19.4.09

Porque los caballeros sí tienen memoria

En su octavo libro, el escritor Santiago Roncagliolo se adentra en las mafias y el ‘trujillato’
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Entrevista con el escritor peruano Santiago Roncagliolo

Por: Angélica Gallón Salazar
La mafia que infestó a Cuba en los años 40, las dictaduras del Caribe y las inclemencias de la inmigración protagonizan su más reciente novela.

“Negaré que esto es real, negaré que realmente hay una familia muy poderosa a la que no le haría gracia que yo saquease un libro como este. Cualquier personaje de este libro que pudiera tener interés en denunciarme penalmente o partirme la cabeza es inventado”, confiesa el escritor peruano Santiago Roncagliolo mientras suelta una risotada. La pregunta parece inevitable. Muchas coincidencias se tejen entre su vida y su más reciente novela Memorias de una dama: los duros años que pasó cuando llegó a España, su trabajo como amanuense de una vieja mujer, sus fallidos intentos por ser publicado siendo un joven y, peor aún, un inmigrante peruano. “La novela tiene mucho de real, pero nunca digo qué exactamente. Cada lector que haga sus propias apuesta, yo me ocuparé de no confirmarlas ni desmentirlas”, concluye el escritor.

En esta obra, el ganador del Premio Alfaguara 2006 residente en Barcelona, recrea un personaje llamado Diana Minetti, una vieja aristócrata dominicana que cuenta sus memorias a un joven escritor peruano, sin saber que en sus recuerdos de cenas de caviar y finos rones está la génesis de uno de los mayores cánceres que azotaron el Caribe en los años 40: la mafia. Dictadores mulatos que se alisan el cabello, mafiosos de excesos y finos cigarros, inmigrantes que sueñan con ser famosos escritores son los protagonistas de una novela que revela que, a veces, algunos caballeros sí tienen memoria.

Vargas Llosa, Junot Díaz y ahora usted, ¿qué es eso que tiene el dictador dominicano Rafael Trujillo que tanto seduce a los escritores?

Trujillo tiene elementos que lo hacen un pequeño equivalente a Hitler para un europeo. Hay dictaduras como la de Fidel o como la de Fujimori que tienen defensores y tienen detractores, pero es que a Trujillo no hay cómo defenderlo, era tan salvaje, tan asesino, se quedó tanto tiempo que encarna algo muy atractivo para un novelista: un personaje que representa de verdad el mal absoluto. De hecho creo que habría sido estupendo que él se quedase en las novelas, el problema es que haya sido real y que exista más allá de los libros. Demasiado bueno para los libros para ser bueno en la realidad.

¿Qué fue lo que más le impactó después de adentrarse en las dictaduras latinoamericanas de los años 40?

Me llamó mucho la atención de Trujillo y Batista la obsesión que tenían por ser blancos, los dos eran mulatos, los dos ascendieron en el ejército, los dos dedicaban mucho de su tiempo y de sus esfuerzos para ser parte de una sociedad que siempre los consideró unos mulatos asquerosos. Trujillo se alisaba el pelo, se adornaba con medallas, quería entrar en al Club Nacional, casó a su hijo con una millonaria de una buena familia. Batista era un poquito más sofisticado y le interesaba cultivarse, pero porque eso era un símbolo de la clase dominante, en el fondo eran dos personas que sentían que usaban su poder para parecerse a lo que nunca iban a ser. Creo que ese modelo es el más primitivo de autoritarismo. Luego, los dictadores de Chile y Argentina, en los 70, ya eran blancos, y paradójicamente, ahora, los gobiernos autoritarios de un modo u otro se enorgullecen de no serlo, lo hace Evo, lo hace Chávez, y convirtieron eso en parte de su discurso, y supongo que a su extraña manera eso representa un avance.

De todo su trabajo con Derechos Humanos, salió el libro Abril rojo (Premio Alfaguara 2006), ¿cómo fue la investigación para este libro?

