15.9.11

¿Se puede hacer poesía después del 11-S?

Los atentados de Nueva York han sido protagonistas de libros y películas que van desde la teoría de la conspiración al retrato de héroes modernos

Obra en homenaje a la ciudad de Nueva York del artista británico Banksy banksy.co.uk. fotos.fuente:lavanguardia.com

Instalación 'Guantanamo Museum', de Alicia Framis www.aliciaframis.com

El filósofo alemán Theodor Adorno escribió en 1944 lo que se convertiría en una frase célebre: "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie". Muchos años después, ya en 1961, repitió su tesis añadiendo que no le quería restar ni un ápice de su fuerza.

Aunque los atentados contra las Torres Gemelas del 11-S nada tienen que ver con los campos de concentración nazis – más allá de los paralelismos de algunas escalofriantes imágenes de después, en Guantánamo –, ambos hechos cambiaron el curso de la Historia. El Hombre mata en directo y el mundo se convierte en algo lejano a lo bello. Pero la literatura y el cine no siempre tienen que explicarnos la realidad como si fuera de color de rosa, sino que funcionan – como el teatro griego – de catarsis colectiva. Sin interrogarnos (y la estética es un arma poderosa en este sentido), no podemos seguir caminando. No hay camino.

Los meses posteriores al ataque, Hollywood guardó un respetuoso silencio. El duelo era inquebrantable. Habían muerto cerca de 3.000 personas, y un símbolo de la cultura estadounidense se había desplomado en cuestión de minutos. Es conocido como filmes como Spider-Man, en el que aparece un helicóptero atrapado en una gigantesca tela de araña entre las dos torres, fueron editados. No podía haber ninguna referencia que recordara como era Nueva York antes de la tragedia. Aún no.

De la teoría de la conspiración a los héroes modernos
Pero el relato - los relatos - tenían que llegar. Una de las películas que más impacto causaron, tanto dentro del país como en el exterior, fue Fahrenheit 9/11, un documental de Michael Moore estrenado en 2004 y que intenta explicar las causas y consecuencias de los atentados del 11 de septiembre, pero enfatizando en la posterior invasión de Iraq. Todas las teorías de la conspiración se dispararon. La cinta puso sobre la mesa la hipótesis de que algo se sabía con anterioridad, y muestra los supuestos vínculos entre las familias del presidente de los Estados Unidos en el momento de los atentados, George W. Bush, y la familia de Osama bin Laden.

Ya en 2006, Oliver Stone se atrevió con World Trade Center, un filme basado en hechos reales que explica la historia de supervivencia y heroico rescate de John McLoughlin (Nicolas Cage) y Will Jimeno (Michael Peña), dos policías pertenecientes a la Autoridad Portuaria de Nueva York que quedaron atrapados entre los escombros después de intentar ayudar a la gente a salir de las torres. Ya había llegado el momento de construir la crónica de los héroes estadounidenses.

United 93, de Paul Greengrass, es del mismo año. En esta ocasión, la película relata cómo los pasajeros, la tripulación, las familias en tierra y los controladores aéreos vieron con creciente horror que el vuelo 93 de United Airlines se convertía en el cuarto avión secuestrado. El filme ofrece una reconstrucción de uno de los tabúes más silenciados en aquellos días. ¿Qué pasó allí dentro? Según la versión oficial, el avión se estrelló poco antes de llegar a su objetivo, aunque miembros de la fuerza aérea estadounidense (USAF) reconocieron más tarde a la comisión del 11-S que si no se hubiese precipitado, probablemente lo habrían derribado ellos mismos. El director de la cinta asegura que "cuarenta personas tuvieron treinta minutos para comprender la realidad que vivimos actualmente, tomar una decisión y actuar".

El otro lado, los terroristas
En el terreno literario, Don DeLillo describe la manera en que cambió el mundo para siempre en El hombre del salto (Seix Barral, 2007). Su protagonista, Keith Neudecker, se escapa de una enorme nube de humo aferrándose a un maletín y, cubierto de cenizas y cristales rotos, deambula confuso por las calles de Manhattan hasta llegar a la casa de su ex mujer y su hijo. El escritor narra la magnitud de la catástrofe a través de un pequeño grupo de personas, pero también reflexiona acerca de la "normalidad" con que uno de los terroristas, Hammad, se prepara para el martirio. También había otro lado. Y se necesitaba comprenderlo.

No fueron pocas las biografías de Osama bin Laden, un personaje prácticamente desconocido hasta entonces para la mayoría de estadounidenses, y descubrieron aterrados que había sido formado por la CIA. Otras biografías, y libros acerca de Al Qaeda, llenaron las estanterías de las mejores librerías. El novelista británico Martin Amis, incluso, llegó a escribir un cuento sobre los últimos días de Mohamed Atta.

Desde Francia, el escritor Frédéric Beigbeder tomó el 11-S como trama para su novela Windows on the World (Anagrama, 2004), un relato sobre los hechos, estructurados en breves capítulos titulados por minutos durante la hora y cuarenta y cinco minutos que transcurre entre el impacto del avión y el desplome de la torre, pero también – en forma de dietario – de qué manera un escritor extranjero se puede enfrentar a ello como argumento de una ficción literaria. ¿Para qué sirve la literatura si no nos explica quiénes somos y qué nos pasa?

El miedo y la venganza
El pensador Zygmunt Bauman reflexiona en Miedo líquido (Paidós, 2007) cómo la a sociedad contemporánea ha ido transformando sus temores. Así, tanto si nos referimos al miedo a las catástrofes naturales o al miedo a los atentados terroristas indiscriminados, en la actualidad experimentamos una ansiedad constante por los peligros que pueden azotarnos sin previo aviso y en cualquier momento. El mito que se edificó creyendo que el ser humano puede controlar, gracias a la "superioridad técnica" (o a la obsesión por la seguridad), cada momento de su vida, cae para siempre. La incertidumbre también rige nuestros días y, si no aprendemos a vivir con ella, la zozobra acaba siendo un aspecto fundamental del carácter de nuestras sociedades.

La artista catalana Alicia Framis ha dedicado su trabajo en diferentes ocasiones al centro de detenciones de Guantánamo, situado en Cuba, y que Estados Unidos utiliza desde 2002 para los acusados de terrorismo, la mayoría de ellos arrestados - sin juicio previo - en Afganistán durante la invasión de este país que siguió a los atentados del 11 de septiembre. Así, Framis propuso en 2008 en Barcelona y en Madrid una muestra que denominó Guantanamo Museum, y en la que presentó una instalación de 274 cascos de motocicleta – como símbolo de los 274 presos - que no pretenden proteger al conductor en caso de accidente (tienen un corte angular en la corona) sino todo lo contrario, favoreciendo la tortura y el desamparo. Con poesía, pero sin justicia.

El 11-S, diez años después

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