1.11.09

Un inesperado autorretrato

Se reúne en libro el epistolario del escritor uruguayo con el crítico de arte Julio E. PayróCartas de un joven escritor (que la editorial argentina Beatriz Viterbo publica en coedición con Trilce, de Uruguay; Era, de México, y Lon, de Chile) reúne la correspondencia que el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1994) intercambió a lo largo de dos décadas con el prestigioso crítico de arte argentino Julio E. Payró (1899-1971) que en esos años trabajaba en LA NACION. Aquí presentamos dos de esos textos compilados por Hugo J. Verani. En el primero, Onetti se refiere al americanismo y a la situación europea previa a la Segunda Guerra Mundial, relata una visita al pintor Joaquín Torres García y describe algunos de los rasgos que definirían su narrativa posterior. La segunda de las cartas, la única en la que habla de su vida sentimental, comunica su separación de María Julia, su segunda esposa.

21 de abril 1938
Querido Payró:
Mal principio, mon cher. Comprendo que el indo, latino o hispano americanismo produzca en la conciencia de sus cultores un cierto olvido de las clases de geografía de la infancia en que aprendimos y repetimos y dibujamos los límites políticos de los no me acuerdo cuántos libres e independientes países que forman nuestro continente. Me parece simpático ese desprecio por las fronteras, ese amor ardiente que funde en armonioso conjunto a las jóvenes hijas de la Revolución de Mayo. Pero no, nunca, hasta un punto en que se olvida la idea de Patria que, quien más quien menos, todos hemos mamado desde la cuna (¿se fijó que los niños nunca maman en la cuna y mucho menos, claro está, desde ella?). Todo esto para decirle, aunque le duela, que no puedo admitir como cosa saludable esa fraternización sudamericana si ella llega hasta el punto de que los hijos de una nueva y gloriosa Nación abandonen y hasta regalen displicentes lo que aquella guarda de más genuino y valioso en su acervo cultural. [...] Y en cuanto a la otra cita, que no es de Yrigoyen ni de Cristo, que habla de Júpiter y la ceguera, debo decirle que en mi opinión ni Chamberlain ni Blum o Daladier -o el que está pidiendo votos de confianza, dinero al Banco y patriotismo a los huelguistas de París en el momento en que usted reciba ésta- está ciego. No es eso. Júpiter se ha limitado, vaya a saber si para perderlos o no, con dejarlos tuertos. El ojo enfermo de los citados personajes mira, sin ver, naturalmente, para au-delà des Pirinées [sic]. El ojo sano regardea el Banco de Inglaterra y el Crédit Lyonnais. Los caballeros sospechan que la guerra próxima parirá el fascismo o la otra cosa innombrable para una buena parte del mundo. Y en el fondo de sus corazones ardientes prefieren, varios miles de veces, el fascismo, impuestos, economía dirigida y todo lo que se quiera; pero habrá capital, ricos y pobres, explotadores y explotados. Con algunas quitas, es seguro que Léon Blum salvará su famosa colección de platerías. Y eso es todo. De ahí a dar como cosa hecha el fin de Europa, su barbarización por las bestias con botas, hay un paso largo. Sólo Dios sabe lo que va a resultar de ahí. Yo espero y no lo mismo que usted. Y otra cosa: para el caso de que sus macabros pronósticos se cumplieran, tampoco veo claro ni fácil el rol de Sudamérica como mantenedora de la llama sacra de la cultura occidental, o como vientre de primeriza que pueda darnos una nueva. Yo creo que así como hemos importado el liberalismo y la democracia, los modelos de Jean Patou, los chorizos frankfurter, el psicoanálisis y Carlos Gardel y etc., importaremos también el nazismo u otra forma de la bestia. Ya hemos empezado.
