16.6.12

¿Qué define al policial argentino?

"En el policial argentino están las dos grandes corrientes del género, el policial de enigma y el policial negro, los dos estilos están muy presentes en la historia", sintetiza De Santis

DE SANTIS: "Una buena novela policial es una buena novela a secas".foto.fuente: Revista Ñ

Una buena novela policial es una buena novela a secas”, lanza Pablo de Santis y ese “a secas” queda vibrando en el largo silencio en el que se sume el escritor. “El policial ha invadido totalmente la literatura. Está presente en la mayoría de los libros. Hay novelas que no son específicamente del género, ya no hay colecciones de policiales, pero el policial atrapó a todos los géneros. La idea de contar una historia que tiene relación con otro relato oculto es algo que está en nuestro inconsciente narrativo”, había dicho poco antes.
Con eso acuerda Guillermo Martínez y se mete de lleno en el policial argentino: “En la literatura argentina el policial tiene un rango curioso porque no está condenado a priori , como ocurre en otras literaturas en las que los títulos del género van directamente a los anaqueles de la subliteratura. Creo que gracias al trabajo de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, a la gran selección de novelas que hicieron en la colección del Séptimo Círculo entre el gran cúmulo de policiales de la época, muchos autores argentinos, si no todos, han escrito alguna novela que toca lo policial o es estrictamente policial. Es un género muy estudiado, frecuentado y con un prestigio literario construido a partir de relatos canónicos como ‘La muerte y la brújula’, de Borges, o Rosaura a las diez, de Marco Denevi. Estos autores mostraron que se puede hacer gran literatura con un pie, casi una excusa, en lo policial”, sopesa el autor de Crímenes imperceptibles y apunta nombres a esa nutrida lista de autores que se aventuraron en el género a lo largo las generaciones. “Siempre hubo un costado plebeyo pero con cierto prestigio académico ligado a lo policial en la literatura argentina”, comenta.
Para De Santis ese atravesamiento explica no sólo la vitalidad del policial, sino otros muchos fenómenos que desbordan lo literario. “Una marca, en general, de toda la cultura argentina es la sofisticación de lo popular, hay elementos populares, pero siempre se llega a un nivel de sofisticación que tiene que ver con los cruces de nuestra sociedad entre lo que se considera alta cultura y cultura popular. Ocurre, por ejemplo en la historieta, y en la novela policial que tiene los elementos populares del género pero a la vez siempre alimenta ciertos debates de ideas, cierta reflexión sobre el género”, señala.
La larga historia del policial, interviene Vicente Battista, comienza sobre el final del siglo XIX con la aparición de Las huellas de crimen, de Raúl Waleis, aquel primer texto que, dice, “da a la Argentina el orgullo de ser el primer país en lengua española que publica una novela policial”. Una llama encendida en 1877 que permanecería ardiendo en las antorchas de Borges, Bioy Casares, Leonardo Castellani, María Angélica Bosco y Rodolfo Walsh, acaso un pequeño puñado de los que cultivaron aquel género con rasgos clásicos; y, aunque con una impronta más marcada del policial negro norteamericano, en autores como Juan Sasturain, Juan Carlos Martini, Ricardo Piglia, Carlos Balmaceda, Rubén Tizziani, Ernesto Mallo y el propio Battista, entre muchos, muchísimos otros. Porque, como coinciden los autores consultados, son pocos los escritores que no han incursionado con mayor o menos énfasis en el policial.
“En el policial argentino están las dos grandes corrientes del género, el policial de enigma y el policial negro, los dos estilos están muy presentes en la historia”, sintetiza De Santis y confiesa su cercanía con el policial de intriga. Ese que, en palabras de Martínez, ha sido dejado un poco de lado en las obras contemporáneas. “Se lo considera casi un acertijo y hay una especie de menosprecio por este subgénero que en la jerga se llama el ‘ Who done it ’ (quién lo hizo) con el que hay un fuerte malentendido porque se piensa que la gracia de estas novelas se extingue cuando aparece el nombre del criminal. Eso, para mí, es una manera muy reduccionista y vulgar de mirar al género, me parece que si el policial clásico perdura es porque los hechos se