30.5.13

Mari:"La única verdad es la que inventé yo"

El escritor italiano Michele Mari quería escribir sobre Syd Barrett y terminó construyendo una novela sobre la banda británica Pink Floyd en la que se mezcla rock, ficción y delirio

Pink Floyd. Con testimonios verdaderos y otros apócrifos, Mari reconstruye la historia de la banda y la tensión interna entre sus integrantes: Roger Waters, David Gilmour y Syd Barrett./Revista Ñ

Michele Mari fue durante buena parte de su vida un analfabeto del rock. El pecado es doble si se tiene en cuenta que este escritor y profesor universitario italiano vivió su adolescencia y juventud en la década de 1970. Los Rolling Stones, Led Zeppelin, The Who y Eric Clapton tocaban a la vuelta de la esquina. Y también, por supuesto, Pink Floyd. Pero Mari, no se inmutaba. A él lo cautivaba la música clásica y su compatriota Fabrizio De André. En materia de “rock” se limitaba a Joan Baez o Simon & Garfunkel. “Yo era muy ignorante, muy analfabeto en rock”, dice Mari por teléfono desde su casa en Roma.
Con el tiempo, Mari saldó con creces sus propios agujeros de cultura popular. Cuando murió Syd Barrett –el creador de Pink Floyd– se obsesionó con la banda y escribió Rojo Floyd , una novela en la que los protagonistas son los miembros de la banda, pero también su círculo íntimo, sus colegas y hasta el ego de Roger Waters. “En los años setenta yo sabía que existía Pink Floyd pero no los escuchaba. Y los fui descubriendo, poco a poco, mucho después, diez, veinte años más tarde. Y por eso también me dieron ganas de escribir este libro, como para resarcirme de una experiencia no realizada en su momento”, dice.
No es tan extraño que éste sea el primero y hasta ahora único libro de los once que Mari escribió –entre novelas, cuentos, ensayos y poemas– traducido al castellano y editado en la Argentina. Basta pensar que hace sólo un año Roger Waters llenó nueve veces la cancha de River con The Wall . Y si Mari quería saldar esa falta de experiencia musical, eligió a una banda de rock progresivo que tiene una complejidad sinfónica y una teatralidad de ópera. “Sí, pero justamente en mi ignorancia, en mi desinformación, los descubrí tarde. Debo decirle que empecé a escucharlos mucho en 1979, el año de The Wall, porque por radio pasaban continuamente fragmentos de The Wall ; y después también se hizo la película. Después, volví a perderlos de vista y empecé a ocuparme de ellos cuando murió Syd Barrett en 2006. En julio de 2006 leí todos los artículos sobre Barrett, toda esa historia que yo conocía sólo en parte, sólo por pocos elementos, muy genéricamente; por lo tanto, me sentí impactado por ese destino, por esa experiencia humana y luego artística, que primero excluyó a Barrett del grupo y luego hizo que los otros continuaran durante 30 años pensando en él, escribiendo canciones sobre él, manteniéndolo vivo en su obra.”
¿De hecho, este libro es más un libro sobre Syd Barrett que sobre Pink Floyd?
En un primer momento yo había pensado en escribir un libro sobre Barrett. Después, poco a poco, como suele ocurrirme, los libros toman una dirección imprevista y lentamente, al acumular material, me di cuenta de que me interesaba hablar también de todo el grupo, entre otras cosas porque gradualmente fui tomando conciencia de la importancia cada vez mayor de Waters que al final pasó a ser casi el verdadero protagonista de mi libro.
En el libro se refiere a la ambivalencia que tenían Waters y Gilmour para con la permanencia de Barrett en Pink Floyd.
Yo quedé –¿cómo explicarlo?– fascinado por la tensión interna, por la dialéctica que se creó entre estos personajes, en suma, por esta impronta inicial de Barrett –más surrealista, más jubilosa– a la impostación más estructurada, más conceptual, más dura de Waters y después también el conflicto entre Waters y Gilmour, esa concepción más vinculada a los textos, más militante, más política de Waters y en cambio la vocación más melódica de Gilmore. Y creo que la grandeza de Pink Floyd fue unir todas esas almas y crear, a partir de tanta tensión, una armonía superior.
