El autor albanés recibirá el sábado el premio en el Festival de la Risa de Bilbao. El ganador del Príncipe de Asturias habla de su novela Réquiem por Linda B
Ismail Kadaré publica Réquiem por Linda B./elpais.com |
En una angustia kafkiana por temible y absurda, el escritor Rudian va
interrogándose, camino de la sede del Partido Comunista, por qué le
habrán citado. Igual por aquella escena que cierra el segundo acto de su
última pieza; o quizá porque han descubierto que tiene una amante. Es
tristemente peor: al parecer firmó un ejemplar de un libro a una joven,
cuya familia fue deportada por motivos políticos… Una nueva vuelta de
tuerca a la vida en la Albania comunista. Esa es la trama, envuelta por
el mito de Eurídice que redondea el final de la obra, de Réquiem por Linda B. (Alianza), la última novela del albanés Ismail Kadaré,
uno de los intelectuales más comprometidos de Europa y eterno aspirante
al Nobel: “Hace tiempo que podía haber pasado y ya hace tiempo que ya
no puede pasar; me he acostumbrado a ser candidato y a no ganarlo”,
aseguraba ayer en la biblioteca Jaume Fuster de Barcelona, donde también
mantuvo una charla con sus lectores.
Las preguntas y los sobrentendidos y las confusiones afloran
inmediatamente en el interrogatorio, metáfora de lo que ocurre en la
sociedad oprimida que describe Kadaré aquí y en su extensa obra. “En
toda tiranía la realidad es doble o triple: está lo que se dice; luego,
más importante, está lo que no se dice pero debe sobrentenderse y luego
están las cosas que el estado dice y que nadie se va a creer y que ellos
saben que será así. El principio de cada tiranía es el miedo; lo más
importante es que la gente tenga miedo, por el método que sea”.
"En toda tiranía la realidad es doble o triple: está lo que se dice; luego, más importante, está lo que no se dice pero debe sobrentenderse y luego están las cosas que el estado dice y que nadie se va a creer y que ellos saben que será así"
El hilo de voz, los ojos dejados casi en una raya tras las gafas y el
modesto traje marrón con la camisa abotonada hasta el cuello ayudan a
dar gravedad a las palabras de quien, diputado en los años 70 en su
país, se exilió de la siempre Albania en 1990 camino de París. ¿Tuvo,
sintió él, ese miedo, especialmente al escribir? “Hacer una literatura
según las leyes universales quiere decir que esa literatura se sobrepone
al miedo; bajo el miedo no se puede crear nada. ¿Qué hice yo bajo el
régimen totalitario? Simplemente, hacer literatura normal en un país
anormal; eso ya es mucho”.
Con cierta paciencia, marcando fronteras en el borde de la mesa con
ambas manos, Kadaré enuncia esa ley universal de la literatura. “La
norma primera y fundamental es la alta calidad, la belleza, que puede
ser algo inquietante, que hable de horrores y hay gente que quiere
oírlo; la literatura tiene más de la muerte que de la vida”, sentencia.
Con 76 años, traducido a 40 lenguas y una trayectoria literaria
reconocida con premios como el Príncipe de Asturias en 2009, el escritor
albanés no rehúye ya pregunta alguna, que responde siempre
pausadamente. Y voz baja. Ni tan siquiera a por qué se marchó de su país
tan tarde, en 1990. “El peligro ya había pasado, no me marché por eso.
Entonces era un momento muy delicado; el país podía intentar acercarse a
occidente o seguir la senda del comunismo conservador de Corea o Cuba.
El dictador Enver Hoxha había muerto y a pesar del nerviosismo social,
las autoridades decidieron que no harían ningún cambio; se iba a optar
por el curso conservador, terrorista, pero ocultándolo; yo quería decir
públicamente que eso era peligroso; marché, pues, para decir esa verdad
que allí no habría podido decir”.
