26.8.16

Paseos con Auster

Ensayo. El español Enrique Vila-Matas descubrió a Paul Auster al leer “La trilogía de Nueva York”. En este artículo exclusivo, que acompaña el inicio de la Colección Auster, el narrador ahonda en las afinidades que luego tramaron entre ambos una fascinante amistad llena de caminatas, libros y filmes

 En casa. Para definir lo que llama “aire de Auster”, Vila-Matas se remonta a un fragmento de “La invención de la soledad” (1982). Allí, dice, “Paul Auster celebra, con palabras decididamente felices, la vida”.

Tres momentos. Mientras promocionaba “La música del azar”.

Con su mujer, la escritora Siri Hustvedt en Nueva York.
 Y en el set de “Cigarros”, junto al director Wayne Wang y el actor Harvey Keitel./revista Ñ.

1.
Voy andando con alguien mientras nieva. En este sueño recurrente, donde no se escucha nunca el menor sonido, la nieve cae con parsimonia –como en los Alpes cuando no hay viento– borrando el mundo.
Es probable que el remoto origen de ese sueño se encuentre en un comentario que Paul Auster dejó caer en su brownstone de Brooklyn, en Park Slope, una tarde de octubre de hace ya algunos años, bajo un cielo gris de hielo, un día del pasado. Dijo Auster que le fascinaba la nieve, así como el silencio que solía acompañarla: la nieve le permitía ver la vida de una manera distinta, porque cambiaba el entorno y eso facilitaba que uno pudiera redescubrirlo. Para Auster, el ritmo de la vida en Nueva York lo marcaban las repentinas neviscas de cada año, las escarchas que no faltaban nunca a su cita y lo bloqueaban todo, las brisas y tormentas que de un día para otro cambiaban la fisionomía urbana.
Y recuerdo que pensé, esa tarde de octubre en Park Slope, cuando le oí hablar a Auster de la nieve, que a veces esta parecía hecha sólo para escribir o para caminar sobre ella. Y recuerdo que también pensé que el equivalente de la nieve en Barcelona era la lluvia, que también modificaba la vista e inventaba ciudades de cristal, todo un mundo de espejos. Una vez, escribí una novela, Dublinesca , en la que en Barcelona, en Dublín, en Nueva York, en todas partes, siempre llovía. De hecho, todavía hoy, si estoy en casa y comienza a llover, suspendo cualquier actividad para concentrarme en la atmósfera que está surgiendo. Siempre llueve en la alta fantasía, insinuó el Dante en un verso del Purgatorio(XVII, 25).
2.
Me acuerdo de cómo en El palacio de la luna , después de una tormenta, Marco Stanley Fogg se convertía en otra persona, como si hubiera ido más allá de sus límites, como si fuera posible caminar y cruzar por en medio de un temporal y acceder luego a la luz provinciana de un lugar desconocido.
3.
Todos los días, a primera hora de la mañana, ando cerca de una hora, da igual que esté en Barcelona o en Shanghái. Siempre sin un rumbo preestablecido, pero consciente de que –como aprendí en 1985 al descubrir a Paul Auster en Ciudad de cristal – pasear es ir dibujando.
Lo habitual es que dibuje con mis pies una figura sobre el mapa de Barcelona, que dibuje una figura que no llego a percibir porque obviamente no me veo desde arriba, pero que supongo que es una silueta con sombra que, de poderla contemplar, seguro que me parecería muy enigmática.
He caminado algunas veces con Auster, en Barcelona o en Nueva York, jamás fuera de estas dos ciudades. A veces nevaba durante la caminata, y no era un sueño; en otras todo era muy luminoso, como si una determinada alegría –al modo de una ensoñación– recorriera la escena. De entre todos los paseos el que más recuerdo es aquel en el que no paró de contarme, en un francés muy fluido, argumentos de filmes nada conocidos del Hollywood de los 50. Fue raro, porque aún a día de hoy no he llegado a localizar ni una sola de las películas de las que me habló, por lo que no descarto que me contara argumentos de novelas que había alguna vez planeado y finalmente nunca había escrito.
4.
