9.8.14

El cerebro, una razón de Estado

Siquiatría. Disminuye el consumo de Prozac en EE.UU. pero crece la investigación en neurociencias
NEUROCIENCIAS. Conforme vaya desapareciendo el reinado del Prozac, cobrará auge el imperio del ser humano basado en circuitos./revista Ñ


La era de las drogas psiquiátricas tal vez haya llegado a un punto crítico. Si bien se recetan medicaciones que alteran la mente en cantidades récord, desde las aguas profundas de la neurociencia están surgiendo indicios de un enfoque radicalmente nuevo del conocimiento y el tratamiento de la enfermedad mental. Un gigantesco esfuerzo de investigación, ya no centrado en desarrollar pastillas, ahora está dirigido a modificar la función de circuitos neurológicos específicos mediante la intervención física en el cerebro.
La señal más perceptible de que las drogas cada vez más son vistas como la vanguardia de ayer proviene del hecho rara vez mencionado de que casi todas las grandes farmacéuticas han cerrado o reducido sus programas de descubrimiento de drogas para los trastornos mentales y neurológicos. La conciencia de que ha habido poca innovación auténtica desde que se descubrieron las principales clases de drogas psiquiátricas en la década de 1950 hizo que las perspectivas de venta futuras se vislumbren sombrías. Desde entonces periódicamente aparecen drogas nuevas, a menudo con menos efectos secundarios, pero la mayoría no son mucho mejores en lo que hace a eficacia.
Esto en gran parte se debe a que esas drogas suelen no ser muy específicas en sus efectos sobre el cerebro. Por ejemplo, la fluoxetina (más conocida como Prozac) modifica los niveles del neurotransmisor serotonina en las redes cerebrales que se relacionan con el estado de ánimo, pero tiene el mismo efecto secundario en las redes cerebrales que intervienen en la respuesta sexual, produciendo con frecuencia el efecto secundario de dificultar el orgasmo. El santo grial farmacéutico es desarrollar drogas que sean más selectivas en sus efectos, pero este sueño de varios miles de millones de dólares ha sido desechado por las grandes farmacéuticas por ser demasiado difícil de concretar.
En su lugar hay una ciencia centrada en comprender al cerebro como una serie de redes, cada una de las cuales sostiene un aspecto distinto de nuestra experiencia y comportamiento. De acuerdo con este análisis, el cerebro en cierta medida se parece a una ciudad: no se puede entender el sentido del conjunto sin conocer cómo interactúa cada cosa. Pocos habitantes de Belfast que vivan en Shankill gastan su dinero en Falls Road y esto nos dice mucho más sobre la ciudad –puesto que esas son las principales zonas unionista y republicana respectivamente– que saber que el ingreso promedio de cada zona es bastante parecido. Del mismo modo, saber que las zonas clave del cerebro interactúan de manera diferente cuando alguien está deprimido nos dice algo importante que un parámetro de la actividad cerebral promedio pasaría por alto.
La idea es que podemos entender mejor las emociones y comportamientos humanos complejos entendiendo las redes neurológicas. Allí es donde está empezando a surgir una nueva ola de interés en las neurociencias. El aumento del interés no se refiere a los conceptos que, a decir verdad, se hicieron moneda corriente a mediados del siglo XX sino a la medida en que la investigación y el tratamiento se ven impulsados por un deseo de identificar y modificar circuitos cerebrales clave.
Ya ha habido grandes inversiones. La Casa Blanca de Obama prometió 3.000 millones de dólares para desarrollar tecnología que ayude a identificar los circuitos cerebrales, mientras que el Instituto Nacional de Salud Mental de los EE.UU. prometió trasladar su financiamiento de siete cifras de la investigación de las enfermedades como la esquizofrenia y la depresión a un sistema que estudie cómo contribuyen las redes cerebrales a dificultades que son comunes a distintos diagnósticos.
Las nuevas tecnologías, entre las que se cuenta la optogenética, indican que es posible un control aún más preciso de los circuitos cerebrales. Mientras que la estimulación cerebral profunda consiste en estimular el cerebro con corrientes eléctricas, la optogenética se basa en inyectar neuronas con un virus benigno que contiene la información genética de las proteínas fotosensibles. Las neuronas entonces se vuelven ellas mismas fotosensibles y su actividad puede ser controlada por medio de destellos de luz de milisegundos enviados a través de cables de fibra óptica insertados.
La revolución científica en la identificación y manipulación de los circuitos cerebrales ya está en marcha. Además, dado que se han asignado miles de millones de dólares a la investigación en los próximos diez años, la revolución médica probablemente siga en las décadas posteriores. Los avances en neurociencia no son sólo descubrimientos; también afectan el modo en que nos vemos a nosotros mismos. Conforme vaya desapareciendo el reinado del Prozac, cobrará auge el imperio del ser humano basado en circuitos, probablemente hasta tal punto que la jerga de la neurociencia de los sistemas llegará a formar parte de la conversación corriente. Pero estas son herramientas que nos ayudarán a entender a la humanidad, no nuestra humanidad misma. Sentiremos pena por la pérdida de un ser querido, felicidad al cumplirse nuestros deseos más profundos, y ninguna de las dos cosas podría explicarse sólo por los circuitos neurológicos. La vida se extenderá más allá de los confines de nuestro mundo interior.
El autor es psicólogo clínico e investigador visitante del Instituto de Psiquiatría de King’s College London.
(c) The Guardian.
Traducción: Elisa Carnelli

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