presentan de cierta manera, con un cierto orden, una cierta lógica que parece la lógica verdadera que rige esos hechos y en el final, junto con el nombre del criminal, aparece un ordenamiento diferente de los mismos hechos y se revela una verdad escondida y oculta que está por detrás. Se revela mucho más que el responsable de un crimen –considera el autor de La muerte lenta de Luciana B–. En ‘Las leyes de la narración policial’ –un ensayo muy lindo de 1933, recogido en Textos recobrados– Borges propone leyes para la narración policial y escribe explícitamente siete u ocho y si uno lee con cuidado aparecen otras siete u ocho que están implícitas. Pero, entre las que menciona, la última habla de la necesidad y maravilla de la solución. Es decir, que el que lee novela policial lo hace: por un lado como un desafío intelectual, y por otro con la esperanza de ser maravillado, sorprendido y maravillado por la solución. Hay algo del orden del acto de ilusionismo en la novela policial y, para mí, ese es el mecanismo que todavía funciona cuando las ideas son lo suficientemente astutas”, cierra Martínez en una suerte de alegato a favor del policial de enigma, con el que trabajó en su más célebre novela Crímenes imperceptibles , llevada al cine en 2008 por Alex de la Iglesia.
Cierto es que en un momento, la arena del policial enigma en nuestro país fue arrasada por el auge del policial negro, en la visión de De Santis, porque “hubo una generación, la anterior a la nuestra, que idolatró a Raymond Chandler y Dashiell Hammett. Les atraían mucho todos estos escritores y, en general, desechaban al policial clásico, creo que por el artificio, por esa figura del detective que es una especie de aficionado, amateur que no se sabe de qué vive”. Puesto a hablar de las dos corrientes del género, Battista se arriesga y afirma que el policial negro salvó del olvido al policial clásico: “El policial, esto nadie lo discute, nace como género con Edgar Allan Poe. A cincuenta años de la muerte de Poe nace Hammett. Muere el fundador del policial enigma y nace el del policial negro. Si no hubiese existido el policial negro, hoy no estaríamos hablando del policial, hubiera muerto por sí solo, porque hay un momento en el que no hay más enigmas que resolver. En el policial negro, al no haber enigma, sólo se cuentan como son las cosas. Si no hubiera existido el policial negro, el policial enigma se hubiera apagado”.
Para Martínez esa idea se basa en un equívoco: “Algunas categorizaciones se hacen, a veces, con demasiada liviandad. Se supone que la novela de enigma es puramente acertijo y juego intelectual pero basta leer con un poco de cuidado las novelas de Agatha Christie para ver también que a través de ellas se puede hacer un estudio de la sociedad inglesa de la época”, dice. Por el mismo lado avanza De Santis y afirma que para él, la ciudad de Los Angeles de Chandler no es más real que las casas de campo inglesas de Agatha Christie. “Yo creo que ningún valor literario logra sobrevivir por su relación directa con una determinada realidad social, siempre sobreviven por valores autónomos a la misma obra”, expone el autor de El enigma de París (Premio Planeta-Casamérica 2007) y afirma que desde su punto de vista en la novela policial de intriga está el atractivo de que a la verdad se llega por indicios, y aunque sean relatos fantasiosos sirven a las personas reales para pensarse en la realidad y en la búsqueda de la verdad. Asimismo considera que a las novelas negras se las exaltan, a menudo, por motivos equivocados. “Para mí son maravillosas, pero no porque reflejen la sociedad mejor que la novela de enigma, sino porque han inventado otra mitología del detective, tan convencional como la anterior”.
Investigadores que se camuflan tras los anteojos de ver de cerca de un juez de paz, en la informalidad de algún periodista, la serenidad de algún bibliotecario, la curiosidad del librero. El policial argentino ha tenido que buscarle la vuelta a la figura del detective para no caer en perfiles forzados y artificiosos, tal vez por ese manto de oscuridad, tragedia, dolor y miedo que se asocia inevitablemente a la institución policial en nuestro país. Y en esa búsqueda por abrirse a los posibles avatares del detective clásico, se construye una de las principales innovaciones del policial más actual. Pero hay más, bastante más.