Cuando publicó Ciudad de cristal , se experimentaba con satélites pero no se conocía todavía lo que acabaría siendo el GPS, ese invento que en aquellos días habría facilitado al momento la información sobre el dibujo que en la novela de Auster iban creando los pasos errantes de Peter Stillman, el vagabundo al que sigue el improvisado detective llamado Daniel Quinn, cuyas iniciales son las mismas de Don Quijote, el paseante más universal.
Ayer, por cierto, supe de un tipo que va creando en el suelo dibujos de la misma forma que Peter Stillman. Pero en el caso de este hombre, quien sigue y registra sus movimientos no es un detective, sino un GPS. De hecho, hay un blog donde al parecer nuestro caminante digital va recogiendo los dibujos que crea sobre el plano de Manhattan con sus excursiones a pie.
También ayer pude saber que lo que lleva a cabo este “artista” se parece a lo que hace Stephen Lund, un joven que vive en Victoria, Canadá, y al que le encanta ir en bicicleta, no porque le guste especialmente ese modo de transporte, sino porque, valiéndose de la aplicación Strava, va registrando sus itinerarios y creando curiosas “figuras”, que publica en su concurrida web GPS Doodles.
Este Stephen Lund se parece a su vez a Jeremy Wood, al que descubrí en Barcelona en una exposición en el CCCB sobre W.G. Sebald. Los mapas fantasmales de Wood, trazados también con GPS, llevaban la mirada de Sebald –las huellas de sus largos recorridos a pie– hasta la altura del satélite para ver los rastros humanos desde más allá de la estratósfera. Como escribiera Jorge Carrión a propósito del trabajo de Wood en esa exposición, “la obsesión sebaldiana por perseguir huellas que se desvanecen ha seguido hallando en Wood inesperados herederos”.
Y me acuerdo también de cómo, al ver aquel trabajo de Wood en Barcelona, resonaron en mí unas palabras de Ciudad de Cristal –“Stillman nunca parecía dirigirse a ningún lugar en concreto, ni parecía saber adónde iba. Y sin embargo, como si obedeciera a un plan preciso, se mantenía en un área muy reducida limitada al norte por la calle 110, al sur por la 72, al oeste por Riverside Park y al este por Amsterdam Avenue”– y terminé pensando que aquella deriva se parecía a tantas que hasta podía parecerse a la de un Hamlet errático que hubiera llegado del pasado con una actitud a lo James Dean: de pronto, un paseante perdido en el universo inmenso, pero también en el pequeño universo de Times Square; el cigarrillo en los labios, la cabeza hundida en su abrigo, la lluvia cayendo a plomo.
5.
Caminar es muy útil, hace trabajar la imaginación. El resto no son sino decepciones y fatigas. Dicen algunos que nuestro camino es por entero imaginario y que a eso debe su fuerza. Va de la vida a la muerte. Hombres, animales, ciudades y cosas, todo es imaginado. Es una novela, una simple historia ficticia. El paseo, el camino, es como la vida. Lo dice Littré, que nunca se equivoca. ¿Y no decía algo parecido Cioran? Bueno, Cioran decía (¿o fue también Littré?): “Yo sé que todo es falso, pero no sé cómo probarlo”.
6.
¿Debemos pasear solos o en compañía? Sobre la cuestión hay unas palabras de Laurence Sterne que parecen indiscutibles: “Déjenme tener un compañero de paseo aunque sólo sea para observar cómo se alargan las sombras y declina el sol”.
Parecen indiscutibles, pero William Hazlitt las discutió, y dijo que ese continuo contrastar con un acompañante todo lo que uno iba viendo en el camino alteraba en realidad la impresión involuntaria de las cosas en la mente y dañaba el sentimiento.
Esta opinión de Hazlitt la hallé en un mínimo libro titulado El arte de caminar , compuesto por la unión feliz de dos breves y muy sutiles ensayos: “Dar un paseo”, de William Hazlitt y “Excursiones a pie”, de Robert Louis Stevenson.
