El autor de Huesos en el desierto y premio Anagrama fallece de un infarto a los 67 años
Sergio González, en una sala de la FIL SAÚL RUIZ/elpais.com |
El escritor y periodista mexicano Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950) ha fallecido este lunes en un hospital de la capital a causa de un infarto. Su obra contiene un reguero de pistas para llegar a comprender el fenómeno de la violencia en México. Premiado y reconocido fuera y dentro de su país, su compromiso le colocó también físicamente en el centro de la diana del terror. En 1999, mientras investigaba la matanza de mujeres en Juárez para su monumental Huesos del Desierto, unos sicarios lo asaltaron en un taxi y lo golpearon hasta dejarle una cojera crónica y un coagulo en la cabeza.
Además de en sus textos, González –una de las voces más honestas, independientes y valientes de su país– vivirá para siempre dentro una de las novelas fundamentales de la literatura contemporánea. En 2666 aparece un reportero cultural de Ciudad de México llamado Sergio González que llega a la ciudad norteña para investigar los feminicidios. Huesos del Desierto fue uno de los primeros estudios rigurosos del fenómeno del aniquilamento serial de mujeres en México. Roberto Bolaño le había contactado por email para documentarse sobre el tema y decidió hacerle un homenaje introduciéndole en su ficción.
El personaje es caracterizado como una especie de anti héroe, divorciado y sin apenas lectores. En esa época, al filo de los 2000, González ya había colaborado con las revistas mexicanas más relevantes –México en la Cultura, Letras Libres,Nexos– y era cronista de la sección de cultura de Reforma, un periódico nuevo y pujante que acabó convirtiéndose en el más potentes del país. De su personaje en la novela y de Bolaño, decía en una entrevista con este medio hace tres años: “Él se inventaba cosas para ponerlas ahí y le valía madre”.
Sus columnas semanales eran influyentes, afiladas y temidas. En 2013 le concedió el Premio Hannah Arendt a la Banalidad Burocrática al penúltimo director de los servicios de inteligencia mexicanos por un libro sobre historia del narcotráfico. La Feria del libro de Guadalajara, el mayor evento editorial en español, le concedió a González hace dos años el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez por su trayectoria.
Heredero de una de las generaciones más brillantes de intelectuales mexicanos –Carlos Monsiváis o Jaime García Terrés, exdirector del Fondo de Cultura Económica, fueron algunos de su mentores–, empezó escribiendo en publicaciones estrictamente culturales, para ir ensanchando su trabajo hacia una concepción más integral de la cultura –economía, filosofía política, estudios sobre la violencia– desde la que dar cuenta de compleja realidad de su país. Campo de Guerra, un tratado sobre los vínculos del narco y la política, las nuevas tecnologías y la perdida de soberanía de su país ante EEUU, logró el Anagrama de Ensayo 2014. El editor Jorge Herralde lo calificó entonces como: “un periodista de enorme prestigio en México y América Latina. Un reportero valiente”.
El volumen premiado por Anagrama venía a completar un tríptico compuesto por la investigación periodística sobre Juárez y otra inmersión en las profundidades de la violencia extrema mexicana, El Hombre sin cabeza, (Anagrama, 2009), sobre el fenómeno de las decapitaciones a manos del narco.
Las tesis fuertes de las reflexiones de González giran entorno a la violencia estructural de su país en el contexto del neoliberalismo global. En su último libro, Los 43 de Iguala, el suceso que convulsionó política y emocionalmente al país en 2014, volvió a indagar en las causas y los procesos que hacen posible la extensión y el poder del crimen en México. Elevó una vez más el foco para analizar la desaparición de los estudiantes en Guerrero, uno de los estados más pobres del país y con mayor implantación del narcotráfico. Situó el suceso en la lógica del “poder y el contrapoder del orden global”. En una entrevista con El PAÍS con motivo de la publicación del libro, González repartía –sin equidistancia– responsabilidades a EE UU, a los dirigentes políticos de los muchachos y al frágil Estado de derecho mexicano, al que etiquetaba como alegal. “Se habla de Estado fallido, de Estado joven. En realidad es un Estado que simula el respeto a la ley y que funciona de acuerdo a sus disfuncionalidades. Con índices de impunidad por encima del 90% y territorios enteros del país dominados por el crimen organizado, no podemos hablar de un Estado de derecho”.
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