestiona sus contactos, su personalidad, sus noticias y necesita
exponerse al exterior y construir personajes", explicó.
La catedrática de Redacción Periodística de la Universidad Europea de Madrid, Elena Gómez, detalló que muchas personas escriben en la red diferente a cómo lo harían en un periódico,
aunque recalcó que no es "apocalíptica" sobre la pérdida de corrección
en la escritura porque las personas son capaces de diferenciar
diferentes ámbitos.
Este seminario, que inauguró ayer la Princesa
de Asturias, está organizado por la Fundación San Millán y la Fundación
del Español Urgente (Fundéu), impulsada por la Agencia EFE, patrocinada
por el BBVA y asesorada por la RAE.