29.3.09

Escribir acerca de Bogotá


En el pasado, Bogotá era una ciudad muy pequeña comparada con las urbes europeas y norteamericanas


Por Gonzalo Mallarino F.*
La literatura es un asunto lingüístico, no geográfico.Cualquiera puede escribir sobre Bogotá, basta con que sepa mirar bien la ciudad. Su luz, sus seres, su olor, sus nubes, sus parques, sus plazas, sus dolores, sus oprobios, sus albricias...He descreído siempre de que Proust sea un escritor emblemático de lo parisino, o Joyce de lo dublinés, o Dickens de lo inglés victoriano, o Jorge Amado de lo brasileño. Que ellos y todos los demás escribieran sobre sus ciudades y países fue accidental. Sencillamente estaban ahí, vivían alli, o habían nacido en esos lugares y comarcas.
Yo he tratado de escribir acerca de mi ciudad yéndome al fondo de su escenografía. A sus hospitales, a sus mujeres quebrantadas, a sus arboledas por las que un viento de menta, pero también a sus barriales y a sus engaños y miserias. Y para eso, yo y todos los que escribimos sobre Bogotá estamos en la obligación de crear un lenguaje, un instrumento personal de expresión. Ese instrumento, ese ámbito lingüístico,tiene que ser nuevo, tiene que ser renovador, tiene que corresponder a la manera nueva de leer de los lectores.Hay que reconstruirles la ciudad valiéndose de su propio inconsciente, de sus propios recuerdos, de sus propias obsesiones, sin recurrir a enumeraciones gratuitas, a descripciones adocenadas, a adornos y estereotipos. El nuevo lenguaje puede lograr eso, debe lograrlo.
Pero también hay que recordar que pertenecemos a una tradición. Es decir, que antes de nosotros, ya otros intentaron hacer el ejercicio de recrear a Bogotá. Desde Rodríguez Freile, con El Carnero del siglo XVII,hasta, por ejemplo, Todo pasa pronto, una bella novela sobre la niñez en Bogotá publicada hace apenas unos días, en esos 400 años, digo, está nuestra memoria literaria, nuestra tradición. Ahí están Caro, Pombo, Vergara y Vergara, Silva, Rivas Groot, Soto Borda, Rueda Vargas, Caballero Calderón, Luis Vidales, Rogelio Echavarría, Mario Rivero.
En esta tarea hay que proceder con humildad, recibiendo en las manos tendidas la influencia, el relente que llega después de haber albergado lo leído en el inconsciente, durante muchos años. Pero hay que proceder también con cierta ambición inagural, buscando crear una forma nueva de narrar, de cantar; con una sintaxis personal, con una prosodía inédita, con una respiración íntima y singular.
En el pasado, Bogotá era una ciudad muy pequeña comparada con las urbes europeas y norteamericanas.En 1900 tendría apenas unos 200 mil habitantes; los más, gentes del pueblo: trabajadores, sirvientes, campesinos, operarios. Los menos, aristócratas, terratenientes, comerciantes, banqueros, que eran en verdad una minoría privilegiada. No había todavía lo que se llama propiamente una clase media. Lo que si había, y aún se advierte con claridad en estas épocas, era un desprecio por lo popular. Este es un rasgo de nuestra sociedad y de nuestra literatura. Lo del pueblo, lo perteneciente a la gente sencilla y pobre, siempre ha sido para las élites de mal gusto, de poco brillo, de poco valor.
A esto hay que agregar un segundo rasgo, originado en el secular amordazamiento de las mujeres, a quienes desde lo social, lo religioso y lo político las hicimos a un lado, las desterramos de la escena artística. Esto sucedió hasta bien entrado el siglo XX, pero aún hoy la literatura es demasiado genital, y no sólo en la evocación de lo amoroso y lo carnal. Véase con cuánta frecuencia nuestra literatura es basta, violenta, torpe,, "grandiosa" a la manera masculina, robando todo espacio a la verdadera sensibilidad, a la verdadera intimidad, incluso, en ocasiones, cuando es escrita por mujeres.
Y regresando al comienzo de estas notas, véase, para considerar sólo un aspecto de este problema, cuán poco le ha servido esto al lenguaje literario, a la construcción de un idioma escrito que tenía la pretensión de ser universal y perenne.

*Escritor de una trilogía sobre Bogotá de finales del siglo XIX y comienzos del XX, con las obras: Según la costumbre, Delante de ellas, y Adelaida y los otros. Acaba de publicar Santa Rita.

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