4.12.13

Enciclopedia Hammett

 Empezó a contar cuentos porque tenía que llegar a fin de mes. Creó un estilo, una estética y una forma de expresión.  En esta Enciclopedia descansa la esencia de Hammett

Dashiell Hammett, padre de la novela negra./elmundo es
Disparos en la noche, recopilación de todos los cuentos de Dashiell Hammett que acaba de publicar RBA en su Serie Negra, es una catedral en permanente construcción, como escribe en el prólogo Enrique de Hériz, traductor de los 65 relatos de que consta esta antología. También podría decirse, como señala Richard Layman en el prefacio de la misma, que enfrentarse a todos estos cuentos reunidos es como encontrarnos cara a cara con "el cofre del tesoro" o ante las puertas imaginarias de "una mina de oro".
Esto, lo que escriben De Hériz y Layman, además de cierto es lo políticamente correcto. Como también lo es que estamos ante la más ambiciosa recopilación de los relatos de Hammett, posiblemente única en el mundo, y que según la editorial no se puede encontrar ni tan siquiera en inglés, el idioma original del creador de Sam Spade. Pues bien: dejando a un lado los corsés, las buenas maneras y las mejores palabras digamos rápidamente que esta Enciclopedia Hammett es una ametralladora que nunca se queda sin munición, un coche que siempre corre más sin que se le acabe la gasofa, un avión que jamás aterriza, una bomba de relojería sin temporizador, una morgue que no para de recibir cadáveres, un amor sin fin, un polvo interminable, unos personajes que siempre, siempre, tienen una palabra de más.
Sus personajes eran/son tan reales y normales que asustan, sus diálogos un continuo deambular por el filo de la navaja
Hammett, --que por entonces padecía una tuberculosis galopante, tenía 28 años, una mujer de 25, una cría recién nacida y recibía apenas 80 dólares mensuales por su invalidez provocada en la I Guerra Mundial--, empezó a escribir solo por la pasta. Por el puto dinero. Como todos, dirán algunos, pero no, él no fue como todos... Él empezó a contar cuentos sólo porque tenía que llegar, y no lo decimos en sentido filosófico, a fin de mes, porque tenían que comer él y los suyos, porque era imprescindible sobrevivir. Vamos, que si no hubiera sufrido esa tuberculosis galopante que le limitaba, si no se hubiera casado en esas condiciones, si no hubiera tenido una hija tan pronto y hubiera seguido trabajando como detective para la Agencia Pinkerton con la que ganaba bastante más que eso 80 pavos al mes, posiblemente no tendríamos en nuestras manos ni estos cuentos ni en nuestro universo individual sus cinco grandes, inmensas, novelas.
O lo que es igual: le debemos a la tuberculosis, al hambre y a la paternidad responsable la existencia de esa figura inigualable que es el agente de la Continental, entre otras creaciones. También le debemos, por extensión, algunas, muchas, páginas de la mejor literatura norteamericana del siglo XX. Y no hablamos de la mejor novela negra del pasado siglo, que también, sino de la mejor literatura. Porque Hammett, al que acabaron mortificando el alcohol, el Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy y un cáncer de pulmón que acabó con él en 1961, fue un gran, grandísimo, escritor y punto y no simplemente uno de los grandes artífices de lo que hoy conocemos como noir, que también. Creó un estilo, una estética y una forma de expresión que marcaron época y abrieron camino. Sus personajes eran/son tan reales y normales que asustan, sus diálogos un continuo deambular por el filo de la navaja, mientras que sus tramas destilan siempre un irreprochable sentido de la ética que educó y continúa educando a escritores y lectores.

