23.3.09

Ratzinger en África



Por: Juan Gabriel Vásquez

EN SU AVIÓN EN VUELO, ANTES DE haber puesto el primer pie en África, el papa Ratzinger informó a los africanos y al mundo que los condones, al contrario de lo que sostienen quienes sí han hecho los experimentos y las investigaciones del caso, agravan el problema del sida. Así dijo: “Agravan el problema”.
No dijo por qué lo agravaban, qué relación directa había entre usar condón e infectarse de sida. Hubiera podido, por ejemplo, recordar al cardenal López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, que en sus mejores días nos explicó que todos los condones se hacen secretamente con agujeros microscópicos que permiten el paso del sida. No, Ratzinger no tenía esta prueba científica a mano, tal vez porque en mala hora se le había muerto el tipo que la había encontrado (uno se imagina a López Trujillo mirando un condón con microscopio). Así que se tuvo que contentar con decir, al entrar en un continente con 33 millones de seropositivos, que usar condón es lo malo. ¿Y qué es lo bueno? ¿Qué deben hacer los africanos para evitar el contagio? El papa Ratzinger tiene la respuesta: hay que “humanizar la sexualidad con nuevos modos de comportamientos”. La solución pasa por la “renovación espiritual y humana del sentido de la sexualidad”.

No voy a hablar otra vez de la sincera curiosidad que me causa escuchar reglas sobre sexualidad de un hombre que ha renunciado a ella. No voy a preguntar por qué habría de importar lo que piense de la familia, el aborto y el sexo un hombre que no tiene sexo, que nunca sabrá lo que es un aborto y que ha renunciado a la responsabilidad de una familia. Supongo que tendrá gente que le informa. Le hablarán, por ejemplo, del cura brasileño que, ante el aborto de una niña de nueve años violada por su padrastro y embarazada de alto riesgo, excomulga a la niña, a su madre y al médico que hizo el aborto, pero al violador lo deja tranquilo. Le hablarán del cura español que, después de haber violado a una inválida en su parroquia y ser condenado, recibió el apoyo de la Diócesis de Barcelona y pudo seguir dando clase de religión, lo que le sirvió de paso para abusar sexualmente de cuatro alumnas. Así que Ratzinger no sabe nada de aborto ni de sexo, pero tiene gente en el mundo que puede pasarle un par de datos. Que no se diga que la Iglesia vive de espaldas a la realidad.

Entre el dogma y la vida de la gente, el papa Ratzinger escoge el dogma. La gente se muere, claro, pero eso no es lo importante: hace unos años el cardenal Wamala de Uganda decía que una mujer que muere de sida por no usar condón en el matrimonio debería considerarse mártir de la Iglesia. El nivel de estupidez moral, de ignorancia científica y de irresponsabilidad social que ha demostrado este papa se comienza a parecer demasiado a la negligencia criminal, y a muchos nos queda cada vez más difícil no considerar que la Iglesia católica es cómplice o responsable subsidiaria de los millones de muertos de sida que se contarán en África en los próximos años. El cura brasileño decía que excomulgaba a la niñita porque la gente tiene que tener miedo de la ley de Dios. Yo espero que esa niñita brasileña, humillada en público por la Iglesia, comience, igual que África entera, a tener miedo de lo que es verdaderamente temible: los curas y su organización criminal.


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