10.2.17

Medio siglo de 'Cien años de soledad'

 Los mundos paralelos de Comala, de Rulfo, y Macondo, de García Márquez
Este año, coincidencialmente, se cumple el centenario del nacimiento de Rulfo y los 50 años de la publicación de Cien años de soledad./eltiempo.com

Al escritor mexicano Juan Rulfo se lo considera uno de los pioneros del llamado realismo mágico, esa forma literaria de colocar lo real al lado de lo fantástico, de fabular la realidad, lo cotidiano, que había iniciado el novelista guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que alterna con lo real maravilloso de Alejo Carpentier.

Gabriel García Márquez prosigue esa tendencia en casi todas sus novelas, pero sobre todo en Cien años de soledad, donde Remedios la bella se eleva al cielo, como si levitara. Este año, coincidencialmente, se cumple el centenario del nacimiento de Rulfo y los 50 años de la publicación de Cien años de soledad.

Los autores de Pedro Páramo (1955) y Cien años de soledad (1967) nos dan lugar para hablar del juego reconocido de influencias, y de conceptos como el realismo, el realismo mágico, y el por qué de la permanencia de la obra de arte.

El realismo existe como escuela literaria, y a Balzac se lo considera su figura más representativa. Creó personajes y tipos humanos dotados de una gran psicología, a diferencia del naturalismo de Zolá. Su realismo no es una fotografía, copia de la realidad, sino otra realidad, ficticia. Sus personajes viven una realidad determinada, reúnen “sensaciones esparcidas” como dice Nathalie Sarraute, y son modelos y formas literarias. El realismo no se da en el padre Grandet porque es una forma que encierra la idea de avaricia. Sin desconocer que Balzac muestra la realidad que lo rodea, “el personaje no se reduce a ella, representa un modelo, reúne sensaciones esparcidas, vive intensamente, pero es una forma”.

Sarraute, de origen ruso judío, emigrada a París, hizo parte de la llamada nouveau roman, junto a Alain Robbe-Grillet, Michel Butor, Claude Simon, premio nobel en 1985, escuela caracterizada por la técnica experimental, objetual, más allá de la interpretación psicológica de los personajes. (Además: Colombia y Argentina celebrarán medio siglo de 'Cien años de soledad')

El realismo mágico

En 1976, Kundera, escritor checo, en una entrevista concedida a Ugne Karvelis y publicada por Le Monde, de París, declaró: “Hace 170 años, Novalis soñaba con una novela donde lo real y lo fantástico se fundieran hasta el punto de perder su identidad. Este es el viejo deseo de los novelistas, su manera de buscar la cuadratura del círculo, o el oro de los alquimistas”.

Y de repente, he aquí que un García Márquez, en Cien años... pinta un cuadro que no es menos un sueño fantástico. La frontera entre lo posible y lo imposible se esfuma por milagro. La novela no hace sino comenzar sus ricas posibilidades”.

Agrega que la novela tiene por terreno específico el misterio de la continuidad y la discontinuidad de la vida humana, y que el novelista está perpetuamente en la búsqueda del tiempo perdido de la humanidad. Que, en la vida, el hombre está continuamente separado de su propio pasado y de aquel de la humanidad, y que la novela permite curar esa herida.

Marthe Robert, en su libro Novela de los orígenes y los orígenes d ela novela, le da a la novela autonomía propia: “La realidad novelesca es ficticia, o más exactamente, es siempre una realidad de novela, donde los personajes tienen un nacimiento, una muerte, aventuras de novela”.

La ficción no se da en la novela histórica, que se ciñe a la realidad histórica, a los hechos tal como sucedieron, pero la novela tiene la virtud de anticiparse a la historia, a la ciencia. Se anticipa porque tiene la capacidad de prever lo que ocurrirá. García Márquez, en su cuento 'Los funerales de la Mamá Grande', se anticipa a la visita a Colombia del Papa, porque la anuncia en 1962, cuando asiste a los funerales de la Mamá Grande, visita que cumple Paulo VI en 1968.
La Mamá Grande, que había sido la soberana absoluta del reino de Macondo, acumula mucho poder y riquezas, y muere a los 92 años en olor de santidad.

La novela se anticipa a la ciencia en algunas novelas escritas en el siglo XIX, consideradas de ciencia ficción, porque predice los viajes espaciales, que se realizan en el siglo XX, como en algunas de las novelas del escritor francés Julio Verne (1828-1905): Veinte mil leguas de viaje submarino, Viaje al centro de la Tierra, o De la Tierra a la Luna.

García Márquez dijo que sus abuelos, con los que vivió varios años, fueron una fuente de inspiración literaria. La abuela le contaba historias de fantasmas, premoniciones, y el abuelo, historias de muertos porque había peleado como coronel en la guerra de los Mil Días.

García Márquez afirma que las buenas novelas son “una transposición de la realidad”, con lo que reconoce que a esta hay que darle un tratamiento ficticio, poético, que es determinante en la creación literaria. En Latinoamérica, el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri fue el primero en usar la expresión “realismo mágico”, en su ensayo 'El cuento venezolano', en el cual propone la negación poética de la realidad.

