20.10.11

Sin dolor

Un crecimiento desmedido, el pago de anticipos demasiado altos y las pocas ventas podrían ser los motivos para el cierre de tres líneas del Grupo Editorial Norma que, por muchos años, fue la única editorial colombiana con proyección mundial
El grupo editorial Norma cierra tres de sus lineas editoriales sin que le duela.foto.fuente:revistaarcadia.com

La noticia se supo el pasado 30 de agosto: el Grupo Editorial Norma cerrará sus líneas de Ficción y No ficción para adultos, Verticales de bolsillo, y Autoayuda y Crecimiento personal. El comunicado, enviado por la empresa Carvajal Educación —de la que hace parte Norma— a escritores, colaboradores y agentes literarios era corto, seco y contundente. Allí se anunciaba que Carvajal concentraría sus esfuerzos en ofrecer productos y servicios al sector educativo y que por ello desinvertiría en las líneas que no hicieran parte de ese mercado. Desinvertir significa que Norma no volverá a contratar novedades, pero seguirá distribuyendo los libros de su fondo hasta finales del 2012. Además, mantendrá la publicación de textos escolares, literatura infantil y juvenil, y de gerencia, cuya participación en la facturación del año pasado sumaba un 20% —sin contar papelería que alcanzó el 73%— mientras que las líneas que van a cerrar llegaban solo al 3%. La desinversión —se lee en el comunicado— representa menos del 1% de los activos e ingresos de Carvajal Internacional, lo que supone una decisión sin dolor para la multinacional. Por lo menos desde la perspectiva de las cifras.

El cierre no causó la sorpresa esperada: en Twitter, por ejemplo, apenas si fue comentado. ¿Cuál es el motivo? Guardadas las proporciones, los cien años recién cumplidos de la editorial francesa Gallimard merecieron más de una primera plana. En este caso, solo hubo un par de menciones —el Encuentro de Narrativas de Realidad, organizado en Buenos Aires, desvió su tema de debate ante la preocupación de algunos de los escritores asistentes por el cierre de Norma— lo que no deja de llamar la atención, sobre todo si se tiene en cuenta que hace menos de un mes se anunció que el escritor mexicano Ignacio Padilla había ganado el Premio La Otra Orilla de Norma (a propósito, la editorial va a imprimir y distribuir la novela de Padilla, El daño no es de ayer). La respuesta al desconcertante desinterés quizás tenga que ver con lo lejana que se ve la época dorada de Norma, que comenzó en los años noventa cuando se inauguró la línea de Literatura y Ensayo de la que hicieron parte colecciones como La Otra Orilla, Cara y Cruz, Milenio y Vitral. Sí, Colombia es un país sin tradición lectora. Sí, se leen 1,6 libros al año, mientras que en Japón, 47 y en Argentina, cuatro. Sí, se venden los mismos 2500 ejemplares. Sin embargo, no era extraño encontrar un libro de Cara y Cruz en el pupitre de cualquier estudiante de colegio; más de uno descubrió a poetas como José Watanabe y Eugenio Montejo gracias a la colección de poesía y muchos descansaron con las traducciones de La Otra Orilla, hechas en Colombia y no en España, en las que un tonto es un tonto y no un gilipollas. "Norma fue la única empresa colombiana que peleaba en las grandes ligas de la edición y sirvió para que se desarrollaran proyectos editoriales importantes en América Latina —comenta Moisés Melo, antiguo gerente de Literatura y Ensayo de Norma—. Además, fue una escuela de editores, de traductores y formó a jóvenes en la literatura de manera similar a como lo hizo el Fondo de Cultura Económica con los lectores de ensayo hace cuarenta años".

Cuando Melo ingresó a Norma, en 1987, la editorial llevaba veinte años haciendo libros de texto, gerencia e infantiles (curiosamente las mismas líneas que va a tener ahora) y recién había incursionado en el mercado de los pop-up. A comienzos de la década de los noventa, empezó una expansión internacional que veinte años después la llevaría a tener presencia en doce países de América Latina, producción editorial en ocho países y plantas de producción en cuatro. Como parte de esa expansión, se crearon las gerencias de Interés General y Literatura y Ensayo. En 1991, esta última lanzó la colección Cara y Cruz, el nombre se lo puso William Ospina, quien pasaría a ser uno de los autores más cercanos a la editorial y cuyo agente literario hoy, Guillermo González, afirma que ya están en conversaciones con otras casas para ceder los derechos del escritor. El primer libro publicado por Cara y Cruz fue María de Jorge Isaacs, y desde entonces, se hizo célebre el modelo doble de los libros de la colección: por un lado está la obra y por el otro, un ensayo y una cronología que incluye biografía del autor y hechos literarios e históricos.

Cara y Cruz, dirigida a los lectores jóvenes, surgió en un tiempo en que la educación en Colombia cambiaba. Ya no se trataba de impartir un canon ni había una verdad absoluta sobre la obra literaria, los ensayos, encargados a académicos colombianos, se ajustaban a ese nuevo modelo. La colección también tuvo una línea de filosofía con cerca de 20 títulos. Consuelo Gaitán, la editora de Cara y Cruz filosofía, destaca las traducciones realizadas por colombianos. De hecho, no hay un solo editor que haya pasado por Norma que no mencione la labor de los nuevos traductores que rompió con la desastrosa tradición española. Aparecen nombres como Nicolás Suescún, Elkin Obregón, Carlos José Restrepo, Hernando Valencia Goelkel y Héctor Abad Faciolince, que colaboró con algunas traducciones del italiano. La estupenda edición de las obras completas de Shakespeare es una muestra.

