Lisa y Georgie -como cariñosamente se llamaban Luisa Mercedes Levinson y Jorge Luis Borges- caminaban por el gran Buenos Aires, se perdían por los barrios más inusitados, como Puente Alsina, llegaban hasta Avellaneda, tomaban el tren y se precipitaban hacia las estaciones del Oeste. Georgie (Jorge Luis Borges) iba a tomar el té todas las tardes con ella, y escribían durante dos o tres horas una sola página. «Era una novedad para mí, que fui siempre una atropellada. Cuando a Borges y a mí se nos ocurría una idea, él la sopesaba, la aclaraba, y la transformaba en síntesis», confesaba Lisa (Luisa Mercedes Levinson). Borges inventó una ciudad que ya no existe. A veces a pie, otras a través de la poesía, encerrada entre oscuridades, silencios y milongas. Probablemente no haya nada más porteño que un hombre que nace en pleno centro de Buenos Aires, exactamente en Tucumán 840, entre Suipacha y Esmeralda (zona conocida como Parroquia de San Nicolás), en un tiempo imposible de imaginar, el 24 de agosto de 1899, hace 110 años.
Una buena tarde, mientras apuraban entre las comisuras de sus labios los últimos estertores del té de las cinco, a Georgie Borges se le ocurrió la idea de escribir un relato en primera persona sobre la aventura de un arquitecto que recibe el encargo de construir un chalet para los Ferrari, familia donde habría anidado un amor de juventud. Así crearon conjuntamente «La hermana de Eloísa». Fue la única obra de ficción que el autor de «El Aleph» escribió a «cuatro manos», exceptuando las puras maravillas que esculpió con su «pequeña sociedad» Bioy Casares. «La hermana de Eloísa» se publicó en 1955 por la efímera editorial bonaerense Ene (en un volumen al que daba título, y que incluía otros dos relatos de Lisa y de Georgie: ««El doctor Sotiropoulos» y «El abra», de Levinson; y «La escritura del Dios» y «El fin», de Borges), pero dejó de circular por un buen tiempo, una vez agotada la escueta tirada, acaso porque sus autores no le daban mayor trascendencia. «Tal vez no fue una gran realización», escribió alguna vez Luisa Mercedes Levinson, quien dijo haber aprendido al lado de Borges «el arte de corregir». Causalidad o no, casi acto seguido ella escribió su cuento más famoso y antologado: «El abra». «Cuando me propuso escribir un cuento en colaboración, casi me desmayo. Borges, en 1954, no era conocido como ahora. Pero nosotros, los escritores, sabíamos de su grandeza», ensalza Luisa Mercedes Levinson al sumo hacedor Georgie Borges.
Inédito en España
El relato «La hermana de Eloísa» no salió jamás de Argentina, y permanecía inédito en España, Afortunadamente, gracias a la maravillosa iniciativa de Del Centro Editores, de Madrid, la obra llega a España cincuenta y cuatro años después. Se trata de una edición especial y única, con una tirada de cien ejemplares numerados, que se presentará el próximo jueves. El libro está realizado en rama, en carpeta y estuche manufacturado artesanalmente. La carpeta ha sido cubierta de papel estampado a mano y el estuche entelado. Esta joya está lustrada por el gran artista argentino, residente desde hace varias décadas en París, Antonio Seguí, quien firma, junto al editor, Claudio Pérez Míguez, cada ejemplar. «Al quedar sin republicarse «La hermana de Eloísa» -explica Pérez Míguez- nos interesó muchísimo sacarlo a la luz pública, ya que en España no se conocía. Es un texto, pues, semi inédito, maravilloso, tentador, que da mucho juego literario». Es cuento largo el de Borges. El relato (ABC reproduce parte de él) se prolonga a lo largo y ancho de diecisiete páginas de texto, y está divido en tres partes. Narra una historia de amor/desamor, la epopeya de un maravilloso arquitecto, a quien a traves de su socio le encargan un chalet, una casa para la familia Ferrari, situada en el sur del Gran Buenos Aires. El arquitecto vivía en aquella zona bonaerense y estaba enamorado de una hija de Ferrari. En ese eterno retorno para visitar a la mujer que le apasionaba el corazón, el arquitecto delinea el cambio de aquellos aires y de aquellas gentes: ya nada tiene nada que ver con la realidad. Borges inyecta enormes dosis de humor al relato, lo cual daba enorme lustre. Como el azucarillo que se diluía en el té de las cinco que apuraban Lisa y Georgie.
fuente:abc.es
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