Hace cincuenta años fue publicada Cien años de soledad, la novela colombiana más universal. Para rendirle tributo de admiración, Musa erótica le siguió la pista a las historias de amor y pasión que deambulan por sus páginas. Primera entrega
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Gabriel García Márquez con la edición de Cien años de soledad, en 1967 año de su publicación en Buenos Aires./elespectador.com |
Cien años de soledad es una novela cruzada por el deseo. Como la vida, marcada por las ansias de otredad, de fusión con el otro, la obra maestra de Gabriel García Márquez es un fluir erótico en el que sus personajes buscan huir de la soledad, del hastío de sí mismos.
El incesto, escenario de terror y de placer, es el centro de la historia familiar de los Buendía y surge en la genética de la repetición como constante amenaza. Ese imán que los seduce es, al mismo tiempo, su pasión y su tragedia.
Úrsula Iguarán y José Arcadio Buendía se casan siendo primos, pero viven bajo el miedo de la tragedia por cuenta de los lazos de la sangre. Un antecedente hace presentir lo peor. Una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadio, dio a luz un hijo con cola de cerdo que vivió cuarenta y dos años.
Por ese terror al incesto, y con la carga de culpa de las intimidades prohibidas, Úrsula no se dejaba tocar de su marido. “Durante la noche, forcejeaban varias horas con una ansiosa violencia que ya parecía un sustituto del acto del amor”.
Eso ocurrió durante mucho tiempo hasta que los chismes y los rumores de una Úrsula virgen y un marido impotente atrajeron la muerte. José Arcadio mató a Prudencio Aguilar en un duelo porque había ofendido su hombría. Llegó a su casa, le ordenó a Úrsula quitarse el cinturón de castidad y le dijo que estaba dispuesto a parir iguanas.
Era tal el miedo de que su estirpe engendrara monstruos, que la primera vez que Úrsula vio desnudo a su hijo José Arcadio quedó impresionada con el tamaño de su arma para el amor y alcanzó a pensar en su antepasado deforme.
La amenaza del incesto era una constante entre los Buendía, e incluso tomaba los caminos más inesperados. La historia de amor de José Arcadio, el hijo de Úrsula, y Rebeca, su hermana por adopción, surge como una especie de incesto político.
A ella le impactaba su tamaño descomunal. José Arcadio hijo, acostumbrado a vagabundear con mujeres alegres, la miraba con ojos descarados. “Eres muy mujer, hermanita”, le decía. Una tarde, cuando todos dormían la siesta, Rebeca se asomó a su cuarto, pensando que estaba dormido. Él la vio, la invitó a acercarse y empezó a acariciarla desde los tobillos hasta los muslos.
“Ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrenatural para no morirse cuando una potencia ciclónica asombrosamente regulada la levantó por la cintura y la despojó de su intimidad con tres zarpazos, y la descuartizó como a un pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido, antes de perder la conciencia en el placer inconcebible de aquel dolor insoportable, chapaleando en el pantano humeante de la hamaca que absorbió como un papel secante la explosión de su sangre”.
A pesar de las objeciones de Pietro Crespi, el eterno enamorado de Rebeca, quien argumentaba que era su hermana, que era contra natura y que iba contra la ley, José Arcadio respondió: “Me cago dos veces en natura”.
Al final, el obstinado miembro del clan de los Buendía se reveló contra el incesto y se casó con Rebeca. El cura de Macondo aclaró, para evitar las habladurías, que en realidad no eran hermanos de sangre. Aun así, Úrsula les prohibió volver a la casa, y se fueron a vivir cerca del cementerio.
“Los vecinos se asustaban con los gritos que despertaban a todo el barrio hasta ocho veces en una noche, y hasta tres veces en la siesta, y rogaban que una pasión tan desaforada no fuera a perturbar la paz de los muertos”.
Amaranta, la hija de Úrsula, también estuvo a punto de sucumbir al incesto. Su vida transcurrió entre una permanente fascinación hacia lo prohibido y una constante intimidad frustrada. Su sobrino Aureliano José creció buscándola en la cama para escapar del terror que le producía la noche. Desde que era niño, Amaranta se desnudaba frente a él, pero llegó el día en que “experimentó un estremecimiento desconocido ante la visión de los senos espléndidos de pezones morados”.
Aureliano José jamás volvió a ver a su tía con los mismos ojos, porque “desde el día en que tuvo conciencia de su desnudez, no era el miedo a la oscuridad lo que lo impulsaba a meterse en su mosquitero, sino el anhelo de sentir la respiración tibia de Amaranta al amanecer”.
La mujer, ya madura, empezó a sentir la necesidad apremiante de sus visitas en la noche y hasta llegó a tantear su cuerpo bajo las sábanas. “Sintió los dedos de Amaranta como unos gusanitos calientes y ansiosos que buscaban su vientre”. Aunque no pasaba de los tanteos, Amaranta es potencialmente la más incestuosa de los Buendía.
Tía y sobrino ya no sólo dormían juntos y desnudos, sino que se perseguían por toda la casa hasta que Úrsula estuvo a punto de sorprenderlos cuando se besaban. Eso hizo pensar a Amaranta en lo lejos que había llegado y puso fin a la relación. El joven, desconsolado, aprovechó que su padre Aureliano pasó por el pueblo en su recorrido de guerra y se fue con él.
Con el tiempo desertó y llegó a la casa de Macondo dispuesto a casarse con Amaranta. Ella le huía y se escondía en su cuarto pasando seguro. Una noche lo olvidó y él se metió a su cama. “Ya no era un niño asustado por la oscuridad sino un animal de campamento”. Aunque le recordaba que era su tía, él le decía que estaba dispuesto a hablar hasta con el papa para casarse con ella. Finalmente lo rechazó y se encerró en su alcoba para siempre.
