24.11.09

Jostein Gaarder: "Los fanáticos son más a menudo hombres"

El autor del aclamado best seller El mundo de Sofía,publica El castillo de los Pirineos,una novela epistolar del siglo XXI, en las que las acciones transcurren a través de e-mails.

GÉNERO "Siendo una novela epistolar, los correos electrónicos permiten darle ritmo de diálogo", dice Gaarder sobre su nueva novela filosófica.
Conocido mundialmente por El mundo de Sofía (1991), novela que se convirtió en un superventas mundial, el escritor noruego Jostein Gaarder se ha destacado como novelista por su vocación de convertir su narrativa en un laboratorio divulgador de ideas y debates filosóficos, lo que lo ha colocado entre los más recomendados para lectores jóvenes poco abiertos al ensayo. Su nueva novela, El castillo en los Pirineos (editada en España por Siruela), es un intercambio de e-mails en el que una pareja que rompió treinta años ha encarna el conflicto entre la razón, él, y la fe, ella, en torno a un suceso misterioso que los separó y del que eluden hablar.

Ha recuperado usted el género epistolar para esta novela, una decisión formal infrecuente.
Efectivamente, se trata de una novela epistolar, aunque con la salvedad de la distancia que hay entre las cartas y los correos electrónicos.

¿En qué medida influye en la comunicación de sus personajes?
Hay una novedad muy obvia; que los correos pueden ser recibidos un segundo después del envío, y por tanto existe la posibilidad de la respuesta inmediata. Y eso, eventualmente permite respuestas cortas, un "¿por qué?", o un "en realidad quieres decir esto". Se trata de que, estando en ciudades distintas y alejadas, pueden decidir quedar una noche y, sentados ante el ordenador, pasan horas escribiendo y esperando la respuesta, de modo que el desarrollo de los correos es casi como un diálogo.

Usted ha colocado al varón en el papel del tipo escéptico y racional y la mujer en el de quien busca algo más, algo trascendente. Esta asignación masculino / femenino ¿es casual o deliberada?
Podía haber sido al revés. El hombre podía haber sido el creyente fervoroso, que no puede vivir con una mujer por cuya salvación teme. De hecho, en general los fanáticos religiosos son más bien los hombres. Los terroristas suicidas casi siempre son varones, y las mujeres son más terrenales, más pragmáticas.

En tanto que racionalista, usted se queja con frecuencia de que, aunque la religión organizada ha perdido terreno, la fe, no.
Vivimos en una sociedad global en la que la Iglesia ha perdido el monopolio de la verdad y la gente no cree en la religión organizada. Pero esa fe es sustituida por la fe en los posos del café, en el tarot, en el ocultismo o en la parapsicología.

¿A qué lo atribuye?
Es puramente humano y tiene dos motivos: deseamos una vida posterior, no queremos pensar en dejar de existir. De otra parte, necesitamos creer que todo tiene causas, que la vida tiene un propósito: si tú le tiras una pelota a un gato, este la sigue con la vista, pero un niño siempre vuelve la cabeza a ver de dónde ha venido: busca causas.

Un tercer personaje le pregunta al protagonista en un momento determinado de qué le sirve tener razón. Dígame, ¿merece la pena convencer a un creyente de que el racionalista, valga la redundancia, tiene razón?
Quienes somos escépticos no debemos retarnos con un creyente, no se trata de convencer a nuestra abuela de que sus creencias son equivocadas, sino de retarse intelectualmente a un debate público con un imán musulmán sobre las razones por las que hace creer a un joven que si se hace volar por los aires le espera el paraíso o con un cura sobre el uso de anticonceptivos en el tercer mundo.

Cuando una persona piensa mucho en su vida después de la muerte, ¿piensa poco en la vida de los que se quedan aquí?
Con el clima, por ejemplo. Hay muchos cristianos, es curioso, que le quitan importancia al cambio climático. En parte por lo que usted dice, y en parte porque dan por supuesto que Dios destruirá la Tierra cuando toque. Pero cuanto más cree la gente que la vida en la Tierra es sólo un paso, tanto más irresponsable es hacia las generaciones venideras, con respecto a la conservación del planeta, por ejemplo. De ahí que sea fundamental una declaración de derechos humanos de las generaciones venideras.
fuente

© La Vanguardia y Clarín

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