"No se trata de creer o no creer, esto no tiene la menor importancia, es un simple cliché, un montón de banalidades y respuestas preparadas para todo. Lo importante es la atracción humana hacia la religión, que es incurable"
Pregunta. Tengo que hacerle una confesión. Hace años tuve que hacer la reseña de su primera novela, El libro de Rachel. Me gustó, pero no le hice una buena crítica. Me identificaba de tal manera con el personaje que pensé que, para eso, no hacía falta escribir una novela. Ahora me arrepiento, más aún porque creo que La viuda embarazada es, en cierto modo, una revisitación de aquel libro y aquel momento.
Respuesta. Sí, mucho. Probablemente estaría de acuerdo con su crítica, porque traté de releer El libro de Rachel y fue tan crudo... Leí 50 páginas y lo dejé. Me hubiera sido útil para recordar lo que era tener 20 años. Vi tantas imperfecciones... Era una novela vivida, pero técnicamente muy débil. Pero me gusta la última frase: "Recargo mi pluma".
P. ¿Por qué los escritores ingleses siempre vuelven a los temas clásicos: religión y clase?
R. La religión es uno de los sedimentos de nuestras mentes y creemos haberlo superado. No creo que hayamos superado nada. Las cosas pierden algo de importancia, pero siguen ahí. Cuando empecé a salir con chicas, a los 15 años, ya te la encontrabas. Casi siempre era la religión lo que le impedía a la chica ir más lejos. La religión era el principio antiplacer y ese era mi argumento. Es que no quieren que tengas placer, les decía. El entrenamiento sigue ahí. Esperábamos que la religión desapareciera, pero no se ha ido. Es fascinante. En cierto sentido la religión es una de las cuestiones más interesantes. No se trata de creer o no creer, esto no tiene la menor importancia, es un simple cliché, un montón de banalidades y respuestas preparadas para todo. Lo importante es la atracción humana hacia la religión, que es incurable.
P. Y qué pasa con las cuestiones de clase.
R. Siguen ahí, pero muy mitigadas. Es difícil de creer cuán presentes estaban en esos años en la vida cotidiana. Hubo una especie de guerra de clases de baja intensidad en los ochenta. Fue Margaret Thatcher quien acabó con el sistema de clases y separó la aristocracia del Partido Conservador. Escogió a todos esos tipos con nombres como Norman y Cecil... Ella misma era la hija de un tendero, una pequeña burguesa.
P. ¿Reivindica el legado de Thatcher?
R. Es difícil tener algún tipo de afecto hacia esa mujer, aunque mi padre [el escritor Kingsley Amis] la adoraba -creo que tenía sueños húmedos con ella-; destruyó a los sindicatos consiguiendo que la clase obrera se volviera contra sí misma, pero, como he dicho, también destruyó las conexiones de la aristocracia con el Partido Conservador. Es la política que David Cameron admira, que Tony Blair admira. Todos le deben algo.
P. Usted ha combinado la ficción con el ensayo político. ¿Qué piensa de lo que está sucediendo en el mundo árabe?
R. Lo encuentro excitante y me produce ansiedad. La revolución egipcia es una maravilla. Me decía a mí mismo: esto va a ser terriblemente violento y fue magnífico. Veremos qué pasa en otros lugares. Recuerdo que Bruce Chatwin escribió a mediados de los ochenta, creo que en Utz, que tal vez el comunismo en Europa no acabaría a sangre y fuego, sino como hojas movidas por el viento en la calle. Y así fue. Mubarak, que parecía una gran estatua en medio de la región, simplemente se fue.
P. En su novela no es muy amable con los jóvenes.
R. Creo que sí que lo soy. Soy muy amable con las chicas...
P. No con los chicos.
R. Era más fácil para los chicos. Para las chicas era muy difícil. Tenían que tomar muchas decisiones, mientras que los chicos no tenían que cambiar, sino ser más chicos que nunca. Las chicas pensaron, al principio, que lo que había que hacer era ser como los chicos. Lo hicieron durante algunos años pero se dieron cuenta de que no eran chicos y que tampoco les interesaba pretender que lo eran. Fue la cara igualitaria del feminismo, en la que las mujeres necesitaban un referente y mirando alrededor todo lo que veían eran chicos. Pero al final de los setenta esta actitud quedó desacreditada, tanto entre las mujeres como en el feminismo. Entonces surgió la idea de la mujer fuerte que no es como un hombre. Pero la revolución sexual es una revolución permanente que seguirá durante siglos. Se progresó mucho en un corto espacio de tiempo, pero es sorprendentemente difícil conseguir un buen, decente y razonable acuerdo entre un hombre y una mujer, aunque parece que lentamente nos acercamos.
P. ¿Se parece más a una negociación permanente?
R. Sí, como algo que está en el horizonte, a lo que te acercas, pero a lo que nunca llegarás.
P. En su novela usted define la cincuentena como un tren bala donde los minutos a veces se hacen interminables, pero los años pasan vertiginosamente. Ahora ya ha entrado en los 60, ¿qué ha cambiado?
R. Tan pronto crucé la línea me dije: esto no puede acabar bien. No me había ocurrido antes. Hay miedo. Es una masacre. Ya no vas a bodas, sino a funerales y estás en primera línea. Miras las necrológicas y mueren tus amigos. Terrorífico. Y la ilusión de que siempre ibas a ser más valiente, ya no la tienes.
Hitos de un autor prolífico
- El libro de Raquel (1973). Una ópera prima que obtuvo el premio Somerset Maugham
- Dinero (1984). Una sátira de los excesos de los ochenta, de total actualidad
- La flecha del tiempo (1991) resultó un fascinante artefacto literario
- Visitando a Mrs. Nabokov
y otras excursiones (1993) un insólito homenaje al maestro.
- Koba el temible
y La risa y los veinte millones (2002), una disección del terror.
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