23.11.10

¿Qué es un tecnoescritor?

"Estoy perplejo por la creciente presencia de la tecnología en nuestra vida. La mejor manera que conozco de pensar algo es escribir sobre eso. Cada vez que escriba algo lo voy a subir y compartir aquí"

fotoArchivo.fuente:Revista Ñ

Hace seis años, Kevin Kelly comenzó un experimento. El co-fundador de aquel fenómeno y revista-fetiche sobre ciencia y tecnología llamada Wired –y quizás el gurú más respetado y admirado del mundo de la cibercultura– subió a su sitio web www.kk.org un post titulado "Mi búsqueda del significado de la tecnología." Ahí confesaba, palabras más, palabras menos: "A lo largo de mi vida poseí pocas cosas. Hasta los 30 era un vagabundo. Recorrí Asia en jeans gastados y sandalias baratas. A los 32 me asenté en California, compré un auto, me prestaron una computadora, me zambullí en la frontera de la vida online y ayudé a crear la revista Wired, el megáfono oficial de la cultura digital. Mis amigos actuales son los que inventan supercomputadoras, remedios genéticos, motores de búsqueda, nanotecnología y todo lo nuevo. Sin embargo, no tengo televisor ni un celular con cámara. Estas evidentes contradicciones me llevaron a investigar mi propia y paradójica relación con la tecnología. Estoy perplejo por la creciente presencia de la tecnología en nuestra vida. La mejor manera que conozco de pensar algo es escribir sobre eso. Cada vez que escriba algo lo voy a subir y compartir aquí". Desde entonces, Kelly escribió en público sus reflexiones –optimistas– sobre lo que llamó el "technium", algo así como el estado actual, globalizado e interconectado de nuestro desarrollo tecnológico. "¿Qué quiere? ¿Por qué lo abrazamos? ¿Podemos rechazarlo?", se pregunta dándole una entidad propia como si fuera un megaorganismo con conciencia y voluntad. Si la versión en bits fueron las frecuentes entradas en su web, la versión en átomos es el libro más esperado del año –para los fanáticos de las tecnociencias, claro–, "What technology wants", un manifiesto de 120 mil palabras publicado en octubre en los EE.UU. y que raramente llegue a las librerías argentinas (como seguramente tampoco lo harán las obras del gran Steven Johnson que acaba de publicar "Where Good Ideas Come From: The Natural History of Innovation").

Kelly y Johnson (y también Nicholas Carr autor de "The Shallows", donde explora lo que Internet le está haciendo a nuestros cerebros) son claros ejemplos de una profesión inexistente por estas latitudes: la del escritor dedicado exclusivamente a pensar el estado de nuestro nuevo medio ambiente, el de la tecnología y también de las ciencias. Son "tecnoescritores" o escritores científicos como es el caso del biólogo inglés Richard Dawkins ("El gen egoísta"), Daniel Dennett ("La peligrosa idea de Darwin"), el psicólogo Steven Pinker ("La tabla rasa"), Matt Ridley ("Genoma"), Malcolm Gladwell ("Blink"), Bill Bryson ("Breve historia de casi todo"), Brian Green ("El universo elegante"), Michio Kaku ("Física de lo imposible"), Paul Davies ("Los últimos tres minutos"), y muchos más como el hipermediático Stephen Hawking ("Breve historia del tiempo"). Descendientes directos de Carl Sagan, Richard Feynman y Stephen Jay Gould, son una camada de autores que escriben la ciencia y la liberan de los laboratorios. Y, curiosamente –atención editores argentinos–, venden muchos libros. Es cierto: en los últimos años surgieron por acá colecciones –muy interesantes– como Ciencia que ladra (Siglo XXI) dirigida por el biólogo Diego Golombek que entrenan a científicos y divulgadores a narrar la ciencia más allá de un paper críptico o un artículo periodístico olvidable. Pero hay que admitirlo: comparadas con el mercado internacional de la "literatura científica" aún están en la Primera B. Cada uno a su modo y ubicados en lo que C.P. Snow llamó "la tercera cultura" (aquel puente entre ciencia y literatura representado en la actualidad por el sitio Edge.org), los grandes escritores de ciencia toman a la divulgación científica, la enlazan con la literatura y al hacerlo la llevan un piso más arriba. Desde ahí y con este nuevo género literario (el "science writing") en alza, los científicos recobran su subjetividad tan corroída por el "estilo paper": dicen "yo", dicen "no sé", dicen "me equivoqué".

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