28.7.10

El sombrero de Lennox

Craig Russell, el creador del detective Jan Fabel, ha ideado un nuevo investigador, perspicaz y atormentado por su experiencia bélica. La acción de su nueva novela transcurre en la posguerra en Glasgow, donde "la lluvia nunca lavaba la ciudad"

Imagen tomada en Glasgow (Escocia) en 1946.- ANTHONY STEWART / NATIONAL GEOGRAPHIC SOCIETY / CORBIS.foto.fuente:elpais.com

Llueve en Glasgow, como no podía ser de otra manera. Bajo el cielo inmisericorde, Craig Russell (Fife, Escocia 1956) asegura que hemos sido afortunados con el tiempo: "Es un Glasgow de novela negra". Celta, dura, proletaria, guasona. Esta es la ciudad de Lennox (Roca Editorial), un ex soldado e investigador privado en la Escocia de los años cincuenta.

Lennox es el tipo de detective que agarra la página por las solapas: ingenioso, de buen vestir y puñetazo fácil. Está en la cuerda floja de la ley y atormentado por sus experiencias bélicas. Su corazón de oro late cuando menos se lo espera. El personaje fue modelado según la generación del padre de Russell, la que no salía de casa sin sombrero y cuyos trajes a medida ocultaban cicatrices de la Segunda Guerra Mundial.

Russell vive en Perthshire con su mujer y sus dos hijos adolescentes, a algunos kilómetros de la brumosa Glasgow. "Conozco la ciudad bastante bien. Aquí es fácil entablar una conversación. Es como un pueblo. Y gasta un sentido del humor muy negro".

La Glasgow de hoy, con edificios de piedra impoluta, cafés y galerías de arte, muestra un carácter más apaciguado que la de los años de posguerra. "Parece pura invención, pero durante años se respiraba humo verdoso", explica el novelista. "Tan espeso era que los conductores tenían que seguir al tranvía para llegar a casa. Miles de personas murieron de enfermedades respiratorias". La entonces segunda ciudad del Imperio británico era una urbe con unos bajos fondos tan oscuros como su aspecto. "Había niños que pensaban que el color natural de la piedra era el negro", describe en Lennox. "La lluvia, fuerte y frecuente, nunca lavaba la ciudad, sino que le pasaba un trapo con aceite".

Pese a que el aire está limpio y apenas quedan resquicios de la industria pesada, todavía se encuentran rincones que transportan hasta la Gran Bretaña de los cincuenta. Bajo el paraguas, Russell señala un piso frente a la estación central de tren. En la primera planta de un edificio de piedra rojiza, unos visillos tras los que se adivinan archivadores y una planta sedienta. "En ese piso imagino la oficina de Lennox". En el pub The Horse Shoe (en Lennox, bautizado The Horse Head), impregnado de olor a la típica empanada de cerdo, los parroquianos beben con tanta seriedad y dedicación como si trabajaran en la fábrica.

Frente a una pinta de la cerveza Bellhaven Best, Russell parece un escocés típico. Hasta que la atención se fija en su obra. En su primer libro, Muerte en Hamburgo, el autor viajó hasta la Alemania contemporánea. Fue la presentación de Jan Fabel, un sesudo oficial de policía cuyo complejo de culpa le lleva a especializarse en la resolución de horripilantes crímenes. La saga Fabel, con cuatro títulos publicados en nuestro país (además, de Muerte en Hamburgo, Cuento de muerte, Resurrección y El señor del carnaval, todos en Roca Editorial), ha obtenido un éxito rotundo en Alemania. Su adaptación a la pequeña pantalla confirma que el autor ha diseccionado con pericia los recovecos de la psique y la cultura germanas.

Explícitas y sangrientas, las descripciones de crímenes que elabora Russell piden cuentas al pasado: "Desde que tuve uso de razón, quise ser escritor. Mi entorno familiar era muy protector y crecí a la sombra de mi padre, que había luchado como voluntario en la Segunda Guerra Mundial, en Burma. Crecí con la idea de que si quería escribir, primero tenía que vivir experiencias. Aunque sabía que no sería policía en toda mi vida, me uní al cuerpo". Durante cuatro años fue parte de una patrulla de especialistas en sucesos violentos, homicidios, fallecimientos inesperados. "Por esta razón suelo describir primero una calle, una casa o una habitación en calma y, súbitamente, la reacción visceral que produce encontrarse con la muerte".

Nacido a mediados de la década de los cincuenta, el escritor se considera parte de una época que todavía podía oler la violencia absoluta. "Yo tenía unos quince años. Mi padre me llevaba en coche a ver a una novia, y por el camino vimos a alguien que había sido atropellado", recuerda concentrado. "Fuimos a ayudar y cuando volvimos a casa, mi padre anunció a mi madre que yo había visto mi primer hombre muerto. La manera en la que lo dijo fue como si hubiera pasado a pertenecer a un club. Me hizo pensar en todo lo que él debió haber presenciado. Su consejo fue que, cualquiera que fuera la causa, nunca debería enrolarme voluntario para luchar en la guerra".