El escritor cubano Alejo Carpentier, en la introducción de su novela 'El reino de este mundo' (1949), que trascurre durante la revolución de Haití, habla de lo real maravilloso, que pude asociarse al realismo mágico. Lo real maravilloso sería la magia que está más allá de la realidad, que causa una impresión maravillosa, de asombro, como la lámpara de Aladino, o la levitación.

Asturias es figura muy importante de esta corriente literaria, con su novela 'El señor Presidente' (1933), retrato del dictador Manuel Estrada Cabrera, escrita, según la crítica, bajo la influencia del surrealismo.

Como elementos propios de este movimiento literario, cabe señalar la presencia de elementos mágicos o fantásticos en los personajes o en el mundo exterior, y que en algunas situaciones no tienen explicación. El tiempo cronológico es utilizado en forma lineal, o es traspuesto al pasado, o es alternativo.

Balzac y Marx
La diferencia entre Balzac y Marx radica en que La comedia humana permite conocer los valores, la vida de la sociedad burguesa francesa del siglo XIX. El barón de Nusingen, que representa esos valores, es un personaje del capitalismo moderno opuesto a la aristocracia, a pesar de que Balzac era monárquico y antiburgués.

El señor Grandet es una figura literaria, un modelo, encarna la avaricia, un valor burgués. La visión de Balzac es una visión totalizadora de la sociedad, es decir que su mirada abarca la sociedad en todas sus dimensiones.

Carlos Marx, que interpretó económica y políticamente la sociedad capitalista, no solo era un economista, sino un filósofo. Solo que como estudiante se alineó en la izquierda hegeliana, y finalmente le dio la vuelta al concepto hegeliano de la razón, del espíritu absoluto para reemplazarlo por el hombre histórico, de carne y hueso, que trabaja y hace la historia. A Marx le inquietaba la obra de arte, y se preguntaba por qué nos conmueve e influye sobre nosotros, por qué permanece a pesar de los cambios histórico-sociales. Influye sobre nosotros porque alcanza lo más humano en el individuo, por medio de la dolorosa experiencia de la historia, de su ruido, de su furor.

“Mientras la relación sea inhumana (Guernica es la representación de la violencia, del horror), mientras la falta sea sancionada y mientras existan las condiciones productivas de la falta, la tragedia Antígona, de Sófocles, escrita en 442 a. C., afectará al individuo”.

La obra de arte permanece porque es universal y es sensible. Es una forma de interpretación, de representación del mundo, de la vida.

El escritor marroquí Tahar ben Jellom niega el realismo porque no puede aprehenderse, y para demostrarlo cita a Rulfo y a Borges.

A Borges, sobre todo, por los relatos de su libro 'Manual de zoología fantástica', que se convirtió en 'El libro de los seres imaginarios', inspirado en la mitología, en la Biblia, o en Lewis Carroll, H. G. Wells, o Franz Kafka.
O por su cuento 'La biblioteca de Babel', total y universal, que existe desde la eternidad en la que todos los libros son distintos, escritos en todos los idiomas, y que contienen todo el saber.

Comala y Macondo
Para Tahar ben Jellom, Pedro Páramo es un libro “fetiche” por su densidad a pesar de ser tan corto. Recuerda la influencia que García Márquez reconoce haber recibido de Pedro Páramo y hace esta afirmación, que pudiera desconcertar: “Pedro Páramo es Cien años de soledad, pero más conciso, más riguroso”.

Gabriel García Márquez contó alguna vez en México, donde vivía en una especie de autoexilio, que Álvaro Mutis, su amigo y confidente, “subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡lea esa vaina, carajo, para que aprenda!”.

“Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis, de Kafka, en una lúgubre pensión de estudio de Bogotá –casi diez años atrás– había leído (tenido) una conmoción semejante”.

En otra ocasión, el autor de Cien años de soledad reconocería que sin la lectura de Pedro Páramo no habría podido escribir Cien años de soledad.

En un artículo que García Márquez escribió para El País de España, en 1995, dedicado a Álvaro Mutis, confiesa que “leer a Juan Rulfo me ha enseñado, por una parte, a cambiar mi manera de escribir y, por otra, a tener siempre bajo el codo una historia diferente para no contar aquella que estoy en el plan de trabajar”.

Pedro Páramo se inicia con el relato de Juan Preciado, que va a buscar a Pedro Páramo, su padre, como se lo ha prometido a su madre en su lecho de muerte, para reclamarle la parte de sus bienes que le corresponden.

En el camino se encuentra con Abundio, otro hijo de Pedro Páramo, y luego se entera de que se trata de su sombra, y de que el pueblo está lleno de fantasmas, de voces, de murmullos.

Cien años de soledad es “la epopeya de la fundación, de la grandeza y la decadencia del pueblo de Macondo, y de su más ilustre familia de pioneros, frente a la historia cruel e irrisoria de una de esas repúblicas latinoamericanas tan increíbles que nos parecen aun al margen de la historia. Cien años de soledad es este teatro gigante donde los mitos engendran a los hombres, que a su turno engendran los mitos, como en Homero, Cervantes o Rabelais”(4).