El libro “tardó” en llegar a la Argentina pero todavía no se publicó en Inglaterra. ¿Por qué?
El libro fue rápidamente traducido al francés y al alemán. Pero ahora lo están traduciendo al inglés, solamente como e-book. Tal vez piensen que Pink Floyd era algo de ellos, algo inglés. Estaban, quizá, un poco irritados porque un italiano había escrito sobre un tema de ellos o quizá los editores tenían miedo de enfrentar alguna acción legal porque yo hacía hablar a los personajes y los ponía en escena como creaciones libres mías.
Precisamente “Rojo Floyd” es una novela de testimonios. ¿Cómo hizo para recrear tantas voces?
Algunos testimonios son originales. Los encontré en biografías, en los libros aunque después yo las reescribí, las modifiqué, las cambié según me servían, y otros son totalmente inventados. Y en algunos casos hasta los personajes son inventados. En otros casos los personajes son reales y son muy libres las cosas que les hago decir. Pero son, no obstante, testimonios bastante verosímiles. Por ejemplo, el de Antonioni o de Stanley Kubrick se corresponden bastante con la verdad. Pero por ejemplo el del psicoanalista Ronald Laing, es totalmente inventado. O el testimonio del hijo de John Lennon cuando hace referencia a algo que se dijo.
¿Cuál de todas esas voces fue su preferida?
Waters obviamente y también el hermano de Waters y también Alastair Grahame, el muchachito al que está dedicado The Wind in the Willows , de Kenneth Grahame que era el libro preferido de Syd.
“Yo nací en 1900, con un ojo ciego y el otro bizco. En 1920 hice que un tren me decapitara, apoyando la cabeza en las vías. Mi padre era Kenneth Grahame, el célebre autor de The wind in the willows (...) el señor Barrett es el hombre topo. ¿Acaso no vivió siempre bajo tierra?” “Soy el desmesurado Ego de Roger Waters, y los intimo a no ser indulgentes con él, porque créanme, no es el caso. Los intimo asimismo a no atribuirle culpas que sólo son mías. Culpas, entendámonos bien, en el lenguaje de los desgraciados como ustedes, ya que en nuestro mundo, en cambio, constituyen méritos rutilantes.
Informes, lamentaciones, confesiones, testimonios, exhortaciones son algunas de las voces fragmentarias a las que Mari les da vida. A veces, claro, son absolutamente delirantes. Ahora no elige ninguna o se desdice. “No hay un personaje particular, me divertí sobre todo con la alternancia de las voces. Pasar de un tono a otro, de un personaje a otro, de un registro a otro”, aclara este especialista en la literatura italiana del settecento , y coleccionista empedernido de cómics y defensor a ultranza de su estética. “Incluso siempre vi hasta la gráfica pop como algo que merecía mucha seriedad. Puede haber cosas más bellas, menos bellas, más logradas, menos logradas, pero en conjunto, creo que todo el arte pop y rock, gráficamente también, pertenece al arte en pleno derecho”, aclara.
¿Y Pink Floyd es cultura popular, baja y masiva o puede considerársela como alta cultura de una época?
En estos niveles estamos cerca de la gran cultura. Pink Floyd dio estructuras, arquetipos formales que permanecerán en la arquitectura de un disco, en la sonoridad, en la gráfica. Yo estoy convencido de que a medida que pase el tiempo, el carácter clásico y la grandeza de Pink Floyd se volverán cada vez más evidentes. A tal punto, que mi impresión es que mientras tantos grupos de rock de los años sesenta y setenta envejecieron, Pink Floyd no. Para mí, Pink Floyd no envejece. Incluso porque muchos grupos ataron su música a ciertas actitudes exteriores, como la vestimenta o romper guitarras. Pink Floyd, en cambio, tuvo desde el principio un enfoque muy clásico, muy severo, para su trabajo.
Usted en el pasado se declaró en contra de una “concepción de la literatura” cercana al periodismo, pero este libro toma muchas herramientas del periodismo.