Úrsula se mantuvo al margen de esta historia, pero su terror por el incesto siguió vivo. Lo sintió llegar con Remedios la bella, su bisnieta, capaz de provocar toda suerte de cataclismos de amor por su desparpajo para tratar las cosas del mundo. Caminaba por la casa semidesnuda y sin ruborizarse, pero en completa inocencia.
“… mientras más pasaba por encima de los convencionalismos en obediencia a la espontaneidad, más perturbadora resultaba su belleza increíble y más provocador su comportamiento con los hombres”.
Cuando los diecisiete Aurelianos, hijos del coronel Aureliano Buendía en sus correrías por los caminos de la guerra, visitaron Macondo, la bisabuela la previno para que se cuidara de ellos porque los hijos le podían salir con cola de puerco.
Úrsula murió y no le tocó vivir la tragedia que finalmente envolvió a su estirpe y que estaba escrita en los manuscritos de Melquíades, el gitano amigo de su marido que terminó haciendo parte de la familia.
Ese final se empezó a escribir con Aureliano Segundo, bisnieto de Úrsula, y Fernanda del Carpio, su mujer. Tuvieron tres hijos: Amaranta Úrsula, José Arcadio y Renata Remedios, “Meme”, quien sostuvo amores clandestinos con un mecánico llamado Mauricio Babilonia, al que perseguían las mariposas amarillas.
“La primera vez que se vieron a solas, en los prados desiertos detrás del taller de mecánica, él la arrastró sin misericordia a un estado animal que la dejó extenuada”.
En una ocasión, su madre la sorprendió en el cine con él y la encerró en la casa. Sin embargo, el amor pudo más y Meme se bañaba a las siete de la noche para que Babilonia se colara por las tejas del techo para hacerle el amor.
Fernanda sospechó y pidió vigilancia a la Alcaldía con el argumento de que se estaban robando las gallinas. Un guardia disparó contra Mauricio Babilonia y lo dejó postrado de por vida, y Meme fue enviada a un convento donde dio a luz un hijo que le llegó, en canasta y bautizado, a Fernanda del Carpio. Se llamaba Aureliano.
El pequeño creció sin norte, jugando con José Arcadio y Amaranta Úrsula. Ambos partieron, uno para Roma y ella para Bruselas, y el pequeño Aureliano se quedó solo con su abuela distante, mientras ocupaba sus horas en desentrañar los manuscritos de Melquiades.
Fernanda murió llevándose a la tumba la verdad sobre su origen. Ese nefasto silencio había dejado abierto el camino para que el ciclo del incesto volviera a la casa de los Buendía Iguarán como una amenaza real de cola de cerdo.
Amaranta Úrsula regresó con su marido rico, Gastón, y recuperó la casa. Era tan emancipada, tan moderna y tan libre que “Aureliano no supo qué hacer con el cuerpo cuando la vio llegar”. Gastón soñaba tanto con la llegada del aeroplano a Macondo, la cual había acordado con unos socios en Europa, que se olvidó de su mujer y la fue perdiendo en los vericuetos del abandono y la soledad.
Aureliano le confesó a Amaranta que olía sus ropas y que había buscado a una mujer para pagarle porque no sabía qué hacer con su cuerpo. Ella lo rechazó. Un día la vio salir hacia el cuarto recién bañada, cubierta con una bata. La siguió y se metió a su pieza. Gastón estaba en el cuarto contiguo. Amaranta le dijo a Aureliano que se fuera, pero él la levantó por la cintura y empezaron a forcejear en silencio.
“Una conmoción descomunal la inmovilizó en su centro de gravedad, la sembró en su sitio (…) Apenas tuvo tiempo de estirar la mano y buscar a ciegas la toalla, y meterse una mordaza entre los dientes, para que no se le salieran los chillidos de gata que ya le estaban desgarrando las entrañas”.
Desde entonces, se amaban a cualquier descuido de Gastón. El extranjero, cansado de esperar el aeroplano, volvió a Bruselas, y la pasión entre Aureliano y Amaranta quedó libre. Andaban desnudos por la casa para no perder tiempo.
“Los chillidos de Amaranta Úrsula, sus canciones agónicas, estallaban lo mismo a las dos de la tarde en la mesa del comedor, que a los dos de la madrugada en el granero”.
Llegaron incluso al extremo del delirio de los cuerpos, a la idolatría de la carne, inocentes por completo del peso testamentario del incesto. “Mientras él amasaba con claras de huevo los senos eréctiles de Amaranta Úrsula (…) ella jugaba a las muñecas con la portentosa criatura de Aureliano”.
Quedó embarazada y Aureliano empezó a buscar respuestas sobre su origen porque tuvo un extraño presentimiento de familiaridad. Amaranta se desangró en el parto y el niño nació con cola de cerdo. Aureliano se emborrachó de dolor y olvidó al niño, al que había puesto en una canastilla. Creía que la partera se lo había llevado cuando vio que las hormigas lo arrastraban a su madriguera.
Volvió a los pergaminos y comprendió por fin el epígrafe: “El primero de la estirpe está amarrado en un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas”. De esa manera encontró su origen y supo que Amaranta Úrsula era su tía.
El incesto, con el último engendro, había sido el principio y ahora era el fin de la estirpe de los Buendía. El terror de Úrsula en el origen de los tiempos se había vuelto verdad después de su muerte. Los manuscritos de Melquíades, escritos en sánscrito, y cuyo contenido era la historia de la familia contada con cien años de anticipación, habían sido develados.