Pero entretanto... Me alegro de sus actividades. Casi casi, hasta por las no del todo gratas, como las traducciones del portugués y las conferencias platónicas. Yo escribo, nada más. Muy a menudo voy a verlo a Torres. Me quedo después de la conferencia y de la fuga de los epígonos, y entonces charlamos. Hay mucho de Don Quijote en Torres; no en un sentido mayúsculo, heroico (aunque también lo tenga), sino humanamente, como forma simpática y tan honrosa de estar loco. La confusión entre castillos y ventas y -sobre todo- entre castellanos y venteros. Ahora está muy cambiado, por todo lo de Europa y España y por tener la hija acorralada allí. En el hall o atrio del Templo Abstracto ha puesto una combinación de fotos que muestra las viejas obras de arte arquitectónico de España, principalmente de Cataluña. Encima de ellas, grande, planea un estupendo trimotor que debe ser Caproni según sospechas. Ya ve usted cómo la abstracción no lo es tanto. Y en cuanto a él mismo: ya no cree en las democracias, ni en la mismísima señora con mayúscula. Sus esperanzas están en Rusia, su admiración en el grande y fuerte y sabio camarada Stalin. Sobre todo por el fusilamiento de [Mikhail] Tukachevsky y otros mariscales. «Si hubiera hecho lo mismo la República Española con Sanjurjo y los otros...!». Le estoy tomando mucho cariño al viejo don Torres García. Ella es también inteligente y encantadora, con su manera de escuchar entornando los ojos y una sonrisa de muchacha. Del hijo he visto dos pinturas últimas, dos naturalezas muertas semipicassianas, con botella, mesa, vasos, pipa y periódico, que me gustaron mucho. [...] Ayer me llamó Torres para que escuchara una conferencia suya sobre la necesidad de no seguir imitando a Europa y hacernos nuestra culturita con total independencia. [...]. No sé si es americanismo; pero me está dando náuseas el "escribir bien". Pienso en alguna manera, otra, más despreocupada, más directa, semi lunfarda, si me apuran. Y usted, hijo del Sol y el gran Patagón, quemará su archivo y sus libracos, toda la polilla ya inútil de la vieja Europa que fuera un día. Luego, con taparrabo de plumas y manta listada se situará no lejos del ombú que la Pampa tiene, o en algún picacho de los Andes, o pastoreando llamas en el altiplano. Y allí esperará que el gran silencio le borre las costras de la difunta cultura y el Padre Sol le traiga alguna mañana el mensaje de América para su alma y una ingenua y eterna geometría para sus pinceles.
* * *
11 noviembre 1941
Querido Julio:
Unas pocas líneas, justamente ahora, después de tanto silencio, para cumplir con el deber de amistad de comunicarle que Mlle. Vibert, Mlle. Miracle, ha decidido cambiar su escritor de cuentos por un homérico narrador de viva voz. Vino, estuvo una semana conmigo, ofreció quedarse por encomiable espíritu de sacrificio y acabó por irse para siempre jamás en el ómnibus de las 8:30 de la mañana de hoy, lunes 10 de noviembre del enigmático año de 1941. No puedo decirle qué fue para mí esta semana. Tenerla a mi lado y verla ardiendo y en silencio, como una bestia enferma, de su amor por otro, ver su "cara de tierra y sus desesperados ojos" vueltos hacia el recuerdo y la esperanza de otro hombre. Todo esto después de ocho años de milagro cotidiano, luego de haberme decidido yo a cimentar en piedra mi vida con ella, cortar el resto y hacerle un hijo. He pensado mucho en el "Niño Eyolf" [Personaje de Henrik Ibsen]. Creo que está loca, enferma, embrujada; pero el amor es así. Para rematar esto quiero decirle que no sufro. Esta mañana acabó con eso; si no me maté enseguida es posible que me haya salvado de werthear si no me tiende una emboscada algún momento aislado de soledad y desesperanza.
Pero por lo que puedo sentir lo peor pasó; estoy invadido por una paz y lleno de una fuerza como nunca me habían sido dadas. No tengo por ahora ningún plan de futuro. Si pudiera saber que ella no va a sufrir dormiría en paz y estaría contento. Es posible que mi vanidad sea excesiva, pero no tengo absolutamente ninguna clase de celos. Por desgracia, mi temor de que sea desdichada tiene base intuitiva y cínica base lógica. Aparte de esto me siento tranquilo y seguro -se lo confieso a usted- confortado por una mezquina satisfacción de pastor protestante de no haber sido yo quien rompió el pacto tácito. Cuando quiera escriba. Tengo un cuento absurdo a medio hacer para Mallea.
No olvide su promesa de hacerse una escapada a Montevideo. En alguna parte dice Goethe algo así como que "uno es lo que hace". Ergo, cuando uno hace otra cosa ya no es uno. La carne y el cerebro pueden tratar de mantener la ilusión. Pero hay alguna parte definitiva que de manera inexorable anota el cambio y registra con todo el luto necesario la correspondiente defunción.
Saludos, Onetti
© LA NACION


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