Alejandro Zambra, recientemente galardonado con el premio Príncipe Claus en Holanda, habla de su trabajo literario, su apuesta por el cuento y su relación con el trabajo de Gabriel García Márquez
Alejadro Zambra es uno de los escritores chilenos más jóvenes y
talentosos de América Latina. Desde la publicación del libro Bonsái,
en 2006, irrumpió en el campo literario occidental logrando
reconocimientos de gran talla como el Premio de la Crítica en Chile
(2007), el Premio Altazor (2012), el Premio del Consejo Nacional del
libro a la mejor novela del año 2007 y 2012, el English Pen Award -por
la edición inglesa de su libro Formas de volver a casa- y el
renombrado Premio Príncipe Claus, en Holanda, por el compendio total de
su obra.
Estudió literatura en la Universidad de Chile y
actualmente es profesor de la Universidad Diego Portales de ese país. En
entrevista con el El Espectador habló de la relación entre literatura y
política, su proceso creativo y lo que opina sobre la llegada de su su
libro Bonsái a la pantalla grande.
Si bien Formas de volver a
casa no es una novela autobiográfica, su trabajo reconstruye la vida
cotidiana de Santiago de Chile durante la dictadura desde una mirada más
incisiva. ¿Cuáles fueron las motivaciones para escribir esta obra?
La motivación inicial fue principalmente dar cuenta de ciertos
espacios, sobre todo Maipú (en la periferia de Santiago), y recuperar
algunas imágenes, buscarlas. La novela fue saliendo de ahí. Quería
hablar de la infancia, porque para las personas chilenas de mi edad
hablar de la infancia es lo mismo que hablar de la dictadura. Siempre me
ha interesado hurgar en el vínculo entre lo público y lo íntimo: cómo
ninguna experiencia, por personal que sea, es completamente tuya.
Motivaciones, en todo caso, hay muchas más. Y quizás una de las más
importantes era describir esa vacilación dolorosa entre el “yo” y el
“nosotros”, la diferencia entre el silencio y el silenciamiento.
Esa novela está ambientada en un contexto doloroso dentro de la
historia latinoamericana como lo es la dictadura de Pinochet. ¿Cuál cree
que es la relación entre política y literatura?
Todas las
novelas son políticas, aunque no hablen de política. Creo que en este
punto se exagera la literalidad, se le pide a las novelas que sean
explícitas, no entiendo para qué. Una novela muestra complejidades,
entramados, intersticios. No creo en esa idea de “mensaje”, que sigue
primando entre algunos lectores, como expectativa.
Usted comezó su carrera en el mundo de la poesía y terminó en la literatura ¿Que lo llevó a la escritura de esa primera novela, Bonsái?
Los poemas no me salían bien. Mis mejores amigos escribían tan
evidentemente mejor que yo que había que buscar por otro lado, a esa
altura de la vida ya era evidente que no iba a ser rockero ni futbolista
profesional. Pero realmente no sé qué pasó ahí. Me obsesioné con esa
idea de los bonsáis, a lo mejor porque en ese tiempo sonaba mucho por
acá Florecita rockera.
¿Cómo fue esa experiencia de ver una versión de Bonsai en cine?
Creo que Bonsái era una novela muy poco apta para ser convertida en
película y me impresionó que Cristián Jiménez quisiera hacerla. Yo no lo
conocía, pero teníamos la misma edad, y él vio algo en el libro que
compartía. Pero su propósito no era “referencial”, él quería hacer algo
con mi libro, algo de él. Eso me gustó: que hiciera lo que quisiera con
mi libro. Mis impresiones al ver la película fueron muy complejas. Sentí
que la había perdido y que eso estaba bien. Pensé que ahora el libro
empezaba a pertenecerme de otra manera. Me gustó mucho la película, en
todo caso. Son obras muy distintas, pero comparten el espíritu. Además,
es raro que una película sea más larga que el libro. A lo mejor, para
ahorrar tiempo, hay gente que prefiere leer el libro (risas).
¿Cómo es su proceso creativo? Es bastante desordenado. Más que metódico o disciplinado, soy obsesivo.
Cuando estoy en algo puedo pasar horas errando, buscando y corrigiendo.
Pero hay días en que escribo poco, apenas unos párrafos de un diario
que llevo hace algunos años.
Una de sus obras recientes es Mis documentos, ¿qué hay detrás a la apuesta por el cuento?
Nunca tengo tan claros los porqués, pero disfruté mucho esta escritura,
la forma en la que se fue armando, bastante natural. Son once relatos,
ninguno demasiado parecido al otro, como los once hijos de Kafka, aunque
de algún modo todos hablan sobre el deseo de pertenecer, de encontrar
un lugar en el mundo.
¿Cómo ha sido su relación con el trabajo de Gabriel García Márquéz?
Para mí leerlo fue siempre importante. Me gustan todas sus obras, salvo
la última, que como kawabatiano acérrimo incluso me molestó. Una de las
mejores novelas que he leído en la vida es El coronel no tiene quien
le escriba. No creo que haya un final más demoledor y desesperanzado
que el de esa novela.
¿Cuál sería su consejo para los jóvenes poetas y novelistas latinoamericanos que aún no logran el despegue de sus carrera?
Quizás no creer demasiado ni en la palabra “despegue” ni en la palabra
“carrera”. Luchar contra la claustrofobia y contra la claustrofilia con
el mismo ímpetu. Y mostrar los textos a los amigos, compartirlos.
¿Y qué obras les recomendaría por considerarlas claves en la formación de un escritor?
Eso
es muy subjetivo. Podrían ser Mis amigos, de Emmanuel Bove; Spoon
River Anthology, de Edgar Lee Masters (que no es una novela); El libro
de la almohada, de Sei Shonagon (que tampoco es exactamente una
novela); los diarios de Julio Ramón Ribeyro; y la obra completa de
Kafka, pero sobre todo el relato Once hijos.
¿Cuáles son las cinco novelas que no pueden faltar en la biblioteca de Alejandro Zambra?
Es difícil elegir... quizás El desierto de los tártaros, de Dino
Buzzati; Auto de fe, de Elias Canetti; Autobiografía de mi madre, de
Jamaica Kincaid; En busca del tiempo perdido,de Marcel Proust y La montaña mágica.
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