11.6.14

El rescate de la misteriosa Ocampo

 Millonaria, extravagante y enigmática, la cuentista argentina Silvina Ocampo, mujer de Bioy Casares, es recuperada en un libro de inéditos y en la biografía La hermana menor
Silvina Ocampo, autora argentina colaboradora de la legendaria revista Sur./latercera.com

La pintura se descascaraba, las manchas de humedad proliferaban. Se escondían cucarachas en las esquinas. Libros y papeles se arrumaban en los muebles. Un par de piezas habían sido clausuradas. La servidumbre seguía por ahí, pero a inicios de los 90 sobre todo, eran las enfermeras las que abundaban en el enorme departamento de 22 cuartos del barrio Recoleta, de Buenos Aires. Cuidaban a Victoria Ocampo, que vivía sus últimos días atravesando la niebla del Alzheimer. Su esposo, Adolfo Bioy Casares, merodeaba por la casa inquieto, urdiendo planes para salir. Por esos días, su mujer le dejó de hablar. Habían sido felices. Habían sido cómplices. Acompañados de Jorge Luis Borges, habían cruzado el siglo XX como la pareja más sofisticada de la literatura argentina.
Ocampo murió finalmente el 14 de noviembre de 1993, a los 90 años. Dejaba una veintena de libros de cuentos y de poesía, también tres novelas, casi todos mal leídos por sus contemporáneos. Pero secreta nunca fue: hermana menor de Victoria Ocampo, creadora de la influyente revista y editorial Sur, la autora de Viaje olvidado fue una activa escritora, amiga de Juan Rodolfo Wilcock y Manuel Puig, objeto del deseo obsesivo de Alejandra Pizarnik, que operó en las sombras del imperio de su hermana e intentó una ruta literaria personal, a orillas de Bioy y Borges.
Según la escritora argentina Mariana Enríquez (Cuando hablábamos con los muertos), el segundo plano de Ocampo no fue precisamente una condena. “Dicen que desde allí podía controlar mejor aquello que deseaba controlar. Que nunca le interesó la vida pública sino, más bien, tener una vida privada libre y lo menos escrutada posible. Que, en definitiva, ella inventó su misterio para no tener que dar explicaciones”, escribe Enríquez en el libro La hermana menor, un retrato de Silvina Ocampo.
Recién publicada por Ediciones UDP, la biografía de la autora de La furia llega para cerrar la revalorización de su obra en Argentina y, también, despejar los mitos y enigmas que por años han envuelto su vida: que era lesbiana, que tenía un matrimonio abierto con Bioy Casares, que odiaba a su hermana, etc. Enríquez se encarga de todo. El libro se suma al lanzamiento de El dibujo del tiempo, una recopilación de textos inéditos, prólogos de Ocampo para libros de Cortázar, Borges y Mujica Láinez, y una serie de entrevistas.
La menor de seis hermanas, Silvina nació en una de las familias más ricas de Argentina de inicios del siglo XX. Como anota Enríquez, fue una de las mujeres más extravagantes de su país. Creció en mansiones y haciendas, educada por institutrices y jugando solitariamente en extensos parques de la familia. Encantada de niña con la servidumbre y los mendigos, su infancia marcó buena parte de sus cuentos.
“De ahí -anota Enríquez en La hermana menor- parecen venir sus cuentos protagonizados por niños crueles, niños asesinos, niños asesinados, niños suicidas, niños abusados, niños pirómanos, niños perversos, niños que no quieren crecer, niños que nacen viejos, niñas brujas, niñas videntes”.
Antes que la literatura, Ocampo intentó una carrera en la pintura y a fines de los años 20 llegó a París, para estudiar dibujo. Golpeó sin suerte la puerta de varios pintores, incluidos André Derain y Pablo Picasso, hasta que a regañadientes tomó clases con Giorgio de Chirico. Nunca dejó de tener estudios para pintar en sus casas, pero en los años 30, ya de vuelta en Argentina y unida a Bioy Casares, optó por escribir.
La unión con el autor de La invención de Morel, cuenta Enríquez, es fuente de uno de los más oscuros rumores en la vida de Ocampo: antes que con el hijo, Silvina habría tenido un romance con su madre, Marta Casares. Y aunque la autora sigue todas las pistas de la leyenda, reconoce que es “en cualquier caso incomprobable: todos los testigos han muerto”. Como fuese, efectivamente, fue la mamá de “Adolfito” quien hizo de celestina.
Antes de casarse, en 1940, Silvina y Adolfo vivieron siete años en la estancia Rincón Viejo, propiedad de tres mil hectáreas de los Bioy, a unos 200 kilómetros de Buenos Aires. Ahí, Bioy Casares terminó de convertirse en escritor (fue un pésimo estanciero), hizo su primera colaboración con Borges, y Ocampo escribió su primer libro, Viaje olvidado. El matrimonio se trasladó a la capital, en 1943, a un edificio de la familia Ocampo en la calle Santa Fe, ocupando cinco pisos.
Definida por Borges como una “clarividente” y como una “persona disfrazada de sí misma” por su hermana Victoria, Silvina compartió los valores estéticos y políticos del grupo Sur, incluido el antiperonismo, pero renunció a las tramas perfectas y cerradas borgianas, para ejercer una narrativa más suelta, fronteriza a Puig y Cortázar en el uso del habla coloquial rioplatense, y que incluso intentó en 1989, cuando se le aparecía el Alzheimer, en la novela La promesa.
Atractiva a su modo, soportó las innumerables infidelidades de su esposo. Pero Ocampo también tuvo sus amores paralelos, el más inquietante fue uno que compartió con Bioy Casares: su sobrina Silvia Angélica. Enríquez relata y discute el rumor, no lo comprueba. Tampoco consigue pruebas para confirmar un romance entre Silvina y Alejandra Pizarnik, salvo el enamoramiento de esta última. Un amor obsesivo. Se lee en La hermana menor que, horas antes de viajar nuevamente a Europa, Ocampo recibió un llamado de Pizarnik que prefirió no atender. Ese día, la poeta se suicidó.

No hay comentarios: