"En Wakefield, cuento inolvidable de Nathaniel Hawthorne, hallamos una de las interrupciones más emblemáticas, por excelencia"
¿Cuántas veces nos interrumpen al día? Tantas que, aunque solo sea porque nos interrumpiríamos a nosotros mismos, ni contarlas podemos. En Wakefield, cuento inolvidable de Nathaniel Hawthorne, hallamos una de las interrupciones más emblemáticas, por excelencia. Con ilustraciones de Ana Juan, lo publica Nórdica estos días para celebrar el quinto año, sin interrupción, de la editorial. Wakefield es aquel marido que se despide de su mujer por unos días y no es visto por nadie en 20 años. En el centro de Londres se desvincula del mundo. Se instala en secreto en una casa del barrio y espía a su esposa en su viudez. Un día, pasados ya 20 años, llueve. Le parece ridículo mojarse cuando ahí tiene su casa, su hogar. Sube pesadamente la escalera y abre la puerta. Saluda a su mujer como si no hubiera existido interrupción alguna en sus vidas.
Otro paréntesis memorable tiene lugar en un cuento de Bioy Casares. Un hombre se dispone a apretar el gatillo para suicidarse cuando observa que alguien le está deslizando una carta por debajo de la puerta. Se interrumpe, lee la carta. Es su sastre que le reclama una deuda. No sería elegante abandonar este mundo dejando sin pagar una cuenta de esa categoría y posterga el gesto final.
Nos interrumpen mucho al día, pero se da el caso de personas que, viéndose interrumpidas sin cesar, trabajan en un estado de gran felicidad. Cuenta Ricardo Piglia en una reciente entrevista (con Gastón García, Letras Libres) que una vez fue a ver a Manuel Puig y le encontró escribiendo en la cocina mientras la madre le hablaba y él veía una telenovela: "Puig escribía, y la madre le traía mate, y conversábamos y ahí estaba la tele. Es una escena bastante contemporánea".
Recuerdo que fue a Juan Cueto al primero al que le oí hablar de esas personas que leen dos diarios a la vez mientras ven un informativo de televisión y al mismo tiempo hablan por teléfono y consultan la meteorología en Internet.
¿Es la interrupción, como dice Piglia, un tema de la cultura contemporánea? No lo dudo. Pero hay ciertos misterios ahí por resolver. ¿Por qué, por ejemplo, distinguimos entre interrupciones que nos fastidian y otras que no? ¿Qué hace que no nos parezca que alguien nos interrumpe cuando lo está haciendo ostensiblemente? Y a la inversa, ¿qué hay exactamente de horrible en aquello que percibimos que nos interrumpe?
Tan inmersos nos hallamos en la realidad mediática que hasta nos olvidamos con frecuencia de que, si apagáramos de golpe la machacona mentira oficial, un mundo inédito podría estar aguardando al otro lado. Hablo de interrumpir sistemáticamente el discurso mediático y hablo también del placer -todavía un derecho personal- de dejar con la palabra en la boca a todos los peleles. Hablo de esa posibilidad que tenemos de entrar en otra realidad, de hecho en la realidad real. Hoy cuando ya es una constante que los intereses económicos consiguen que la realidad real no coincida con la mediática, propongo una humilde idea para sobrevivir: interrumpir el discurso mediático cada vez que intuyamos que eso que se llama inspiración consiste en lo que uno logra cuando se aparta de la falsa realidad. Téngase en cuenta que a veces, al apartarnos, hasta surgen destellos de un mundo con carga poética, de un mundo todavía posible.
Para colosal interrupción, aquella de la que nos habla Julio Ramón Ribeyro en La tentación del fracaso: "Leyendo hace poco a Cervantes, pasó por mí un soplo que no tuve tiempo de captar (¿por qué?, alguien me interrumpió, sonó el teléfono, no sé) desgraciadamente, pues recuerdo que me sentí impulsado a comenzar algo... Luego todo se disolvió. Guardamos todos un libro, tal vez un gran libro, pero que en el tumulto de nuestra vida interior rara vez emerge o lo hace tan rápidamente que no tenemos tiempo de arponearlo".
Y bueno, creo que hemos llegado al final. ¿Algo para arponear? No les interrumpo más, sigan alegres su camino.
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