Por: Héctor Abad Faciolince
UNO DE LOS PRINCIPIOS FUNDAmentales de la lógica es el de no contradicción. Este dice que no se dan al mismo tiempo A y no A. Una vaca no puede estar al mismo tiempo horra y preñada.
O está preñada o no está preñada. John Allen Paulos cuenta de un rabino muy sabio al que sus alumnos lo emborracharon para probarlo. Caído de la rasca lo llevaron al cementerio y lo acostaron en una cripta vacía. Al despertarse, el rabino hizo el siguiente razonamiento: “O estoy vivo, o no. Si estoy vivo ¿qué estoy haciendo aquí? Y si estoy muerto ¿entonces por qué tengo tantas ganas de hacer pipí?”.
La vida y la obra de Fernando Pessoa son un permanente desafío a la lógica formal. De alguna manera en la mente de los hombres, y especialmente en el cerebro de un hombre que albergaba multitudes, el principio de no contradicción no siempre se cumple. Pessoa, por ejemplo, es ateo y no es ateo a la vez, es anarquista y autoritario, casto y lúbrico, y contemporáneamente apoya y maldice la dictadura de Salazar. Como si uno se declarara uribista y antiuribista al mismo tiempo.
Cuando se empieza a escribir sobre Pessoa, las mismas matemáticas no parecen normales porque, en su mundo, uno es igual a cuatro. Su biógrafo más agudo, Richard Zenith, empieza su estudio sobre este escritor de la siguiente forma: “Los cuatro mayores poetas portugueses del siglo XX son Fernando Pessoa”.
Es verdad, los cuatro mayores poetas portugueses del siglo pasado se llaman Ricardo Reis, Alvaro de Campos, Alberto Caeiro y Fernando Pessoa. Cada uno tiene su propio estilo, su propia ideología, muchas veces no están de acuerdo entre ellos y publicaron parte de su obra en revistas que no se llevaban muy bien entre sí. Todos nacieron en distintos sitios, en un año, un día y a una hora determinada. De cada uno de ellos Pessoa hizo una detallada carta astral, que indicaba sus dolencias y predisposiciones. Ricardo Reis, incluso, por pronósticos del horóscopo, murió seis años después de la muerte de Pessoa; pero todos vivían en su cabeza, eran su propia creación, y son lo que ha venido a conocerse como sus heterónimos. La mayor parte de la obra de todos ellos, incluyendo la de Pessoa, es póstuma.
Como cada cual tiene una personalidad y una poética tan definida, puede ocurrir que a los lectores les guste un poeta y detesten a otro. A mí, por ejemplo, Alvaro de Campos me interesa muy poco, pero amo la poesía de Alberto Caeiro sobre todas las cosas.
En la mente y en la pluma de Pessoa cualquier teoría podía demostrarse. Hay estrategias retóricas y lógicas para demostrar A y lo contrario de A. Se puede ser católico y anticatólico a la vez, como él lo era. En un ejemplo actual, sería posible defender y atacar, con argumentos convincentes y parejamente buenos, el uso y el no uso del condón para combatir el sida.
La mente siempre activa y viva de Pessoa, tan poco complaciente, en batalla perpetua consigo mismo, podía convencerse de A y de no A al mismo tiempo. Sólo las bestias y los imbéciles no dudan ni cambian nunca de opinión. Pessoa en cambio era capaz de demostrar que los mayores anarquistas de este mundo son los banqueros. En su cuento más célebre, El banquero anarquista, entre veras y burlas lo demuestra. Ahora que el mundo se sumerge en el caos económico gracias a las burbujas de la banca, vemos que tenía, o que podía tener razón. Un gran escritor, como Shakespeare o Pessoa, no es uno, es muchos, es múltiple, es hombre y es mujer, es todos.
22.3.09
Pessoa: A y no A
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