El escritor checo elige para los lectores un pasaje de La fiesta de la insignificancia, su nueva novela
Milan Kundera, su imagen más reciente./elpais.com |
“¡La individualidad es una ilusión!”. Eso exclama uno de los personajes de la esperada novela de Milan Kundera, La fiesta de la insignificancia
(Tusquets), cuya idea condensa buena parte de la filosofía con que el
escritor de origen checo ve la vida según la ha plasmado en sus novelas,
cuentos y ensayos.
Y con mayor fuerza ahora a sus 85 años, cuando el ombligo ocupa un lugar esencial en su narrativa.
Con este y La fiesta de la insignificancia Milan Kundera
(Brno, 1929) regresa después de 14 años. Empezó en la primavera
italiana y francesa, y ahora, a partir del martes, en España. Vuelve
como si nada, como si la conversación dejada con los lectores en La ignorancia,
con la cual recibió el siglo en 2000, hubiera sido ayer. Los temas de
sus libros son los mismos pero revestidos por el paso del tiempo, aunque
sin perder la esencia de lo que son y significan para él aspectos como
la sexualidad, el erotismo, la maternidad, el deseo, la cultura, las
ideas sobre el existir que rondan al ser humano, ideas sobre ser y
estar, la convivencia, el tejido fino de las relaciones y las conexiones
con los demás, en especial los laberintos concernientes a los
sentimientos y emociones. Y aquí esparcido de más humor.
Es su novela número diez. Donde tres hombres ya maduros hablan sobre
las fuentes de seducción femenina, y se preguntan qué puede significar
que un hombre o una época privilegie una u otra parte del cuerpo.
Fantasías que son realidades, realidades que son sueños, sueños que son
el espejo real del interior del ser humano.
“Ya sé que la uniformidad está en todas partes. Pero en este parque
dispone al menos de una gran variedad de uniformes. Así puedes conservar
aún la ilusión de tu individualidad”, insiste, Alain, una nueva
criatura kunderiana. Una ilusión que incluye al ombligo. Pese a
que su exhibicionismo ha aumentado en los últimos años como un reclamo
de diferencia y de intención de despertar deseos en el otro con el ánimo
de formar parte de los “lugares excelsos” eróticos de la mujer, asegura
Kundera. Alrededor de él, del ombligo, se desarrolla el pasaje de la
novela seleccionado por el propio escritor para los lectores de EL PAÍS y
publicado íntegro en el blog Papeles perdidos de este diario.
Pero el ombligo no es para tanto: “Antaño, el amor era la celebración
de lo individual, de lo inimitable, la gloria de lo único, de lo que no
admite repetición. Pero el ombligo no solo no se rebela contra la
repetición, ¡es una llamada a las repeticiones! De modo que en nuestro
milenio viviremos bajo el signo del ombligo. Bajo ese signo seremos
todos soldados del sexo…”.
Y sus argumentos siguen, porque aunque el ombligo, se afirma en La fiesta de la insignificancia, señala un camino y su fin, tiene poco qué hacer frente a los otros tres lugares excelsos: los muslos, las nalgas y los pechos.
La novela, según Beatriz de Moura, su traductora del francés y su
editora, “es una desenfadada y espléndida composición en forma de fuga
que se nutre de las más sutiles variaciones en torno al tema que da
título al libro: “La insignificancia, amigo mío”, nos advierte, “es la
esencia de la existencia. (…) Está presente incluso allí donde nadie
quiere verla”.
Milan Kundera escribe como si nada, con sus acordes existenciales
hechos literatura, con sus ritmos temáticos hechos palabras, con su
musicalidad trascendente conectada con la cotidianidad del lector. Sus
obras desde el mismo título parecen señalar el camino hacia una
periferia argumental pero que es solo un espejismo, porque no son más
que el centro de los intereses de todos. Ahí están desde La broma (1967), La vida está en otra parte (1972), El libro de la risa y el olvido (1979), La insoportable levedad del ser (1984), La lentitud (1994), hasta el actual La fiesta de la insignificancia.
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