Para Hazlitt siempre será mejor pasear o caminar sin compañía alguna, porque no se puede leer el libro de la naturaleza sin encontrar perpetuamente la dificultad de traducirlo para beneficio de otros: “En una caminata, yo estoy a favor del modelo sintético sobre el analítico; me contento con apilar una serie de ideas para examinarlas y analizarlas más adelante”.
Como se ve, no deseaba Hazlitt que sus impresiones de paseante o caminante se enredaran continuamente en las zarzas y las espinas de una controversia. Es una buena táctica, pienso yo, para poder llegar a tener opiniones propias.
Treinta años exactos después de la muerte de Hazlitt, nacía Robert Louis Stevenson, que también insistió, a lo largo de su ensayo sobre el arte de pasear, en que una caminata ha de hacerse a solas, porque la libertad es esencial, pues nada tan necesario como que llevemos nuestro propio paso, no el del vecino o el del amigo: “Se debe estar abierto a todas las impresiones y permitir que nuestros pensamientos adopten el color de lo que vemos. No le veo la gracia a caminar y charlar al mismo tiempo. Dicho de otro modo, no debe haber ruido de voces al lado, para estropear el silencio meditabundo de la mañana”.
Creo que el tema específico del paseo nació con paso ligero en Hazlitt al rebatir la frase de Sterne; la mantuvo, a ese paso leve, su encantador discípulo Stevenson; lo convirtió en una prosa sonámbula Robert Walser; Paul Auster le añadió errancia al dibujo de los extravíos de Hamlet, y W.G. Sebald terminó por darle un giro oscuro a sus solitarios paseos por sombríos parajes europeos, aderezados por misteriosos retratos históricos de otros inadaptados, de otros paseantes del pasado.
Había en Sebald una idea de inadaptación y silencio que ya se había dejado ver en las sombras de duda que proyectaba Stillman en sus caminatas.
A veces hasta parece mentira que un tema tan sencillo haya podido dar tan buenas páginas a la literatura. Pero no nos olvidemos de que, como decía Lichtenberg, la tendencia humana a interesarse en minucias siempre condujo a grandes cosas.
7.
¿Qué puede ver uno mientras pasea? Todo. Literalmente, el mundo entero, sin ir más lejos.
Escribe Hazlitt en “Dar un paseo”: “El mundo, tal como lo imaginamos, no es mucho más grande que una nuez; no es una perspectiva que se abre a otra, un condado unido a otro, un reino a otro, la tierra con los mares, formando una imagen voluminosa y vasta, la mente no puede formarse del espacio una idea más grande de lo que el ojo puede abarcar en una sola mirada”.
Algunas veces he sospechado que el célebre “El Aleph” de Borges pudo surgir de la lectura de ese fragmento sobre el mundo y la nuez que encontramos en “Dar un paseo”, el breve ensayo de Hazlitt.
Es difícil, supongo que imposible, demostrar esto. Pero si en alguna parte de esa nuez que es el mundo hay alguien que cree que puede interesarle buscar la huella de Hazlitt en ese “cuento que es el lugar que es todos los lugares” (como Borges lo definió en una tarjeta postal), le recomiendo que parta de la base de que “El Aleph” está dedicado a Estela Canto, gran amor de Borges y escritora que, como cuenta Alberto Manguel en Lecturas sobre la lectura , “escribió ensayos al estilo de William Hazlitt (de quien era admiradora) para varias revistas literarias de la época”.
8.
Sergio Chejfec dice que caminar es una manera de viajar. Hace dos años, quedé con él en Nueva York y anduvimos –salimos a caminar de inmediato, en cuanto nos saludamos, creo que de un modo, por su parte, muy deliberado, como si estuviera interesado sólo en hablar andando– durante una hora y media antes del almuerzo en el centro de Manhattan. La animada y a veces extraña conversación me recordó las caminatas de los dos personajes principales de su novela La experiencia dramática . Le comenté que últimamente andar me ayudaba a organizar la estructura de un artículo, de una novela, de una carta de amor. Nada que pudiera sorprenderle demasiado, porque no desconocía, por supuesto, que parte de la historia de la literatura, desde sus comienzos, se ha nutrido de viajes: el desplazamiento como acción narrativa básica; después, ya llegan los acontecimientos, el viajero cambia de paisaje y de personas, pasan ciertas cosas. Ahora bien, Chejfec va más lejos y la caminata le parece la más radical de todas las formas de moverse. Y creo que tiene razón. No deja de ser curioso que la manera más natural y primitiva de desplazarse pueda convertirse en la actividad más luminosa; tal vez sea una actividad tan creativa porque tiene la velocidad humana. La caminata parece producir una sintaxis mental y narrativa propia.
