12.3.12

Los fragmentos de un delirante

No es trabajo fácil hacer encajar la vida de aquellos que sacudieron su tiempo en unas cuantas páginas de un libro. La autora Claudine Bancelin se aventura a condensar la historia intensa del autor de La casa grande

El escritor barranquillero Álvaro Cepeda Samudio y su buen amigo, Gabriel García Márquez. fotos.fuente:elespectador.com

Pueden no bastar diez años y setenta entrevistas para retratar una vida. Puede que los relatos de amigos, de conductores, compañeros, esposa y amantes no logren en su mirada particular y fragmentada traernos de vuelta ese espíritu trasgresor del escritor y periodista Álvaro Cepeda Samudio. Quizás sea tarea imposible y ambiciosa hacer que un personaje de esos que sacudieron su tiempo, de esos que tentaron la vida para doblegarla a su antojo, quepan en la estrechez de cualquier libro. Es como si sus carcajadas, su estampa gitana y de abundante pelo negro, su devoción por la literatura, los viajes a Nueva York con sus amigos, se rehusaran a enfrascar en unas cuantas letras la complejidad de su genio. Sin embargo, la periodista Claudine Bancelin se ha aventurado a recopilar en 194 páginas la historia de este escritor que en Francia era bautizado por L’Express en tiempos de ebullición literaria latinoamericana “el padre de todos los otros”.

Para los lectores más mayores, esta biografía titulada “Vivir sin fórmulas” será la posibilidad de revivir los tiempos cuando Barranquilla era una ciudad de relevancia cultura la “que por su localización estratégica y por el contrabando benefició a la literatura al permitir la entrada de toda clase de libros”. Serán estas páginas un regreso a ese ambiente del bar La Cueva, en donde se reunían, entre músicas de jazz y de la orquesta del mexicano Esquivel, los amigos de Álvaro Cepeda y Alejandro Obregón para hablar más “sobre el acontecer de la ciudad y los goles del Junior”, que de literatura.

Desbocándose hacia el pasado parecerá familiar, aunque casi olvidada en el tiempo, la historia aquella de cuando entraron a La Cueva unas valiosas pantaletas de la Miss Universo Luz Marina Zuluaga, que enloquecieron a los hombres del lugar. O las visitas de Cecilia Porras, Feliza Bursztyn y Martha Traba, amigas de Cepeda y las únicas mujeres autorizadas a cruzar los límites de la caverna

Ahí, los que lo conocieron, los que lo leyeron en el ya extinto Diario El Caribe, oirán a Álvaro Cepeda Samudio lanzar de frente sus acusaciones a su amigo Gabriel García Márquez por su literatura costumbrista. Recordarán los ánimos difíciles que tenía con Germán Espinosa porque amaba y prefería la literatura europea de Proust, Huxley y Mann, “mientras Cepeda estaba subyugado por los autores gringos”. Traerán a su mente a ese hombre incapaz de sostener por media hora una misma conversación, indisciplinado, que no mostraba mucho entusiasmo por Borges, mientras hablaba maravillas de Carlos Fuentes y Ernesto Sábato.

Los lectores más jóvenes, esos que saben de Álvaro Cepeda Samudio por haberlo leído en las letras de sus libros ‘La casa grande’ (1962) y ‘Los Cuentos de Juana’ (1972), se enterarán de su vida, de su viaje a Ciénaga de pequeño y su regreso a Barranquilla, cuando con tan solo 10 años “su padre acaba de morir a causa de la sífilis y la locura”. Sabrán que se enamoró de Tita, su esposa, “porque con ella se podía conversar” y que hacía a sus hijos partícipes de sus locuras: “Álvaro podía llegar un día de manera inesperada al colegio, sacarlos de clase y llevarlos con un montón de gente a Puerto Colombia, o a un circo”.

Lo verán retratado cuando visitaba la capital de chaquetas de paño o gamuza, camisa de rayas y pañuelos de seda, siempre con risa estridente. Y sobre todo entenderán su compromiso de vivir la vida para tener algo que contar. “Álvaro Cepeda Samudio no sólo desacartonó el periodismo nacional, sino que además infectó a todos los de su generación con su devoción por vivir”, explica la Bancelin, la autora de la biografía.

El libro hablará de sus colaboraciones tempranas en 1944 con El Heraldo y de cómo con la columna publicada el 5 de noviembre de 1947, titulada “Tú lo mataste, Franco”, se hizo amigo de José Félix Fuenmayor y Germán Vargas, con quienes luego conformaría la redacción de la revista ‘Crónica’, dirigida por Gabo, y en donde se apuntarían firmas de colaboradores como la de Julio Mario Santo Domingo, y los pintores Alejandro Obregón y Orlando Rivera

La biografía no ahonda en su creación literaria, en cómo se construyeron esos tres libros que escribió en sus 46 años de vida. No nos llevará a sus lugares de escritura ni a los temas que le perturbaron la cabeza, más allá de mencionar Lo Caribe y la feminidad. Sin embargo, dejará en evidencia su afán por poder escribir más. “Lo tuvo casi todo, incluso la energía para vivir excéntricas historia, más no la dedicación para escribir, pues solo lo hacía a ratos”, cuenta la biógrafa, quien registra la misiva que Álvaro Cepeda Samudio le escribió alguna vez a la agente literaria española Carmen Balcells: “Y no he podido cumplir con ninguna de las promesas que te hice. Es decir, las literarias, porque lo que es el amor eterno sigue”.

Después de capítulos fragmentados que, como lo explica la autora, intentaron replicar la manera como está escrita ‘La casa grande’, el lector se encontrará con la muerte temprana mas no inesperada en Nueva York, en 1972, de este escritor. “Álvaro comprendió finalmente que estaba mal y se lo dijo a Efraín Barros: “Efraín, estoy enfermo. Me voy para Estados Unidos. Pueda ser que no venga con los zapatos parados”. Sin embargo, y como quizá lo revela a gritos todo el tiempo el libro, la amistad, que en su vida fue tal vez más importante que el amor, o que la misma escritura, lo sobrecogió ante la inminencia de la partida: “La vida fue buena conmigo. Cuando afrontas la muerte, rodeado de amistad, la muerte se retira a esperarte unos ratos, te haz ganado la vida, la eternidad. Ayuda mucho a ver la muerte como debe ser: con más alegría”.

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