26.8.16

Un quijote de los libros batalla en Barranquilla

Carlos Gustavo Restrepo no solo carga el peso de los años; también una abultada panza de libros con la que recorre todos los días las calurosas calles de La Arenosa

Carlos Gustavo Restrepo recorre las calles de Barranquilla vendiendo sus libros usados a buen precio./elespectador.com

A sus 76 años, Carlos Gustavo Restrepo busca ganarse unos pesos de más, que según dice cada vez son menos. Pero su misión también es mediar para que los libros no pierdan la batalla en un mundo en el que parece que ya no hacen falta.
Como quijote de su causa, se levanta muy temprano y ajusta la armadura. Atrás, un morral con textos de respuesto; adelante, una pequeña superficie de madera que sostiene los clásicos de la literatura y títulos de superación personal.
Con palabras serenas y un tono suave, activa su discurso, que parece extraído de alguna página medieval. Y va resumiendo los contenidos de cada título y haciendo una pequeña biografía de su autor.
Cuando siente que el discurso no será suficiente para convencer a aquellos molinos de viento, apela a un argumento que le sirve de escudero:
“El libro que me cambió la vida fue “Piense y hágase rico”, porque “en dos años logré organizar mi vida financiera y comprar la casa para mi familia”, acentúa con pasión.
Para entonces –relata- tenía 45 años y una historia económica accidentada, por culpa de un amigo al que le sirvió de fiador.
Entonces ensayó algunas opciones como vender frutas en el Paseo de Bolívar, pero esa actividad no le convencía del todo.
Una mañana, mientras se preparaba para salir de su pequeña cama, se quedó mirando los más de 300 libros que recorren la habitación, y se dijo: ¿Por qué no hacer negocios con la actividad que más me gusta hacer en la vida?
Había adquirido el amor por la lectura a los 8 años, cuando la violencia lo sacó de su finca La Guasábara, en Santa Fe Antioquia, y tuvo que refugiarse en el seminario Conciliar de Medellín. En principio le interesaban los libros que hablaban de su drama y consumió cuanta literatura encontró sobre los desplazamientos forzados y la seguridad nacional.
Luego fue dando saltos hasta encontrarse con los clásicos.
A los 18 años vivía en Barranquilla, compraba “cachivaches”, radios, espejos y sombrillas que traían los barcos cuando venían a dormir al río Magdalena y leía a Hermann Hesse, durante mucho tiempo su escritor favorito.
Con Siddhartha, una de las obras más importantes de Hesse, vio el reflejo de sus búsquedas espirituales.
Pero él era un quijote. Así lo comprobó cuando leyó a Cien años de soledad de García Márquez, que para él tiene los rasgos del caballero de La mancha. Ahí estaban todos los ingredientes de los mismos afanes heroicos: sexo, amor, trabajo, aventura, la donosura de la mujer y el hombre latinoamericano que lucha por sus sueños.
Con una mezcla de tradición caballeresca y realismo mágico, se declaró guardián inmarcesible para que los libros nunca mueran.
Pero a los lectores –se dijo- hay que salir a buscarlos. Y así lo hizo.
En algún periódico local había leído que los barranquilleros solo se leen 3.2 libros al año mientras que la tasa nacional es de más de 4. La mayoría, en ambos casos, son textos escolares.
Entonces los transeúntes del Paseo Bolívar, la calle 72 y la carrera 43 lo vieron a diario en lo que ya todos convienen es un peregrinaje.
Hoy son pocos los que huyen y más bien consienten sus respetuosos rituales de aproximación.
Cuando hacen una pausa en su recorrido ordinario o arman alguna tertulia en esquina, ahí mismo aparece Gustavo.
Ese momento, según afirma el vendedor andante, está revestido de una profunda tensión psicológica, en la que las partes intentan conciliar o separar sus diferencias sobre gustos literarios. El problema, para ellos, es si alinean la discusión a los recursos narrativos o la pertinencia del debate que propone el libro, porque en esas rutas al vendedor no le gana nadie.
Su rutina inicia a las 8:30 de la mañana, aunque desde las 4 está en pie con un libro en la mano.
Los días más afortunados son los de fines de semana. Entonces vende entre 10 y 12 libros diarios, a 10 ó 12 gigantes que poco a poco va sometiendo con sus palabras.
Es posible que en ocasiones las aspas de sus adversarios le ganen la partida y las ventas se vayan en blanco, pero regresa a casa con la misma convicción del hidalgo: “Puede pasar un día que no venda libros, pero nunca uno sin que lea”.
Katherine Londoño Posada es Estudiante de la Universidad del Norte

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