18.5.10

Los esclavos literarios

El escritor fantasma es un eslabón desconocido del mercado editorial. Y la nueva película de Roman Polanski devela su funcionamiento y misterio


AUTOR. En la película de Roman Polanski, estrenada el jueves, "El escritor oculto" Ewan McGregor interpreta a un ghost writer sin nombre.foto.fuente: Revista Ñ

El protagonista de El poder en la sombra (Grijalbo), novela de Robert Harris en la que se basó la última película de Roman Polanski ­El escritor oculto­, no tiene nombre. Es ésa, de hecho, su condición esencial: como ghost writer (escritor fantasma) ha renunciado a su nombre, o a la visibilidad de su nombre.

Su trabajo es escribir las memorias de otros, transformar la suya en otras voces, escribir las vidas de personas que luego firmarán esas páginas como propias. Para eso, él debe diluirse, desaparecer. La novela de Harris coloca así en el centro de la escena a quienes usualmente permanecen ocultos tras bambalinas y, sin embargo, constituyen una pieza esencial en la mecánica de la industria editorial prácticamente desde sus inicios.

La recurrencia de autores, editoriales y celebridades diversas a los servicios de escritores fantasmas (como se los conoce) es mucho más frecuente de lo que podría suponerse. Solapada, furtivamente, esta práctica se ubica en los cimientos del negocio de la edición de libros y alimenta su marcha.

Con la profesionalización moderna del escritor, y su constitución en autor tal y como hoy lo conocemos, nació también la figura del "negro literario". Mote que sin duda resulta antipático, pero a la vez muy gráfico, y tal vez útil si se tratara de establecer la genealogía de una práctica asociada con la razón positivista y como tal ­al menos en sus orígenes­ eurocentrista.

En un excelente ensayo (Escribir en colaboración. Historias de dúos de escritores , editado por Beatriz Viterbo), los ensayistas Michel Lafon y Benoît Peeters proponen una mirada analítica de la creación a cuatro manos. El libro, que recoge historias de colaboración creativa de distinta naturaleza a lo largo de un amplio arco temporal, documenta rigurosamente algunos casos en los que aquella colaboración resultó asimétrica y solapada. Es el caso del trabajo conjunto de Alexandre Dumas y Auguste Maquet. Desde 1838, y a lo largo de una década, ambos escritores produjeron una cantidad abrumadora de obras teatrales y novelas, entre las que cabe incluir los clásicos El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros , históricamente atribuidos con exclusividad a Dumas. En larguísimas jornadas de trabajo (de doce a catorce horas diarias), Maquet enviaba los argumentos y estructuras básicas de las obras, para que Dumas hiciera correcciones y trabajara los detalles. En esa mecánica de producción, Dumas solía presionar a Maquet a través de breves esquelas: "Es culpa suya, mi querido amigo, si no vamos más rápido; desde ayer a las nueve que estoy cruzado de brazos".

El éxito de Dumas, y su prolífica obra (para la que contaba también con otros colaboradores, aunque ninguno tan cercano como Maquet), generó la exasperación de ciertos círculos letrados.
En 1845, Eugène de Mirecourt publicaba en un panfleto titulado "Fábrica de novelas, Casa Alejandro Dumas y Compañía": "Rascad la obra del señor Dumas, y encontraréis al negro (...) Contrata a tránsfugas de la inteligencia, a traductores a sueldo, que se rebajan a la condición de negros trabajando bajo el látigo de un mulato".

El término ("nègre"), como se ve, ya se había establecido entonces.
Pese a lo que podría pensarse, Maquet y Dumas tenían una estrecha amistad, y ni siquiera después de que Dumas incumpliera con acuerdos y pagos comprometidos ­lo que llevó a una crisis temporal en la relación y a un proceso judicial­ Maquet dejó de admirarlo y reivindicarlo. "Lo proclamo uno de los más brillantes espíritus entre los ilustres y el mejor quizás entre los hombres de buena voluntad", decía de él cuando había terminado la colaboración entre ambos.

No fue éste el único caso célebre de escritura fantasma. El paso del tiempo permite revelar episodios de notables autorías apócrifas o colaboraciones ocultas, como las de Wilkie Collins y Charles Dickens, o Alejandro Sawa y Rubén Darío, quien contrató al bohemio andaluz en 1905 para que escribiese un artículo que publicaría el diario La Nación ­y él firmaría con su nombre­, por el que finalmente no pagó la remuneración acordada. Sawa escribiría después una carta al nicaragüense en la que cambiaba su condición de amigo por la de "acreedor".

