Cuando El libro de los mandarines fue premiado en Brasil con la Copa de la Literatura Brasileña, que entrega un grupo de entusiastas blogueros, se hizo hincapié irónico en que, excepcionalmente, esta novela no hablaba de las favelas ni de droga
Y sin embargo, a través de una ácida visión del mundo financiero, el autor, Eduardo Lísias, explicó que quiso escribir no sobre lo que los marginales le hacen a la clase media, sino sobre la violencia de la clase acomodada y consumidora
Hay otra
copa en Brasil y no es la del Mundial. La Copa de la Literatura
Brasileña la otorga un grupo de escritores blogueros de ese país
reconocidos por apoyar la literatura nacional. La manera de llegar a
esta copa también es por eliminatorias y participan las novelas
publicadas durante el año. Eduardo Lísias (San Pablo, 1977) se hizo
acreedor de este premio en el año 2011 por su quinta novela, El libro de
los mandarines, recién editada en nuestro país. El jurado bloguero
argumentó que este libro acaba con la tiranía narrativa paulista,
“empecinada en hablar de bares, drogas y favelas”. Para entender esta
afirmación, habría que anticipar que el libro de Lísias efectivamente
pone el ojo en un mundo no muy explorado por la literatura, y no sólo la
brasileña: el mundo de las grandes corporaciones financieras. El libro
de los madarines aborda ese mundo a través de Paulo, un joven gerente de
banco, obsesivo e inescrupuloso, que es elegido para viajar a China a
desarrollar negocios. En correspondencia con la observación del jurado
bloguero, Lísias declaró: “En Brasil, hasta hace algunos años, de lo que
se hablaba en literatura era de cómo las clases bajas invaden el
espacio de las clases altas. La llamada por los medios ‘violencia
urbana’. Pero de lo que nadie habla es de la violencia de la clase
dominante, consumidora. La de aquellos que ponen una cámara en sus
edificios”.
Paulo, el personaje de la novela de Lísias, es admirador del ex
presidente Fernando Henrique Cardoso (“el hombre que transformó Brasil”)
porque también él durante su gobierno apuntó a hacer acuerdos
económicos con China. “Ese impresionante país logró adaptarse en pocos
años a la economía capitalista sin causarle prácticamente ningún trauma a
su población.” Para viajar a China, Paulo deberá hacer un curso
intensivo de mandarín, “porque es un idioma que obliga a utilizar los
dos lados del cerebro” y además de hacer negocios, el joven ejecutivo
espera encontrar la cura para su crónico dolor de espalda, que padece
desde niño. Sueña con utilizar la Ceragem, una cama creada por los
chinos que con solo 40 minutos por día promete resolver su problema. Por
el viaje de Paulo, el libro se divide en tres partes: Brasil, China y
Sudán, último destino a donde va a terminar el protagonista en un final
entre impensado y desopilante.
A la vuelta de su viaje, Paulo sueña con fundar su propia consultora
y escribir un bestseller para ejecutivos acerca de cómo triunfar en
las grandes corporaciones. “Acompáñese siempre de palabras de sentido
positivo, y, en los documentos que su equipo redacta, prefiera aquellos
términos que destaquen los resultados y la productividad.” Estos
consejos dentro de la novela de Lísias funcionan como un tiro por
elevación para retratar este mundo de manera sarcástica. Lo mismo sucede
con el uso de la voz del narrador que, por momentos, toma el punto de
vista de Paulo y por otros, pone distancia y mira a su personaje desde
afuera, como burlándose: “Pero el gran amigo brasileño es un ejecutivo
serio, exitoso y preparado para afrontar nuevos desafíos” O: “El
blanquito se fue a dormir confundido”. Esa doble perspectiva de un mismo
asunto, sumado a la manera irónica de contarlo, hace a la originalidad
de la novela. También el uso del lenguaje, que termina siendo un
protagonista más. Lísias se sirve de él para retratar este particular
universo utilizando su jerga (networwing, casual day) y haciendo un
manejo experimental con uso de clichés y repeticiones. Así, todos los
personajes masculinos se llaman Paulo o sus derivados, Paul, Pol y las
mujeres, Paula, como una manera quizás de representar lo uniforme y
plano del mundo de los negocios, la falta de subjetividad que
caracteriza a las grandes corporaciones. A la vez, se refiere a su
personaje de acuerdo con lo que va sucediendo en la trama. Ejemplo:
cuando juega al fútbol lo llama “De Belé no tiene nada”, otras veces,
“brasilerinho”, “El cagón”, “El jorobado”. Este juego le permite también
a Lísias ese desdoblamiento del punto de vista donde su personaje queda
ridiculizado. Paulo es un personaje lineal, predecible y detestable por
momentos. A saber: trata de “imbéciles” a la gente de limpieza; obliga a
su secretaria a sacar la foto del sobrino del escritorio; asegura que
solo los idiotas se quedan sin trabajo. Pero eso sí: necesita que le
peguen mientras tiene sexo. Sin embargo, Lísias logra que se siga a este
“mandarín” a través de las páginas (aunque por momentos caiga la
expectativa o la tensión en la trama), generando simpatía y exasperación
en partes iguales.
El libro de los mandarines. Eduardo Lísias Adriana Hidalgo 457 páginas
Lísias fue seleccionado por la revista Granta como uno de los diez
mejores jóvenes escritores brasileños y estuvo en la Feria del Libro
este año, donde San Pablo fue ciudad invitada y se difundió el auge de
los Saraus: esas reuniones en bares de los suburbios donde se lee poesía
toda la semana. Lísias, además de ser reconocido en su país por su
apoyo a esta literatura divergente, suele levantar polvareda cada vez
que publica. Divórcio, su última novela, editada en 2013 (aún no
traducida al castellano), parece que dejó al descubierto, con nombres
falsos pero fácilmente reconocibles, intrigas e intereses del mundo
cultural de su ciudad.
Lo cierto es que además de lo provocador que puede resultar Lísias,
no es frecuente la ficción que transcurra en el universo financiero.
Quizá porque podría resultar tedioso si no hubiera alguien que lo
contara de manera interesante. Y éste parece ser el caso.
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