3.2.11

Tres siglos de secretos y sensaciones personales

El 21 de enero inauguró en la Morgan Library & Museum de Nueva York The Diary: Three Centuries of Private Lives (El diario: tres siglos de vidas privadas), una exposición sobre el laborioso trabajo de escribir diarios de vidas intensas y relatos, ¿ciertos?

El diario de Sophia Peabody Harthorne está incluido en el diario de su marido, Nathaniel Hawthorne.foto.fuente:Revista Ñ

"Ya antes había intentado llevar un diario pero no funcionó debido a la necesidad de ser honesto", escribe John Steinbeck en un voluminoso libro de contabilidad completo.

Este particular diario de Steinbeck, parte de la atractiva exposición que se inauguró el 21 de enero en la Morgan Library & Museum de Nueva York, "The Diary: Three Centuries of Private Lives" (El diario:tres siglos de vidas privadas), tiene un objetivo tan modesto ­hacer una crónica del trabajo de Steinbeck en "Viñas de ira"­ que posiblemente no tuerza demasiado la verdad. Sin embargo, después de pasar un tiempo con estos diarios, uno observa el fervor puesto por quienes los escriben en realizar un laborioso trabajo para dar forma a los relatos acerca de sí mismos.

Pueden verse las crónicas de famosos (Nathaniel Hawthorne) y poco conocidos (Adèle Hugo, la hija de Victor); de la realeza (la Reina Victoria relatando sus viajes a las Tierras Altas de Escocia) y de piratas (Bartholomew Sharpe, que asedió a los españoles en el siglo XVII); y de niños escritores (J. P. Morgan cuando tenía 9 años) y escritores para niños (E. B. White, que a veces utilizaba sus propios diarios como fuente). El diario de viaje de Bob Dylan durante su gira de 1973-74 con The Band se inicia con un dibujo hecho por él de una vista desde la habitación del hotel de Memphis; el diario de viajes de Einstein en 1922 está abierto en cálculos relacionados con el electromagnetismo y la relatividad general, escritos al dorso de la página.

La variedad es abrumadora.

Los diarios están escritos en volúmenes encuadernados (como el de Sir Walter Scott) o relegados a un bloc borrador (como un relato de los ataques del 11/9 escrito por Steven Mona, teniente de la policía de Nueva York). Están garabateados enérgicamente (como el de Henry David Thoreau, escrito con lápices fabricados por la empresa de su propia familia ­hay una caja en exhibición) o comprimidos en una letra casi microscópica (como la reacción a una noche oscura y tormentosa de una joven Charlotte Brontë). Son todas presentaciones, confesiones, manifestaciones artísticas sorprendentes ­a menudo afectadas y, tal vez, ocasionalmente, honestas.

Nuestra época, por supuesto, ha transformado el hecho de llevar un diario espontáneo en una especie de fetiche, mensajitos de 140 caracteres supuestamente surgidos en forma espontánea de los pulgares de famosos, y los blogs se amontonan en el éter electrónico como notas enrolladas flotando en botellas virtuales. Y aunque mucho menos distinguida, la mezcla contemporánea de auto-invención, auto-promoción y auto-revelación probablemente no difiera mucho de lo que está en exhibición aquí.

Los pioneros del yo bien modelado están representados por la primera edición impresa de las "Confesiones" de San Agustín del siglo XV, y por la primera edición impresa del heredero secular de ese libro en el siglo XVIII, las "Confesiones" de Rousseau ­narrativas meticulosamente armadas para decir determinadas cosas y reivindicar determinados derechos.

Más valioso en términos de reportaje directo es el relato del Gran Incendio de Londres de Samuel Pepys, en el siglo XVII, visto aquí en las pruebas corregidas de la primera edición de su diario, junto con una hoja suelta que muestra la taquigrafía que usó para codificar 3.000 páginas manuscritas. Fueron descifradas sólo después de más de un siglo.