Implicó mucho viaje, mucha bibliografía, pero el mejor material fueron los viejos. Aún hay muchos viejos que vivieron la Segunda Guerra Mundial, la mafia de la época, la CIA, y ellos estaban llenos de historias mejores que la de los libros, porque los viejos cuentan chismes, pequeñas historias apócrifas, de pequeños mafiosos, de empresarios corruptos, cuentan vidas y de eso se hace una novela, de las vidas de gente. También quería hablar de inmigrantes, todos los personajes de la novela en el fondo son personas que han dejado sus países atrás y que se vuelven a inventar en el país que los recibe, son inmigrantes sin pasado.

Justamente, ¿cree que puede haber alguna urgencia por parte de los escritores latinoamericanos por darle una voz a la diáspora?

No veo mucha literatura de la inmigración en español aún, no tanto como se hace en inglés, por lo menos, pero posiblemente porque la migración a España es mucho más nueva, así que posiblemente los que hablarán de migración, los próximos Kureishi, Edie Smith, los escritores que en español tendrán el lugar de Junot Díaz, están ahora en el colegio, y el resultado será una escritura que ha crecido con las dos miradas.

Roberto Saviano, el autor de Gomorra, se ha metido en tremendo lío por develar la mafia napolitana. ¿No sintió temor de meterte en terrenos tan fangosos?

Yo soy más listo y más cobarde que Saviano porque hablé de mafiosos que ya están muertos, lo cual ahorra una serie de riesgos.

¿Por qué la mafia provee de tantas historias a la literatura y al cine?

Lo que siempre nos ha fascinado de la mafia creo que es lo mismo que nos ha fascinado de los nazis, es que de alguna manera encarnan la elegancia del crimen, la elegancia del mal, los mafiosos desde El Padrino y las novelas de Mario Puzzo son esos tipos que en la maldad tienen un código de ética y hasta una familia. Precisamente, lo que me parece el mayor aporte literario de Saviano es que él muestra una mafia hecha de tipos que corren en calzoncillos con ametralladoras y eso es un cambio en la percepción de la mafia. A mí particularmente me interesa este período de la mafia que se instala en Cuba y se convierte en una especie de tumor del cuerpo enfermo que es el planeta en los años 40; de hecho, Giorgio Minetti, el padre de la protagonista, es quien inventa el lavado de dinero en un momento en que empieza el trafico de cocaína que pasa por Cuba.

Hay dos cosas que usted parece exorcizar en esta novela, los padecimientos con el mundo editorial y el tema de la legalidad de los inmigrantes...

La escritura de esta novela fue… una venganza (risas) por todo lo que me hicieron sufrir las oficinas migratorias y, en su momento, las editoriales. Luego no me puedo quejar de ninguna de las dos, pero ¡cómo me han hecho sudar para ser feliz!

El mundo editorial es el que está más satirizado. El narrador de esta novela, cuando arriba a España, llega con la idea de los escritores que han triunfado, Vargas Llosa y Bryce, que son como él, peruanos, pero luego va descubriendo que son muchos más los que han fracasado. Esas historias nadie las cuenta y yo quería homenajear a esos perdedores, a esos mártires de la literatura, soldados desconocidos de las letras latinoamericanas, contando la historia de alguien que fracasa y al que nada se le parece a lo que le habían dicho.

¿Cree que ese mito pervive en Latinoamérica, el de irse a España para triunfar en las letras?

Supongo que si piensas que pervive, llevas diez años viviendo en otro planeta. En este momento no hace falta vivir en España porque el negocio se ha expandido, sigue siendo importante publicar acá para hacer una carrera, pero vivir no. Creo que puede haber más una urgencia por cambiar tu punto de vista. Creativamente para mí sí ha sido muy importante emigrar

Entonces, ¿la distancia de la patria puede ser una condición interesante para la escritura?

Lo que pasa ahí es que luego no resultas sabiendo muy bien qué es la patria. Mi hijo, que tiene un año, es español, y eso cambia mucho tu relación con un país. Fernando Iwasaki, un escritor peruano, dice que hay una palabra en español para la tierra de los padres que es “patria”, pero no hay una palabra para la tierra de los hijos. Lo que siento es que tu vida se va volviendo algo que no está asociado a un país, y eso a mí me gusta, tienes más países para querer.



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