Harold Bloom pasa por ser el crítico literario más importante del mundo, una leyenda de 82 años
Harold Bloom, no sabe dónde está la sabiduría./eltiempo.com |
Nacido en Nueva York y criado en el Bronx, Harold Bloom ha tenido una
influencia inusitada en la escena literaria. Ha publicado más de 20
libros, traducidos a más de 40 idiomas, entre ellos La ansiedad de la
influencia, La anatomía de la influencia y Shakespeare: La invención de
lo humano. No sólo es uno de los intelectuales que más ha estudiado a
Shakespeare, sino que también la influencia de éste y otros autores
sobre los demás. También, a través de su libro El canon occidental, ha
sido figura clave en decidir quién está en el Olimpo literario mundial y
quién no. Ganador de la beca para "genios", Mac Arthur Fellowship, en
1985, es Sterling Memorial Professor de la U. de Yale hace 57 años.
-¿Volvería a escoger a los mismos latinoamericanos de nuevo en el canon occidental?
-No. No. Fue arbitrario. Yo quería escoger a dos autores
latinoamericanos escribiendo en español, profundamente influenciados por
Walt Whitman. Si tuviera que hacerlo de nuevo ahora, probablemente
incluiría a César Vallejo, que pienso que es un mejor poeta que Neruda.
Neruda, en sus mejores momentos, es remarcable. Y Borges es un caso muy
especial. Sus mejores trabajos no fueron poemas.
-¿Cuáles fueron?
-Esos extraños cuentos, que, a pesar de eso, los encuentro un poco
repetitivo. Siguen un cierto modelo. Él fue un escritor derivativo. Y
tuvo la brillantez de ocultar eso enfatizándolo.
-¿Y qué pasa con Neruda? Lo volvería a poner en el canon?
-En su mejor momento, realmente evoca a Whitman. Pero es infrecuente. Es infrecuente...Vallejo es un poeta más interesante.
-¿Usted nunca conoció a Neruda?
-No, no.
-¿Cómo lo descubrió? ¿Después del Nobel?
-No, ya lo estaba leyendo. Tenía varios amigos que lo leían, incluyendo a uno que lo tradujo. Así lo conocí.
-Y aparte de Vallejo, ¿algún otro escritor latinoamericano que incluiría en el canon?
-Probablemente Gabriela Mistral. Tiene autenticidad, porque es
sombrío... lo que es muy bonito. (Piensa un rato, mira por la ventana).
Octavio Paz es probablemente un mejor poeta que todos ellos. Paz, en sus
mejores momentos, es remarcable.
-¿Se conocieron bien?
-Sí, nos conocimos bastante. Poeta remarcable, hombre muy extraño. Tenía ideas muy raras.
-¿Cómo cuáles?
-Creía en el yoga tántrico.
-¿Cómo lo supo usted?
-¡Él me dijo!
-¿En serio?
-Claro. Se había casado con una señora de la India, y decidió... me
ruboriza decir esto, estoy muy viejo -sonríe -. Él pensaba que sus ideas
sobre yoga tántrico podrían liberar su sexualidad. Muy extraño. Muy
mesiánico. Ciertamente un maravilloso poeta. Su libro, Sor Juana Inés de
la Cruz, es maravilloso. Probablemente lo mejor que escribió.
-¿Cuál cree usted que es la contribución de la literatura latinoamericana? ¿Qué piensa, por ejemplo, del realismo mágico?
-(Carraspea y mira fijo, moviendo la cabeza). Al novelista mexicano
Juan Rulfo lo encuentro mucho más interesante que el tardío García
Márquez o Cortázar (pronuncia bien el español). Rulfo era muy
interesante. Pero el realismo mágico es un disparate. La idea es tonta.
Es la descripción del futuro de la fantasía, que pasa a través de todas
las edades y religiones. No fue bueno.
-¿Por qué cree que fue tan exitoso como tendencia en Estados Unidos y Europa?
-Las modas suben y bajan... de la misma manera que los vestidos y
faldas de las mujeres suben y bajan... No significa nada. En una
perspectiva más larga no importa.