En 1990 Norma lanzó La Otra Orilla, la colección de literatura contemporánea más recordada y leída de la editorial, bajo la dirección de Rodrigo de la Ossa, hoy en Santillana. Los primeros libros de la colección fueron La visita en el tiempo de Arturo Uslar Pietri y Amirbar de Álvaro Mutis que se lanzaron en simultánea en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en un evento al que asistieron los expresidentes Alfonso López Michelsen y Belisario Betancourt. Siguieron cientos de autores, entre otros los colombianos Tomás González, Andrés Caicedo, Juan Gabriel Vázquez, Evelio José Rosero y William Ospina —sobre este último, María del Rosario Aguilar, editora de la colección Vitral, recuerda que en una portada apareció William Opina. "Tuvimos que recoger todo y mandar a picar"—. La Otra Orilla publicó a Bufalino, Bioy Casares, Fonseca, Soriano, Roa Bastos, Bashevis Singer, Appelfeld, Piñón, Giardinelli, Le Clezió y Kawabata.

Carmen Barvo, directora de Fundalectura y exeditora de Literatura y Ensayo, comenta que cuando salió La historia de mi hijo de Nadine Gordimer, se dieron cuenta de que el libro tenía errores de composición por un proveedor externo que empezaba a digitalizar y cambiaba los signos ortográficos. Mientras lo recogían les avisaron que la escritora sudafricana había ganado el Nobel. Lo reimprimieron y se terminaron vendiendo 20.000 ejemplares. Moisés Melo menciona el caso de Las cenizas de Ángela, la novela de Frank McCourt, cuyos derechos costaron 4000 dólares y vendió más de un millón de copias. Y están las historias de García Márquez y Álvaro Mutis. Del amor y otros demonios vendió 250.000 ejemplares en un año e Ilona llega con la lluvia, 60.000. "Con Carmen Balcells (la famosa agente literaria) se negociaba comiendo —cuenta Barvo—. Los derechos de Mutis los adquirimos en un desayuno en el Hotel Plaza de Nueva York". Arcadia se comunicó con Gloria Gutiérrez, directora de la agencia Carmen Balcells en Barcelona, quien no dio declaraciones respecto al cierre.

Otras dos colecciones que dejaron huella en Norma fueron Vitral y Poesía. La primera, a cargo de María del Rosario Aguilar, llenó un espacio prácticamente vacío en Colombia con cerca de ochenta títulos sobre ciencias sociales. La segunda —cuenta su editora Claudia Cadena, desde su apartamento en Buenos Aires— publicó textos de poetas como Ferreira Gullar, Derek Walcott, Raúl Gómez Jattin, Héctor Rojas Erazo y Salvador Espriu.

El tamaño justo

Otro de los motivos para que el cierre de Norma pasara inadvertido tiene que ver con que, de alguna manera, se veía venir. Hay quienes aseguran que la expansión fue un mal paso para la editorial que, en su mejor momento, generó entre cuatro y cinco millones de dólares y publicó seiscientos títulos al año y recibió propuestas de compra de Planeta y Random House Mondadori. Pero la expansión no contó con la infraestructura necesaria para prosperar. Si a eso se suman decisiones riesgosas como elevar el Premio La Otra Orilla de 30.000 a 100.000 dólares, pagar anticipos altísimos a autores como Bioy Casares y Le Clezió y descuidar las relaciones con los libreros independientes, el resultado era inevitable. La clave parecería estar en la frase de Ricardo Obregón, presidente de Carvajal Internacional: "O uno es muy grande o uno es chiquito, pero nosotros estábamos en un punto medio donde ni teníamos la billetera para apostarle a los grandes, ni estábamos en plan de hacer crecer autores pequeños". Gladys Regalado, presidenta de Carvajal Educación concuerda: "Los números no nos dieron. Fue un problema de escala: las apuestas eran cada vez más grandes y nunca se llegaron a recuperar".

Es cierto. "Este negocio ya no da para andar en limosina", comenta Felipe Ossa, gerente de la Librería Nacional. También es cierto que el mercado de los libros de texto supera con creces al de libros de literatura —en el primer caso, la editorial es dueña de los contenidos, mientras que en el segundo solo adquiere los derechos del autor por un determinado tiempo— y, aun así, el cierre de Norma por lo menos plantea un par de inquietudes sobre el futuro de la edición en Colombia. O debería. "El cierre de cualquier empresa productora de bienes culturales, es malo. De una empresa productora de libros, es pésimo. De Norma, que se caracterizó por muchos títulos de importancia y autores de primera línea, es desastroso", dice Conrado Zuluaga, director de Editorial Panamericana. Ana Roda, directora de la Biblioteca Nacional y antigua editora de Norma agrega: "Norma participaba en las grandes ferias internacionales, compraba derechos, encargaba sus propias traducciones, circulaba sus publicaciones en América Latina. ¿Qué más se puede decir? Una verdadera lástima".

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