21.1.12

Ni silencio ni olvido

En su libro La búsqueda, quien fuera madre superiora del Marymount y luego guerrillera, Leonor Esguerra, cuenta sus luchas por la convicción de que la sociedad debía cambiar
Leonor Esguerra decide consignar su apasionante historia, que retrata una época convulsa del país. foto:Luis Ángel. fuente:elespectador.com

Escribir su historia, esa que tanto había repetido en fiestas y cumpleaños; consignar en el tiempo sus memorias, esas de cuando había sido monja, madre directora del Marymount de Bogotá, o de cuando militó luego durante 20 años en el Eln, no le daba miedo, más bien lo sentía como un deber. Escribir su cita inaplazable con la historia no le costó más que un filón de disciplina. Se sentó y le contó, desprevenida, toda su historia a su amiga peruana Inés Calux Carriquiry, quien la condensó y le puso comas y títulos. Le costó, sí, tomar la decisión de publicarla, de volver su vida libro y consignarla para que la sobreviviera. ¿Había cambiado lo suficiente la sociedad para que una mujer declarara que había sido militante de una guerrilla y pudiera salir indemne? ¿Podía, a sus 81 años, reclamar la libertad de contar una historia que retrataba un momento olvidado, tergiversado, y para muchas generaciones pendiente?

Leonor Esguerra se fue en busca de hacer su historia pública. Todas las editoriales a las que acudió se negaron. Unos amigos de Medellín la apoyaron y en un taller gráfico imprimieron unos cuantos ejemplares. Así, con una edición modesta, pero con toda una apasionante historia condensada entre sus hojas, llegó el libro a las manos de la directora de la revista Arcadia, Marianne Ponsford, quien encontró algo profundamente trastocador en su testimonio y no sólo le dio la portada y la bautizó "nuestra indignada", sino que clamó para que el mundo editorial le diera a su libro un lugar que le hiciera justicia. La búsqueda, editado finalmente por Alfaguara, tendrá su lanzamiento oficial en el Hay Festival de Cartagena.

Ahora, después de todo ese proceso, a Leonor Esguerra se le empieza a revelar el verdadero valor de ese impulso inaplazable que la hizo contar su historia. "Hay un par de generaciones que no saben del cura Camilo Torres; hay una parte de la historia de Colombia que no ha sido contada. Los jóvenes ya no saben qué fue el movimiento de Golconda o el movimiento de los sacerdotes rebeldes. Ya nadie recuerda el escándalo del Marymount. Y si las nuevas generaciones no lo conocen, entonces la gran historia de Colombia se habrá escrito con el olvido y el silencio", sentencia Leonor Esguerra, mientras en su casa tibia, en medio de la nada, les ofrece a sus visitantes té y galletas.

A los 35 años, y después de viajar a los Estados Unidos y unirse a la comunidad religiosa de ese país que había fundado en Colombia el Colegio Marymount, Leonor Esguerra se convirtió en la madre María Consuelo y fue nombrada directora del colegio de Bogotá. Sus ideas estaban permeadas por las profundas transformaciones que había traído el Concilio Vaticano Segundo, que le exigió a las comunidades religiosas volver al espíritu de los fundadores, a estar cerca de la gente, y que alentó a que en la suya se autorizara la lectura del periódico e incluso se contemplara la posibilidad de quitarse el hábito, el que, a su parecer, no hacía más que crear una barrera infranqueable con la gente. Así, dirigiendo uno de los colegios que formaban a la élite capitalina, Esguerra tomó la iniciativa de educar alumnas con conciencia de clase. Por eso, más allá de mercados y fatuas intervenciones en barrios pobres, estructuró la idea de crear un colegio en el barrio Galán, a donde las niñas ricas irían a compartir sus conocimientos.

La conmoción entre la comunidad y los padres no se haría sentir sino hasta cuando, en el concierto de principio de año, que se hacía para la integración de las niñas, unas de ellas decidieron cantar en español y traducir el mensaje de justicia social del evangelio a sus letras. "Ese 1969, las niñas que estudiaban el último año de bachillerato del Marymount de Bogotá decidieron participar en el concurso de una forma diferente: no sólo creando un entretenimiento, sino expresando un mensaje", recuerda Esguerra, que no sabía que el mundo se le venía encima por ese acto. El escándalo de si algo así de perturbador debía presentarse o no llegó a los periódicos, en donde un titular alertaba: "¿Infiltración marxista en el Marymount?". Luego, la polémica se filtró a las páginas del New York Times, a donde la madre tuvo que ir a dar una entrevista.

"A mí lo que me llevó a la lucha armada fue darme cuenta de que, al igual que le había sucedido a Camilo Torres, después de todas las luchas con las niñas y con los padres, esta era una sociedad estrecha que no estaba dispuesta a permitir ni los más nimios cambios que estábamos buscando", cuenta Esguerra, quien por las circunstancias terminó conociendo a Fabio Vásquez Castaño, fundador del Eln, y decidió ir con él al monte a buscar las transformaciones en las que tanto creía.

Leonor Esguerra pasó por las guerrillas sandinistas y estuvo en México haciendo trabajo internacional para el movimiento guerrillero, pero después de unos años, en un momento de profunda confrontación, ella, entonces apodada Marucha, se preguntó si era digna de representar a su pueblo colombiano. Estaba hablando en nombre de un pueblo que no conocía, nunca había tenido que ir en busca de un trabajo para conseguir la comida del otro día. Esto, sumado a una profunda crisis al interior del Eln, donde unos partidarios insistían en las armas mientras el brazo intelectual las dejaba para buscar vías políticas a través de las ONG, la hicieron decidir volver a Colombia y dejar la guerrilla.

"Cuando yo veo los movimientos estudiantiles en Colombia y América pienso que hay una gran diferencia entre el momento que viví y el que se vive hoy en día. Ha habido un avance, eso hay que rescatarlo y ponerlo en evidencia: estos jóvenes no están pensando en la vía armada, lo han superado. La vía armada es una vía agotada, los estudiantes no se dejaron permear por ideales de enfrentarse a la Policía y al Ejército. Esta juventud, pienso, espero y confío, está un paso adelante, porque quizá las posibilidades que tiene la sociedad civil de transformación son más amplias. En mi época, cualquier cambio había que exigirlo a las malas", dice esperanzada. Anima a los jóvenes con el mismo tono con que quizás los anima Stephen Hessel, quien escribió el manifiesto que inspiró el movimiento de Los Indignados, a que "sigan buscando una educación mejor, a que no se dejen convertir en dinero, porque en la vida lo que cuenta es la vida, y a que lideren una nueva organización social y mundial".

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