"Muy pocos países no han reconocido a Kosovo y uno de esos pocos grandes es España. Sólo los que tiene problemas internos con ciertas comunidades, como China o India, suelen negarse"
No se fue antes, reflexiona hoy, porque “las consecuencias para los
familiares de los que se iban eran terribles; muchos no soportaban eso y
acababan suicidándose… Una dictadura siempre es un agujero negro del
que no se sale tan fácilmente”.
Kadaré, aún impregnado del espíritu de Zola, defendió la intervención
de la OTAN en Kosovo para detener los ataques serbios a los
albanokosovares, conflicto al que dedicó sus Tres cartas fúnebres por Kosovo.
Tampoco le duelen prendas mojarse ahí: “Muy pocos países no han
reconocido a Kosovo y uno de esos pocos grandes es España. Sólo los que
tiene problemas internos con ciertas comunidades, como China o India,
suelen negarse”, responde ladino. Le parece absurdo en una Europa como
la actual: “Los Balcanes occidentales esperan entrar juntos a la Unión
Europea; para Albania [donde Kadaré vuelve a pasar largas temporadas
desde hace unos años “y aún se respeta a los escritores”] el país sólo
sueña en entrar en Europa, es una obsesión por eso sólo vemos su lado
positivo; es absurdo que un territorio tan central en Europa no forme
parte de ella; sí, estamos con conflictos internos, pero por primera vez
los Balcanes tienen un sueño común”.
Con una cuarentena de títulos a su espalda tras más de medio siglo dedicado a la escritura es inevitable plantearse si su corpus literario no hubiera sido otro de no haber vivido una dictadura comunista y un posterior exilio. El autor de la mayúscula El palacio de los sueños
admite: “Es una pregunta que me he hecho a mí mismo varias veces; mi
obra y mi vida contienen las respuestas. He escrito en tiranía 30 años y
otros 22 en plena libertad y le aseguro que no hay grandes diferencias
en mi obra; quien no conoce mi biografía no puede saber a qué etapa
pertenecen sólo leyéndolas; incluso hay críticos que dicen que escribía
mejor bajo la dictadura que ahora. La pregunta sería si hay que poner a
los escritores en prisión para que escriban mejor...”, bromea Kadaré,
amante de un particular sentido del humor que se ha traducido en su
obra. “El humor y lo grotesco es fundamental en mi trayectoria; sin esa
dimensión grotesca creo que tanto mi labor como la literatura es
incompleta, coja; es al entrecruzarse el humor con otras dimensiones
cuando surge la gran literatura”. Quizá por ello recibe mañana en Bilbao
el premio en el Festival de la Risa.
Sí, se intuye que la obra de este autor que se declara seducido por El Quijote
(“es de los tres o cuatro libros más conocidos en mi país, como si
formara parte de la literatura albanesa: eso sólo nos pasa con Dante y
Cervantes y un poco con Shakespeare”) habría sido algo distinta:
“absolutamente nadie sabe qué hubiera escrito en otras circunstancias.
Quizá obras más o menos dramáticas; no sé. El concierto, una especie de segunda parte de El gran invierno,
es quizá la novela en la que más denuncio el terror comunista; me
protegí ambientado el tema en China pero todo el mundo podía ver claro
los paralelismos... Sí, quizá si hubiera vivido en un país libre no
hubiera tenido tanto interés en estos temas de la opresión, la traición,
el compromiso con la historia, la vida bajo la dictadura…”.
Como en otros casos, Kadaré no puede olvidar. Por eso el próximo libro que aparecerá de él en España, Primavera albanesa
(editado esta vez por Galaxia Gutenberg, en el primer trimestre de
2013), son sus recuerdos medio novelados de los últimos años de la
dictadura comunista de Hoxha. La memoria y la voz contra la tiranía no
pueden frenarse, aunque Kadaré deja caer desde su cuerpo enjuto:
“Escribo cada mañana, pero cada vez menos”.
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