Chile celebra el centenario del poeta y se rescata su inédito Temporal. Él no cede a la nostalgia
Nicanor Parra en su casa de Las Cruces en 2009./elpais.com |
Cuelga del centro del salón principal de la biblioteca Nicanor Parra en la Universidad Diego Portales
un crucifijo gigante. Esto en una universidad abiertamente laica puede
resultar un contrasentido hasta que se mira con más atención al centro
de la cruz. Ahí se puede leer un cartel que reza en letra manuscrita: "Voy y vuelvo".
Un mensaje intachable desde el punto de vista de la teología, aunque
use para explicarla el típico cartel que los almaceneros cuelgan a las
puertas de su negocio cuando se ausentan.
La cruz es también una declaración de principios para un poeta que
cumple cien años en pleno uso de todas sus facultades, incluida la de
molestar a cualquier poder establecido o por establecerse. Porque detrás
de la cruz cuelgan de distintas sogas todos los presidentes de Chile.
Esta obra, El pago de Chile, situada hoy en la
universidad, le costó en su día el puesto a la encargada del Museo de la
Moneda, donde se montó por primera vez a mediados de 2006.
Después de buscar en la matemática, la poesía, el humor y el tao te king
alguna respuesta al problema de la muerte, Nicanor Parra (San Fabián de
Alico, 1914) parece haber decidido a los 99 años que la muerte no
existe. Es difícil no darle la razón, al ver colgando por la Alameda
cuatro gigantescas fotos de su rostro en distintas etapas de su vida.
Parra se ve más joven que hace sesenta años, cuando bajó los dioses de
la poesía chilena del Olimpo, publicando Poemas y antipoemas.
Parra envejece al revés. Es quizás la razón por la que todos en estos
días en Chile compiten por homenajearlo. Revistas, diarios, el Gobierno
y el Centro Cultural Gabriela Mistral. También la ya mencionada
Universidad Diego Portales, que además pública Temporal, un libro inédito
que hasta el propio Parra había olvidado. Se trata de una crónica del
desborde del río Mapocho en el invierno de 1987, y a la vez de una
denuncia de la dictadura. Es ante todo un intento de volver a pensar la
poesía política lejos de la propaganda o de la denuncia, logrando que en
ella confluyan las voces de víctimas, transeúntes, periodistas,
autoridades. Una compleja polifonía que el humor nos hace sentir como
natural y simple, tan fluido y tan peligroso como el río que protagoniza
el poema.
Se ve más joven que hace sesenta años, cuando bajó los dioses de la poesía chilena del Olimpo con 'Poemas y antipoemas'
A los 99, Nicanor Parra Sandoval
maneja aún su propio Volkswagen escarabajo. Detesta como la más literal
de las pestes la nostalgia o la melancolía. Pendiente del último
chisme, invento, visitarlo es un ejercicio intelectual de alto riesgo
que puede dejar agotado al más joven. Obsesionado por meses con las
cuecas con piano, la columna de opinión como forma de poesía, o el
lenguaje de los estacionadores de auto, el profesor de física Parra
convierte a su interlocutor en otro experimento de ese laboratorio
espartano en que convirtió su casa de Las Cruces, justo entre la tumba
de Vicente Huidobro en Cartagena y la casa de Pablo Neruda en la Isla Negra.
Nicanor Parra se niega a ser lo que fatalmente es también: una
institución. La historia de Chile, la que nos gustaría poder contarnos a
nosotros mismos: el hermano mayor que obligó a Violeta Parra,
su hermana, a cargar una grabadora gigante para recopilar las canciones
del campo. El profesor que recortó diarios para exponerlos en la calle
junto con Alejandro Jodorowsky y Enrique Lihn. El antipoeta que
protagonizó su propia guerra fría, o su propia paz armada, con Pablo
Neruda. El ciudadano que pasó por Cuba y Rusia presintiendo el derrumbe
del socialismo real, tomó té con la esposa de Nixon, tuvo sus dudas para
la Unidad Popular, arrancó de la policía política de la dictadura que
quemó la carpa donde leían sus poemas en el maletero de un auto. El profeta que resucitó al Cristo de Elqui para decirle a la dictadura lo que pocos se atrevían a susurrar, tradujo al chileno de a pie El rey Lear, de Shakespeare, mientras su hermano Roberto renovaba el teatro chileno con sus décimas de la Negra Ester.
No es un azar que al volver a Chile otro Roberto, Roberto Bolaño,
haya buscado a Nicanor Parra, como si ese nombre fuese sinónimo de
Chile. Una versión de Chile a la que podía pertenecer. Un país que ha
empezado, después de todas las revoluciones y contrarrevoluciones que
sufrió, a convertirse en un lugar que podemos encontrarnos en la
contradicción que Parra lleva años intentando no resolver sino aceptar.
Parra, que detesta las conclusiones, se adhiere quizás sólo a esta,
que la contradicción no es una debilidad sino una fuerza. Los escolares
que miran la cruz gigante con el "voy y vuelvo" al centro, o los
presidentes colgados de sus sogas, o el insecto de Edison (una ampolla
sin su cubierta de vidrio), o la propia voz de Parra recitando La mujer imaginaria,
aprenden que ser excéntrico cuando se nace lejos de cualquier centro es
una forma de realismo, o que la verdadera seriedad es cómica, o que la
derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas, o que la poesía está
en cualquier parte menos en los versos de los poetas.
Jubilado de todas las universidades donde dio clases alguna vez, el
profesor Parra sigue enseñando a través de su negativa a tomar la muerte
en serio, que no hay mejor método para ser inmortal que evitar
cualquier cosa que huele a inmortalidad.
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