23.7.15

La violencia de la muerte como oficio

Narrativa brasileña. Los trabajadores de un matadero protagonizan De ganados y de hombres, de la brasileña Ana Paula Maia, que cuestiona las nociones de civilización y barbarie
Ana Paula Maia. Se la considera heredera del tono realista de Rubem Fonseca por su escritura concisa y cruda./revista Ñ.
De ganados y de hombres de Ana Paula Maia.
Seca, contundente, como el golpe certero del matarife que aturde a los animales, De ganados y de hombres , la novela de la joven escritora brasileña Ana Paula Maia, ingresa en un territorio áspero y brutal que la cultura contemporánea prefiere ignorar, el bajofondo del fast food y la cuota Hilton, la trastienda bárbara de nuestra civilización, el matadero. Un universo estrictamente masculino, habitado por personajes lacónicos cuyas trayectorias se asemejan a prontuarios. Allí, los trabajadores ostentan habilidades precisas y primitivas: degollar, apalear, cazar y descuartizar. Son seres rústicos, en una frontera casi indiscernible con el animal que sacrifican.
El argumento de la novela es mínimo. Pequeños conflictos pueden desatar enormes tragedias que, sin embargo, pasan al olvido en un lugar donde la muerte es cotidiana. El dueño del matadero, Don Milo, pide a Edgar Wilson que deje por un momento su rol de “aturdidor” para ir a cobrar una factura al frigorífico donde se elaboran hamburguesas. La tarea de Edgar consiste en pegar con una maza en la cabeza de las vacas que así quedan desmayadas y listas para ser degolladas. Edgar desempeña su rol de verdugo de manera “piadosa” y se resiste a dejar en su lugar a Zeca, un “loquito” que disfruta al hacer sufrir. La visita a la fábrica es un descubrimiento para Wilson, como la hamburguesa misma, que come por primera vez: “Así, redonda y bien condimentada, no parece que haya sido una vaca. Nada deja vislumbrar el horror desmedido detrás de algo tan delicado y sabroso.” Al volver, descubrirá que el “loquito” se ha excedido en su tarea sanguinaria. Por la noche, se deshace de Zeca con su maza de aturdidor. Sólo el patrón, Don Milo, registra esa muerte pero deja pasar el incidente con tal de no perder a su mejor empleado.
La desaparición sucesiva del ganado pone en guardia a los hombres del matadero. Se suceden las hipótesis y las pesquisas. Es un depredador. Quizá sean ladrones de ganado. Las excursiones en busca de los animales perdidos los llevan a descubrir lo que parece un suicidio masivo. “Se acostumbraron a nosotros”, intenta explicar Edgar.
El planteo filosófico –desde Derrida a Peter Singer y Giorgio Agamben– que cuestiona las jerarquías humano/ no humano, y la violencia contra los animales, considerados “vivientes”, es un intertexto pertinente para leer la novela de Maia que resulta, en ese sentido, muy contemporánea.
La barbarización de los hombres y la conducta casi humana del ganado no sólo cuestionan la oposición entre civilización y barbarie, sino que denuncia la falacia del modo de producción capitalista que esconde su trastienda del horror. Como sostiene Gabriel Giorgi en Formas comunes “se escenifica el “hacer vivir” y el “hacer morir” del capital”, las vidas a proteger y las vidas que son empujadas hacia la muerte. En esta contigüidad entre animales sacrificados y trabajadores explotados, se denuncia el sacrificio de los primeros que representan metonímicamente a los segundos. Todos pertenecen a ese orden de las vidas a descartar.

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