27.4.13

Guía breve de la imaginación

34 cuentos cortos y un gatopájaro recoge el trabajo del escritor colombiano entre 1978 y 1981. Minificciones que contienen un mundo entero, fantástico y tragicómico

El escritor Evelio Rosero ha publicado, entre otras novelas, Los ejércitos. /elespectador.com

Existe, en un mundo cualquiera, en la casa de una familia cualquiera, un animal extraño, una conjugación peculiar: un gatopájaro, que de tanto en tanto intenta comerse a sí mismo. Existió, en otro tiempo, un hombre que vendía pobres; el suministro de pobres se le terminó y entonces tuvo que venderse él mismo, pero ya el mal estaba hecho. Existió un autor que quería crear un cuento para matar a los perros, pero no sabía si morirían al escribirlo o al leerlo, y quería disponerse a encontrar alguien que les enseñara a leer; los perros, en últimas, morían de vergüenza por aquel hombre.
Esa suerte de historias encontrarán los lectores en 34 cuentos cortos y un gatopájaro, de la editorial Destiempo, el libro más reciente del escritor colombiano Evelio Rosero, impreso para su lanzamiento en la Feria del Libro y cuya novedad ha pasado desapercibida entre la interminable lista de autores en el evento. Rosero siempre ha sido un hombre silencioso, poco amigo de las luces que acaban con el trabajo de cualquier escritor —o lo banalizan—, y por esa razón sus trabajos han hablado por él. En ocasiones anteriores, fueron novelas como Los almuerzos, Los ejércitos y La carroza de Bolívar las que se llevaron los elogios —y también varias críticas certeras, sobre todo la última—. Ahora, este libro de relatos, que reúne sus relatos breves escritos entre 1978 y 1981, quizá reforzará el lugar que ya tiene en la literatura colombiana.
Pese a ciertos yerros en la construcción de algunos de los cuentos —exceso en el discurso del narrador, historias que se evaporan en una prosa oscura—, es más sencillo contar los aciertos de la recopilación. Rosero escribió estos relatos breves para varias publicaciones, entre ellas el Magazín Dominical de El Espectador, años antes de publicar sus primeras novelas, de modo que en ellos se puede ver el proceso en su narrativa y vislumbrar, aunque no con tanta fuerza, parte de los temas sobre los que versa su literatura. Permiten ver, además, un Rosero por completo distinto al de sus novelas, que juega más con las situaciones y los personajes, que encuentra en la fantasía, y a veces en la solemnidad, dos espacios en donde se mueve a gusto.
Ese es el primer acierto de esta recopilación. Quizá es menos conocido el hecho de que Rosero ha escrito varios libros infantiles —la calificación es, por lo demás, inocua— y en este texto se encuentran trazas de aquel Rosero que se deja ir un poco más allá de los hechos “reales”. En Puerto de Tumaco, 1938 un grupo de personas encuentra un mensaje en una botella que sólo puede ser descifrado por los peces, pues se requieren un par de branquias para entenderlo. Cuento para matar un perro es una disquisición sobre la posibilidad de asesinar perros a través de la palabra y, luego, una reflexión sobre el modo en que se les debe enseñar a leer. Miedo relata el momento en que un hombre llama y él mismo contesta, mientras que a la compañía de teléfonos le parece superfluo semejante problema metafísico.
Todas las historias logran, en breve, construir un aliento, ya sea de muerte —como sucede en Crónica de un viaje por Chile— o de locura —como en La casa—. Rosero estaba obligado, aunque tal vez ni siquiera pensaba en ello al momento de escribir los relatos, a condensar en un momento, en una pequeña cápsula, un mundo entero. Entre más pequeño sea el texto, más poderosas deben ser sus palabras, más cuidados sus giros, más sugerentes sus diálogos. En la mayoría de historias, Rosero tiene éxito e incluso va más allá de la fantasía, si así se puede llamar: cuentos como La visita, El espejo pintado, Encierros y Dominga Dionisiano tienen un aire muy distinto de la nota constante de los relatos: atrapan a personajes y situaciones a través de sus manías y los retratan con detalles sencillos pero muy dicientes. Dominga Dionisiano, viuda de un matarife, se convierte en la mejor matarife del lugar, heredera del arte de su esposo. Y los hombres le temen y buscan morir entre sus piernas, aunque sea acuchillados.
Los tonos y las situaciones son diversas en cada relato: Rosero puede hablar de una tortuga que reflexiona luego de que un pato intenta nadar junto a un pollo y éste muere. Entonces, luego de intentar una reflexión y corregirla, concluye: “Ningún amigo, por más amigo que sea, es un conejo”. También hay espacio para historias algo más duras, como la de Sia-Tsi, un anciano cuya sabiduría es tan reconocida como temida y a quien buscan para matar.
Ese recorrido, desde la fantasía más infantil hasta los temas más maduros —división que, de nuevo, es inocua—, es el eje central de los relatos breves de Rosero. De ellos podría nacer una novela, tal vez un cuento más extenso, pero la capacidad de decantación ayuda a que quede de ellos la semilla limpia, el canto certero de un solo instrumento que, pese a su sencillez, posee una grave complejidad. La misma complejidad del gatopájaro que cierra la colección, esa mezcla que reúne todo lo que es este libro: un híbrido de tragicomedia.

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