-Pero hizo una gran diferencia en los escritores latinoamericanos que fueron catalogados dentro de esta tendencia.
-Claro, ciertamente les ayudó a tener una audiencia.
Toma agua, piensa un poco y dispara: "Chile me sorprende. No es
parecido a ningún otro país... hay algo sobre Chile que es muy extraño.
Extraño y largo país. Parece una serpiente, ¿verdad?¿A cuántas horas
está Chile?".
-Doce.
-¿Non stop? -y hace un gesto de agobio-. ¡Estar en un avión por doce horas me mataría!
-Hablemos de Nicanor Parra, a quien usted ha elogiado. ¿Por qué le gusta?
-Bueno, no son antipoemas, como dicen, son poemas. Son meditaciones, a
veces alegres, pero frecuentemente muy plañideras y tristes. Y él tiene
mucho autoconocimiento, conoce sus propias limitaciones. Ha tenido
muchas experiencias de vida. ¡Quizás cuántas mujeres!
Llega el correo, el cartero se lo deja sin golpear, adentro. Le llega
un queso en una caja de cartón muy elegante de Williams Sonoma. Y
cartas de alumnos y libros. Una postal: un hombre y una mujer que no se
miran; el hombre tiene una pierna quebrada.
-¿Ustedes no se han conocido con Parra, no?
-No, no. Hemos hablado por teléfono y cartas.
-¿Usted cree que Parra merece el premio Nobel?
-No se lo darán, porque Mistral y Neruda lo tuvieron. No creo que
premien a un tercer poeta chileno. Pero sí, él se lo merece. Su poesía
es vibrante e interesante. Pero dudo que se lo den.
-Tiene una tradición muy distinta a la de Neruda y de Walt Whitman.
-Hay un toque de Walt Whitman. Él me ha dicho que está muy interesado
en Whitman... supongo que tradiciones francesas como el surrealismo y
el dadá tienen algo que ver con sus inicios -dice y reflexiona.
Se queda pensando. "Tiene mucho humor..., pero no le darán el Nobel. Eso es muy malo".
Se queda pensando. "Tiene mucho humor..., pero no le darán el Nobel. Eso es muy malo".
"Me queda tan poco tiempo"
Por su ventana se ve el invierno por venir en Connecticut. El frío
que comienza a calar hondo, las ardillas que lo evaden en los troncos,
hojas doradas en el suelo y muchas flores. En su mesa, un jarrón de
rosas blancas. Y muchos libros, algunos ordenados y reverenciados, otros
en total desorden, lo rodean. Mientras habla a veces se toca los ojos,
tratando de encontrar las palabras, o quizás espantando la fatiga que lo
amenaza siempre. Dice que duerme poco y a saltos, que no tiene mucha
energía, que vive exhausto.
Sin embargo, nada de eso es coherente con su agenda, que mira en su
mano, llena de clases, visitas de alumnos, viajes a Nueva York. Es como
si espantara el fantasma del cansancio invocándolo a cada rato.
-¿Cómo se siente ser el más influyente y controvertido crítico de nuestro tiempo, según The New York Times?
-¡No sé de quién estás hablando! -se ríe.
-Debe ser una enorme responsabilidad...
-(Hace la señal de negación con la cabeza, cierra los ojos). ¡Es
ridículo!, es como si yo te dijera: ¿cómo te sientes ser tú? ¡Es sólo tu
vida!
-Pero el The New York Times...
-¿Y a quién le importa lo que dicen? Pasados los 80, ya no te preocupas de esas cosas. ¿Para qué?
-¿Cómo ha vivido con ser la voz que decide quién tiene valor literario o no?
-Nadie puede hacer eso. El valor literario nunca es establecido por
un crítico particular o un grupo de críticos. El valor literario se
establece por generaciones de poetas, novelistas y dramaturgos que han
tenido que luchar contra la influencia de escritores particulares, una
influencia que consideran ineludible. Y haciendo eso, establecen su
valor. Realmente no importa lo que dices de ellos.
-Pero usted ha sido un crítico muy influyente.
-La única influencia que he tratado de tener o que realmente he
tenido es que este es mi 57 año como profesor. Desde que estuve enfermo,
hace cuatro años, ya no hago charlas ni conferencias. Sólo enseño a
este grupo de 12 jóvenes seleccionados. Vienen aquí uno a uno, o en
grupos. Eso es lo único que importa, la influencia en el futuro, pero es
impalpable, no se puede saber realmente.
-Usted ha vivido dedicado a la literatura. Si volviera atrás, ¿haría lo mismo?
-¿Te refieres a la misma profesión? Creo que yo, claramente, iba a ser un profesor.
Cuenta que desde joven leía y reflexionaba sobre los poemas. Fue un
niño precoz y literario. Pero dice que con los años se ha degenerado su
disciplina de estudio. Ha escrito -y mucho- sobre lo que denomina "la
escuela del resentimiento", que para él implica que la literatura no se
lee desde la literatura misma, sino desde otras disciplinas, como la
antropología o los estudios feministas. "En vez de ver la belleza y el
poder del lenguaje y el pensamiento, ha sido remplazado por preguntas
relativas al género, la orientación sexual, teorías estructurales y
posestructurales... y disparates de todo tipo. Ha degenerado dentro de
una parte de la ciencia social, así es que no estoy seguro de que lo
hubiera elegido. Profesor hubiera sido. Quizás me habría convertido en
un profesor de historia de las religiones, pero no sé qué habría hecho.
Especialmente cuando queda tan poco tiempo".
Dice que de todos modos, en 50 años, ya nadie lo leerá. Y que,
quizás, tampoco habrá libros impresos de aquí a 20 años. Que el mundo
como lo conocemos se está acabando.
"Habrá lectores, pero será diferente. Y las universidades también
serán diferentes, irreconocibles. La persona hablando y la persona
escuchando nunca se encontrarán.
Cuarenta mil personas a la vez. Esa no es mi idea ni lo que yo hago.
Es todo distinto a lo que he hecho, que he enseñado uno a uno a mis
alumnos. ¡Así es que soy un dinosaurio!".
Lecciones sobre sí mismo
Sus clases son los miércoles y jueves en uno de los edificios más
lindos e históricos del campus de Yale. Una gran mesa de madera antigua,
rodeada de sillas nobles y antiguas, y un pizarrón del estilo clásico,
negro y con tiza blanca. Su docena de elegidos se sienta alrededor, él
en la cabecera, y hay un alumno que hace las veces de ayudante, siempre a
su derecha. Llega temprano, alrededor de la una, con un bolso azul que
tiene sus libros, los textos que se analizarán en clases, una botella de
agua y una bolsa Ziploc con nueces. Cada hora hace un pequeño recreo,
se levanta con su bastón, camina y vuelve.
Tiene una memoria prodigiosa. Se sabe, desde la segunda clase, todos
los nombres de sus alumnos. Los llama "child", "children", los trata
como hijos o nietos, más bien. Los incita a dar sus opiniones, sus
análisis de escritores complejos, como Shakespeare, Whitman, Melville o
Emily Dickinson. Sólo cuando los alumnos han hablado bastante, él da su
visión. Su palidez contrasta con la firmeza de su voz y sus ideas. Mira
hacia el frente y comparte su mirada sobre lo leído, sus anécdotas
también, sus cavilaciones acerca de autores que ha estudiado.
Cada comentario de los alumnos lo agradece, y los hace leer en voz
alta a todos. "Inspira profundamente y lee, Max", dirá, mientras uno de
sus alumnos predilectos lee a Whitman o a Dickinson. Max estuvo enfermo
algunas semanas, y Bloom le hizo clases vía Skype.
Cuesta imaginar lo que cuenta el mismo Bloom, que antes fue un
profesor severo, capaz de decirle a un alumno que su trabajo era tan
malo que no merecía calificación.
-¿Cuánto ha cambiado usted como profesor?