Testigo directo y privilegiado

Una de las grandes virtudes de esta colección, que presenta al menos seis cuentos inéditos en España, radica en convertir al lector en testigo directo y privilegiado del crecimiento de un gigante; el orden cronológico de sus historias nos permite observar cómo va haciéndose cada vez más y más evidente un talento innato, una madurez narrativa, una forma de reflejar cierto tipo de realidad --ese universo de delitos, delincuentes, pasma y asimilados, efectos secundarios y personajes colaterales-- nunca vista hasta entonces y que es el argumentario de esta esta enciclopedia social sobre la maldad cotidiana, sobre el delito y sus circunstancias. Porque en Hammett, el delito en sí no es lo único importante; su afilada mirada, su literatura aséptica pero contundente, sus diálogos de bisturí aspiran a ir más allá del mero crimen hasta poner el objetivo en el contexto, ese contexto en el que la violencia es simplemente una más de las piezas de un ajedrez en el que incluso los protagonistas -héroes o villanos- pueden carecer de importancia.
En esta Enciclopedia descansa la esencia de Hammett al completo, el germen de un maestro que nunca pretendió serlo; esa esencia que se convirtió en ley, en ejemplo a seguir, en una beta inacabable a la que muchos genios posteriores acudieron a picar. Entre las páginas de Disparos en la noche vislumbramos el alma de su autor. Porque si bien no aparecen aquí sus cinco grandes obras si podemos leer los relatos en los que se inspiró para llegar a aquellas. Por ejemplo Ciudad de pesadilla nos llevará a Cosecha roja; La cara chamuscada a La maldición de los Dain; El precio del delito a El halcón maltés; Mujeres, política y asesinato a La llave de cristal e Incendio provocado a El hombre delgado.
Su literatura fue creciendo a la par que lo hacían sus personajes; hombres y mujeres que fue modelando hasta dotarlos de una singularidad y de una eficacia narrativa memorables. Hombres y mujeres en continua persecución, con la idea fija de adelantarse a sus sombras, siempre en busca de algo que no siempre se sabe muy bien qué es y que probablemente nunca vayan a alcanzar. Por sus entretelas circulan femme maravillosas, fatales, detestables, perdedoras irredentas si se quiere pero que siempre aspiran a algo más que a ser simples compañeras; mujeres todas ellas tan auténticas que podrían navegar sin duda por otros renglones, por otros libros y otros mundos, mujeres de la calle en el sentido más amplio del término.
Sus hombres nunca son extraordinarios si los comparamos con otros héroes del género; sus investigadores son observadores, trabajadores e intensos y basan el éxito en un quehacer quirúrgico, concienzudo y siempre profesional. Lo suyo es recoger pruebas, nunca esperar la llegada de un ángel. Y si no, recupere de la memoria a ese impersonal pero contundente agente de la Continental que no mira dos veces a ninguna mujer si no es por trabajo y del que salvo que es bajo y algo pesado lo desconocemos todo de él, hasta su nombre. Hammett se inspiró en su experiencia como detective de la Pinkerton para dibujarlos con los pies en el suelo, nada de triples saltos mortales con o sin tirabuzón, nada de grandes frases ni arrebatos de genialidad deductiva. En Los vaivenes de la traición dice su regordete agente sin nombre, como nos recuerda Layman en el prefacio: "Como su voz perdía de nuevo la calma, recogí mi sombrero, dije algo sobre poner manos a la obra y salí. No me gusta la elocuencia; si no tiene la eficacia suficiente para desgarrar la piel, es agotadora; y si la tiene, te nubla el pensamiento".
Y hay otro factor que hace de este libro un verdadero cofre del tesoro: el libro en sí. Un fetiche. Un tótem ante el que postrarse. 1.148 páginas de extensión, casi un kilo ochocientos gramos de peso, 24 centímetros de alto, 16 de ancho y 6,3 de grosor. Es un placer tenerlo en las manos, acariciarlo, sentirlo; es un objeto de culto, incómodo por su exceso si se quiere, pero deseable. No es ésta una enciclopedia para comprarla en edición electrónica.
Es en papel, sin duda, donde mejor se percibe esta ametralladora que nunca se queda sin munición, este coche que siempre corre más sin que se le acabe la gasofa, este avión que jamás aterriza, esta bomba de relojería sin temporizador, esta morgue que no para de recibir cadáveres, este amor sin fin, este polvo interminable, estos personajes que siempre, siempre, tienen una palabra de más.

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