9.
Chejfec considera que la caminata es casi la única actividad no colonizada por la economía capitalista, que tiende a fragmentar el consumo y crear necesidades a partir de nuevos artículos. Para caminar, dice Chejfec, no se vende en cambio nada especial, y eso que hay todo un mercado alrededor de comer, beber agua, correr, dormir, practicar sexo, leer, etc.
Pero esto lo dijo Chejfec el invierno pasado, cuando aún no había gente a la caza dePokémons . De pronto, alguien ha lanzado incluso unas zapatillas especiales para salir a capturar Pokémons ; parece que se venderán a través de un proyecto de crowdfunding . Ya no queda nada, al parecer, que no esté colonizado.
10.
¿Qué es el aire de Auster? Es algo que algunas mañanas está ahí, junto a mí, es una percepción que se da en ocasiones y que se parece a un fragmento de La invención de la soledad en el que Paul Auster celebra, con palabras decididamente felices, la vida. Es un momento que me recuerda la dedicatoria del Persiles , aquella página póstuma en la que Cervantes nos dejó dicho que amaba el mundo, le gustaba la vida, le dolía dejarla. Las palabras de Auster tienen algo de la confesión cervantina: “Juzga extraordinario que algunas mañanas, poco después de despertar, cuando se agacha para atarse los cordones, lo inunde una dicha tan intensa, una felicidad tan natural y armoniosamente a tono con el mundo, que le permite sentirse vivo en el presente, un presente que lo rodea y lo impregna, que llega hasta él con la súbita y abrumadora conciencia de que está vivo”.
11.
En mi correo electrónico encontré, hace una hora, un mensaje de John William Wilkinson con una cita de agosto de 1911 del diario de Kafka: “Automóvil en Múnich. Lluvia, recorrido rápido (veinte minutos). Como si mirásemos a la calle por el ventanuco de un sótano”.
Es genial, he pensado, porque anula el movimiento del automóvil y porque la perspectiva que desde el ventanuco dice haber visto K. es únicamente de sótano, todo lo contrario del supuesto sentido común de Julien Gracq, por ejemplo, que oponía “automóvil y movimiento” a las palabras “desván y sótano”.
Por mi parte, al automóvil y al desván le quiero oponer mis piernas. Acabo de escribir esta frase y decido que en menos de un minuto voy a salir del hotel de Nueva York donde me encuentro. Saldré, pero esta vez pisaré las calles convencido de tener una perspectiva de sótano, idéntica a la que tengo ahora sentado en este sillón donde escribo. Imaginaré que camino por los mismos lugares por los que una vez, hace dos años, caminé con Chejfec, y me preguntaré si no ha llegado ya la hora de que volvamos a sentirnos todos cerca de la condición humana tradicional, siempre trágica. Después de la gran idiotez de los últimos años, de tanta burbuja y posmodernidad y progreso ficticio, ¿no se impone el regreso a la tragedia, a un cierto clasicismo, a un renacimiento del saber, a una resistencia a seguir siendo colonizados, a una sintaxis que nos devuelva la libertad?
O esto, o salir zumbando.
12.
Ha comenzado a nevar mientras caminaba y pienso en los caminos del Quijote y sobre todo en la segunda parte de ese libro, donde Cervantes va entretejiendo, cada vez más estrechamente, ficción con realidad. Martín Cristal se preguntaba no hace mucho si no sería que el Quijote falso de 1614 no fue compuesto por Alonso Fernández de Avellaneda, como siempre nos han querido hacer creer, sino que también fue obra del mismo Cervantes, quien lo habría compuesto –o encargado a un ghost writer – y luego publicado con el seudónimo de Avellaneda para enriquecer su propio juego de “ficción y realidad” por el lado de la realidad, quizás porque el factor realidad siempre es más grosero y, paradójicamente, más difícil de creer.