-Cuando empecé, antes de operaciones de todo tipo, al corazón y otros
desastres, hablaba mucho en clases. No podía dejar de hablar. Sentía
que tenía tanto que decir... Me tomó muchos años aprender a quedarme
callado y escuchar. Ya no tengo esa energía tampoco. Hablo lo menos
posible y los estimulo a que hablen ellos. Creo que sólo en los últimos
años me he transformado en un buen profesor. Conozco mucho las materias
de las que hablo, y sobre todo estoy interesado en mis alumnos, quiero
verlos convertirse en sí mismos. No tengo nietos. No tendré nietos. Y
algunos de mis alumnos se convertirán en nietos.
Sigue pensando y mira a través de la ventana.
-Quizás debiera haber dejado de enseñar, pero no quiero. Cuando viene
el mal tiempo, lo más frecuente es que la clase sea en esta casa. No es
fácil.
-¿Qué habla con sus alumnos cuando lo vienen a ver?
-Lo que más hago es escucharlos. Pero no quiero entrometerme en sus vidas personales.
-Pero le pedirán orientaciones o consejos, ¿no?
-Yo no tengo sabiduría. No sé dónde está la sabiduría. Es decir, sé
donde la puedes encontrar. La puedes encontrar en Shakespeare, Cervantes
o Dante, ahí puedes encontrar sabiduría, partes de la verdad. Además,
yo estoy más y más consciente de mis propias limitaciones. La vida no
funciona deseando mucho algo y obteniéndolo. Con los años ves los
monumentos rotos de tus grandes deseos.
-¿Cómo funciona la vida, entonces?
-Simplemente no funciona así... Además, crecí emocionalmente muy
despacio. Antes de conocer a Jeanne, me enamoraba cada día de alguna
mujer joven.
Todo muy confuso. Yo no creo que los remordimientos sean algo bueno
para la gente. ¿Tú tienes arrepentimientos? Creo que todos queremos
sentir que hemos triunfado en algo, pero yo no siento eso.
-¿Por qué?
-Ni siquiera un poco. A nuestros hijos no les ha ido bien. Jeanne y
yo seguimos aquí, pero es porque ella ha sido paciente y sabia. Yo no
era ni un buen esposo ni marido. Sólo en los últimos años me he
convertido en un buen profesor y no tengo ninguna ilusión sobre lo que
escribo. Desaparecerá.
-Pero usted ha escrito decenas de libros.
-No importan. En 50 años nadie sabrá quién fui. No es que me importe.
Sólo espero tener unos siete u ocho años más, seguir enseñando,
escribir un poco más. Estar en la compañía de Jeanne. Cuando era joven
yo tenía sueños de felicidad, como todos. Pero es un juego, eso no pasa.
Incluso la gente más talentosa, como Wallace Stevens, no eran felices
consigo mismos.
Se escucha un ruido en la puerta. Se queda en silencio, atento. Sus
manos largas y pálidas se apoyan en la mesa, mientras mira hacia la
entrada.
-¿David? Entra, hijo.
David, alumno brasileño de menos de 20 años, entra y lo saluda. Ayer vino con sus padres a ver al profesor y tocó piano para todos.
David, alumno brasileño de menos de 20 años, entra y lo saluda. Ayer vino con sus padres a ver al profesor y tocó piano para todos.
Bloom llama a su mujer, le dice que David tocará de nuevo. El joven
se sienta en el piano, algo intimidado. Harold Bloom permanece sentado
frente a la mesa. Jeanne, sonriente y sentada en una silla reclinable
cerca del piano, cierra los ojos y escucha.
"Yo no tengo sabiduría. No sé dónde está la sabiduría. Es decir, sé donde la puedes encontrar. La puedes encontrar en Shakespeare"
"Yo no tengo sabiduría. No sé dónde está la sabiduría. Es decir, sé donde la puedes encontrar. La puedes encontrar en Shakespeare"
"No se lo darán (el Nobel a Parra), porque Mistral y Neruda lo tuvieron. No creo que premien a un tercer poeta chileno"
"No tengo ninguna ilusión sobre lo que escribo. Desaparecerá. En 50 años nadie sabrá quién fui".
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