Sí, eso era en la época del minimalismo, del compromiso civil, cuando parecía que el escritor debía de alguna manera comprometerse con lo social, hablar de cosas que pasaban todos los días, por lo tanto competir con el periodismo. Yo en cambio siempre he tenido una idea más elevada, más a largo plazo de la literatura. Por lo tanto, confirmo en general lo que dije entonces, aunque de una manera menos ¿cómo decirlo? menos obstinada. De todos modos, la operación que yo hice sobre Pink Floyd me parece que es una operación literaria en todos los sentidos y que no tiene nada de periodístico. He podido hablar de Pink Floyd exactamente como podría haber hablado del mito griego. Eso pienso que es una operación literaria.
Y hoy con Occidente en crisis y con Europa en una gravísima crisis internacional, ¿no es necesario otro tipo de compromiso social?
Esa idea existe siempre. Tal como soy yo, permanezco encerrado en mi mundo literario porque es el único modo en que sé que podría ser escritor. Por eso si para ser escritor debo ocuparme de los problemas del mundo, muy probablemente dejaría de ser escritor porque yo soy así, no quiero que sea una regla o una toma de posición teórica. Es una simple confesión, una admisión.
Desde el exterior a veces da la sensación de que cierta edad de oro de la literatura italiana se acabó. Ya no dialoga con otras literaturas como en los tiempos de Calvino, Natalia Ginzburg, editores como los de Einaudi. ¿Eso es historia antigua, una etapa cerrada?
No sé, ¿está cerrada? Es una literatura que fue volviéndose cada vez más comercial, más fácil, digamos, más repetitiva, más en busca del éxito comercial, por ende, no es un gran período.
¿Y usted dentro de qué tradición de la literatura italiana se siente parte? ¿Qué autores italianos son para usted una influencia y un punto de referencia?
Entre los escritores italianos, los escritores del siglo XX sin duda: Gadda, Giorgio Manganelli, Gesualdo Bufalino y Tommaso Gandolfi. Diría ésos.
Su trabajo como académico y teórico no conspiró contra su proceso creativo.
No, han sido dos experiencias independientes, a tal punto que yo empecé a escribir cuentos desde muy chico, desde que era pequeño y por lo tanto mi escritura creativa siempre fue precedente. Y después hice estudios humanistas y llevé adelante esta formación pero el impulso a escribir siempre fue más que por los estudios, por las lecturas juveniles, en suma, por la literatura gótica, por Poe, la literatura de aventuras, Melville, Stevenson, Salgari.
No sólo de nombres en letras de molde de la literatura universal vive el hombre, que también tiene sus bajos instintos.
Tifoso del Milan, lo puede la pelota. Y desde 2001 a 2005 engrosó las filas del Osvaldo Soriano Football Club, un combinado de escritores italianos. “Fue una experiencia muy linda porque ese equipo nació espontáneamente por iniciativa de algunas personas. Jugué durante cinco años, con la camiseta N° 7 como lateral derecho. Era un homenaje a Soriano por sus escritos sobre fútbol. Tuvimos incluso algunos sponsors, después la cosa terminó de una manera miserable”, se ofusca misteriosamente.
Volvamos a su novela. A pesar de su finalidad literaria, ¿cree de todos modos que “Rojo Floyd” guarda alguna verdad subterránea sobre Pink Floyd?
No, la única verdad subterránea es la que inventé yo, que me gustó imaginar que –pese a desaparecer– Barrett ejerció una especie de influjo mágico, potente, sobre los otros integrantes. Aparte de esta idea fantasiosa no seguí ninguna verdad esotérica, ninguna verdad oculta.
Por último, ¿qué piensa del hecho de que cuarenta años después Waters sigue haciendo giras tocando “The Dark Side of the Moon” y “The Wall”. ¿Le parece honesto?
Sí, usted empleó la palabra justa: honesto. Yo creo que las cosas bellas, importantes, deben re-proponerse. Y, en suma, la enorme respuesta de público que tienen estos conciertos me parece una confirmación. También da la posibilidad a muchas personas, empezando por mí mismo, de ver cosas que de lo contrario no habrían visto. Por ejemplo, yo el próximo 28 de julio en Roma veré por primera vez The Wall hecho por Waters porque finalmente conseguí entrada y entonces por primera vez en toda mi vida veré The Wall .
Nunca es tarde para dejar de ser un analfabeto.

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