4.4.11

Elogio de ciertas monotonías

Muchos escritores sostienen el ideal estético de no repetirse entre un libro y otro, pero las diferencias no siempre revelan méritos. Incluso, aventura el autor, quizá llegan a clásicos “aquellos que mejor se repitieron”

REPETIRSE. "Creo que como dice Pavese, lo que define a un escritor es un poco la monotonía", declaró Saer en una entrevista.foto.fuente:Revista Ñ

Ante la publicación de un nuevo libro, es frecuente que los escritores –hombres y mujeres– declaren que esa obra es diferente de las suyas anteriores, e incluso que la originó un programático afán de evitar repeticiones entre un libro y otro.

Esa frecuencia puede indicar la verdad del hecho, pero también señalar sólo un lugar común al que los escritores recurren sin advertir que, al decir algo así, repiten lo que muchos otros –son legión– ya han dicho en la misma circunstancia.

Hacia 1973, cuando tenía 35 años, Juan José Saer había publicado siete libros de ficción y se sumaba al ideal estético de no repetirse: "Cada narración, vengo repitiéndome desde hace un poco más de quince años, deberá dormir en mí, durante años si es necesario, hasta que encuentre su razón de ser, su cómo. Cada texto deberá ser diferente de todos los otros que he escrito y todos los otros que pienso escribir".

Curiosamente, hacia 1925 un joven vanguardista argentino desconfiaba de la posibilidad de alcanzar novedades ya que "es dolorosa y obligatoria verdad la de saber que el individuo puede alcanzar escasas aventuras en el ejercicio del arte". Con no más de 25 años, Borges afirmaba que el hecho "de que toda aventura es inaccesible y de que nuestros movimientos más sueltos son corredizos por prefijados destinos como los de las piezas del ajedrez, es evidente para el hombre que ha superado los torcidos arrabales del arte y que confiesa desde las claras terrazas, la inquebrantable rectitud de la urbe".

En 1983, con 45 años y luego de haber publicado textos tan originales como El limonero real o Nadie nada nunca , Saer pareció haber revisado aquel optimismo de diez años antes, y en un reportaje cercano a la aparición de El entenado declaró: "Creo que como dice Pavese, lo que define a un escritor es un poco la monotonía. Cuando te ponés a ver, por ejemplo, la obra de Kafka, las reiteraciones temáticas están ahí; lo que pasa es que se ve la obra entera y nadie te está criticando que escribís siempre lo mismo. Pero también hay otra cosa: la de retomar. Está la cuestión del tema con variaciones, de la variación en el sentido prácticamente musical del término. Y creo que ahí, en ese tipo de repetición, coinciden justamente un movimiento pulsional y un movimiento de estructuración formal".

La elección de Saer para desarrollar esta breve nota no es casual porque en su obra, precisamente, la repetición es de los procedimientos más frecuentes y se realiza a muy distintos niveles. De libro a libro se repiten los personajes, los espacios, las escenas, las ideas, los adjetivos, las formas sintácticas, las descripciones minuciosas, la narración de una misma circunstancia según perspectivas diferentes, el recurso al narrador en tercera persona.

Más allá del extraordinario desarrollo que alcanzó su obra, clausurada de manera deslumbrante con su última novela, La grande , los críticos más tempranos e inteligentes de esa obra observaron que "Algo se aproxima", relato incluido en En la zona , el primer libro de Saer, ya reunía líneas temáticas, personajes, escenas y motivos literarios que luego se repetirían, con variaciones, a lo largo de casi medio siglo.

Perdida la ilusión romántica de la originalidad personal, el temor a las repeticiones acaso haya sido una fobia que comenzó a perseguir a los artistas a partir de las vanguardias de comienzos del siglo XX.

Cuadrado negro de Malevich, Fuente de Duchamp, Entreacto de René Clair, Ballet mecánico de Fernand Léger, El gabinete del doctor Caligari de Wiene, o las poéticas dadaísta o surrealista, por dar sólo algunos ejemplos, parecen resultados de esa fobia a la repetición de lo que ya se había hecho antes; pero, por otro lado, pueden ser considerados como el hallazgo de procedimientos, distintos en cada caso, cuya fatalidad sería repetirse a sí mismos hasta reducir las obras, precisamente, al ejercicio del procedimiento hallado para establecer diferencias respecto de la tradición.

"Resulta evidente para mí esta mañana que es la forma, y únicamente la forma, lo que produce emoción estética (...). Sólo es estético lo que nos conmueve (tal vez podría encontrarse una palabra mejor, verdaderamente neutra) a través de la forma. Esto no excluye el contenido, sino que lo subordina a la forma." Estas palabras, también de Saer, afirman un ideal no muy alejado del de Borges cuando, provocando un escándalo que no cesa, escribió que "la literatura es, fundamentalmente, un hecho sintáctico".

En ambos casos se afirma la dominancia formal que rige a la obra estética; dando un paso más, y retomando la idea de repetición, puede conjeturarse que, precisamente, es la repetición lo que permite dar forma a un texto literario. La repetición delata una forma que el lector percibe –y con ella se conmueve– y además señala la manera en que el escritor compuso la obra.

Dicho con palabras más extremas, sólo hay emoción estética cuando hay forma y sólo hay forma cuando hay repetición. La diferencia entre un buen escritor y otro que no lo es radicaría, primero, en el hallazgo de los más adecuados procedimientos que habrá de repetir y, luego, en el buen o mal uso que el escritor o la escritora haga de ellos.

Decía Saer respecto de Kafka que al observar su obra entera se advierte su monotonía, pero eso no es motivo de crítica sino que, al contrario, se lo señala como el mérito que constituyó eso que hoy llamamos kafkiano. Algo similar introdujo en el léxico adjetivos como borgeano, arltiano, cortazareano o saereano.

Más allá de aquel hábito, señalado al comienzo, de los escritores que declaran ante cada nuevo libro que es diferente de su obra anterior, acaso ocurra que muchas veces las diferencias sólo son aparentes, en ocasiones nada más que temáticas, y no necesariamente revelan méritos.

La comodidad que ofrece atender al nítido pasado –antes que al turbulento presente– permite proponer si los escritores y escritoras que han devenido clásicos de la literatura no son, al fin, aquellos que mejor s

ANIBAL JARKOWSKI

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