El editor y crítico literario Jorge Lafforgue, autor de Asesinos de papel y de una fundamental antología de cuentos policiales argentinos, advierte que estamos ante un momento particular para el género. “Hoy, aquí en la Argentina, hay un fuerte movimiento dentro del relato policial, pero no es un hecho aislado, en el mundo, como bien sabemos, hay grandes escritores del policial, ha habido una especie de resurgimiento del policial sin que este haya muerto nunca. Pero en esta época hay algunos signos distintivos respecto de las anteriores”.
Si décadas atrás había colecciones renombradas y claramente establecidas de policial, si las revistas difundían relatos fundamentales a precios accesibles, si autores como Chandler y Hammett se vendían en los kioscos de revistas y había concursos que hoy no encuentran equivalentes, cierto es que por entonces no existían encuentros como los que propone el Festival Azabache, de Mar del Plata, y el BAN! (Buenos Aires Negra) a realizarse en los próximos días. La cosa está en movimiento y con el ruido del andar sólo parece posible hacer algunos apuntes.
“Yo distinguiría un par de cuestiones –explica Lafforgue– por un lado hay un grupo de narradores que se asumen como escritores de policiales, y en cuyas obras los signos del policial son claros, y otro sector de escritores que me interesan porque marcan un camino tal vez distinto. Los primeros son los más conocidos: Pablo de Santis, Claudia Piñeiro, Guillermo Martínez, Leandro Oyola…, etc. Ahí puedo decir que encuentro textos muy buenos pero que me remiten al pasado. Vamos a poner un caso clave: hay un escritor, Diego Grillo Trubba, que tiene unos volúmenes de novela policial histórica Crímenes coloniales. A mí me parece que son construcciones que denotan una muy fuerte investigación histórica, una recreación de época y una trama policial interesante y bien resuelta. Pero no me parece que sean novedosos, salvo en el sentido de que sí establecen un relato policial que tiene que ver con el pasado histórico, cosa que no tiene precedentes. Pero eso es sólo en términos temáticos y no términos de procedimientos”, sentencia el editor y señala también las novelas de Claudia Piñeiro, Las viudas de los jueves, Betibu que, dice, introducen una temática que es nueva, la de los barrios cerrados, pero que en términos generales se inscriben claramente en la historia del policial. “Descubren nuevos ámbitos narrativos e introducen algunos procedimientos novedosos pero son claramente clasificables”, dice Lafforgue.
Ahora, los otros, los que abren una nueva vertiente, dice el editor, son los narradores que sin inscribirse o embanderarse en el género policial marcan caminos distintos, alternativos. “Me parecen muy atendibles e interesantes casos como el de Carlos Gamerro, sobre todo con Las islas. Esto remite a algo que alguna vez trabajó Ricardo Piglia. El observó la manera en que el policial atraviesa la historia de la literatura argentina, no solamente como subgénero específico, sino en la manera en que lateralmente se cuela y aparece en otros géneros que no son estrictamente policiales. Esa observación me parece pertinente para hablar de lo que sucede en estos momentos con la literatura en la Argentina”, resume Lafforgue.
Con nuevos lenguajes y en la incorporación de nuevos sectores y actores sociales, los relatos policiales transitan caminos ya andados y van tiñendo las páginas de la narrativa en términos más amplios. En esa niebla en que navegan los géneros, sin las amarras de las colecciones que los confinaban a ciertos anaqueles, el enigma, el misterio y las muertes siguen siendo detonadores de todo tipo de oleajes en las sociedades. De Santis alude al modo en que Graham Green dividía su obra entre las novelas serias y las novelas de entretenimiento hasta que descubrió que esa distinción no tenía sentido alguno. “Para mi –dice De Santis– el policial es una manera de conducir el relato. La novela no es la historia, la historia es un modo ordenado de mostrar un mundo narrativo autónomo”.
En ese universo narrativo ciertos artilugios del policial condimentan el relato y obligan al lector a comprometer todos sus sentidos, tal vez por eso, como han machacado cada uno de los consultados, una buena novela policial es, a secas, una buena novela.

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