Pero, ¿cómo son tratados en estas obras los secretos personales, las vergüenzas y las sensaciones privadas? Algunas incorporan una escritura secreta: jeroglíficos en un caso, escritura en espejo en otro. Adèle Hugo expresa su amor apasionado usando palabras cifradas que inspiraron la película de Truffaut "La historia de Adela H".

A veces el diario simplemente evita cualquier cosa que sea explícitamente autorreveladora. El primer volumen aforístico sobrescrito de los diarios de Thoreau correspondiente a 1837 podría reflejar no sólo su juventud (nació en 1817) sino también su forma de eludir lo personal, con el lenguaje romántico afelpado de la época.

Y probablemente deberíamos aceptar la opinión de White sobre sus primeros diarios, que, según una transcripción de su entrevista de 1969 con The Paris Review, ocupan "dos tercios de un cajón de whisky". Son insensibles, sentenciosos, moralistas y llenos de basura" dice.

Otros autores, en cambio, editan sus textos supuestamente espontáneos, recortando alusiones indeseables, cultivando una imagen deseable. Un texto mecanografiado de un volumen del diario de Anaïs Nin, que la autora describe como la "versión sin cortes", dista de serlo, señala Nelson: "Nin, como todos los que llevan un diario, elaboró la historia de su vida, eligiendo la identidad que deseaba presentar a sus amigos, al público y a sí misma". Y un diario que Hawthorne y su esposa, Sophia, llevaban juntos es mostrado con pasajes tachados por Sophia para mantenerlos a salvo de la mirada de la posteridad.

En cualquier caso, muchos de los diarios exhibidos son casi dolorosos en sus confrontaciones con la recalcitrante realidad de las vidas y temperamentos de sus autores.

Un enorme volumen del tratante de esclavos británico John Newton relata su conversión espiritual, pero también sus "reiteradas reincidencias": "He estado leyendo lo que registré de mi experiencia en el último año ­una extraña vanidad. Me descubro condenado en cada página".

Y un poco juguetonamente, un volumen de los diarios de John Ruskin de 1878 muestra el encabezado "Febrero a abril, el Sueño" sobre páginas en blanco. Son un espacio deliberado que este crítico dejó para marcar el período de su derrumbe mental ­ una pesadilla.

Más adelante, Ruskin volvió sobre las primeras partes de su diario, tratando de discernir sus síntomas latentes. Inesperadamente conmovedora es la serie de apuntes escritos a toda prisa por Tennessee Williams correspondientes a los años 50; era celebrado por su genialidad pese a languidecer en la soledad y la angustia, dependiendo de las drogas y el alcohol.

"Un día negro para comenzar un diario azul", escribe al inicio del cuaderno expuesto en la muestra; más adelante, los encuentros sexuales de una noche sugieren que una "benévola Providencia de golpe tomó piedad de mi larga desdicha este verano y me dio esta noche como muestra de perdón".

En toda la exposición, de páginas sobrias surgen ejemplos de experiencia y emociones fuertes.

También hay algunos documentos históricos extraordinarios, como el maletín de cuero y el diario que llevaba el cirujano en jefe de Napoleón, Dominique Jean Larrey, durante la desastrosa campaña francesa en Rusia en 1812-1813.

Napoleón decía que Larrey era "el hombre más fino que he conocido", y Tolstoi lo hace examinar las heridas graves del Príncipe Andrés en "Guerra y Paz".

Aquí Larrey relata los horrores de la batalla, describiendo a madres que se ahogan con sus niños en brazos en medio de 30.000 muertos: "Nunca se ha visto desastre más grande que éste".

De algunas cosas me habría gustado ver más, como partes del diario de Sir Walter Scott que muestran su pérdida gradual del lenguaje después de una serie de accidentes cerebro-vasculares.

"Ya no soy el hombre que era", escribe. "El arado está llegando al final del surco".

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