Pero si se habla de estos y otros casos ­más o menos documentados­ de escritura fantasma en términos puntuales, no se debe a su naturaleza excepcional, sino a la confidencialidad inherente a una práctica que es parte constitutiva de la industria cultural. La revelación de episodios actuales se filtra en entrevistas a autores o autoras imprudentes, incomprensibles decisiones comerciales de algunos sellos editoriales, o escandalosas acusaciones de plagio.

En 2002, Gregory Baruch, abogado de Washington especialista en asuntos comerciales y de copyright , escribía en una columna dominical del Washington Post: "Los editores a menudo argumentan en su defensa que 'todo el mundo sabe' que los libros de las celebridades están escritos por escritores fantasmas; pero si todo el mundo lo sabe, ¿por qué hacen tan difícil a los lectores conocer quiénes son los verdaderos autores?". Todo el mundo acepta que existen los fantasmas, sí, pero nadie está dispuesto a admitir que los ha visto.

Historias de fantasmas

La novela de Harris ­y la película de Polanski, ahora, cuyo guión coescribió con el novelista­ no es la única ficción que ha centrado la atención en la figura de los "negros literarios". En 2009, Alfaguara publicó la última novela de Santiago Roncagliolo, Memorias de una dama , en la que un escritor peruano que vive como inmigrante ilegal en España es contratado por una millonaria dominicana para escribir su "autobiografía". El protagonista y narrador de la novela ­anónimo, al igual que el personaje de Harris­ está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de ganar dinero y prestigio literario, y se lanza a la investigación y el relato de una vida que descubrirá asociada a las mafias italiana y norteamericana en el Caribe, a la influencia y los negocios de la CIA y la empresa Ford con la República Dominicana de Trujillo y la Cuba de Fulgencio Batista, y al devenir de la historia política centroamericana de la segunda mitad del siglo pasado.

La mentira es el tema central de la novela de Roncagliolo: las mentiras de su jefa ­Diana Minetti­, las de la familia de ella, las de los editores, las de los autores, las de su novia, las de su amigo, las del Estado español a los inmigrantes y las de éstos al Estado español... pero sobre todo sus propias mentiras. El narrador de Memorias... hace de la mentira su espacio natural. Es, como todo buen novelista, un mentiroso profesional.

Hasta ahí no pasaría de ser una novela ­una buena novela, seguramente una novela exitosa­, pero súbitamente Alfaguara retiró el libro de los mercados en los que ya se había comercializado y anuló la distribución en el resto de países de América Latina (aun en los que ésta había sido anunciada, como Argentina). Ante las consultas de distintos medios de comunicación, la editorial vagamente alegó razones comerciales para fundamentar aquella medida u optó por el silencio.

Las versiones que podrían explicar el affaire no se hicieron esperar. Según las más sólidas, la novela de Roncagliolo apenas maquilla la historia real de Nelia Barletta, quien contrató al escritor en el año 2001 para que escribiese sus memorias. El libro resultante (que se habría titulado "Lobos en el paraíso: memorias de Nelia Barletta de Cates") no fue editado y Barletta murió en el año 2002. Ante la publicación de la novela de Roncagliolo, siete años después, los hijos de Nelia habrían acordado con el autor y con la editorial la interrupción de la comercialización. Ante la consulta telefónica, Roncagliolo se lamentó por "no poder hablar" del asunto, y se excusó de dar explicaciones.

Lo cierto es que las similitudes entre la historia que relata la novela publicada por Alfaguara y la de la familia Barletta en República Dominicana son innegables, y Roncagliolo permite las suspicacias al jugar con ciertas ambigüedades (desde la dedicatoria: "A N, que me regaló la mejor de sus historias", o desde sus reiteradas referencias, antes de que esta polémica estallara, a sus trabajos como negro literario y biógrafo de una millonaria).