En Cien años el tiempo “es circular o medio concéntrico: en torno a los Buendía y a Macondo se desenvuelve una suerte de nigromántico cosmorama en movimiento, que impide a los muertos serlo enteramente y los hace girar imprudentemente en el mundo de los vivos, que da a estos el terrible don de la profecía donde todo es contemporáneo a sí mismo en el flujo narrativo cronohistórico y legendario, memorioso y confesional, de la presunta intención”.

Analogías
Stefano Brugnolo y Laura Luche, en un extenso ensayo titulado ‘Los muertos que no mueren en Pedro Páramo y en Cien años de soledad’, explican lo que podría configurar la influencia de Pedro Páramo en Cien años de soledad (1967).

En las dos novelas, los autores ven la transfiguración de la sombra del padre de Hamlet, asesinado por Claudio para apoderarse del trono y que clama venganza.

Afirman que son dos novelas pobladas de muertos-vivos y de vivos-muertos, en las que los personajes viven en un purgatorio donde expían sus penas, por el fracaso de sus proyectos de vida, y sobre todo por haber perdido sus tierras a manos de los latifundistas, luego de la revolución agraria de los años cincuenta, en Pedro Páramo, y como consecuencia de los estragos que causó la explotación capitalista de las bananeras, en Cien años de soledad, que forzó el éxodo campesino hacia la ciudad.

La suerte de Comala y de Macondo, sociedades tradicionales, estaba echada por la irrupción del progreso, de la modernidad. Juan Preciado llega a Comala, un pueblo de muertos-vivos, donde se encuentra con almas en pena que le piden que abogue por ellas, donde se queda, y donde va a morir “ahogado por los murmullos de los muertos”.

La soledad de los personajes de Comala, sobre todo cuando ha sido abandonada y arrasada, es una constante en la novela. El tiempo es circular, es decir que se detiene, se repite, y se vuelve imperecedero.

El machismo mexicano está representado por Pedro Páramo, un terrateniente que somete, explota a los trabajadores, viola las mujeres y procrea desmesuradamente, en lo que sigue el ejemplo del conquistador.

“El pathos que la novela comunica tiene que ver con estas imágenes, y símbolos religiosos: el pecado, el perdón, la salvación, el Infierno, el Paraíso, el Purgatorio rulfiano”.

En Cien años de soledad también hay sombras y fantasmas. José Arcadio Buendía ha asesinado a un amigo, que puso en duda su honor y huye con su mujer para escapar del fantasma del muerto, y fundar Macondo.

Prudencio Aguilar y Melquíades son los primeros, y en cierto modo, José Arcadio Buendía, el patriarca de la estirpe de los Buendía, que ha llegado a la vejez y sufre “una lúcida locura”, a la sombra de un castaño.

El coronel liberal Aureliano Buendía, luego de haber perdido 32 guerras civiles con los conservadores, se encierra en su laboratorio de orfebrería a fabricar pescaditos de oro, y se convierte en otra sombra.

José Arcadio Segundo, el bisnieto, se retira a su habitación “sumergido en un mundo de tinieblas”. Otros “Buendías pagan penas a la espera de la muerte”, como una forma de expiación. Cuando la lluvia “anuncia el principio del fin, los habitantes de Macondo aparecen como fantasmas vivos”.

La soledad acompaña a los Buendía en su peregrinar, en su penar, “empuja a los muertos a regresar a la vida”. “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra”.

La lluvia aparece en las dos novelas, en Macondo en forma de diluvio y en Pedro Páramo, como elemento perturbador. El patriarca de los Buendía, como Pedro Páramo, engendra un gran número de hijos a quienes no conoce o conoce a medias.

El purgatorio de García Márquez, como el de Rulfo, “está privado de esperanza”.

Aureliano Babilonia y Macondo son barridos por “un huracán bíblico” por un viento “lleno de voces del pasado, de suspiros de desengaño”, que recuerda los murmullos y suspiros que matan a Juan Preciado.

Tahar ben Jelloun, cuando se le preguntó qué libro le gustaría llevar para leer en una isla desierta, respondió:
“Tengo una certeza. (Comala) Es la tierra destruida que escribe en nosotros, es el pueblo desposeído, que se expresa en nuestras ficciones. Sus ecos, sus personajes favoritos, las risas ya viejas, las voces gastadas, el calor infernal, los muertos que vuelven a buscar su cobija, el hijo de Pedro Páramo que se le cruza en el camino y con quien se sienta a la sombra para contarle historias, las suyas eran llenas de fantasmas, de cadáveres ambulantes, de gente esculpida por el fuego y de frutos desconocidos, se convirtieron en su propio pueblo. Las mías querían ser un eco de esta fantasía de color y demencia”.

Coloca a Comala en una isla detrás del Árbol de las palabras.

ÉDGAR BASTIDAS URRESTY
Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia. Exrector de la Universidad de Nariño.

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