Diversos títulos demuestran que los libros de "novelas de una línea" gozan de buena salud en la actualidadfoto.fuente:elmundo.es
Con la muerte de Carlos Edmundo de Ory, despedíamos a uno de nuestros mejores poetas, pero también a un maestro del texto breve, incisivo, que utiliza el humor para encontrar túneles en el pensamiento de la ortodoxia. Sus 'areolitos' son contusiones al orden establecido y, así, ve "molinos de viento en los gigantes" asegura que "una estatua rota es una extatua" o canta a "la gula que estrangula". Mientras danza con la ironía, nos grita que "a la hora del insomnio" le "visitan soldados muertos" o que "las olas son saliva de la luna".
En España, sin duda, el gran mago de este género – si es que de taxonomías hemos de hablar – es Ramón Gómez de la Serna, con la ecuación (metáfora + humor) de su maravilloso invento: la "greguería". Hace tan sólo dos años La Fábrica publicaba 400 inéditas hasta ese momento, con las que el escritor conseguía demostrar, una vez más, que las analogías podían convertir dos objetos - o ideas - aparentemente alejados, en dos piezas imprescindibles de un motor nuevo, que funciona gracias al asombro y la sorpresa. De este modo, la "prisa se había puesto la sombra del revés", "la lluvia cree que el paraguas es su máquina de escribir" o el "teléfono" se transforma en el "enchufe de oreja a oreja".
En el prólogo a la antología de 'Greguerías', editada por Cátedra, Rodolfo Cardona, citando un estudio previo de César Nicolás, disecciona el artefacto de Gómez de la Serna en diversas tipologías, como el "animismo" – la personificación por medio de una imagen – la "cosalidad" – justamente lo contrario -, o el "extrañamiento" hacia un mundo que le aburre. Sea como sea, lo potente de este género es que escapa, hábilmente, del corsé de las estructuras dogmáticas, para decirnos que "en el murmullo se cuecen las palabras", "la hélice es el trébol de la velocidad" y que, en definitiva, "el lápiz escribe sombras de palabras".
Pero no hemos de retroceder en la historia de la literatura y la filosofía, que también, para encontrar un buen músculo en el quehacer aforístico. En estos tiempos, en los que la brevedad y lo fragmentario son valores de por sí, el aforismo ha resurgido con fuerza, ingenio y ganas de quedarse. La red, sin duda, ha ayudado, y herramientas de microblogging como twitter son campos de batalla idóneos para su ejecución. Pero también las editoriales, conscientes de la posibilidad del género si el autor está a la altura, se han lanzado a la piscina.
Múltiples autores contemporáneos se han arrojado a cazar mariposas de pensamiento, rumores de relaciones inesperadas, e íntimos terremotos de metáforas. Sólo por citar algunos nombres, podemos citar a Andrés Neuman, Vicente Luis Mora o Trapiello. Pero es Miguel Ángel Arcas el que apuesta, doblemente, por el género. Como director de Cuadernos del vigía, creó una colección dedicada en exclusiva a los aforismos, comenzando con un elegante y sorprendente libro de Carlos Marzal, 'Electrones'. Su autor, con gran recorrido en la poesía, se presenta diciéndonos: "soy el electrodo de la realidad: sin mi corriente, se apaga la realidad mía", se deja llevar por la casualidad afirmando "todo es azar, que es juego, porque todo es juego de azar", o nos avisa que "el pasado acostumbra a esperarnos siempre, solo que por detrás".
Arcas, además de editor, cultiva esta disciplina (indisciplinada) y – como la mayoría – bautiza a sus hijos pródigos con nombre propio. En su caso, se trata de 'Aforemas'. Con ese apelativo tituló el libro que salió, de manos de la Fundación José Manuel Lara, en 2004. En él, como en sus otros textos, se desnuda ante el lector: "sólo escriben bien los que tienen miedo a las palabras".
Interrogarse sobre si el aforismo es un género autónomo e independiente, es preguntarse por la esencia misma de la literatura. Tal vez, de la crítica literaria. Pero, en casos de emergencia, y para salir del paso, siempre se puede acudir a la definición de Leonid S. Sukhorukov: "un aforismo es una novela de una línea".
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