El autor empezó a publicar ya en su cuarta década, cuando se dedicaba a la redacción por encargo. "El negocio iba bien. Tenía mucho trabajo y me era complicado ponerme a escribir ficción, pero supe que si no escribía un libro entonces, nunca lo haría. Tenía que justificar ante mí mismo y ante mi mujer que podía hacerlo. Le conté todos los temas que tenía en mente y ella sin dudar dijo que tenía que escribir sobre el comisario de policía en Alemania (Fabel). Como no tenía demasiado tiempo, terminé tres capítulos y un documento en donde alegaba por qué funcionaría. Fui tan arrogante que lo mandé a los mejores agentes de Gran Bretaña. Un par de días después ya tenía una oferta".

Russell completa dos libros al año, uno de la serie Lennox y otro de la de Fabel. Las coordenadas en las que se mueve cada grupo de libros son muy diferentes. Si Lennox recibe los efluvios clásicos de Raymond Chandler, Fabel está influenciado por la novela negra escandinava encabezada por el sueco Henning Mankell. Ambas coinciden en su capacidad de trascender el género gracias a la dimensión histórica, cultural y social que alcanzan. En el universo Lennox, de trifulcas callejeras, heridas curadas con whisky y casas de citas, existe una puerta trasera que nos lleva a tramas que cruzan las fronteras de Glasgow y de una aparentemente insular Gran Bretaña. En este caso, es el tráfico de armas y el germen del conflicto israelí-palestino: "En aquellos años tienen lugar sucesos que nos afectan en la actualidad. La década de los cincuenta me atrae tanto porque es cuando el mundo empieza a cambiar de una determinada manera".

En nuestra vieja Europa cansada, quebradiza y sin esperanza en el futuro, Russell aboga por una estructura federal unitaria. "Según mi punto de vista, muchos de los problemas europeos vienen del nacionalismo, el separatismo. Se alega que las estructuras políticas homogeneizarán las culturas. Yo considero que son las grandes corporaciones las que uniforman de manera salvaje. Hay que evitarlo. Una Europa federal y sin desigualdad social podría convertirse en líder de la causa humanitaria".

Russell es un británico poco convencional, que tiene sus lealtades al otro lado del Canal de la Mancha en lugar de al otro lado del Atlántico. Algo avergonzado, admite que es miembro de Mensa, una asociación que agrupa a personas de elevado cociente intelectual: "Quise explorar mi manera de percibir, por eso hice el test", explica reticente. "A pesar de sacar una puntuación muy alta, no pude encontrar en el mapa el lugar donde tenía lugar la prueba". De una manera o de otra, Russell siempre ha sido un outsider. "Habrá que preguntar a mi madre el porqué", bromea. Esta posición de distancia se repite en sus protagonistas. Lennox es mitad canadiense, mitad escocés. Jan Fabel, escocés y frisio. "Para mí es necesario narrar desde fuera".

En pleno boom de la novela negra, Russell todavía ve un género sin apuestas radicales. "Es bastante conservador", observa. "Existe una corriente en la que los procesos están tomando importancia. La serie televisiva The Wire (HBO) ha supuesto una gran influencia. Una de las razones por las que situé a Lennox en la década de los cincuenta es porque quería escaparme de los procedimientos: los métodos, las pruebas de ADN. Quería un detective que no pudiera pedir ayuda con el móvil, que trabajara solo". Las concesiones de Russell a la tecnología se reducen al averno en la tierra que puede desenterrarse en Internet: "Mientras investigaba (sobre canibalismo) para la novela de Fabel El Señor del Carnaval, encontré muy perturbador la manera en la que gente que normalmente se sentiría aislada, termina asociándose y justificando lo que hace o pretende hacer".

Russell, cordial, conversador y amante de la buena mesa, se siente como pez en el agua en la bonhomía del noir literario. "Los festivales de novela negra son muy agradables. Los escritores se llevan bien, beben juntos. En cambio, dicen que los autores de ficción general o de novela romántica se enzarzan en discusiones, se apuñalan por la espalda. Quizás tenga que ver con que nosotros dejamos nuestro lado oscuro en la página".

Pese a la camaradería, el escritor confiesa que dedica más tiempo a leer a Günter Grass, Heinrich Böll o tratados de historia que a sus compañeros. "Puedo sonar algo altivo, pero aunque claramente yo sea un autor del género negro nunca creo que esté escribiendo una novela de crímenes. Hablo de gente corriente que se ve envuelta en situaciones extraordinarias".

Lennox. Craig Russell. Traducción de Eduardo Hojman. Roca Editorial. Barcelona, 2010. 336 páginas. 19 euros. www.craigrussell.com

1 comentario:

Unknown dijo...

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