9.3.11

Mi novela es toda tuya

Día a día aparecen signos de que el libro tradicional se revaloriza en el mercado de la nostalgia

Manuscritos de cartas de Borges. foto.fuente:elpais.com

Todavía no han doblado las campanas a muerto por el libro de papel, pero no cabe duda de que van multiplicándose las manifestaciones elegíacas por el fin de su larguísima edad de oro (circa 1500-circa 2000), cuando reinaba sin rival sobre el proteico universo del saber escrito. Día a día aparecen signos de que el libro tradicional se revaloriza en el mercado de la nostalgia, además de por su perfecta tecnología -según el mantra con eco de Eco-, por llevar camino de convertirse en una antigüedad venerable: en las universidades proliferan los seminarios dedicados a su historia; las librerías anticuarias aumentan significativamente los precios de los antiguos tratados sobre el arte del libro; y no pasa semana sin que aparezcan en la prensa (otro invento antiguo) sentidas loas a sus inmarcesibles glorias. Y, sin embargo, visto desde una perspectiva tecnológica el libro ya forma parte de lo que llamaríamos arqueología industrial. Si todo sigue como algunos sospechamos, un ejemplar bien encuadernado y con las páginas convenientemente amarillentas será el original regalo (quizás algo subido de precio) que los nietos de los que ahora están en la cincuentena regalarán a sus abuelos cuando estos cumplan 60, año más, año menos.

Mientras tanto, sigamos leyendo (y escribiendo) libros de papel. Y, sobre todo, novelas. Si observamos las mesas de novedades de las librerías generalistas constatamos que la narrativa sigue siendo (aunque no siempre lo fue) la reina de la edición. Según las encuestas, casi toda la gente que dice leer confiesa que su última lectura ha sido una novela (en España, el 74%). Los novelistas (ellos y ellas) de éxito se han convertido (lo que no sucedía antes) en gente mediática, en triunfadores a los que muchos jóvenes desean imitar, igual que antes querían parecerse a médicos, cantantes, actrices o a Mario Conde (que ahora, por cierto, triunfa como escritor, aunque no precisamente de novelas). A juzgar por la enorme masa de narrativa (incluyendo primeras novelas) que llega a las librerías, la profesión de novelista aumenta exponencialmente sus efectivos.

De modo que, como diría Jane Austen, es una verdad universalmente reconocida que hoy a casi todo el mundo le gustaría escribir novelas y a todo el mundo le encantaría ser protagonista de alguna. Y a ser posible de una "de verdad": es decir, en papel y bien encuadernada (nada de tonterías virtuales). Y el dios Mercado, que tiene para el zeitgeist el mismo olfato que Jean-Baptiste Grenouille (El perfume, Patrick Süskind) para las fragancias, lo sabe. Por eso surgen empresas que, como la francesa Éditions Comédia (no se pierdan una visita a su web monroman.com), le ofrecen la posibilidad de ser coautor de una novela que le escribirán a su gusto. Y no solo eso: usted puede convertir en protagonista de su obra a quien le dé la gana. El procedimiento es sencillo. El cliente elige género (aventuras, ciencia ficción, thriller, romance), rellena un cuestionario (donde incluye datos personalizados sobre sus personajes y escenarios), acepta las condiciones contractuales (copyright, libelo, difamación) y se sienta a esperar a que monroman, mediante "la asociación de un software revolucionario y un equipo de redactores", le haga el trabajo. Una semana después le llega por correo el paquete con su novela. Piensen en las posibilidades: se la puede regalar a su abuelita en su onomástica o a su pareja en San Valentín, dándoles la sorpresa adicional de descubrirse convertidos en personajes literarios. Y también puede utilizar su novela como venganza o exorcismo: en su trama puede (literariamente) eliminar a un competidor, yacer con su vecino(a), ganar dinero a espuertas, o viajar en el tiempo y darle su merecido al general Franco. Y todo por poco dinero. Y en papel y encuadernada, como un libro de los de toda la vida. Los medios franceses han recogido la noticia y monroman no cesa de recibir pedidos. Que Gutenberg nos coja confesados.

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