Por Alfonso Carvajal
Bohumil Hrabal nació en Checoslovaquia (1924) y murió en 1997. Hay escritores que permanecieron detrás de la Cortina de Hierro muchos años y cuando sus libros atraviesan las fronteras ideológicas del viejo comunismo cautivan de inmediato a los amantes de la literatura. Bohumil Hrabal es uno de ellos.
Su vida estuvo signada por la guerra, la expansión de la revolución bolchevique y el aislamiento artístico, que conlleva un régimen totalitario. En una inevitable marginalidad, construyó una obra que luego floreció en todo su esplendor. Dos fueron sus fuentes narrativas: Jaroslav Hasek y Franz Kafka. En ellos encontró la mezcla prodigiosa de la sabiduría popular y la ficción de la ironía intelectual. Su genio literario ahondó en la autobiografía y la reflexión existencial. Una curiosidad más: algunos oficios que realizó terminaron en libros. De su trasegar ferroviario nació 'Trenes rigurosamente vigilados' (trata la ocupación nazi en Checoslovaquia), que fue llevada al cine por Jirí Menzel y obtuvo el Óscar a la mejor película extranjera en 1967. Fue tramoyista de teatro y escribió 'Bodas en casa'. En La pequeña ciudad donde el tiempo se detuvo relata la llegada de los rusos y el advenimiento de otra época que le volteó el mundo: allí expresa con lucidez narrativa cómo literalmente se pasa una página de la historia. También escribió 'Yo que he servido al rey de Inglaterra', '¿Quién soy yo?' y 'Personajes en un paisaje de infancia'.
Pero tal vez su novela más exquisita y más profunda es 'Una soledad demasiado ruidosa', una metáfora de su experiencia como prensador de libros. Es una reivindicación del monólogo, del manejo excepcional de la primera persona; desbordante de humor y talento, la novela reflexiona sobre la lectura en nuestra vida: "Los libros me han enseñado, y de ellos he aprendido que el cielo no es humano en absoluto y que un hombre que piensa tampoco lo es, no porque no quiera, sino porque va contra el sentido común". El personaje Hanta es un desaforado lector, un intelectual de la acción que, alternando pensamientos sobre Nietzsche, Hegel, Novalis y Schopenhauer, en un ritmo avasallador, de pausas y remolinos, nos sumerge en una cotidianidad fantástica y, al mismo tiempo, aguda, en la cual la creación artística sirve de motor a una extraordinaria trama. Entre líneas, con sarcasmo, Hrabal nos advierte que leer es un conocimiento y también un extravío: "Soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo".
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