Otra novela que toma la figura del escritor fantasma como tema central es Gutiérrez a secas, de Vicente Battista (Del Nuevo Extremo, 2002). Gutiérrez (que así, a secas, no difiere mucho del anonimato) es un gris escritor por encargo de una editorial española. Todos los lunes debe entregar material a su editor, el siniestro Marabini, para recibir el pago correspondiente. Diluido detrás de múltiples seudónimos, Gutiérrez escribe libros de todo tipo, respondiendo a las más variadas consignas: desde baratas novelas policiales, o del far west, hasta libros de supuesta divulgación científica o el (inexistente) horóscopo quechua. Obsesionado con la misteriosa presencia (o ausencia) de los correctores ­mezcla de implacables censores y fantasmas de los escritores fantasmas­, Gutiérrez sueña con escribir alguna vez su "novela auténtica" y ocupar con su retrato un lugar en la pared de Marabini, junto al resto de los escritores "de verdad".

La novela de Battista ofrece una representación diferente de negro literario, mucho menos estereotípica que la de Harris ­que construye un personaje chato, sin mayores pretensiones que las de hacer avanzar la trama de un bestseller­ y alejado del tono paródicosarcástico de la de Roncagliolo.

También en el caso de Battista la experiencia personal en la práctica de la escritura fantasma funcionó como fuente de la ficción. Durante los primeros años de su estadía en España (1975-76), publicó una serie de libros pequeños con el seudónimo de Tomás Baeza, para la editorial Bruguera. "No era un modo de vida ­dice Battista consultado para la redacción de este artículo­, sino un medio de vida". Un medio de vida del que se deshizo en cuanto le resultó posible: "Es una peligrosa forma de ganarse la vida, porque cuando estás trabajando ocho o diez horas en un texto ajeno que no te interesa, al terminar de lo que menos tenés ganas es de ponerte a escribir tu propio texto".

Esa sutil diferencia

La definición del escritor fantasma no siempre resulta sencilla: desde la escritura lisa y llana de un texto que luego firmará otra persona hasta la edición, pasando por la corrección de estilo, hay un camino de matices en el que, por momentos, se hacen difusas las fronteras.

Sobre la particular relación que se establece en ocasiones entre los editores y los autores (y, sobre todo, entre ellos y los textos que los reúnen), es paradigmático el caso de Raymond Carver y Gordon Lish, sobre el que se ha vuelto en este último tiempo. Para Mercedes Carreira, escritora y editora con experiencia en la escritura fantasma, la frontera entre ambas tareas está clara: "En el momento en el que te ponés a trabajar con el autor, y sobre el libro, ya sos un escritor fantasma".

Como editora, explica, "tenés que tener una cabeza marketinera para saber cómo insertar ese libro en el mercado, qué tipo de prensa se le va a hacer, en qué contexto de edición va ese libro, qué se editó antes, qué se va a editar después, y tenés una mirada más atenta al negocio, además de poder corregir un punto y coma".

Como sea, se hace evidente que la introducción de un texto en los circuitos de la industria editorial implica una serie de "intervenciones" sobre él que llevan a cuestionar la noción de propiedad de ese texto y la idea misma de autoría. En este sentido, el escritor venezolano Gustavo Valle evalúa la incidencia que el oficio de negro literario tuvo en su formación como escritor mientras vivía emigrado en España. Tal vez lo más positivo que aquella tarea tiene, en su consideración, es que resulta "una buena medicina para la vanidad del autor". El escritor fantasma, según Valle, con su renunciamiento a la visibilidad es un "dinamitador del espectáculo de los autores". En aquel renunciamiento, a su vez, el negro literario "propicia un plagio: el suyo propio".

"La escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen", proclamaba Roland Barthes en 1968, y sentenciaba en ese acto la muerte definitiva del autor moderno: "La unidad del texto no está en su origen, sino en su destino". Sin embargo, la tensión conflictiva que se vislumbra en las representaciones del negro literario permite dudar de que aquella muerte haya sido consumada: ¿Por qué, entonces, la invisibilidad es vivida como un renunciamiento? ¿Por qué necesitaría alguien contratar a un negro literario? Desde la oscuridad del anonimato y el silencio, a caballo entre el estereotipo romántico del escritor sufriente y la sospecha maliciosa del fraude, señalados como mercenarios de la palabra, o reivindicados como nobles obreros del oficio, los escritores fantasma deambulan sus siluetas esquivas por los claroscuros de los pasillos y las torres del templo editorial.

En esos paseos, a veces, reclaman su revancha.

Aquellos lectores deseosos de leer una especie de muestra de lo negro, literario, por partida doble, que se ha referido con excelencia el artículista, recomiendo leerse el cuento Artes y oficios de Rubem Fonseca, está compilado en Mejores relatos, precisamente de Alfaguara.

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