13.
Se sabe que La invención de la soledad fue el catalizador que puso en marcha toda la carrera de Auster como novelista. Es lo primero que pienso cuando veo que ha dejado de nevar. Lo pienso en medio de un silencio perfecto.
La invención de la soledad la escribió tras la muerte de su padre, con el ánimo de tratar de entender quién había sido este. “¿Y qué es la ficción sino el intento de entender las vidas ajenas?”, se preguntaba Auster en cierta ocasión. No cabe duda de que esta es una de las razones por las que se escriben relatos, novelas… A mí con el tiempo lo que ha acabado interesándome es cómo –teniendo en cuenta que siempre se han contado historias– empezó la historia de la narración. “Podemos imaginar”, dice Piglia, “que el primer narrador fue un viajero –el mito de Ulises– y que el viaje es una de las estructuras centrales de la narración: alguien sale del mundo cotidiano, va a otro lado y cuenta lo que ha visto, la diferencia. Y ese modo de narrar, el relato como viaje, una estructura de larguísima duración, ha llegado hasta hoy”.
Pero podríamos pensar, sigue diciendo Piglia, que hay otro origen del acto de narrar. Porque sabemos que no hay nunca un origen único. Entonces podríamos imaginar que el otro primer narrador –el mito de Edipo– ha sido el adivino de la tribu, el que narra una historia posible a partir de rastros y vestigios oscuros. Y habría quizás llegado el momento de poder decir que el primer narrador fue tal vez alguien que leía signos y que el primer modo de narrar fue la reconstrucción de una historia cifrada: el relato como investigación.
14.
El viajero Ulises. Y el descifrador de enigmas que hay en Edipo, que es el que investiga el crimen y termina por comprender que el criminal es precisamente él mismo. Me parece que una fusión de esos dos mitos, Ulises y Edipo, se da en Mac, el héroe de una novela que terminé el mes pasado, al que físicamente, quizás sea por la edad que tiene, le adjudico un parecido con Paul Auster. Mac es alguien que viaja para indagar cuál fue el relato original.
15.
Un viajero en el tiempo indaga en el misterio del universo. ¿Es un relato de futuro o un remoto relato del pasado?
16.
Me acuerdo de que en mi país siempre se olvidan de que el Quijote es un libro metaliterario, especialmente la segunda parte. Y también se olvidan de que el Quijote es un libro sobre el Quijote , y que sus temas principales son la lectura y la escritura, y la relación antagónica entre realidad y ficción, entre vida y literatura. ¿Es un relato de futuro o es un remoto relato del pasado? Lectura y escritura, ficción y realidad… Me acuerdo de que son precisamente estas las coordenadas que más allá de las acciones y lugares particulares de sus obras caracterizan y marcan la relación paródico-intertextual entre Paul Auster y Cervantes. Y también me acuerdo de haber escrito un librito titulado No soy Auster y de que Auster se enteró y quiso leerlo y yo me fui del bar de Barcelona donde él se disponía a leerlo, lo que me produjo una vergüenza inmensa.
17.
No soy Mac.
18.
Lluvia. Camino, nubes grises y gaviotas. Viento racheado, una ancha tiniebla que desciende. El misterio del universo parece a punto de estallar. Basta.
19.
Lucrecia Martel (en una entrevista con Andrea Valdés): “Tuve la fantasía del barco a la deriva para morir, pero no como una obra sino como una fuga de las salas de terapia intensiva y sus ruidos de respiradores y monitores cardíacos, aunque adoro las enfermeras. El año pasado vendí mi barco, y el tiempo me ha vuelto a una idea de los trece años: el desierto de la Puna. Morir caminando, como los burros de la Puna, caer deshidratados, mirando un cielo difícil de ver en otras partes, comprendiendo con humildad que estamos en la cubierta de un planeta que navega un universo inmenso, incomprensible. Ah, pero qué noche, qué silencioso el viento”.

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