23.5.09

No son, pero parecen


Rabo de paja
Por: Esteban Carlos Mejía

NO HAY NOVELA SIN PERSONAJES. NI personajes sin novela. Obra que valga la pena, quiero decir, no una pócima deconstructivista de esas en las que no pasa nada, excepto el tedio del lector. Abundan los personajes inimitables, maravillosos, fantásticos.


Pienso, por ejemplo, en uno que cautivó mi juventud y que aún hoy me encalambra el corazón: Holden Caulfield, protagonista y narrador de The catcher in the rye (El guardián entre el centeno), de J. D. Salinger.

Holden es un peladito de 16 años, inteligente, divertidísimo, que cuenta su vida con total desparpajo. Sus diabluras, su relación con el mundo, su mirada, son homenaje y rendición de cuentas al poder de la ficción. En la vida ordinaria nos movemos por fatalidad: la zozobra guía nuestros actos, hacemos lo que podemos. Por el contrario, los héroes ficticios, tal vez por ser creación de demiurgos humanos, logran escabullírsele al azar y andan sin vacilar por el hilo de la narración. La literatura triunfa de verdad cuando la perplejidad de la gente real y el equilibrio de los entes imaginarios se entretejen y se ensamblan con solvencia, de modo casi imperceptible, en la tesitura de un personaje novelesco. Quien haya gozado el virtuosismo de Salinger habrá experimentado lo que digo al toparse con un ser humano —llamémoslo así a sabiendas de que no es de carne y hueso— como Caulfield, palpable, verosímil.

Igual pasa con Ulises Lima y Arturo Belano en Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, Premio Herralde 1998. Ulises Lima, según testimonio del propio autor, es trasunto (imitación, remedo, clon) del poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro, cuyo verdadero nombre era José Alfredo Zendejas Pineda, fundador del movimiento infrarrealista, trasunto a su vez del ilusorio realismo visceral sobre el que trata toda la novela. Lima es mejor poeta que Papasquiaro, menos amargo, menos resentido. Y Papasquiaro es más intransigente y más fanático que Lima. Como si los ejes espacio-temporales de uno se impusieran, bien o mejor, sobre la utopía del otro. Navego por la biografía de Papasquiaro y al instante me antojo de leer los diálogos endiabladamente cojipuercos de Ulises Lima con su carnal Arturo Belano y con el (jovencísimo) poeta Juan García Madero, empeñados los tres —más la amorosa Lupe— en hallar a Cesárea Tinajero, precursora de cuanto infrarrealismo, nadaísmo, realismo visceral o locura seminal ha dado esta América Latina. Y, viceversa, los juegos retóricos de Ulises Lima me empujan a la poesía de Zendejas Pineda, pese a su antinemotécnico seudónimo. Lo dije al principio y lo repito ahora: no hay novela sin personajes ni personajes sin novela. Siquiera.

Rabito de paja: “Y todavía sobran en este país agonizante, almas de esclavos que se estremecen de terror porque la prensa no se resigna como ellos a doblar mansamente la cabeza para que no se incomoden con el yugo. Todavía se nos aconseja moderación, y se nos habla de patriotismo y de cordura, y se nos invita en nombre de ideales que ellos no comprenden a secundar en silencio, con resignación de colonos, la empresa clandestina de quienes a estas mismas horas están pactando el compromiso de sumisión”. Enrique Olaya Herrera, en 1919.



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